XXX. DRÂICA VILLÄE



Las tropas de Hördtein avanzaron sin piedad por la manga de tierra hacia la fortaleza féerica. Las hadas corrían y volaban para acceder al palacio. No tenían tiempo que perder. 

Limëy, encabezaba el último reducto que accedía a través del puente levadizo, que daba acceso al patio delantero de la fortaleza. Amýn, protegía la retaguardia, luchando contra los hirasy montados. Nada más atravesarlo, ordenaron el cierre del mismo. El brujo lanzaba escombros ardientes con movimientos de sus manos. Los magos que le acompañaban, lanzaban rayos que impactaban sobre las duras rocas. Parecía un ataque con catapultas. 

Los gritos se sucedían por el pánico, a través de los corredores. La guardia real, terminaba de acompañar a los más vulnerables al Khrýsalin para protegerlos, mientras los demás, se refugiaban en la Sala del Trono. Atrancaron los portones con vigas de plomo. 

- ¡Fyöre! – llamó la reina. 

- ¿Qué queréis majestad? 

- ¡Acompañad por algún pasaje a los chicos!, necesitan partir de inmediato, antes de que consigan entrar. 

- ¡Demasiado tarde Limy!¡Ya estamos aquí! – retumbó una voz en el salón. Procedía de la puerta que comunicaba el salón con el patio de Hëld. 


Se heló la sangre de la reina, los dientes de Adrián rechinaron y poco a poco se fue girando. Ante ellos estaba Fhêdrik. 

Portaba la cabeza de uno de los guardias en la mano, la lanzó rodando hasta sus pies en un estallido de carcajadas por parte de otros que le seguían. Limëy y Lyria soltaron un pequeño grito llevándose las manos a la cara. Adrián miraba la escena horrorizado. Habían accedido por la puerta que daba paso al patio de Hëld. 



- ¿Cómo has entrado? – dijo Limëy enfurecida. 

- “¿Cómo has entrado?” – comenzó el vasallo imitando la voz de la reina - de igual modo que antaño o ¿ya no te acuerdas? – terminó con una sonrisa arrogante. 

- ¿A qué habéis venido? ¿Por qué atacarnos y matar? - preguntó la reina con desprecio. 

- Vengo a por lo que nos pertenece – contestó Fhêdrik. 

- Aquí no hay nada vuestro, marchaos - dijo señalando la puerta por la que habían entrado - ¡Fuera! – exigió Limëy. 

- Sabes que no nos iremos, preciosa. – insistió con una sonrisa insolente. 

- ¡Cállate!- Limëy se acercó más a él, algo asustada pero firme. En su interior un huracán de sentimientos se había desatado al contemplarle después de tatos años. 

- ¡Vamos Limëy! Sólo tienes que darnos al chico y no haremos daño a nadie más. 

- ¿Cómo te atreves?- gritó la soberana mientras Adrián observaba a los hirasy quietos y expectantes, esperando órdenes de atacar. ¿Cuánto tardaría el brujo en entrar hasta el salón del trono? ¿Debía entregarse a ellos para salvar a las hadas? ¿Tenía que entregarse y sacrificarse para encontrar lo que necesitaba Hördtein y volver pronto a casa? 

Fhêdrik anduvo hacia la reina. 

- ¡No te acerques más! 

- ¿Qué harás si no? ¿Romper el tratado de Yrine y combatirnos? – Adrián vio que Lyria se asombraba de que conociera tal convenio. 

- Has entrado en mi reino, ¿Crees que una claudicación cobarde me va a frenar? Ahora iros. 

- Se acabó la paciencia Limy. – Fhêdrik fue a agarrar a Limëy del brazo, pero antes de llegar ella, la soberana gritó: 

- ¡Fhitösles zôist! – la lágrima del cayado se iluminó y las enredaderas de las columnas del salón del trono cobraron vida. El hombre corría hacia ella, la reina se defendió del capitán hirasy asestándole un golpe con el cetro en las piernas. 

- ¡Atacad! ¡Coged al muchacho! - gritó dando la orden, justo cuando las enredaderas cual tentáculos se habían enroscado en torno a los hirasy inmovilizándolos y apretándolos constrictoramente. 

- ¡Adrián corred ahora! – gritó la reina. El joven comenzó a huir junto a la chica pelirroja. 

- ¡Decisión incorrecta Limy! ¿Te olvidas quién soy?... – decía jadeante el Fhêdrik a sus espaldas. - ¡Fhitotəlös! – gritó Fhêdrik. Las enredaderas les soltaron de inmediato y volvieron a su sitio. Aprovechó la sorpresa de la soberana para agarrarla de la muñeca y retorcerla el brazo en la espalda. 

