II. HËLDARY


Estaba sentado en un suelo cubierto de hierba.

Se levantó rápidamente y vio que no estaba en la cueva, sino en un lugar verde. El olor a tierra mojada le reconfortó, pero a su vez le aterrorizó. Se estaba volviendo loco, esas alucinaciones no podían ser normales. ¿Dónde estaba la gruta? ¿Qué debía hacer? ¿Quedarse allí? No podía creer nada. La risa nerviosa comenzó a aflorar en su cara mientras giraba sobre sí mismo esperando que alguien saliese gritando: ‘¡Es broma!

Se mantuvo de pie durante un rato, más tarde se sentó y comenzó a acariciar las briznas de hierba fresca, sin saber cómo, acabó arrancándolas cada vez con más fuerza. No podía esperar más en silencio, no tenía el móvil y no creía que alguien diese con él en ese lugar inhóspito. Tenía la esperanza de que le buscasen en la cueva, le vieran tirado en el suelo con un golpe en la cabeza y consiguieran despertarle, pero el tiempo parecía avanzar y nada ocurría. No podía estar parado sin hacer nada, iría a buscar ayuda.

Los árboles cercanos parecían esconder un sendero que se adentraba en la gran arboleda. El camino era muy salvaje, grandes ramas se atravesaban, enormes zarzas crecían por doquier y debía ir sorteando gruesas raíces. Su cabeza seguía en estado de shock, debía de estar soñando, se resistía a pensar que acababa de perder el juicio. No podía estar ahí, era imposible. Después de andar un tiempo y no encontrar ningún atisbo de civilización, se vio desesperado, no conseguía tranquilizarse, y para más inri empezaba a estar cansado y a tener hambre. Hacía unas horas que había comido, pero su estómago parecía un león enjaulado.

Adentrándose más en el bosque, perdiendo la noción del tiempo vio frambuesas silvestres al lado de un pequeño arroyo, y aunque pocas, decidió comerlas. El vacío que sentía en su estómago le desapareció de inmediato.

Cuando notó que la luz dejaba de entrar entre las ramas de los árboles y el día estaba acabando, su paciencia también comenzó a extinguirse. No quería caminar más, no podía continuar esa mentira ¿Un loco se daría cuenta que ha perdido el juicio? Antes de responder y enfadarse de nuevo, un fuerte dolor de estómago le sacudió, provenía de sus entrañas. Continuó andando, pero los pinchazos en el abdomen le afectaban demasiado, la vista se le nublaba y los dolores aumentaban. Se encontraba mal, pero debía aguantar, tenía que despertar o regresar a casa. Al final se desmayó en un pequeño terreno despejado que había en aquel extraño bosque.

La noche se cernió sobre la arboleda y el claro comenzó a iluminarse. Miles de luciérnagas cubrían el suelo en el que se había desmayado. De los árboles provenían pequeños gritos agudos que llenaban el lugar. Una luz blanca procedente del aura de un ser extraordinario empezó a surcar el aire calmado de aquella noche. La luz llegó hasta el cuerpo tirado del joven, el ser poseía alas transparentes similares a las de las libélulas, pero mucho más grandes.

La piel de aquella criatura tenía un tono más pálido al de los humanos de tez clara. Sus mofletes estaban encendidos y el pelo era rubio, recogido con tallos de hojas, y le caía en tirabuzones como rayos de sol por la espalda. Sus ojos eran verdes y su sonrisa blanca como la nieve.

El ser tenía el tamaño de un humano mediano, y con sólo levantar el brazo, todos los sonidos del bosque cesaron. Su aura brillante, junto con las luciérnagas y la luz de la luna, daban un aspecto ensoñador al claro. Con una simple palabra, ella y el joven desaparecieron del bosque para aparecer en una habitación.

La criatura llamó a una enfermera y rápido la puerta de la estancia se abrió. Se trataba de un ser de la misma raza, pero en proporciones mucho menores. El color de la piel era igual, los ojos azules y el pelo le caía moreno y liso, sobre los hombros.


-          ¿Me ha mandado llamar alteza? - dijo el hada con mucha gentileza.
-          Si, Jäesmine, quiero que cuides del muchacho.
-           Pero señora, es…. – la reina le miró impactante
-          ¡Chhssss! este no es lugar seguro para hablar. Nadie en el mundo debe saber que ha logrado atravesar las barreras.  ¡Ten precaución!

 La reina desapareció y dejó allí a la pequeña criatura al cuidado de Adrián.

