XXVII. INCERTIDUMBRES



El Salón del Trono de Hëldary, estaba iluminado por antorchas. Limëy estaba sentada en su cómodo sillón, mientras que Sylvain, estaba en su banqueta aterciopelada verde.


-          ¿Recordáis cuando se rompió el equilibrio?- comenzó a preguntar Limëy algo más sosegada.
-          Sí, majestad, ¿Por qué lo preguntáis?¿Se ha referido a ello el oráculo?
-          Mi padre reinaba entonces, y he supuesto que os diría algo acerca de algún escrito, profecía o… algún pergamino ¿no? – Los ojos del consejero se iluminaron, la boca se le quedó un poco abierta.
-          Majestad, prometí no hablar sobre esto, a no ser que fuera el momento.
-          ¿Qué ocurre?¿Por qué no puedes hablar?
-          Hice una promesa a vuestro padre.
-          El cetro me eligió heredera, Sylvain. He demostrado lealtad suficiente a nuestro pueblo y nuestras costumbres. ¿Por qué no me habíais hablado de ello hasta ahora?
-          Como os he dicho, debo esperar a que sea el momento ¿ha dicho algo el oráculo de ese…fatídico día?
-          No ha dicho nada más que lo que ha dicho Sythaël en la Gruta. – dijo con recelo recordando la negativa del Consejo.
-          Entonces…
-          No podemos esperar Sylvain, ruego que me lo contéis cuanto antes. Aún no sé por qué habéis estado callado tanto tiempo. – dijo Limëy con mirada severa. El consejero movió su brazo y apareció una burbuja transparente rodeándolos, quedando totalmente aislados.
-          Está bien. - comenzó estando ya protegidos ante escuchas - Parece que cuando todo ocurrió, aunque es más mito que realidad, el último guardián del equilibrio entró en trance y gritó una profecía antes de morir. Se dice que, ésta fue captada por algún Säelfin que estaba meditando en otro lugar de Thirenae en ese mismo y preciso momento. Fíjese, qué casualidades ¿No cree? Todo pueblo inventa ideas poderosas para poder sobrellevar la falta de esperanza ante el poder de la oscuridad.
-          ¿Qué insinuáis Sylvain? ¿No creéis que pudiera haber una posibilidad?
-          Es demasiada coincidencia y derroche de poder por parte de ambos, es increíble hasta para Thirenae. Pero de existir, dicha profecía sería un Iskyem.
-          ¿Iskyem? ¿Como los Papiros de Poder de Keiós? – preguntó la soberana.
-          En efecto, es lo mismo. Según la magia ancestral, la profetización es una magia tan arcaica e inusual, que se protege a sí misma, resida donde resida su contenido. De ser algo real, sería un escrito que mencionaría …un Majësh, quizás el prisma para recuperar el equilibrio.
-          Sylvain y… ¿dónde estaría? – le interrogó la reina.
-           El lugar donde se encuentra, no lo sé mi reina, como os he dicho dudo de su existencia.
-          ¿Seguro que no lo sabéis? –insistía la soberana. – no es momento de seguir guardando lealtad a mi difunto padre.
-          No alteza, siempre soy sincero con vos.
-          ¿Y algo más sobre ello? Aunque sean leyendas.
-          No, majestad.- dijo Sylvain tajante.
-          Bien…podéis iros a descansar, gracias
-          De nada mi reina – concluyó el consejero antes de desaparecer.

Limëy atravesó los cortinajes verdes de un lateral del Salón, y subiendo la escalera de caracol, accedió al tronco de Hëld. En su interior ascendía otra escalera, iluminada por cristales luminiscentes. Llegó a sus aposentos, abrió las cortinas y salió a su balcón para sentarse a meditar, observando la bruma que cubría el bosque. El cielo despejado salpicado de estrellas se veía diferente. El resplandor rojizo se hacía más notable, se divisaba tenuemente la forma del astro rojo. Aparte de resignada por la decisión del Consejo de la Lágrima, estaba preocupada. No sabía como afrontar el camino que se presentaba. Su mente estaba en ebullición, debía ser cauta, no dar pasos en falso sin cerciorarse de haber previsto todo. No podía ocultarlo mucho tiempo al resto de la Congregación Mágica. ¿Qué haría con Adrián? ¿Cómo le protegería? ¿Sería realmente el que esperaban?¿Sería capaz de canalizar la magia? ¿lo aceptarían siendo del otro lado?