- ¡Danos al muchacho!¡No tienes que poner a tu pueblo en peligro! – Limëy estaba inmovilizada y Adrián observaba la escena. El hirasy parecía no querer hacer daño a nadie más, tan sólo quería que él fuera a Kÿsbrum. ¿Realmente era tan patético haciendo el mal? O ¿Estar en las filas de Hördtein no se trataba más que de otro disfraz? 

Tenían que salir por la puerta custodiada por dos hirasy que les sonreían maliciosamente, una orden y les capturarían ¿Por qué seguirían a Fhêdrik si un matón de instituto infundía más pavor que él? Las otras dos puertas, no sabía a dónde conducían. No tenían vía de escape, comenzaron a correr por el salón sorteando ataques. 

- ¿Para qué le queréis si tan solo es un humano?, Fhêdrik por favor, déjale en paz. – dijo amarrada a él y llena de dolor. Le retorcía la muñeca mientras alejaba de ella su cayado de una patada. Los gritos comenzaron a retumbar en el vestíbulo. 

- Mi señor le quiere, es el único que puede encontrar un valioso objeto. Y lo quiere para él – afirmó el vasallo. – Le necesita. 

- Él no sabe nada, ¡Suéltame! ni siquiera sabe lo que es Thirenae – decía Limëy forcejeando sin poder alcanzar el cetro real. Adrián volvió junto a Limëy para ayudarle pero Jäesmine no le dejaba acercarse. Debían aprovechar algún descuido de los hirasy para poder huír. 

- Hum… mala chica Limy…deberías habérselo dicho ya, ¿Acaso no querías que nos enteráramos? Pues aún así lo hemos averiguado ¿ves?- dijo Fhêdrik mientras le acariciaba el cuello. 

- ¿Cómo te atreves a hacer daño a la reina? – chilló Jäesmine – A tu reina - siguió recriminándole el hada con su voz aguda. 

- ¡Cállate enana!– dijo firmemente Fhêdrik,. Después golpeó la cabeza de Limëy contra el mármol de una columna cercana y ésta quedó inconsciente. 

Gêminey observó la escena y sin perder tiempo, subió al trono a gritar una órden, al instante entraron por los tragaluces montones de hadas diminutas. Comenzaron a soltar polvos sobre los hirasy. Fhêdrik las mataba con las dagas, otros les espantaban, alguno caía con el somnífero que les estaban echando. Michäella no tardó en llegar al aviso, se acercó a Limëy y dentro de su boca vertió un líquido azul. Momentos después, la reina recobró el sentido. Tras agradecer la cura se puso en pie y corrió hacia su cetro. 

Adrián estaba defendiendo la posición, luchando como podía con un hirasy. Había cogido un candelabro largo de pie e intentaba atizar al que se acercara. Le costaba demasiado, pesaba mucho. La pelirroja a su espalda intentaba hacer lo mismo. 

Jäesmine dirigía a parte de las hadas de la Guardia Real. Tiraba de los pelos a los soldados, también les rociaban polvos venenosos por la nariz. Limëy se acercó rápido a los chicos, de un golpe con el cetro dejó inconsciente al hirasy con el que estaba luchando el humano. 

Inmediatamente se abrieron las puertas del Salón desde el corredor del vestíbulo. Amýn y los pocos supervivientes que quedaban entraron atados. 


- ¡Majestad! - gritaron los cautivos. 

- ¡Silencio! – sentenció Amýn. En ese instante el brujo, con un movimiento de sus manos, les dio muerte, retorciéndoles la cabeza a todos, excepto al capitán. El nigromante, comenzó a formar una bestia horrible con los cadáveres de los soldados. 

Limëy se giró hacia los muchachos y les ordenó: 

- ¡Huíd!¡Rápido! 

- Pero… 

- ¡No os separéis e iluminad con cautela el camino del bosque, no os preocupéis por nosotros, tenéis preparados dos caballos, entrad al bosque y coged el camino del Oeste, hasta la Sierra del Bosque ¿desde allí sabrás llegar a Drâica Villäe? – preguntó la reina tensa sin quitar ojo del engendro que se estaba creando. 

- Sí, majestad – contestó Lyria. 

- Gracias Limëy- Adrián le dio un abrazo, la pelirroja hizo lo mismo. 

- ¡Marchaos! no miréis atrás – les dijo mientras veía como esquivaban las peleas para alcanzar una puerta del Salón del Trono. 

