XXVIII. NÊYRNAWA


Un ruido atronador llenaba el lugar donde les llevaba el portal. Adrián, a pesar de la penumbra, miró a su alrededor y vio una enorme cascada cayendo a escasos metros. Se encontraban en la puerta de otra gruta, detrás del salto de agua, metros arriba de que rompiese contra el rio.

-          ¿Es el manantial? – dijo el joven.
-          No, es el río Ertyen.
-          Otra cueva… parece que soy un imán para ellas ¿Tengo que ser espeleólogo? ¿Es eso? – intentó bromear Adrián, pero la reina sólo le sonrió sin contestar, mientras sacaba unos pequeños cristales de una bolsita, del tamaño de unas gemas.
-          Ptërti Lôrem – susurró Limëy al puño cerrado en torno a las piedras. Inmediatamente una potente luz azulada se desprendió. Abrió la mano y soplando suavemente, las rocas luminiscentes comenzaron a volar como grandes insectos revoloteando.
-          ¡Wow! Es increíble. – dijo Adrián sin pensar.
-          ¿Eso? – preguntó Limëy sonriendo – son trucos de principiante, seguro que, en tiempos mejores, hasta un simple aëdon lo haría.
-          ¿Aëdon?- preguntó Adrián.
-          Sí, esos que van por ahí inventando y cantando historias.
-          Oh, un juglar – dijo el joven riéndose.

La gruta era muy alta, con la tenue luz de las piedras voladoras, no podía contemplar su techo. A la izquierda, había un sendero empedrado con una valla, que protegía de un foso lleno de agua, que reflejaba el brillo desprendido, tanto por las gemas, como por algún musgo luminiscente de las formaciones kársticas.

Adrián siguió a Limëy por el camino. No dejaba de admirar cómo iban alejándose y acercándose las piedras. La reina iba en silencio perdida en sus pensamientos, al igual que el joven. No sabía a dónde se dirigían, y a pesar de estar asombrado, tenía muchas ganas de volver al mundo real. Si no se encontrara así, disfrutaría mucho más de todo lo que le rodeaba.

Al final del sendero empedrado, había unas columnas incrustadas en la roca, sobre ellas descansaba un pequeño tímpano de mármol blanco. Presentaba alguna figura humana labrada sosteniendo un cartel con la inscripción, en letras doradas: “NEŶRNAWA”

Pasaron por el estrecho corredor hasta llegar a un vestíbulo interior.

Era un atrio rodeado por un pórtico de columnas talladas, con una fuente en medio. Esta fuente, reflejaba la luz de las estrellas y las gemas que les perseguían. El patio era de mármol blanco. La palestra que sustentaba la fontana eran doce leones alados. Adrián se impactó al ver su similitud con el patio de los leones de la Alhambra, salvo por las columnas, este pórtico las tenía más clásicas, de aspecto corintio con enredaderas labradas, en lugar de las del arte nazarí.

Al otro extremo, una pequeña escalinata estaba flanqueada por unos pilares esculpidos con forma humana, como cariátides y titanes, una pareja a cada lado, sosteniendo el peso de otro tímpano. Eran los guardianes de la entrada de los sueños.

-          ¿Es de noche? – preguntó Adrián.
-          Sí, pocas veces es de día en este lugar – le dijo la reína con una sonrisa. Alargó la palma y con otras palabras sin sentido para el joven, regresaron las gemas y se apagaron.

Atravesaron la puerta sobre la escalera, y llegaron a un vestíbulo en penumbra. Estaba igualmente porticado, con el techo cubierto. Parecía vislumbrarse ante ellos un espacio abierto a cielo abierto tras una escalinata de descenso. En el centro del vestíbulo había una gran escultura de gran tamaño.

-          ¡Lôrenty! – dijo Limëy haciendo una leve reverencia. Adrián imitó a la reina; al instante se iluminó frente a ellos la efigie de un ave enorme, con luz tenue y turquesa.

Inmediatamente, se animó y alzó el vuelo con delicadeza. Se alejó de ellos a través de la oscuridad. A su paso iban encendiéndose gemas incrustadas en suelos, balaustradas y arcos.

