El Salón del Trono de Hëldary, estaba iluminado por antorchas. Limëy estaba sentada en su cómodo sillón, mientras que Sylvain, estaba en su banqueta aterciopelada verde.
-
¿Recordáis cuando se rompió el equilibrio?- comenzó a preguntar
Limëy algo más sosegada.
-
Sí, majestad, ¿Por qué lo preguntáis?¿Se ha referido a ello
el oráculo?
-
Mi padre reinaba entonces, y he supuesto que os diría
algo acerca de algún escrito, profecía o… algún pergamino ¿no? – Los ojos del
consejero se iluminaron, la boca se le quedó un poco abierta.
-
Majestad, prometí no hablar sobre esto, a no ser que
fuera el momento.
-
¿Qué ocurre?¿Por qué no puedes hablar?
-
Hice una promesa a vuestro padre.
-
El cetro me eligió heredera, Sylvain. He demostrado lealtad
suficiente a nuestro pueblo y nuestras costumbres. ¿Por qué no me habíais hablado
de ello hasta ahora?
-
Como os he dicho, debo esperar a que sea el momento ¿ha
dicho algo el oráculo de ese…fatídico día?
-
No ha dicho nada más que lo que ha dicho Sythaël en la Gruta.
– dijo con recelo recordando la negativa del Consejo.
-
Entonces…
-
No podemos esperar Sylvain, ruego que me lo contéis
cuanto antes. Aún no sé por qué habéis estado callado tanto tiempo. – dijo Limëy
con mirada severa. El consejero movió su brazo y apareció una burbuja transparente rodeándolos, quedando totalmente aislados.
-
Está bien. - comenzó estando ya protegidos ante escuchas - Parece que cuando todo ocurrió, aunque es
más mito que realidad, el último guardián del equilibrio entró en trance y gritó
una profecía antes de morir. Se dice que, ésta fue captada por algún Säelfin que
estaba meditando en otro lugar de Thirenae en ese mismo y preciso momento. Fíjese,
qué casualidades ¿No cree? Todo pueblo inventa ideas poderosas para poder
sobrellevar la falta de esperanza ante el poder de la oscuridad.
-
¿Qué insinuáis Sylvain? ¿No creéis que pudiera haber
una posibilidad?
-
Es demasiada coincidencia y derroche de poder por parte
de ambos, es increíble hasta para Thirenae. Pero de existir, dicha profecía
sería un Iskyem.
-
¿Iskyem? ¿Como los Papiros de Poder de Keiós? –
preguntó la soberana.
-
En efecto, es lo mismo. Según la magia ancestral, la
profetización es una magia tan arcaica e inusual, que se protege a sí misma,
resida donde resida su contenido. De ser algo real, sería un escrito que
mencionaría …un Majësh, quizás el prisma para recuperar el equilibrio.
-
Sylvain y… ¿dónde estaría? – le interrogó la reina.
-
El lugar donde se
encuentra, no lo sé mi reina, como os he dicho dudo de su existencia.
-
¿Seguro que no lo sabéis? –insistía la soberana. – no
es momento de seguir guardando lealtad a mi difunto padre.
-
No alteza, siempre soy sincero con vos.
-
¿Y algo más sobre ello? Aunque sean leyendas.
-
No, majestad.- dijo Sylvain tajante.
-
Bien…podéis iros a descansar, gracias
-
De nada mi reina – concluyó el consejero antes de
desaparecer.
Limëy atravesó los cortinajes
verdes de un lateral del Salón, y subiendo la escalera de caracol, accedió al tronco
de Hëld. En su interior ascendía otra escalera, iluminada por cristales
luminiscentes. Llegó a sus aposentos, abrió las cortinas y salió a su balcón
para sentarse a meditar, observando la bruma que cubría el bosque. El cielo despejado
salpicado de estrellas se veía diferente. El resplandor rojizo se hacía más
notable, se divisaba tenuemente la forma del astro rojo. Aparte de resignada
por la decisión del Consejo de la Lágrima, estaba preocupada. No sabía como
afrontar el camino que se presentaba. Su mente estaba en ebullición, debía ser
cauta, no dar pasos en falso sin cerciorarse de haber previsto todo. No podía
ocultarlo mucho tiempo al resto de la Congregación Mágica. ¿Qué haría con
Adrián? ¿Cómo le protegería? ¿Sería realmente el que esperaban?¿Sería capaz de canalizar la magia? ¿lo aceptarían
siendo del otro lado?