Hadas de mayor tamaño iban llegando y peleaban con los seguidores de Hördtein mientras el bramido del monstruo comenzó a inundar todo. Los jóvenes consiguieron salir a duras penas. Corrían por las escaleras para bajar a la gruta de salida. Tenían que evitar la puerta principal, hasta que no estuvieran montados para poder atravesar la manga de tierra. Adrián seguía a Lyria, a través de corredores con llamas que estaban devorando la fortaleza. Cuando les quedaba poco para llegar a los caballos, apareció delante de ellos Fhêdrik. 

- ¡No iréis a ninguna parte o acabaréis suplicando por vuestra vida! – Adrián sacó la espada ropera que le regaló D. Felipe y protegiendo a su nueva compañera, se puso delante causando la risa del hirasy. 

- ¿Nuevos sentimientos, Adrián?- dijo levantado una ceja sonriendo. 

- Sí, varios. – afirmó el muchacho. 

- ¿Cuál de ellos te gusta más? – decía mientras se acercaba andando hacia ellos. 

Adrián alzó la ropera y dijo: 

- La Venganza. 

Fhêdrik se quedó quieto y le miró a la cara, vio como Adrián respondía a los susurros de la chica y le daba la espada a la pelirroja. 


- ¡Sïdamra! – gritó la joven, de la espada salió un rayo que llegó hacía el hirasy, dejándole desarmado y paralizado en el suelo. 

- ¿Hola? ¿Has hecho magia con la espada? ¿De verdad? – preguntó al aire mirando a Lyria alucinado. 

- ¡Corre, vayámonos! - le dijo la chica con una mueca graciosa. 

Los dos salieron corriendo, atravesaron varios corredores llenos de humo, hasta llegar a una escalinata que les condujo hasta la salida de la gruta. Allí no estaban los caballos feéricos, habían huído despavoridos. Entre las ruinas del patio delantero había caballos con cabellera rubí. 


- Tenemos que coger sus caballos. 

- ¿Es buena idea? – le preguntó Adrián. 

- Es la única salida. 

Se acercaron con cautela, sorteando llamas iridiscentes. Lyria se escabulló entre las rocas desprendidas y llegó frente a los caballos. Los animales relincharon nerviosos, con miedo fue acercándose a ellos, hasta que dejaron que les cogiese de las riendas. A su señal, Adrián corrió y, no sin dificultad, se subió a la montura. Al instante arrancaron a gran velocidad. Atravesaron la manga de tierra que unía el islote que sustentaba el castillo. Bordearon la orilla al galope para atajar por el bosque hasta el camino del Oeste. 

Las gemas adheridas en las riendas desprendían la suficiente luz como para ver por dónde iban. No era necesario iluminar. Las monturas se asustaron al volver a escuchar el bramido de palacio y les hicieron parar, para no salir despedidos. Aprovechando que estaban en una colina, miraron hacia atrás y se les cayó el alma a los pies, No se lo podían creer, todo el palacio estaba en llamas. Apenas se veía nada, todo estaba siendo engullido por las llamaradas. 

El estruendo se había debido a Hëld, el árbol colonial de Hëldary. Había sido alcanzado por las llamas causando su desplome sobre parte de la fortaleza, extendiendo más el fuego. Se quedaron hipnotizados por la danza de las llamas con las estrellas en el reflejo del lago. ¿Estaría bien Limëy? Adrián se sentía culpable, no tenía que haber aceptado quedarse en Thirenae, ni en Hëldary, no podía consentir muertes por algo que él debía buscar. ¿Qué pasaba si Limëy moría? ¿Quién le apoyaría y le sacaría de Thirenae? 

- ¡Vamos! No debemos detenernos tan cerca. 

- ¿No van muy rápido estos caballos? – le contestó el joven saliendo de sus pensamientos. 

- Los han debido de conjurar o llevar algún Yphëm que los haga ir más rápido, incluso para ser de crin rubí. Si es así, deberíamos llegar en horas, en lugar de en días. 

- ¿Yphëm? – preguntó extrañado. 

- Un mineral con magia almacenada en su interior. – le dijo sonriendo - ¡En marcha! – espetó Lyria espoleando su caballo. 

El galope de los caballos resonaba en cada árbol, fueron pasando puentes de piedra, tramos intransitables por las raíces de los árboles, subieron colinas, entraban y salían del cerrado Bosque, mientras que de las gemas salían cada vez más resplandores, que nutrían de energía a los caballos. Cada vez que lo hacían, el galope se intensificaba a medida que la luz que aportaban era cada vez menor. 