Se acercaron a la escalera iluminada tenuemente. Pudo contemplar como frente a él iba iluminándose un espacio enorme, similar a varios campos de fútbol, ovalado como un circo máximo. El techo era el cielo descubierto, las paredes eran pórticos elevados, a la altura del vestíbulo, con arcos ojivales con mármol resplandeciente. En lugar de gradas, tenía un pequeño bosque de helechos y arbustos salvajes. El arena de ese circo, estaba empedrado con mosaicos de figuras romboidales; una cenefa que se repetía y cuyos bordes se iban iluminando al paso del ave.

La estatua animada llegó a un nido esculpido bajo un obelisco que reinaba en la construcción. En cuanto se postró y graznó, estallaron en llamas todas las antorchas y faroles que bordeaban el pótrtico y la arena empedrada. Después se quedó inmóvil luciendo.

Tras iluminarse al completo, pudo apreciar su tamaño magnánimo. En el centro del recinto había un gran estanque, el doble de longitud que el existente en el Buen Retiro, de igual ancho. Estimó que sería poco más de unos quinientos metros por casi unos doscientos metros de ancho. Estaba rodeado de estrechos arcos y esculturas de los reyes de Hëldary, como un canopus de las villas antiguas.

Bajo el ave iluminado, una gran roca musgosa destacaba entre el esplendor del mármol níveo del resto. De ella caería agua a una pilastra que vertería, a su vez, al gran estanque, justo destrás de tres esculturas. Hacia la mitad de la cisterna, unas escaleras daban acceso a la misma, desde plazuelas con esculturas enfrentadas a ambas orillas.

-          ¡Bienvenido al Nêyrnawa! – le dijo comenzando a bajar la escalinata imperial con una amplia sonrisa.
-          No se qué decir – afirmó Adrián anonadado.
-          ¿Qué te parece?
-          Es impresionante, nunca había visto nada igual. – dijo el joven.
-          Hace miles de años que comenzó su transformación. Al inicio no era más que un lago perdido en mitad de un bosque. Un lugar tan mágico, que sólo era visitado en sueños, gracias al gran poder de sus aguas.
-          Aún así, sigue siendo un lugar increíble, aunque…
-          ¿Qué sucede? – le preguntó la reina parándose en el rellano de la escalera imperial.
-          Es como si fuera un lugar familiar, atrayente, hipnótico… no se, como si ya hubiese estado antes y al mismo tiempo, un sitio inexistente. Desprende poder, energía. No se explicarme, lo siento. – dijo Adrián nervioso.
-          De hecho, creo que es de las veces que me han descrito mejor el Nêyrnawa. – confesó la reina alcanzando el suelo del recinto.
-          ¿En serio? – preguntó incrédulo.
-          Desde luego. Este es el lugar donde entran todas las almas o conciencias cuando dormimos, también las de tu mundo, por ello, nos llaman La Tierra de los Sueños.
-          Pero… yo no recuerdo haber estado aquí nunca.
-          No, y sin embargo lo reconoces ¿Cierto? – preguntó Limëy. Adrián le asintió.
-          ¿Por qué? – preguntó el joven.
-          Del mismo modo que no siempre recuerdas lo que sueñas – comenzó la reina avanzando hasta un lateral del circo. – todo se debe a esto – terminó señalando un muro de espejo que delimitaba el arena empedrado.
-          ¿Espejos? – preguntó Adrián estupefacto.
-          Sí, estos son las barreras, los filtros, que debe atravesar la mente al dormir. – El joven se acercó al muro. Comprobó cómo la superficie era antigua, ancestral. Reflejaba sobre la capa heterogénea, plateada, con nebulosas cuasi purpúreas. Entonces se asustó, no les reflejaba, sólo sus sombras por inteponerse en la luz.
-          ¿Otra vez? ¿Qué pasa? – preguntó alterado.
-          Tranquilo; estos espejos sólo reflejan en sueños, al contrario que el resto. – le parecía algo espeluznante, encontrarse en frente de un espejo y que no le devolviera su imagen. Le atormentaba, era como no existir.


Volvieron sobre sus pasos, para acercarse al inicio del canopo, justo frente a la escalera. Allí, había una escultura grande de dos personas. Destacaba en altura, un hombre con yelmo desnudo, un cayado en su mano derecha y una capa atada al cuello con un broche. De espaldas a él, apoyada sobre su pecho, había una mujer carente de vestimentas, tenía orejas puntiagudas que le devolvía la mirada. Ambas efigies se contemplaban embelesados, enamorados.  La capa del guerrero tapaba el sexo de la mujer, al caer esculpida por delante, fruto del abrazo protector que le daba. A sus pies descansaba un carcaj con flechas y un escudo. Adrián se quedó ensimismado con la imagen, estaba cincelada de forma muy realista.