Un gran búho se posó de repente
en la balaustrada labrada del balcón. Limëy se asustó con su mirada ambarina,
era fija y penetrante. Se levantó para acercarse, el ave inició el vuelo y se
transformó en un anciano de larga barba gris y pelo ceniza.
-
No te asustes – dijo con voz grave el hombre.
-
¿Padre?... – dijo confusa.
-
¡Ahh no! Aunque tiene su pequeño sentido del humor que
aún nos confundan. – dijo sonriendo el anciano.
-
¡Tío! No recuerdo haberos visto nunca como un búho. –
dijo la reina.
-
En verdad,
parece que no recordáis que tengáis más tíos que Sythäel, de hecho ni un amago
de imaginar que existimos, pero no os lo tengo en cuenta. No envidio tu
posición hija.
-
Lo siento de veras – dijo Limëy algo avergonzada. Su
tío se acercó y le abrazó.
-
Sentémonos – dijo el anciano echando a un lado su capa
azul marino.
-
¿Estás aquí por Lyria?
-
Si un trasgo, sacerdote del bosque, entra en casa de mi
hijo y se llevan a mi nieta, me entero. Pero no…Lyria sé que estará bien en
cualquier sitio, es fuerte. No iba a permitir que se quedara allí, sin embargo,
te agradezco que la trajeras aquí a salvo.
-
No hay de qué, no podía hacer menos. ¿A qué debo la
visita entonces? – preguntó Limëy.
-
Vengo por el chico.
-
¿Adrián?
-
¿Se llama así? ¡Qué curioso!
- ¿Cómo lo sabes?¿Qué quieres de él? – preguntó desconfiada.
- ¿Cómo lo sabes?¿Qué quieres de él? – preguntó desconfiada.
-
Dulce Limëy, sabemos que es especial. – le dijo con
ternura evadiendo las preguntas.
-
¿Crees que él ha provocado la aparición de Aimára?
-
No lo sé, pero tampoco me parece una locura si fuese cierto.
Tu astrónomo… ¿Cómo era?
-
Seräephin
-
Oh, sí, el chico de Gäladryel. Habrá visto el cielo, la
runa se ha formado completando el sello esta noche.
-
¿Y qué propones?
-
Tengo que adiestrarle yo, quiero formarle en la magia y
hechicería.
-
Aún no sabemos si es capaz de controlar la energía
-
He visto zoquetes del otro lado lograr grandes cosas
con menos. ¿O no quieres? ¿Se lo has comunicado a la Congregación?- Limëy
suspiró y quedó en silencio.
-
No, ha sido tan rápido…
-
No sabes qué hacer pequeña princesa – le dijo
cariñosamente el hombre apartándole un tirabuzón dorado de su mejilla.
-
Había pensado esa posibilidad, no puedo negarlo, pero
prefiero mantenerlo de momento aquí en Hëldary.
-
No podrás protegerlo ni retenerle siempre.
-
Lo sé … Además él le busca, le necesita para algo.
-
Ambos sabemos para cuan infinidad de cosas le querría y
ninguna es buena para el mundo.
-
No os prometo nada Bigräel, la Congregación puede
oponerse si se entera.
-
Por suerte soy también hechicero. Desde mi expulsión no
soy bien recibido, lo sé.
-
No soy yo la que dicta las sentencias.
-
En tus manos es posible que tengas la llave que
llevamos siglos esperando.
-
Sí, puede ser – dijo abrumada.
-
Os dejo descansar ya, pensadlo detenidamente.
-
De acuerdo, dijo Limëy levantándose del asiento.
-
¿Hace falta que me lleve a Lyria?
-
No es necesario, ni molestia, al fin y al cabo también
es su casa.
-
Muy bien, espero la decisión con apremio. – El hombre
le puso una mano en el hombro, saltó y se transformó de nuevo, en un búho de
gran tamaño.
Limëy vio alejarse al gemelo de
su padre, sobrevolando la espesa bruma. Las preguntas se amontonaban en su
cabeza, las dudas, el temor a fallar en algún paso. Dejó la terraza para tumbarse
en su cama de dosel, observando su reflejo en el espejo del techo mientras pensaba
en el futuro que les venía encima, se quedó dormida.
Adrián estaba tumbado en una cama.
Por la ventana entraban los rayos de sol y el dosel blanco los dejaba pasar hasta
su cara, despertándole. Poco a poco fue abriendo los ojos, sentía mucho dolor.
Parecía que no había muerto. Sylvain debía haberle rescatado. ¿O habría vuelto
antes Fhêdrik?