Tras varias horas sin parar, escondido entre las montañas, en un pequeño y estrecho valle de la Sierra del Bosque, se encontraba camuflado entre la vegetación su destino: Drâica Villäe. Accedieron por un camino empedrado, a un lado había un cartel tallado en la madera, que indicaba el nombre del pueblo. En la entrada lucían los escombros de una antigua puerta. Aminoraron la marcha, para sortear los restos. 

- Ya hemos llegado, bienvenido a Dràica, como ves no es ningún lujo – dijo la chica algo avergonzada. 

- Gracias, no te preocupes. No nos han presentado formalmente aún ¿me llamo Adrián y tú? 

- Mi nombre es Lyria, como ya sabes, soy hija del primo de Limëy. 

- ¿Eres un hada?- preguntó el muchacho escudriñando su espalda en busca de alas. 

- No, la abuela de Limëy era maga y varios hermanos del antiguo rey salieron magos, uno de ellos es mi abuelo. Él es hechicero –aclaró orgullosa la pelirroja. 

- Entonces…¿Es verdad que no pasa el tiempo? ¿Cuánto llevas viviendo? – le preguntó Adrián con timidez. 

- Cuando en Thirenae se paró el tiempo, las edades de las personas y criaturas con dones mágicos se paralizaron, por ello todos en Thirenae estamos estancados a excepción de los humanos, ellos nacen y mueren. En aquel entonces, iba a cumplir dieciséis años, pero ya he perdido la cuenta, han pasado unos cuatro siglos. – dijo la muchacha sonriendo, sin embargo Adrián notó pena en sus ojos. 

- ¡Vaya! ¡Cuánto tiempo!...- comenzó Adrián aturdido - Yo ya tengo los dieciséis – proseguía - ¿Sabes para qué quería la reina que viniera aquí?¿En qué puede ayudarme tu padre? 

- Andemos un poco. – dijo pensativa. 

Lyria bajó del caballo, llevándole agarrado por las riendas, Adrián le imitó y andando tembloroso por las piernas doloridas, pudieron ir más juntos mientras atravesaban el pueblo. Tenía pequeñas casas de madera construidas sobre escombros y candiles en las puertas. Lyria comenzó a susurrar: 

- Ayer por la noche mientras dormía, un sacerdote del bosque vino a raptarme. Por ser pelirroja…- decía algo nerviosa y sonrojada - era ideal para hacer de oráculo. Normalmente las elegidas se quedan allí hasta que se cansan de ellas, pero Limëy me salvó. Cuando me llevó a la habitación de invitados ella pasó con Sythäel a la tuya y estuvieron hablando, yo no quería, pero la curiosidad me llamaba y me vi obligada a escuchar.- dijo sonriendo algo avergonzada.- Según decían, cuando me poseyeron Rölett y los espíritus del bosque, dije que tenías que buscar un antiguo pergamino.- le explicó Lyria. 

- ¿Es el objeto que dijo Fhêdrik?¿Un pergamino?- preguntó Adrián sorprendido. 

- Eso parece. Sythäel señaló que de ser eso, quizá fuese el que dijo un guardián antes de morir – le aclaró la pelirroja mientras le observaba dubitativa. 

- ¿Entonces debo aliarme con los hirasy? ¿He de encontrar ese pergamino, entregárselo a Hördtein y podré volver a mi casa? 

- ¡No! No te vayas con ellos.- decía tajante - No sé qué debes hacer, espera que hablemos con mi padre. – terminó, mientras dudaba de haberle contado todo. 

- Está bien…- afirmó Adrián resignado. 

- ¿Eres del Sur? – Preguntó Lyria. 

- No, para nada. 

- ¿De dónde entonces? ¿No te capturaron para Kÿsbrum? 

- No, soy del otro lado de las barreras – dijo con total naturalidad. 

- ¿En serio? – dijo la pelirroja conmocionada. 

- De verdad, no te miento – dijo con una sonrisa mirando hacia detrás pues Lyria se había detenido. 

- ¿Tu sabes qué es eso? ¿Lo que significa? ¡Eres el primero en siglos, al menos que sepa!¡Debes ser súper importante!...o quizás…se está debilitando todo. - terminó algo apesadumbrada. 

- Eso cree Limëy también. – dijo algo cohibido. 

- En ese caso, me alegro de haberte conocido – le decía mientras le hincaba el dedo en el hombro haciéndole reír – pero para la próxima vez, no vuelvas a decirlo tan abiertamente ¿entendido? – dijo severa y avanzando con paso firme, dejándole a él atrás pasmado y sin sonrisa. No debía revelar su origen, ya le había advertido Limëy. 