Un gran búho se posó de repente en la balaustrada labrada del balcón. Limëy se asustó con su mirada ambarina, era fija y penetrante. Se levantó para acercarse, el ave inició el vuelo y se transformó en un anciano de larga barba gris y pelo ceniza.

-          No te asustes – dijo con voz grave el hombre.
-          ¿Padre?... – dijo confusa.
-          ¡Ahh no! Aunque tiene su pequeño sentido del humor que aún nos confundan. – dijo sonriendo el anciano.
-          ¡Tío! No recuerdo haberos visto nunca como un búho. – dijo la reina.
-           En verdad, parece que no recordáis que tengáis más tíos que Sythäel, de hecho ni un amago de imaginar que existimos, pero no os lo tengo en cuenta. No envidio tu posición hija.
-          Lo siento de veras – dijo Limëy algo avergonzada. Su tío se acercó y le abrazó.
-          Sentémonos – dijo el anciano echando a un lado su capa azul marino.
-          ¿Estás aquí por Lyria?
-          Si un trasgo, sacerdote del bosque, entra en casa de mi hijo y se llevan a mi nieta, me entero. Pero no…Lyria sé que estará bien en cualquier sitio, es fuerte. No iba a permitir que se quedara allí, sin embargo, te agradezco que la trajeras aquí a salvo.
-          No hay de qué, no podía hacer menos. ¿A qué debo la visita entonces? – preguntó Limëy.
-          Vengo por el chico.
-          ¿Adrián?
-          ¿Se llama así? ¡Qué curioso!
-      ¿Cómo lo sabes?¿Qué quieres de él? – preguntó desconfiada.
-          Dulce Limëy, sabemos que es especial. – le dijo con ternura evadiendo las preguntas.
-          ¿Crees que él ha provocado la aparición de Aimára?
-          No lo sé, pero tampoco me parece una locura si fuese cierto. Tu astrónomo… ¿Cómo era?
-          Seräephin
-          Oh, sí, el chico de Gäladryel. Habrá visto el cielo, la runa se ha formado completando el sello esta noche.
-          ¿Y qué propones?
-          Tengo que adiestrarle yo, quiero formarle en la magia y hechicería.
-          Aún no sabemos si es capaz de controlar la energía
-          He visto zoquetes del otro lado lograr grandes cosas con menos. ¿O no quieres? ¿Se lo has comunicado a la Congregación?- Limëy suspiró y quedó en silencio.
-          No, ha sido tan rápido…
-          No sabes qué hacer pequeña princesa – le dijo cariñosamente el hombre apartándole un tirabuzón dorado de su mejilla.
-          Había pensado esa posibilidad, no puedo negarlo, pero prefiero mantenerlo de momento aquí en Hëldary.
-          No podrás protegerlo ni retenerle siempre.
-          Lo sé … Además él le busca, le necesita para algo.
-          Ambos sabemos para cuan infinidad de cosas le querría y ninguna es buena para el mundo.
-          No os prometo nada Bigräel, la Congregación puede oponerse si se entera.
-          Por suerte soy también hechicero. Desde mi expulsión no soy bien recibido, lo sé.
-          No soy yo la que dicta las sentencias.
-          En tus manos es posible que tengas la llave que llevamos siglos esperando.
-          Sí, puede ser – dijo abrumada.
-          Os dejo descansar ya, pensadlo detenidamente.
-          De acuerdo, dijo Limëy levantándose del asiento.
-          ¿Hace falta que me lleve a Lyria?
-          No es necesario, ni molestia, al fin y al cabo también es su casa.
-          Muy bien, espero la decisión con apremio. – El hombre le puso una mano en el hombro, saltó y se transformó de nuevo, en un búho de gran tamaño.

Limëy vio alejarse al gemelo de su padre, sobrevolando la espesa bruma. Las preguntas se amontonaban en su cabeza, las dudas, el temor a fallar en algún paso. Dejó la terraza para tumbarse en su cama de dosel, observando su reflejo en el espejo del techo mientras pensaba en el futuro que les venía encima, se quedó dormida.








Adrián estaba tumbado en una cama. Por la ventana entraban los rayos de sol y el dosel blanco los dejaba pasar hasta su cara, despertándole. Poco a poco fue abriendo los ojos, sentía mucho dolor. Parecía que no había muerto. Sylvain debía haberle rescatado. ¿O habría vuelto antes Fhêdrik?