Dolorido, contempló como llevaba
la misma ropa que el día anterior, la camisa estaba manchada de sangre,
rasgada, sus brazos estaban entumecidos y le dolían, todo su cuerpo le pesaba. Abrió
el dosel con temor y, aunque no le aliviaba seguir en Thirenae, contempló que era
la misma en la que estuvo cuando entró por primera vez. ¿Pero realmente estaba
despierto? ¿Estaría dormido en otra época de nuevo? Se encontraba agotado completamente.
Las paredes eran de piedra, se acercó
a un lateral de la habitación, donde había una cómoda. Allí le esperaba una blusa
acamisada con el cuello en pico y cordón verde. Demasiado medieval para su gusto,
pero estaba limpia. También, unos pantalones algo desgastados de tergal, mucho
mejor que los leotardos de la boda. Se cambió y se miró en el espejo incrustado, bordeado con runas, que estaba frente a él. Cuando lo había hecho en sueño no reflejaba
nada, pero en esa ocasión se veían colores muy tenues, una masa que no estaba
definida, como borrosa.
Se puso las botas y salió al
exterior, era un corredor que estaba desierto. De nuevo sentía la confusión en
su cabeza; giró a la derecha y por un largo corredor lleno de arcos y puertas
de madera, llegó a un salón enorme. Ya lo había visto en sueños.
Alrededor de la sala rectangular
había columnas de color marfil, por ellas, miles de hiedras grabadas en color
verde ascendían en espiral hacía el techo; el suelo era de mármol verdoso excepto
por un recuadro blanco que bordeaba el salón y un dibujo central del mismo
tono, que representaba un gran escudo de armas. Se apreciaban dos grandes árboles
plateados, bajo una estrella dorada de cinco puntas y una gran lágrima perlada
entre ellos, situada algo más abajo. Éste, se encontraba entre dos columnas
dóricas y una cinta en la que había un lema escrito, pero que Adrián no entendía.
“Velaio, Nêyro y Bonzhé”
Al fondo, había una escalinata no
muy grande en tono marfil, el trono que había sobre ella, tenía forma de hoja
de tres grandes puntas, sobresaliendo en tamaño la del medio. Todo en color dorado,
pero según la posición desde la que se observara tenía un brillo que cambiaba
el color. El asiento tenía forma de gota encima de la gran hoja simulando el
rocío temprano, las gotas de lluvia o las lágrimas.
La curiosidad le indagaba en su
mente, no podía resistir sin tocar el trono, había algo en él que le llamaba
mucho la atención. Sobre el brazo derecho que sobresalía de la gota cristalina
estaba puesto el cetro que había visto a Limëy, era bastante largo similar a un
cayado dorado. Mientras se acercaba, fue tranquilizándose, no le había
capturado Fhêdrik.
Mirando alrededor, Adrián se atrevió
a tocar los grabados del cetro, mientras lo hacía, el extremo parpadeaba, le intentó
sacar, pero no pudo, seguía acariciando el cetro cuando una voz por detrás le asustó:
-
¡Adrián! ¿Te encuentras mejor? – era la propia reina la
que le había sorprendido.
-
Sí, majestad – Limëy se acercó al trono y se sentó, Adrián
bajó la escalinata y se quedó de pie, mirando a la soberana.
-
Debo explicarte muchas cosas, pero antes debes contarme
todos los sucesos que te han acontecido.
-
Sí, porque no entiendo nada.
-
¿Cómo conseguiste entrar?- le preguntó Limëy.
-
Como os dije en los sueños…
-
¿Me entiendes bien?- le interrumpió sorprendida.
-
Perfectamente, como siempre ¿Por qué?
-
¿Te han echado algún hechizo para entendernos?
-
Que yo sepa no ¿debo preocuparme?
-
No, por nada, continúa perdóname – le respondió pensativa.
-
En la época donde desperté era muy anterior a mi tiempo.
-
¿Cuántos años?- preguntó la reina.
-
Más de mil años, gracias a que estaba en mi país porque
solo me habría faltado estar en otro diferente…- Limëy le observaba fijamente –
estaba lejos de todo lo conocido, pero conseguí orientarme… o me orientaron.
-
¿Por qué lo dices?
-
Acabé yendo a mi ciudad, que en esa época era muy
diferente, bajo la dominación árabe.
-
¿Árabe? – preguntó la reina.
-
Por seguidores
de otra religión diferente. Una época bastante inestable con muchas batallas.
-
Entiendo.