Siguieron atravesando la villa, Lyria le iba comentado las guerrillas que en el pasado se habían ido librando allí. Fue construida como una ciudad pequeña para todo aquel mago o brujo de Thirenae, naturalmente todos los demás, eran aceptados con más o menos simpatía pero las Guerras de Sucesión y las Batallas del Tiempo habían reducido a Thirenae en una tierra consumida y ahogada en su propio poder. 

Drâica Villäe había quedado reducida a escombros, cenizas y una pequeña aldea reconstruida en las cercanías de la antigua Plaza Mayor, donde allí seguía viendo pasar el tiempo el Ankýr, un árbol antiguo y enorme alrededor del cual había sido construida la antigua villa. Las losas de mármol blanco del suelo de la plaza estaban fracturadas y semienterradas, las casas de madera y roca reconstruidas alrededor del ágora mayor tenían buen aspecto, pero al pie de una columnata en ruinas y ul entorno devastado. Era una imagen entristecedora. 

- Eso.. ¿cómo sucedió?- preguntó Adrián asombrado señalando el edificio central de la columnata. Una gran escalinata estaba resquebrajada y alineada con el Ankýr. Dicho edificio parecía haber tenido una cúpula o estructura superior que en ese momento estaba colapsada, derrumbada y ennegrecida. Árboles, musgos y líquenes intentaban ocultar los escombros incinerados. 

- Eso fue un templo, tan sólo es el resultado del estornudo de un dragón – dijo graciosa. 

- ¿Dragones?¿Un dragón de verdad?- dijo ensimismado. 

- Claro, ¿Allí los tenéis de mentira? – contestó con sorna, pero por la cara de Adrián accedió a explicar.. 

- Sí, existen los dragones, al menos existían…hace tanto tiempo que no se ven criaturas… que no se ni qué es real o qué es producto de mi imaginación. 

- ¿Por qué no lo habéis reconstruido? ¿Ya no tenéis tanto poder? 

- Además de que el poder va mermando, no lo podemos reconstruir por Hördtein. O te unes a él, le muestras juramento y lealtad o te condena a la miseria. Si se reconstruye, manda hirasy y lo tiran y matan a la familia de los que han colaborado y a ellos se les condena a ser sus esclavos en Kÿsbrum. Al final, a pesar de seguir estancados eternamente, muchos magos acaban perdiendo facultades para captar la energía, acabando siendo casi simples humanos. 

Continuaron andando por la vía empedrada, atravesando las casas y cabañas construídas. Bajando una cuesta llegaron al final del pueblo. A poca distancia, se veía una gran casa de piedra, rodeada con jardines que disfrazaban las ruinas que anteriormente había en sus cimientos. En la planta de abajo había luz. 

Dejaron los caballos en el jardín de la casa, era una finca grande. Adrián seguía a Lyria, la pelirroja empujó la puerta de entrada y se dirigió directamente al salón. Allí estaba un hombre de pelo castaño con alguna cana. Tenía los ojos verdes, barba cuidada y vestía con túnicas como los magos que había visto en los libros, películas y videojuegos. En cuanto les vio entrar, sacó una vara de madera de la manga y les apuntó con ella. Al ver a Lyria fue corriendo hasta ella. 


- ¿Dónde estabas? ¿Por qué te fuiste en la noche? – su mirada reparó en Adrián, entonces cogió a su hija del brazo y le preguntó 

- ¿Quién es? ¿A qué ha venido? - entonces mirando al chico - ¿Has ocasionado tú que se escape? – los jóvenes le miraron extrañados, Lyria tranquilizó a su padre: 

- ¿No has recibido la nota de Limëy? – Däemian le miró con el ceño fruncido. 

- ¿Limëy? ¿Mi prima? - preguntó sorprendido el hombre. 

- Sí papá, ella dijo que te había avisado de nuestra llegada.- le contestó. 

- Aquí no ha llegado nada – El padre se sentó en un sofá desgastado, empezó a tranquilizarse y les ofreció asiento. 

- ¿Qué quiere ahora?... ¿Ahora se acuerda de nosotros? es más ¿Cómo fuiste hasta allí? Hay varios días de camino. 

- Papá tranquilízate – dijo Lyria amablemente. Adrián observaba mientras la habitación, se fijó en el resto de muebles, había estanterías y otro viejo sillón, en un lateral enfrente de una chimenea. Däemian respiró y acariciándose la barbilla le dijo a su hija: 

- Explícate… - dijo sin quitar ojo a Adrián. 