Dolorido, contempló como llevaba la misma ropa que el día anterior, la camisa estaba manchada de sangre, rasgada, sus brazos estaban entumecidos y le dolían, todo su cuerpo le pesaba. Abrió el dosel con temor y, aunque no le aliviaba seguir en Thirenae, contempló que era la misma en la que estuvo cuando entró por primera vez. ¿Pero realmente estaba despierto? ¿Estaría dormido en otra época de nuevo? Se encontraba agotado completamente.

Las paredes eran de piedra, se acercó a un lateral de la habitación, donde había una cómoda. Allí le esperaba una blusa acamisada con el cuello en pico y cordón verde. Demasiado medieval para su gusto, pero estaba limpia. También, unos pantalones algo desgastados de tergal, mucho mejor que los leotardos de la boda. Se cambió y se miró en el espejo incrustado, bordeado con runas, que estaba frente a él. Cuando lo había hecho en sueño no reflejaba nada, pero en esa ocasión se veían colores muy tenues, una masa que no estaba definida, como borrosa.

Se puso las botas y salió al exterior, era un corredor que estaba desierto. De nuevo sentía la confusión en su cabeza; giró a la derecha y por un largo corredor lleno de arcos y puertas de madera, llegó a un salón enorme. Ya lo había visto en sueños.

Alrededor de la sala rectangular había columnas de color marfil, por ellas, miles de hiedras grabadas en color verde ascendían en espiral hacía el techo; el suelo era de mármol verdoso excepto por un recuadro blanco que bordeaba el salón y un dibujo central del mismo tono, que representaba un gran escudo de armas. Se apreciaban dos grandes árboles plateados, bajo una estrella dorada de cinco puntas y una gran lágrima perlada entre ellos, situada algo más abajo. Éste, se encontraba entre dos columnas dóricas y una cinta en la que había un lema escrito, pero que Adrián no entendía. Velaio, Nêyro y Bonzhé

Al fondo, había una escalinata no muy grande en tono marfil, el trono que había sobre ella, tenía forma de hoja de tres grandes puntas, sobresaliendo en tamaño la del medio. Todo en color dorado, pero según la posición desde la que se observara tenía un brillo que cambiaba el color. El asiento tenía forma de gota encima de la gran hoja simulando el rocío temprano, las gotas de lluvia o las lágrimas.

La curiosidad le indagaba en su mente, no podía resistir sin tocar el trono, había algo en él que le llamaba mucho la atención. Sobre el brazo derecho que sobresalía de la gota cristalina estaba puesto el cetro que había visto a Limëy, era bastante largo similar a un cayado dorado. Mientras se acercaba, fue tranquilizándose, no le había capturado Fhêdrik.

Mirando alrededor, Adrián se atrevió a tocar los grabados del cetro, mientras lo hacía, el extremo parpadeaba, le intentó sacar, pero no pudo, seguía acariciando el cetro cuando una voz por detrás le asustó:

-          ¡Adrián! ¿Te encuentras mejor? – era la propia reina la que le había sorprendido.
-          Sí, majestad – Limëy se acercó al trono y se sentó, Adrián bajó la escalinata y se quedó de pie, mirando a la soberana.
-          Debo explicarte muchas cosas, pero antes debes contarme todos los sucesos que te han acontecido.
-          Sí, porque no entiendo nada.
-          ¿Cómo conseguiste entrar?- le preguntó Limëy.
-          Como os dije en los sueños…
-          ¿Me entiendes bien?- le interrumpió sorprendida.
-          Perfectamente, como siempre ¿Por qué?
-          ¿Te han echado algún hechizo para entendernos?
-          Que yo sepa no ¿debo preocuparme?
-          No, por nada, continúa perdóname – le respondió pensativa.
-          En la época donde desperté era muy anterior a mi tiempo.
-          ¿Cuántos años?- preguntó la reina.
-          Más de mil años, gracias a que estaba en mi país porque solo me habría faltado estar en otro diferente…- Limëy le observaba fijamente – estaba lejos de todo lo conocido, pero conseguí orientarme… o me orientaron.
-          ¿Por qué lo dices?
-          Acabé yendo a mi ciudad, que en esa época era muy diferente, bajo la dominación árabe.
-          ¿Árabe? – preguntó la reina.
-           Por seguidores de otra religión diferente. Una época bastante inestable con muchas batallas.
-          Entiendo.
-          Acabé en Madrid, mi ciudad, preguntando por un hombre erudito, que no recuerdo haber estudiado nunca ni haber sabido de su existencia. – Limëy le miraba extrañada.
-          El astrónomo, este señor, me dijo que estaba esperándome, que había susurrado a mi mente en sueños para que llegara ese encuentro ¿Te lo puedes creer?- dijo Adrián de forma vívida.
-          ¿Sabes quien era?
-          En mi mundo se hace llamar Maslama, fue alguien importante en el mundo pero fue tan atrás en el tiempo que no se le recuerda apenas.
-          ¿Y fue él quien te abrió el portal?
-          No creo que fuera con Hördtein, él me dijo que había gente de Thirenae ayudando a avanzar mi mundo. Sin embargo si me dio una runa de jade.
-          ¿Una runa?
-          Sí, esa runa es la que permitió que Fadrique o como sea que se llame aquí abriera el portal – Limëy abrió los ojos sorprendida.
-          ¿Se quedó él la runa?
-          No, está en mi bolsa. También tengo algo que me dio un hombre para ti.
-          ¿Un hombre de tu mundo?
-          En efecto, le conocí en la abadía donde estuve viviendo. Se llama Ghadeo, - Limëy se levantó rápido del trono y observó el salón.
-          No digas más aquí… o ¿era él el hirasy?
-          ¿Hirasy? ¿Qué es eso?
-          Un adepto, un soldado de Hördtein.
-          Ahh, no, no lo era, pero sí su hijo Fhêdrik. No sé si actuaba solo porque otro monje llevaba un mapa con mi recorrido y nunca supe más de él tras una trifulca con los árabes. Fhêdrik también transportó a los nobles que me acogieron.
-          ¿Has dicho Fhêdrik? ¿Era él el hirasy? – preguntó Limëy sorprendida. Adrián asombrado de la sorpresa le contestó:
-          Si, ¿Hay algún problema majestad? ¿No se lo esperaba? ¿Le conoce? – La reina se había quedado muy pensativa.
-          No…ninguno. Siento de veras que a tus amigos se los ha llevado de esclavos a… Hördtein, en Kÿsbrum. – seguía hablando la reina pensativa.
-          ¿Y qué va a hacer con ellos? ¿los matará?
-          Nadie lo sabe, no cesa de capturar más y más humanos o magos a los que les quitan los poderes. Está vaciando los continentes.
-          ¿Continentes? ¿Qué es exactamente Thirenae, Majestad?
-          Verás... es complicado de explicar. Puedo simplificártelo diciéndote lo mismo que la otra vez que entraste. El universo que conocemos, está dividido en tres partes que no terminan de separarse por lo que no son dimensiones ni mundos separados estrictamente.Todo está unido, ligado como un todo elemental. La primera parte es Thirenae, llamado en tu parte, mundo mágico o mundo de los sueños….
-          Entonces ¿esto es un sueño?¿estoy soñando? – interrumpió estupefacto.
-          No, ahora estás aquí, o eso parece. Cuando viniste la primera vez estabas soñando, Fhêdrik te trasportó hasta su época y allí apareciste dormido. – le explicó Limëy algo dubitativa.
-          Pero si Fhêdrik es de Thirenae ¿Por qué esa época? ¿Por qué la runa?
-          Tendremos que averiguarlo, no sabemos qué necesita o quiere de ti.
-          Vamos a la habitación por la entrega de Ghadeo. – Limëy cogió el cetro y lo agitó, al momento apareció en la sala un hada bastante pequeña, del tamaño de un bebé. Llevaba puesto un pequeño hábito verde botella.
-          Fyore ¿Sería posible que este peregrino pueda tomar algo rápido de desayuno?
-          Claro majestad, ya mismo le traigo. – dijo con voz chillona.

Al instante, volvió a aparecer con una bandeja de plata con una copa de zumo púrpura, un vaso de leche y un hojaldre.

-          ¡Muchas gracias Fyore!
-          Para servir alteza - le respondió con una rápida reverencia antes de desaparecer.
-          El zumo mejor no le tomes si te sentaron mal las bayas del bosque, aunque estabas soñando, y…la leche es de nutria, te aviso por si no te place. – dijo la reina señalando la bandeja que levitaba frente a Adrián.
-          Gracias… mejor que no, no tengo de momento mucho hambre, me tomo solo el bollo – dijo con sonrisa forzada, cogiendo el hojaldre.
-          Está bien, como gustes. – Le dijo Limëy, emprendiendo el camino a la habitación.
-           ¿Entonces Thirenae, es la encargada de los sueños del mundo? - se interesó Adrián, de nuevo.
-          No exactamente. Vamos a ir al neyrnawa.
-          ¿Qué es eso?
-          El manantial del sueño – le explicó dulcemente la reina mientras se paraba junto a la puerta de la habitación. Adrián entró y sacó rápido el paquete que le había dado Ghadeo en la cabaña.
-          Debo decir, que no sé si está bien .
-          ¿El paquete?
-          No, el hombre. Se incendió su cabaña y no volví a verle.- dijo el joven.
-          No te preocupes – le dijo la reina pensativa mientras hacía desaparecer de la palma de su mano el objeto. Adrián se quedó alucinado viéndolo.