-
Acabé en Madrid, mi ciudad, preguntando por un hombre
erudito, que no recuerdo haber estudiado nunca ni haber sabido de su
existencia. – Limëy le miraba extrañada.
-
El astrónomo, este señor, me dijo que estaba
esperándome, que había susurrado a mi mente en sueños para que llegara ese
encuentro ¿Te lo puedes creer?- dijo Adrián de forma vívida.
-
¿Sabes quien era?
-
En mi mundo se hace llamar Maslama, fue alguien
importante en el mundo pero fue tan atrás en el tiempo que no se le recuerda
apenas.
-
¿Y fue él quien te abrió el portal?
-
No creo que fuera con Hördtein, él me dijo que había
gente de Thirenae ayudando a avanzar mi mundo. Sin embargo si me dio una runa
de jade.
-
¿Una runa?
-
Sí, esa runa es la que permitió que Fadrique o como sea
que se llame aquí abriera el portal – Limëy abrió los ojos sorprendida.
-
¿Se quedó él la runa?
-
No, está en mi bolsa. También tengo algo que me dio un
hombre para ti.
-
¿Un hombre de tu mundo?
-
En efecto, le conocí en la abadía donde estuve
viviendo. Se llama Ghadeo, - Limëy se levantó rápido del trono y observó el
salón.
-
No digas más aquí… o ¿era él el hirasy?
-
¿Hirasy? ¿Qué es eso?
-
Un adepto, un soldado de Hördtein.
-
Ahh, no, no lo era, pero sí su hijo Fhêdrik. No sé si actuaba solo porque otro monje llevaba un mapa con mi recorrido y nunca supe más de él tras una trifulca con los árabes. Fhêdrik también
transportó a los nobles que me acogieron.
-
¿Has dicho Fhêdrik? ¿Era él el hirasy? – preguntó Limëy
sorprendida. Adrián asombrado de la sorpresa le contestó:
-
Si, ¿Hay algún problema majestad? ¿No se lo esperaba? ¿Le
conoce? – La reina se había quedado muy pensativa.
-
No…ninguno. Siento de veras que a tus amigos se los ha
llevado de esclavos a… Hördtein, en Kÿsbrum. – seguía hablando la reina
pensativa.
-
¿Y qué va a hacer con ellos? ¿los matará?
-
Nadie lo sabe, no cesa de capturar más y más humanos o
magos a los que les quitan los poderes. Está vaciando los continentes.
-
¿Continentes? ¿Qué es exactamente Thirenae, Majestad?
-
Verás... es complicado de explicar. Puedo simplificártelo
diciéndote lo mismo que la otra vez que entraste. El universo que conocemos, está
dividido en tres partes que no terminan de separarse por lo que no son dimensiones
ni mundos separados estrictamente.Todo está unido, ligado como un todo elemental.
La primera parte es Thirenae, llamado en tu parte, mundo mágico o mundo de los
sueños….
-
Entonces ¿esto es un sueño?¿estoy soñando? – interrumpió
estupefacto.
-
No, ahora estás aquí, o eso parece. Cuando viniste la primera
vez estabas soñando, Fhêdrik te trasportó hasta su época y allí apareciste
dormido. – le explicó Limëy algo dubitativa.
-
Pero si Fhêdrik es de Thirenae ¿Por qué esa época? ¿Por
qué la runa?
-
Tendremos que averiguarlo, no sabemos qué necesita o
quiere de ti.
-
Vamos a la habitación por la entrega de Ghadeo. – Limëy
cogió el cetro y lo agitó, al momento apareció en la sala un hada bastante
pequeña, del tamaño de un bebé. Llevaba puesto un pequeño hábito verde botella.
-
Fyore ¿Sería posible que este peregrino pueda tomar
algo rápido de desayuno?
-
Claro majestad, ya mismo le traigo. – dijo con voz chillona.
Al instante, volvió a aparecer
con una bandeja de plata con una copa de zumo púrpura, un vaso de leche y un
hojaldre.
-
¡Muchas gracias Fyore!
-
Para servir alteza - le respondió con una rápida
reverencia antes de desaparecer.
-
El zumo mejor no le tomes si te sentaron mal las bayas
del bosque, aunque estabas soñando, y…la leche es de nutria, te aviso por si no
te place. – dijo la reina señalando la bandeja que levitaba frente a Adrián.
-
Gracias… mejor que no, no tengo de momento mucho
hambre, me tomo solo el bollo – dijo con sonrisa forzada, cogiendo el hojaldre.
-
Está bien, como gustes. – Le dijo Limëy, emprendiendo
el camino a la habitación.