- Mientras dormía vino a por mí un sacerdote del bosque, me llevó al templo y la que consultaba era Limëy. Le pedí ayuda para no quedarme con ellos después y por suerte, me salvó. 

- Menos mal… 

- Adrián – dijo señalando al chico - ha llegado desde el segundo mundo. El ejército de las crines rubí fue a por él, el rey oscuro le quiere para sus planes. Limëy nos salvó, y huimos hacia aquí en cuanto pudimos, pero cuando nos giramos en el camino – Lyria, paró para dar un respiro, tenía los ojos vidriosos – el palacio de Limëy estaba ardiendo. Hëld ha caído ¿Crees que habrán muerto? – finalizó entristecida. 

- Seguro que no, no te alarmes – intentó tranquilizarla Adrián. Däemian les miró apenado, pero al instante preguntó alarmado. 

- ¿Os han seguido? ¿Cómo llegasteis tan rápido? 

Los dos adolescentes se miraron con nerviosismo, entonces Däemian se dio cuenta de que corrían peligro 

- Cogimos varios caballos erŷzrens, les habían puesto yphëms para aumentar su velocidad. – explicó Lyria cohibida. 

- Vinimos cuanto más rápido hemos podido – apoyó por primera vez Adrián. 

- ¿Cómo se os ocurre? ¿En qué estabais pensando? Recoged todo lo que podáis, nos iremos con tus hermanos a casa del abuelo, allí estaremos más seguros – les ordenó Däemian con severidad. 

Lyria obedeció a su padre y junto con Adrián, recogió todos los artículos de valor como ropa y libros antiguos. 

Salieron de la casa a hurtadillas. Cargaron los enseres en sus caballos y lentamente salieron de la finca dejando allí los crines rubí. Cruzaron el camino empedrado y siguieron de frente para camuflarse entre los árboles del bosque. Desde esa posición tenían una excelente vista sobre el camino que llegaba hacia la casa.





Fhêdrik atravesaba el bosque de Hëldary a lomos de su caballo. Le seguían varios hirasy acompañándole persiguiendo al chico. Tenía que conseguir encontrarlo antes que Hördtein le llamase de nuevo ante él. No le iba a permitir otro fallo después de perderle en el transporte.

 

En cuanto se había recuperado de la parálisis, avisó de la huida y emprendieron la persecución. Tenían que ir en uno de sus caballos, no podrían haber avanzado tanto sin la magia y la potencia de las gemas.

 

Notaba ebullir las mentes de sus secuaces, ansiaban el reconocimiento del Ser Oscuro, imaginando su caída de la cuerda floja, para ocupar su puesto. No sabían que se lo entregaría con gusto, solo le salvaba la amistad que un día se profesaron ambos. Él había sido testigo de su transformación, él le había ido apoyando siempre y jamás le había visto una mueca  ni un gesto de agradecimiento. Había dejado muchas cosas por él, creyendo que tan sólo sería un enfado como siempre, pero había podido contemplar como su corazón se hinchaba cada vez más de odio, envenenándose por el orgullo, anhelando cada vez más venganza y poder, hasta convertirse en lo que era. Un monstruo. Un ser al que muy a su pesar, no le temblaría la mano si le tuviera que arrancar el corazón mirándole a los ojos, un amigo en el pasado que sería su verdugo, sin dudarlo.

 

Continuaron el camino del Este, hasta que tras el ascenso de una leve montaña, pudieron contemplar en el interior del ancho valle, luces de candiles en la lejanía. Habían llegado a su destino. Las capas de los hirasy ondeaban con el viento, el galope resonaba en los árboles del bosque que rodeaba la villa. Irrumpieron con estruendo en las desiertas calles, y las crines caobas relucían con el fuego de los candiles de las casas.

 

Drâica presentaba una imagen triste, derruída, abandonada con todo el esplendor de su pasado en ruinas. Pararon los caballos junto al Ákyr que sobrevivía a duras penas en la Plaza Mayor. Fhêdrik sacó una daga de su bota y apuntó con ella al cielo:

 

-          ¡Deîknym yphëms kabyppös!- la daga se iluminó y expulsó una pequeña bola de fulgor dorado. Fhêdrik colocó la daga sobre las palmas de sus manos, a la espera de la señal.

-          ¿Estáis seguros que venían hacia aquí? – preguntó uno de los hirasy. Antes de responder, el chirrido de una puerta cercana, retumbó en la plaza. De las ruinas del templo salía una anciana.

-          ¿Qué quiere? ¡Vuelva dentro! – gritó uno de los jinetes.

-          No sois bienvenidos aquí, ¡fuera! – continuó la mujer bajando por la escalinata

-          ¿Qué has dicho? -preguntó amenazante el hirasy.