-          Buenas noches Limëy – le dijo el hada masculina que estaba esperándola al lado del trono.
-          Buenas noches Sylvain, te he reunido para decirte que algo inexplicable ha sucedido. – El enorme salón estaba desierto, apenas iluminado por varios candiles colgados en las columnas que delimitaban el espacio central.
-          ¿Qué queréis decir con eso? – preguntó el consejero.
-          Se debe evitar que nadie en Thirenae se dé cuenta de lo que acaba de acontecer – Sylvain le miró con una ceja levantada impaciente.
-          Lo siento majestad, pero no sé lo que acaba de ocurrir.- Limëy, comprobó alrededor y observando cada esquina, cada columna de la sala del trono e incluso detrás de la cortina de terciopelo verde que daba a las escaleras de la torre, empezó a contarle.
-           Hace unas horas he recibido la noticia de que un humano del otro lado, había atravesado las barreras …
-          ¿Se ha recuperado el manantial?- le interrumpió.
-          No, no lo sé. Lo que es importante es que había llegado al claro de Hëldary y se había desmayado.
-          ¡Por Gäelid! Eso es imp..
-            He ido a echar un vistazo, pues no cabía en mi asombro. – continuó la reina sin reparar en la nueva interrupción - Al llegar le vi y le traje hasta los aposentos… de….- Sylvain carraspeó y le interrumpió de nuevo.
-          Majestad ¿podría verle? Intentaría informaros de todo lo que pueda descubrir – Limëy sabía que su consejero, que había sido también el de su padre, había estudiado artes mágicas y había llegado a enseñar a humanos magia cuando todavía estaban en pie las escuelas.

Los únicos humanos que quedaban en esa tierra, eran los presos y esclavos de Hördtein. El equilibrio ya no existía, nada en el mundo era lógico; las criaturas o se mataban unas a otras o se recluían escondidas. Cada vez se iban extinguiendo más pueblos y con el paso de los siglos nadie había podido frenar la ira del mal, cada vez quería más poder; la mayoría de los magos habían perdido sus facultades mágicas de no usarlas, se habían convertido en simples almas deprimidas encerradas en un cuerpo de carne y hueso que no envejecía. Los humanos eran los únicos de Thirenae que morían de forma natural, porque no había magia en ellos, su organismo dejaba pasar el tiempo y la degeneración,  aunque en Thirenae los demás seres se hubiesen estancado.

-          Antes de ir a verle, me gustaría que me contara lo que le preocupa Limëy, no debéis agobiaros. ¿Qué os ocurre? - la Reina le miró apesadumbrada.
-          Tengo miedo. Temo por nuestra tierra, por todo lo que pueda suceder. El humano está soñando como todos los que nos han visitado siempre, pero si ha entrado de manera consciente, en vez de quedarse en la sala del sueño, significa que..
-           le han trasladado de espacio y tiempo – terminó Sylvain
-          ¿Es posible? ¿Puede que sea… ¿Estamos preparados para volver a combatir?
-          Hay que ser prudentes. – atajó el consejero.
-          Lo sé… pero..
-          Esté tranquila majestad, sabrá llevarlo bien como siempre.
-          Estás muy equivocado Sylvain, mi cabeza está agotada y siento que mi poder se va, va mermando, desaparece. – El consejero le miró expectante.
-          Poco a poco voy perdiendo fuerzas, quizá algo detrás de la zona prohibida u otra cosa me esté robando mis poderes, necesito ayuda o si no, veo que mi reinado está llegando a su fin.
-          No diga eso majestad, lleva más de cinco siglos gobernando y espero que sean muchos más.
-           Llevamos tanto tiempo por la maldición de Hörd… , ese despiadado, nos ha metido en la desgracia y las penas que está haciendo pasar a la gente las va a pagar muy caras. – dijo limpiándose una lágrima blanca, que le escurría por la mejilla.
-          Le daremos su merecido majestad, los refuerzos que esperamos si se hacen rogar serán poderosos.– le animó.
-          Gracias por tu honra Sylvain. – El consejero, de piel algo más oscura y cabellos rubios, aparentaba los sesenta años de la raza humana, le miró con sus ojos amarillos y la reina se tranquilizó al ver aquella paz en ellos.
-          Gracias por no fallarme nunca – dijo con una gran sonrisa.
-          Siempre podrá contar conmigo majestad.

Anduvieron los corredores hasta la habitación de Adrián. Estaba despierto y tenía a Jäesmine agarrada por los brazos, hablándole y preguntándole cuando se iba a despertar de ese sueño.

Limëy se acercó y mirando a Sylvain le dio la palabra, entonces éste se explicó:

-          Bienvenido a Hëldary, reino de las hadas muchacho. Estás en Thirenae, la tierra de los sueños para los de tu mundo. Soy Sylvain, consejero de la corte y sospecho por tus síntomas – decía mientras le atravesaba con la mirada - que has sufrido una intoxicación al ingerir frutos de plantas mágicas salvajes ¿Cierto?- terminó solemne.
-          ¿Reino de las hadas? ¿Sylvain?... me estoy volviendo loco.- decía Adrián asustándose.- ¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude por favor! ¡SOCORRO! – añadió gritando al observar los seres que tenía delante. – Intentó levantarse de la cama pero no podía moverse.
-            ¡Cálmate! ¿Cómo has entrado aquí? ¿Quién te envía?- le cortó el consejero con aires teatrales. 
-          ¿Thirenae? ¿Por qué estoy hablando con hadas? ¿esto existe de verdad? ¿es un sueño?..... espera ¿las hadas no son más pequeñas?- continuó diciendo Adrián muy nervioso, exasperando al consejero con tanta pregunta. Jäesmine soltó una carcajada que se oyó como un chillido agudo.
-          Las hadas somos de distintas proporciones, pero mayoritariamente somos muy pequeñas. Sin embargo, la familia real, junto con el consejo y sus sirvientes somos más grandes debido a nuestras raíces élficas.- explicó Limëy con una amplia sonrisa.
-          Parece ser que gente de tu mundo, está aliada con Hördtein y éste…
-          ¿Mi mundo?¿Éste es otro?.. Si solo hay uno - replicó el chico interrumpiendo al consejero.
-           Sí, hay uno, pero está dividido en tres. El humano que tú conoces, el mágico que es éste y el de los muertos, que está dividido en dos – Adrián miraba todo extrañado.
-          Si es así ¿por qué habláis mi idioma? – las hadas se miraron, Limëy se sentó en el regazo de la cama y acariciándole la mejilla le dijo:
-          En este momento estás soñando y las barreras traducen nuestra lengua, pero si algún día entrara alguien en realidad no lograría entenderse con nadie, a no ser que se le conjurasen los oídos.
-          ¿Y qué hago para volver a casa?¿Cómo puedo despertar? Quiero irme de aquí- dijo alterado y asustado. - ¿Me he caído en la cueva y me he golpeado? ¿Es eso?
-          Si no estás aliado con ellos y haciendo teatro, deberás buscarlos antes de volver a casa – dijo el consejero.
-          ¿Tengo que encontrar a esas personas y ya está? ¡No me engañéis! ¿Qué me ha pasado? – preguntó Adrián.
-          No solo debes encontrarles, sino descubrir las armas…
-          ¡Es una locura!....me he vuelto loco…me he vuelto loco – decía balanceándose mientras se tocaba la cabeza - ¿Por qué me ocurre esto?- preguntó levantándose de repente de la cama con la mirada perdida.
-          No estás loco, todo esto es real – dijo la reina.
-          ¿Real dices? ¿Ésto es real?- dijo señalando las alas de Jäesmine.
-          Sí, muchacho..
-          Adrián, soy Adrián aunque ya lo sabréis, sois fruto de mi mente. ¿Qué me ha pasado?
-          Todo es real Adrián. – insistió Limëy.
-          En caso de que fuera cierto… ¿Cómo lo voy a hacer? - La reina le sonrió y le apuntó con un dedo, le cambió totalmente las vestimentas. Definitivamente no estaba cuerdo, toda la presión que había aguantado durante sus años escolares había terminado por trastornarle. ¿Se había quedado dormido o no recordaba algo grave que le había pasado en la cueva?

-          Permíteme que me presente, soy Limëy, Reina de Hëldary.

-          Me gusatría decir que encantado… - Sylvain le escudriñaba y casi se sentía herido por su mirada amarilla – majestad – dijo con una leve reverencia burlesca.
-          Cuando consigas encontrar a la persona que te ha enviado a esa otra época y que sabe crear un portal, ven a visitarme, ¡Toma intensa precaución!¡ Intentaré tener todas aquellas respuestas que buscas!¡Tienes que ayudarnos!
-          ¿Cómo que otra época?¿No has dicho que estaba dormido?¿Cómo voy a saber quiénes son? ¿Dónde están? ¿Qué es esta ropa?- decía Adrián alterado.
-          Cuando una mente atraviesa tanto las barreras del mundo es porque ha sido trasladado en el espacio y en el tiempo sin conciencia de ello. En cada época de tu mundo hay personas que saben abrir portales. El servidor o seguidores de Hördtein estarán cerca de donde estás, quizá no sepas quien puede abrir el portal, pero es algo que debes averiguar.
-          ¿Entonces estoy durmiendo y además en otra época de mi mundo?- seguía preguntando incrédulo profiriendo risas nerviosas.
-          ¡Exacto! alguien te envió allí, haré que te despiertes- dijo Limëy mientras él hacía lo posible por no perder el conocimiento por la impotencia, era demasiada información increíble.
-          ¡Espera!… debe haber algún error, dime la verdad, asumiré que me tienen que encerrar…¡No!¡Espera! - la reina dio por terminada la conversación.

Mientras Limëy se acercaba Adrián buscaba una salida para escapar, pero se quedó paralizado al mirarse en un espejo que había en la habitación que no le devolvía el reflejo. Jäesmine, con su cuerpo de niña pequeña, se despidió de Adrián.

Limëy le apuntó con el índice y susurrando se abrió un remolino de colores que lo confundió mucho más. Su mente comenzó a dar vueltas, seguía luchando por huir de esa locura. Lo último de lo que fue consciente fue su llegada a otro suelo instantes antes de caer profundamente dormido.


                                                                                                           SIGUIENTE CAPÍTULO

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