-
¿Entonces Thirenae,
es la encargada de los sueños del mundo? - se interesó Adrián, de nuevo.
-
No exactamente. Vamos a ir al neyrnawa.
-
¿Qué es eso?
-
El manantial del sueño – le explicó dulcemente la reina
mientras se paraba junto a la puerta de la habitación. Adrián entró y sacó
rápido el paquete que le había dado Ghadeo en la cabaña.
-
Debo decir, que no sé si está bien .
-
¿El paquete?
-
No, el hombre. Se incendió su cabaña y no volví a
verle.- dijo el joven.
-
No te preocupes – le dijo la reina pensativa mientras hacía
desaparecer de la palma de su mano el objeto. Adrián se quedó alucinado viéndolo.
Llegaron a una gran escalera de piedra, que descendía alrededor de gruesas raíces de los árboles de las torres. Adrián
se quedó estupefacto por esa amplitud entre ellas.
-
Tranquilo, son las raíces de Hëld.
-
¿Estamos dentro de un árbol?
-
Aquí no, pero hay zonas del palacio que sí. – Adrián siguió
a Limëy, se fijó en algo translúcido que sobresalía a veces bajo la capa de la reina.
Debería llevar las alas recogidas como si de un insecto se tratase.
Continuaron hablando del palacio
hasta que llegaron delante de un arco de piedra que bordeaba un espejo reflejando
el inmenso corredor que había enfrente, simulando su continuidad. La reina le dio
un toque con el cetro y se retiró hacia atrás y luego hacia arriba, tanto la superficie
reflectante como la gran roca que había tras él. El pasaje bajo el arco, era
estrecho, pero daba paso a una enorme escalera que seguía descendiendo a través
de la oscuridad. Terminaba en una sala en penumbra, donde el techo no parecía
verse. El suelo era empedrado y en la estancia se divisaban columnas. Al
empezar a andar, la oscuridad iba siendo menor, grandes resplandores salían de
los pilares. Según fueron acercándose, Adrián divisó como no eran columnas, al
menos no de piedra, eran troncos de árbol, cubiertos de enredaderas con
pequeñas vetas luminiscentes. Lo que en la penumbra le habían parecido
resplandores, eran capullos, como flores gigantes a punto de estallar. Les
rodeaba un pequeño halo de luz.
La estancia parecía un bosque
salvaje encerrado en una sala de altura inimaginable. Adrián se acercó a una de
las flores e intentó tocarla.
-
¡No! Por favor – le dijo Limëy.
-
Perdón – comenzó el joven - ¿Son flores mágicas?
-
En absoluto – dijo ella sonriendo.
-
¿Qué son entonces? – preguntó inspeccionando más de
cerca. Limëy encendió tenuemente su cayado y le acercó al capullo. Adrián
vislumbró la tenue silueta de una persona en su interior.
-
¡Halaa! ¿Qué es?...¿Por qué están encerrados? – dijo mirando
a todas las tenues luces que se divisaban.
-
Son hadas, no están encerrados, están desarrollándose.
-
¿Son crisálidas entonces?
-
Efectivamente. Las hadas nacemos como elfos, o de
aspecto humano, y en nuestra adolescencia, allá por los quince a veinte años,
estamos listos para el ritual.
-
¿Tenéis un rito? – preguntó Adrián asombrado siguiendo
a Limëy.
-
Sí, claro. Es un paso muy importante para nosotros, no
sólo desarrollamos las alas, ahí dentro… también los poderes mágicos de nuestra
especie, como los polvos de hada, las lágrimas y un largo etcétera. Se inicia
por el rito del Krhýsalin, esta sala recibe ese nombre también.
-
¿Todas poseéis los mismos poderes? – se interesó.
-
No necesariamente. Hay hadas que no heredan ninguna
habilidad concreta, otras tienen polvos somníferos, depende también del tipo de
hada que sea; de tu linaje, de tu desarrollo previo. Aunque lo que sí
compartimos todas, son nuestras lágrimas.
-
¿No lloráis? – preguntó confuso.
-
Sí, al igual que tú, pero no son simple agua salada,
aunque sí que saben así, al menos para mí – le aclaraba sonriendo – tienen poderes
especiales, habitualmente curativos.
-
Eso es genial – dijo Adrián.
-
No cuando te persiguen para esclavizarte y recogerlas.
-
¿Os hacen eso? – preguntó mientras sorteaba otra gran
raíz.