-          ¿Son dioses? – preguntó el joven.
-          No, para nada. – dijo la reina admirando la obra nívea. – Son Ansûr y Eränie.
-          ¿Quiénes fueron? ¿O son? – preguntó rodeándolos viendo un grabado en la capa del hombre. Era un rombo dentro de un óvalo, con una estrella de seis puntas en su interior. Limëy se sentó en un banco junto a la obra.
-          Corren diversas historias sobre ellos. La más aceptada, no se si es un mito o una historia real, pero sí se que es muy antigua. Se convirtieron en el símbolo del amor en Thirenae, de ese imposible.
-          ¿Como Romeo y Julieta? – preguntó Adrián.
-          No les conozco a esos – comenzó la reina. – Él era un guerrero, un guardián tal vez…un humano capaz de descubrir los secretos de la hechiceria. Y, Eränie, fue una elfa del bosque, quizás una princesa sin derecho alguno al trono.
-          ¿Y por qué fue imposible su amor?- preguntó.
-          Los elfos del bosque son…distinguidos, podríamos decir. – le aclaró con una sonrisa - En la actualidad son algo más flexibles pero sus leyes tienen prohibido el mestizaje, cuanto más si era princesa.
-          Pero me dijiste que las hadas más grandes teníais raíces élficas. ¿No provenís de los elfos del bosque? – le preguntó Adrián.
-          En efecto, eso te dije y es cierto. En tiempos inmemorables, en la Edad de los Dioses, el rey Gylden II, capturó a la mayoría de las hadas del bosque de Elduryn por una plaga que hubo, quería salvar a su pueblo. No contaba con que uno de sus hijos, tenía gustos peculiares con las razas salvajes. Se enamoró perdidamente de la soberana de las hadas y con el tiempo fue correspondido. El rey, no condenó al príncipe al destierro como excepción, al ver un posible beneficio en lágrimas, polvos y poderes por la unión mestiza. Luego la historia nos ha deparado muchos vaivenes, como podrás comprender, pero, en resumen, es así.
-          Me imagino que sí. ¿Por qué fue imposible su amor entonces?- dijo señalando la escultura.
-          No pudieron amarse en libertad, tenía que ser a escondidas, sobretodo durante la noche bien en sueños, o a partir de sus nefesh.
-          ¿Nefesh? – preguntó Adrián.
-          Una proyección del alma. Suele tener forma de animal o criatura mágica. Mientras usas el nefesh caes en un profundo sueño.
-          ¿Su historia tiene un final trágico?
-          Me temo que sí – dijo Limëy levantándose – quedaban las noches de luna llena en verse en un lago escondido. Nadie sospechaba hasta que comenzaron a vigilar a Eränie y se descubrió su amor. Entonces, encerraron a Eränie hasta decidir su destino y, decidieron acudir al mismo sitio con un nefesh. – le contaba por la avenida derecha, recorriendo el arena. – él intentó rescatarla, pero no podía abandonar sus deberes.
-          ¿Y qué pasó? – se interesó Adrián mientras admiraba las estatuas de los reyes que habían tenido acceso al Nêyrnawa.
-          Como era hechicero, consiguió la forma de encontrarse en sueños sin necesidad de los nefesh. Me imagino, que sería aquí, ya que no lo dice la historia. – le aclaró Limëy – Ella enloqueció, fue desterrada, pero sólo quería dormir, no se cuidaba, no se alimentaba, era tan fuerte su amor que sólo vivía en sueños.
-          ¿Y él no pudo acogerla? – dijo Adrián.
-          Le amaba tanto, que nunca se lo dijo para no hacerle elegir entre ella y su destino. No se creía tan importante como para merecer ser correspondida por completo.
-          Pobrecilla. – dijo Adrián.

Llegaron a la mitad de ese circo de los sueños. Era una plazuela, marcada con cambio de mosaico del suelo, y otra gran escultura monumental que la presidía. Se trataba de una barca en mármol níveo, con un hombre sobre ella, igual que Ansûr. En la nave, un león alado estaba de pie, mirando allí donde señalaba el hombre. En la otra orilla, enfrentados, había otra barca marmólea con una mujer de rostro compungido, un colgante y un unicornio alado junto a ella.