-          ¡Fuera de Drâica! Sois miseria – insistió la mujer bajo su tunica avanzando a paso sereno hacia ellos. En ese momento, la daga se iluminó en las manos de Fhêdrik con un halo dorado, levitó y comenzó a girar sobre sí misma como una brújula.

-          ¡Vamos! Ya los ha encontrado – ordenó Fhêdrik al resto.

-          ¡Estúpida! – gritó el hirasy a la mujer antes de espolear su animal para seguir a los demás.

 

Abandonaron la Plaza y atravesaron la villa siguiendo las indicacionesde la daga, dejaron atrás las calles más reconstruidas para continuar el camino empedrado que salía de Drâica. Pasando por delante de una casa, la daga salió disparada contra el suelo.

 

-          ¿Qué ha pasado? Preguntó con sarcasmo uno de ellos.

-          Es magia de protección para no ser localizados. – respondió Fhêdrik cortando la conversación.

-          Están los caballos en el lateral, deben estar dentro – dijo uno de los hirasy.

-          ¡Ræsom! Mirad dentro de la casa, no puede escapar.

-          Señor, aquí no hay nadie- gritó desde el interior.

-          ¡No puede ser! ¿Dónde está Däemian? ¿Y sus hijos?- espetó Fhêdrik enfadado. - ¿No decía la carta del hada que los esperase y acogiese en casa?

-          Fhêdrik, vámonos, ya han huído, total, el señor nos castigará de todos modos- dijo un Hirasy saliendo de la casa.

-          ¿Por qué? ¿Por no tener al chico? –preguntó Fhêdrik. – solo a mí, tranquilos. 

-          Habéis vuelto a fallar, no lo olvides – añadió otro soldado bajándose del caballo.

-          Si Däemian ha huído y no ha seguido las instrucciones de la carta, no es culpa nuestra. – intentó defenderse.

-          ¿Qué carta?.... ¿Ésta tal vez? – preguntó el soldado que había desmontado sacando de su túnica negra un pergamino atado con un cordel.

-          ¡Maldito seas Tÿndur! Sólo tenías que leerla.  ¿Por qué no has enviado eso? – gritó cabreado Fhêdrik. - ¿Por qué no acatas las órdenes?

-          No sólo yo señor – dijo con sarcasmo mientras tres más se ponían al lado de Tÿndur encarándose hacia él.

-          Estamos cansados de tus torpezas y que estropees siempre los planes. No ha sido idea nuestra, seguimos órdenes, pero podría habérsenos ocurrido a nosotros. Debes morir y dejar tu puesto a alguien mejor.

-          Alguien que sienta el interés por el imperio del señor – añadió un hirasy bajito enseñando una lengua cortada, bífida en su sonrisa.

 

Fhêdrik sacó sus dagas al instante y comenzó a atacarle. A su lado tenía a Ræsom y a Fömsy, un hombre regordete que nunca parecía tener muchas ganas de moverse. Los demás sacaron sus armas también, dispuestos a acabar con él.

 

Lanzó la primera daga y se clavó directa en la frente del hirasy con esa lengua cortada bífida. Ræsom comenzó a pelear con su espada con otro hirasy, mientras Fömsy lanzaba maldiciones hirientes a otro. Fhêdrik comenzó a luchar con Tÿndur. El acero de la espada resonaba y soltaban chispas al chocar contra su daga. En una envestida del rebelde se agachó y le cortó en las piernas. Los gritos retumbaron en la noche.

 

Ræsom, con gran ímpetu, le cortó la cabeza a su compañero y fue a ayudar a Fömsy. Tÿndur atacó con su espada el pecho de Fhêdrik, pero la cota de malla que llevaba bajo la túnica le salvó del corte, cogió la daga de la frente del bajito, en un movimiento rápido se guardó la otra daga y apuntado al rebelde:

 

-          ¡Evêkäns! – de la daga salió un rayó que se transformó en una serpiente de luz. Rápidamente constriñó a Tÿndur y sin romperle los huesos, le mató a mordeduras. Mientras el hirasy terminaba de agonizar por los desgarros, Fhêdrik lanzó la daga al que aún quedaba luchando con Ræsom. Como si la cabeza fuera de gelatina, el arma quedó atravesada entre las sienes. Se acercó firme y sacó el arma para limpiarla en la capa del yacente.

-          ¿Está bien señor? – preguntó Fömsy.

-          Sí, gracias por vuestra lealtad, sea cual sea la razón por la que habéis peleado por mí. – dijo distraído.