-
Hace muchos siglos que no, al menos no de forma oficial
y traficando con nosotros como si fuésemos objetos. Fue muy duro para las hadas
su supervivencia hasta nuestros días. – dijo Limëy guiándole hasta una nueva
escalinata.
-
¡Qué crueles!
-
¿En tu mundo no ocurriría? – le preguntó.
-
Mucho me temo que en eso no somos tan diferentes. –
dijo Adrián casi suspirando, provocando una sonrisa triste en Limëy.
Adrián miró a su alrededor
mientras sorteaba más raíces y saltaba un pequeño canal de agua subterránea. A
lo lejos, contempló tenuemente, una mesa de piedra en un espacio empedrado. Se
imaginó que sería, donde hacían el ritual del Krhýsalin.
Continuaron descendiendo por
caminos sin empedrar entre paredes sin tratar de la gruta sobre la que estaba
construída Hëldary. Llegaron a un salón de la cueva, un espacio llano más
abierto, con el techo más alto, repleto de estalactitas. En medio había un arco
ojival solitario. A medida que se acercaban, eran apreciables las runas
grabadas en su superficie. Las columnas que lo sujetaban presentaban
ornamentación vegetal.
-
¿Es un portal? - preguntó Adrián.
-
Sí, pero...ya tiene fijado su destino. - Se apresuró a
decir Limëy adelantándose al joven.
-
No quiero parecer desagradecido, pero..
-
Quieres volver a casa, lo sé - le dijo la reina
acariciándole la mejilla. Un cálido escalofrío sacudió a Adrián. La soberana
emanaba energía, su piel era cándida y aterciopelada. Ese pequeño gesto de
cariño espontáneo había sido lo más cerca de sentirse a salvo en semanas. Se sintió como
si su desamparo hubiese acabado.
-
Es... extraño - comenzó el chico - ¿Todos los portales
están en cuevas?
-
No... ¿Por qué lo dices? -preguntó Limëy.
-
Cuando entré a Thirenae, fue a través de un portal que
vi en una, cuando Fhêdrik me usó para abrir el portal, fue en el interior de
una gruta...pensé que tenían que abrirse bajo tierra.
-
No tiene por qué ser así. Desconozco por qué motivo lo
abrió ahí. Este portal está aquí por tres razones. La primera, está oculto a la
vista y protegido por la fortaleza. La segunda - explicaba la reina señalando
el entorno gutural - un portal necesita energía para mantenerse accesible y las
rocas de esta gruta han cristalizado con energía del ambiente en su interior. -
Adrián contempló en las paredes cristales que emitían un tenue resplandor.
-
¿Y el tercero?
-
Es el lugar más próximo a la germinación de Hëld.
-
¿Hëld? - preguntó desenfadado.
-
El árbol gigante del reino, alrededor del cual se fundó
nuestra nueva colonia.
-
Entonces ¿antes vivías en otro lugar? ¿Hiciste una
nueva colmena como las abejas?
-
No... - comenzó Limëy con un gesto de sorpresa en la
cara. - no tiene nada que ver, saquearon y destrozaron nuestro bosque en una de
las guerras. Más tarde una erupción barrió gran parte de nuestro reino en
Adyria, y junto al peligro inminente, buscaron un lugar donde las semillas de
nuestro árbol, pudiera desarrollarse.
-
Lo siento.
-
No te preocupes, fue hace muchísimos años. - terminó
esbozándole una sonrisa.
Limëy se acercó al arco de forma
pausada, frente a él introdujo el cetro en una ranura del suelo. Inmediatamente se iluminó de
forma intensa. Las enredaderas que ascendían por él, cobraron vida y comenzaron
a moverse. Se deslizaron hacia el suelo tirando de los engarces que sujetaban
la lágrima de su extremo. Se abrieron dejando la gema flotando. En el hueco
entre ellos, apareció una llave antigua, que surgió del interior del cayado.
Adrián quedó fascinado.
La reina cogió el objeto y se
dirigió al portal. Las enredaderas del cayado, continuaron avanzando hasta llegar
a las columnas que sustentaban el portal. La ornamentación de los pilares, se
animaron y comenzaron a crecer hacia el centro del arco formando un entramado
de hojas, que se fueron retirando dejando paso a una puerta. Limëy insertó la
llave en la cerradura, la giró y se apartó. Las runas se encendieron
rápidamente y la puerta se abrió.
-
¡Vamos! – le dijo la reina emocionada.
-
¿No os lleváis en cetro?
-
No, si no no podríamos regresar. Es la entrada al
Neyrnawa.
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