-          ¿Son ellos? – preguntó el joven.
-          Así es – comenzó Limëy – en las barcas que llevan a los sueños eternos, el más allá.
-          ¿Qué pasó?- dijo Adrián, admirando los detalles de la capa y el libro cincelado bajo el brazo de Ansûr.
-          Eränie no soportó más, perdió hasta la ilusión y meses después, se dice que con unas bayas, se quitó la vida. Al no aparecer esa noche, Ansûr se arriesgó a trasladarse hasta su lago secreto, quizá perdiendo sus poderes. Al llegar, se encontró a su amada elfa que yacía muerta. Estas esculturas demuestran que el amor verdadero va más allá de la vida, pues, aunque no se cuenta nada más de Ansûr después, se cree que cada vez que sus almas se cruzan por el río de las ánimas, se reconocen, se llaman, se siguen amando por toda la eternidad. – le explicó Limëy apoyada en la barca.
-          Una tragedia – dijo Adrián.
-          Sí, hay quien dice que aún pueden encontrarse en cada eclipse de Sol como un regalo de la Mágica Existencia. Hay muchas historias sobre ellos, pero la más conocida es esta. – Adrián se acercó a la escalera que daba acceso al estanque iluminado como una piscina. Desde allí veía ambos lados de la cisterna.
-          ¿Qué pasa con esa fuente? ¿Está apagada? – preguntó al ver más de cerca la roca musgosa.
-          Ese, es uno de los motivos por los que te he traído aquí.- respondió la reina continuando por la avenida dirigiéndose hacia el final. – Es el manantial del sueño. Lleva varios siglos afectado desde que se rompió el equilibrio, pero ayer se secó por completó. Dejó de manar agua. – explicó la reina sucumbida.
-          ¿Por qué? ¿Hay que esperar a que llueva? ¿Qué significa?
-          No, no se trata de un nacimiento normal, está sustentado en la magia, la fe y la esperanza. S i se ha secado, los mundos se han quedado sin sueños… o al menos, no del modo habitual traspasando las barreras.
-          ¿Sin poder soñar? – preguntó Adrián estupefacto.
-          Los sueños son los hilos con los que se teje el destino, la vida. El manantial ha secado porque no hay una esperanza suficiente para alimentarlo. Es un problema grave y sin precedentes. – explicó llegando al final del canopo, sentándose en un banco frente la fuente bajo la piedra del manantial.
-          ¿Qué repercusión tiene? – preguntó asustado.
-          Si en Thirenae falta el ánimo, la esperanza, la fe, en tu parte del mundo comenzará a decaer.
-          ¿Fe en Dios? – preguntó Adrián sentándose cerca.
-          Fe en vosotros, la humanidad, en vuestros dioses, en vuestro mundo, en avances, en fantasías, en todo. Sin esperanza, ni sueños que querer alcanzar, poderos evadir, incluso las metas comenzarían a desaparecer… como parados, ausentes. En definitiva, seres sin rumbo en mundos… a la deriva. – finalizó trascendentalmente y afectada.
-          ¿Y cómo puede reactivarse? ¿Cómo se devuelve la ilusión?
-          Me temo que ya solo restableciendo el equilibrio. Se ha esperado demasiado, sólo queda ganar la batalla del Tiempo.
-          Si me has traído aquí, para que vea el manantial, si tan importante es ¿Dónde entro yo en esta historia? – preguntó Adrián sorprendiendo a Limëy.
-          Se que quieres volver a casa cuanto antes, pero Hördtein tiene planes para ti. Necesita que le ayudes a consolidar más aún su poder, conseguir aquello que siempre ha perseguido.
-          Pero yo no… - comenzó Adrián enfadado mirando la escultura sw Ansûr clamando piedad con el cuerpo de Eränie en brazos.
-          ¡Chtts! – le cortó la reina intentando acercarse a él dulcemente. – Escucha Adrián. Si vuelves a tu mundo es probable que vuelvan a dar contigo y en una de las veces que entres… puedes morir desmembrado. No sabemos el comportamiento de las barreras tras la suspensión mágica, fruto del fin del equilibrio. Mírame – le rogaba. Adrián miraba en silencio el canopo.
-          Yo no he pedido esto – articuló sin apartar la mirada del agua, luchando por sostener las lágrimas que luchaban en sus ojos. La impotencia le superaba, no podía soportar la angustia.
-          Lo sé, mírame. – le pidió la reina.
-          No lo entiendo. – dijo el joven accediendo a mirar a Limëy. Esta le cogió la mano.
-          No sé qué se puede esperar de ti, no puedo prometerte nada más que protegerte, siempre que lo necesites, tan solo a cambio de que confies en mi y yo lo haré en ti.- le dijo atravesándole con su mirada verde. Adrián asintió mientras dejaba desbordarse por la situación, no pudo contener su agonía, su cansancio, el dolor de los brazos, la presión de estar lejos. Limëy le acarició la cabeza cariñosamente consolándole.
-          Te he mostrado este lugar inaccesible porque quiero que veas lo grave de nuestra situación y por tanto el peligro que tienes acechándote. Para que sientas que, a pesar de estar perdido, tienes en mí, un apoyo sincero, una luz en la oscuridad que te asola. – le decía mientras sus lágrimas no paraban de descender en silencio. Solo podía mirar fijamente el suelo, no podía hacer nada. – Es un lugar especial, para un momento especial. Eres el primer humano que atraviesa las barreras en siglos, tu alma está ligada a este mundo y…posiblemente tengas cosas que cumplir. No quiero retenerte, debe ser por tu propia convicción, o no será. – terminó la reina sucumbida de ver así al joven.
-          De acuerdo – comenzó Adrián enfrentando su mirada – protección y confianza, pero nunca renunciaré a volver a casa.
-          Lo entiendo, pero..
-          Déjame hablar majestad. – le cortó el chico. - Sólo necesito saber ¿Por qué yo? ¿Qué he hecho?¿ Por qué no puede volver?
-          Ya te he explic…
-          Sí, que puedo aparecer muerto.
-          No es la primera vez que pasa.
-          Si lo que quieres, es saber si me voy a ir con el monstruo que rompe mundos, que arrastra a gente lejos de su familia, tiempo y hogar, puedes estar segura de que no – decía Adrián tajante mostrando afligido su carácter habitualmente reprimido – pero no puedo prometer nada más, no ahora, no de momento. – terminó secándose las lágrimas, volviendo a perder su mirada en el iluminado turquesa del estanque.
-          Con eso es más que suficiente – le dijo la reina con media sonrisa triste.