Llegaron a una gran escalera de piedra, que descendía alrededor de gruesas raíces de los árboles de las torres. Adrián se quedó estupefacto por esa amplitud entre ellas.

-          Tranquilo, son las raíces de Hëld.
-          ¿Estamos dentro de un árbol?
-          Aquí no, pero hay zonas del palacio que sí. – Adrián siguió a Limëy, se fijó en algo translúcido que sobresalía a veces bajo la capa de la reina. Debería llevar las alas recogidas como si de un insecto se tratase.

Continuaron hablando del palacio hasta que llegaron delante de un arco de piedra que bordeaba un espejo reflejando el inmenso corredor que había enfrente, simulando su continuidad. La reina le dio un toque con el cetro y se retiró hacia atrás y luego hacia arriba, tanto la superficie reflectante como la gran roca que había tras él. El pasaje bajo el arco, era estrecho, pero daba paso a una enorme escalera que seguía descendiendo a través de la oscuridad. Terminaba en una sala en penumbra, donde el techo no parecía verse. El suelo era empedrado y en la estancia se divisaban columnas. Al empezar a andar, la oscuridad iba siendo menor, grandes resplandores salían de los pilares. Según fueron acercándose, Adrián divisó como no eran columnas, al menos no de piedra, eran troncos de árbol, cubiertos de enredaderas con pequeñas vetas luminiscentes. Lo que en la penumbra le habían parecido resplandores, eran capullos, como flores gigantes a punto de estallar. Les rodeaba un pequeño halo de luz.

La estancia parecía un bosque salvaje encerrado en una sala de altura inimaginable. Adrián se acercó a una de las flores e intentó tocarla.

-          ¡No! Por favor – le dijo Limëy.
-          Perdón – comenzó el joven - ¿Son flores mágicas?
-          En absoluto – dijo ella sonriendo.
-          ¿Qué son entonces? – preguntó inspeccionando más de cerca. Limëy encendió tenuemente su cayado y le acercó al capullo. Adrián vislumbró la tenue silueta de una persona en su interior.
-          ¡Halaa! ¿Qué es?...¿Por qué están encerrados? – dijo mirando a todas las tenues luces que se divisaban.
-          Son hadas, no están encerrados, están desarrollándose.
-          ¿Son crisálidas entonces?
-          Efectivamente. Las hadas nacemos como elfos, o de aspecto humano, y en nuestra adolescencia, allá por los quince a veinte años, estamos listos para el ritual.
-          ¿Tenéis un rito? – preguntó Adrián asombrado siguiendo a Limëy.
-          Sí, claro. Es un paso muy importante para nosotros, no sólo desarrollamos las alas, ahí dentro… también los poderes mágicos de nuestra especie, como los polvos de hada, las lágrimas y un largo etcétera. Se inicia por el rito del Krhýsalin, esta sala recibe ese nombre también.
-          ¿Todas poseéis los mismos poderes? – se interesó.
-          No necesariamente. Hay hadas que no heredan ninguna habilidad concreta, otras tienen polvos somníferos, depende también del tipo de hada que sea; de tu linaje, de tu desarrollo previo. Aunque lo que sí compartimos todas, son nuestras lágrimas.
-          ¿No lloráis? – preguntó confuso.
-          Sí, al igual que tú, pero no son simple agua salada, aunque sí que saben así, al menos para mí – le aclaraba sonriendo – tienen poderes especiales, habitualmente curativos.
-          Eso es genial – dijo Adrián.
-          No cuando te persiguen para esclavizarte y recogerlas.
-          ¿Os hacen eso? – preguntó mientras sorteaba otra gran raíz.
-          Hace muchos siglos que no, al menos no de forma oficial y traficando con nosotros como si fuésemos objetos. Fue muy duro para las hadas su supervivencia hasta nuestros días. – dijo Limëy guiándole hasta una nueva escalinata.
-          ¡Qué crueles!
-          ¿En tu mundo no ocurriría? – le preguntó.
-          Mucho me temo que en eso no somos tan diferentes. – dijo Adrián casi suspirando, provocando una sonrisa triste en Limëy.