-          Sólo había que querer vivir. – contestó el regordete riéndose apuntando los cadáveres.

-          Él tampoco permitiría que nos relevemos a la jerarquía establecida, aunque seas un inútil, es egoísta lo sé. - respondió Ræsom en referencia a su señor.

-          Destrozad la casa, que no quede nada en pie, no tendrán a dónde ir. Quedáos aquí vigilando por si vuelven. Estaré en la casa más cercana, mañana registraremos todo lo que quede, y después que sea lo que Gheiné quiera. – Fhêdrik se montó en el caballo y se fue dejándoles allí.

 

Ræsom y Fömsy, vencieron los hechizos protectores, metieron los cuerpos de los hirasy en la vivienda y la prendieron fuego. No sabían que, en la penumbra del bosque, al otro lado del camino, estaban los sujetos que buscaban. Apenas habían sacado las cosas de la casa, escucharon resonar los cascos de los caballos por la vía empedrada.

 

Habían contemplado escondidos, la pelea, y ese instante veían como la casa era destrozada con la magia, mientras era devorada poco a poco por las llamas. Lyria quiso salir corriendo y herirles, detenerles, pero su padre le agarró el brazo y la abrazó para consolarla.

 

A Däemian le brotaban sin cesar lágrimas por los ojos, de impotencia, no quería enfrentarse a ellos con los chicos allí, debía protegerlos. Los hombres de Hördtein, estaban destruyendo lo que quedaba de su vida, sus recuerdos, el trabajo y el esfuerzo de salir adelante. Cuando los dos hirasy fueron al otro extremo de la finca para vigilar, Däemian se levantó, agarró uno de los caballos e instigó a moverse a los jóvenes, con todo su dolor.

 

Siguieron un pequeño sendero que había entre los árboles, los robles crecían muy juntos y hacían del camino un estrecho pasaje. Los sonidos del bosque crispaban los nervios de Adrián, estaba nervioso, le costaba asimilar todo.

 

Al rato de caminar bajo la luz de la luna, llegaron a una gran casa, toda hecha de piedra. En el piso superior, se veía el reflejo de las llamas en una habitación. Metieron los caballos en un pequeño establo junto a la casa y cargando con todos los objetos llamaron a la puerta de entrada. Pasó poco rato antes de que les abriera la puerta un hombre anciano. Su barba era muy blanca y sus ojos eran azules como témpanos de hielo. Llevaba una espada en la mano, un gorro en la cabeza y su túnica era de raso. En cuanto les vio, les hizo pasar rápido y asomó su cabeza para vislumbrar el entorno para después cerrar rápido la puerta.

 

-          No habléis, seguidme. – dijo con voz severa.

 

Les acompañó hasta el piso superior donde habían visto luz. La habitación contaba con amplios sillones y unas cortinas extravagantes que cubrían las ventanas. Había estanterías con raros artilugios, encima de la chimenea había un conjunto de plumas de todos los colores formando un abanico. El anciano se sentó en un butacón cerca del fuego y les hizo sentarse en un sillón paralelo, cuando estaban acomodados habló:

 

-          Aquí es seguro hablar. Sé que los hirasy han asolado tu casa, la pequeña Ly fue oráculo y mi sobrina la recogió - dijo plácidamente.

-          Sí, padre, ¿habéis consultado la bola?- preguntó Däemian.

-          No exactamente.

-          ¿Dónde están los chicos?

-          Se han ido a dormir temprano, mañana saldrán a cazar.- le contestó el anciano a su hijo.

-          ¿Qué vamos hacer ahora?, no podemos reconstruir la casa – Dijo Däemian disgustado.

-          No os preocupéis, podéis quedaros aquí, la casa está protegida con encantamientos fuertes. Quedaros todo lo que queráis. – dijo el hombre colocándose el gorro de dormir.

-          Lo sé pero ... – empezó Daemian

-          No me molestaréis, yo ahora tengo trabajo por delante ¿verdad? – preguntó mirando a Adrián atravesándole con la mirada.

-          No sé a que se refiere – dijo el joven.

-          No te preocupes muchacho venido del otro mundo, lo sabrás pronto – contestó sin inmutarse, provocando un escalofrío en el chico.

-     Lyria, te acompaño hasta tu habitación, después me iré a acostar. Adrián mi padre os dirá donde pasaréis la noche – Daemian zanjó la conversación. La muchacha se levantó del sillón, se dirigió hasta su abuelo y le dio un beso. Después se despidió del joven con una sonrisa y abandonó la estancia con su padre.   




                                                                                                                          SIGUIENTE CAPÍTULO

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