Desde el banco se apreciaba mejor el obelisco bajo el cual estaba el ave luminiscente. En su base tenía cuatro esculturas de varios hombres como estatuas clásicas. Limëy se levantó dejándole solo para acercarse a la orilla. Adrián estaba dolido, enfadado, no quería aceptar de ninguna manera que no iba a regresar a casa pronto, que quizás estaba encerrado para siempre en esa locura. No quería hacer daño a Limëy, pero no soportaba la angustia de encontrarse entrometido en una guerra de esa tierra, sin tener destreza en nada en el mundo real ¿Cómo iba a sobrevivir en un lugar mágico?

Se acercó a la arcada que bordeaba el estanque. Bajo la cascada que debería haber, en el centro del final de la cisterna se encontraba la escultura piadosa de Ansûr que había visto desde el banco. A la derecha de esta, estaba otra efigie del hechicero dormido sobre un tronco y, al otro lado, a la izquierda, otra obra de Eränie sobre un lecho almohadillado, cada uno con el nefesh del contrario a sus pies.

-          Adrián, necesito que me hagas un favor – le sacó Limëy de sus pensamientos.
-          ¿Cuál?
-          El agua del manantial es incorrupta, pero me gustaría que te metieras dentro y me recogieras unas cuantas botellas, ya que desde aquí es imposible hacerlo sin el manantial fluyendo. No viene bien que escaseen las provisiones de ella en Hëldary. No sabemos si se evaporará ni cuando.
-          Sin problema – dijo algo áspero, no quería pensar más. Le gustaba hacer cosas y se entretenía; además, era una forma de sentir que servía para algo.