Adrián miró a su alrededor mientras sorteaba más raíces y saltaba un pequeño canal de agua subterránea. A lo lejos, contempló tenuemente, una mesa de piedra en un espacio empedrado. Se imaginó que sería, donde hacían el ritual del Krhýsalin.

Continuaron descendiendo por caminos sin empedrar entre paredes sin tratar de la gruta sobre la que estaba construída Hëldary. Llegaron a un salón de la cueva, un espacio llano más abierto, con el techo más alto, repleto de estalactitas. En medio había un arco ojival solitario. A medida que se acercaban, eran apreciables las runas grabadas en su superficie. Las columnas que lo sujetaban presentaban ornamentación vegetal.

-          ¿Es un portal? - preguntó Adrián.
-          Sí, pero...ya tiene fijado su destino. - Se apresuró a decir Limëy adelantándose al joven.
-          No quiero parecer desagradecido, pero..
-          Quieres volver a casa, lo sé - le dijo la reina acariciándole la mejilla. Un cálido escalofrío sacudió a Adrián. La soberana emanaba energía, su piel era cándida y aterciopelada. Ese pequeño gesto de cariño espontáneo había sido lo más cerca de sentirse a salvo en semanas. Se sintió como si su desamparo hubiese acabado.
-          Es... extraño - comenzó el chico - ¿Todos los portales están en cuevas?
-          No... ¿Por qué lo dices? -preguntó Limëy.
-          Cuando entré a Thirenae, fue a través de un portal que vi en una, cuando Fhêdrik me usó para abrir el portal, fue en el interior de una gruta...pensé que tenían que abrirse bajo tierra.
-          No tiene por qué ser así. Desconozco por qué motivo lo abrió ahí. Este portal está aquí por tres razones. La primera, está oculto a la vista y protegido por la fortaleza. La segunda - explicaba la reina señalando el entorno gutural - un portal necesita energía para mantenerse accesible y las rocas de esta gruta han cristalizado con energía del ambiente en su interior. - Adrián contempló en las paredes cristales que emitían un tenue resplandor.
-          ¿Y el tercero?
-          Es el lugar más próximo a la germinación de Hëld.
-          ¿Hëld? - preguntó desenfadado.
-          El árbol gigante del reino, alrededor del cual se fundó nuestra nueva colonia.
-          Entonces ¿antes vivías en otro lugar? ¿Hiciste una nueva colmena como las abejas?
-          No... - comenzó Limëy con un gesto de sorpresa en la cara. - no tiene nada que ver, saquearon y destrozaron nuestro bosque en una de las guerras. Más tarde una erupción barrió gran parte de nuestro reino en Adyria, y junto al peligro inminente, buscaron un lugar donde las semillas de nuestro árbol, pudiera desarrollarse.
-          Lo siento.
-          No te preocupes, fue hace muchísimos años. - terminó esbozándole una sonrisa.


Limëy se acercó al arco de forma pausada, frente a él introdujo el cetro en una ranura del suelo. Inmediatamente se iluminó de forma intensa. Las enredaderas que ascendían por él, cobraron vida y comenzaron a moverse. Se deslizaron hacia el suelo tirando de los engarces que sujetaban la lágrima de su extremo. Se abrieron dejando la gema flotando. En el hueco entre ellos, apareció una llave antigua, que surgió del interior del cayado. Adrián quedó fascinado.

La reina cogió el objeto y se dirigió al portal. Las enredaderas del cayado, continuaron avanzando hasta llegar a las columnas que sustentaban el portal. La ornamentación de los pilares, se animaron y comenzaron a crecer hacia el centro del arco formando un entramado de hojas, que se fueron retirando dejando paso a una puerta. Limëy insertó la llave en la cerradura, la giró y se apartó. Las runas se encendieron rápidamente y la puerta se abrió.

-          ¡Vamos! – le dijo la reina emocionada.
-          ¿No os lleváis en cetro?
-          No, si no no podríamos regresar. Es la entrada al Neyrnawa.
-      Ve primero – dijo Adrián cediéndole el paso con una sonrisa.


                                                                                                          SIGUIENTE CAPÍTULO

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