Cuando se iba a quitar las botas, Limëy le empujó a la cisterna. Adrián se asustó al verse caer, no se esperaba eso. Le impresionó más, al ver cuan alejado se encontraba del borde. Momentos antes del impacto cogió aire. El agua estaba templada, era tan clara que al abrir los ojos, no parecía que estuviera debajo del agua. Rápido, subió a la superficie y apoyó los pies en el espejo inmenso que era el fondo, al igual que las paredes del estanque hasta el borde. Tampoco le reflejaban. El agua le llegaba por el pecho.

-          ¿Cómo está el agua? – le preguntó la reina junto a la columnata con los reyes de Hëldary.
-          Está bien, la verdad que necesitaba un baño.- le dijo frotándose los ojos.
-          ¿Te sientes bien? – le insistió la reina.
-          Sí, normal. Me escuecen los cortes de los brazos. – le dijo mientras andaba hacia la escultura piadosa.
-          Rellena estas tres botellas, no llevo más por ahora. – le dijo Limëy haciendo levitar los vidrios hacia él. Las botellas eran de fino vidrio soplado, le daba miedo cortarse. Adrián las cogió y no tardó en llenarlas, mientras observaba las enormes dimensiones del estanque. Cada momento que pasaba dentro parecía recuperarle, animarle, repararle interiormente. Se estaba curando. La reina no cesaba de mirarle.

Limëy recuperó las botellas al momento que Adrián llegaba ante la escultura. Tuvo que agarrarse para no desfallecer, un fuerte calor le invadía.

-          ¿Qué me pasa? – le gritó a la reina, se empezaba a asustar.
-          Quítate los vendajes – hizo caso a la soberana. Contempló cómo iba cerrándose y regenerándose ante sus ojos las heridas, volvió a zambullirse bajo el agua para quitarse el calor, al salir a la superficie sintió como se mareaba, no parecía tener el control. Sintió un gran calambre, como una corriente eléctrica potente, mientras se formaban imágenes en su cabeza. No podía ver, era oscuridad, sentía una revelación, un shock.

Todo estaba en penumbra. Frente a él había una gran escalera que comenzó a subir. Oía voces, pero eran susurros que no entendía, el ambiente era frío. ¿Dónde estaba?

Subió al piso superior, allí había un amplío pasillo, pero continuó subiendo las escaleras al segundo piso y allí se topó con Fhêdrik. Estaba solo, sentado en una butaca.  Miraba, absorto en sus pensamientos, la hoja de su daga. De un pasadizo cercano salió otro hombre, se acercó a él y le susurró algo al oído. Se fue cojeando y Fhêdrik se levantó y entró por el pasadizo. ¿Qué estaba pasando? Debía ser un sueño o recuerdo del hirasy, tal vez algo que estaba sucediendo en ese instante, algo futuro. Nadie parecía verle.

Adrián le siguió. Bajaron unas escaleras que les hizo llegar a una gruta con estalactitas y un sendero de piedra negra que reflejaba las antorchas. Recorrieron el camino hasta que delante de ellos hubo una puerta. Antes de que Adrián pudiera entrar, el hirasy había cerrado. Pegó su oreja a la puerta, no se atrevía a abrirla, lo que le recordó el día de la abadía y comenzó a escuchar:

-          Fhêdrik, ¿qué habéis hecho en el otro mundo? ¿Le habéis traído?- se escuchó una grave y macabra voz.
-          Os dije que era complicado, traje nuevos siervos mi rey…– escuchó comenzar al vasallo con nerviosismo.
-          ¿Sí o no? no me tienes que decirnada más. – retumbaba la voz del príncipe oscuro.
-          El…el chico que transporté se escapó, traje a Kÿsbrum a los humanos y cuando volví a por él, ya no estaba.
-          ¡No, imbécil! ¡sólo me traes problemas!- escuchó gritar a Hördtein
-          Lo siento…
-          Te he dejado para que vinieses tú a decírmelo, a contarme la verdad a la cara y no te has atrevido. Aún así no he fracasado del todo, ya estaba al tanto. – Adrián se asustó.
-          ¿Por qué lo decís señor?- preguntó el vasallo.
-          Un humano del otro lado, ha llegado a Hëldary. Con el bloqueo de las barreras ¿Qué posibilidades tiene de ser el que te pedí que trajeras? – dijo elevando la voz el señor.
-          ¿Es tan importante?...
-          Si la estúpida de Limëy se entera de lo que estoy tramando, me veré obligado a matarla. Lo que no acabé hace años, me obligarás a hacerlo por tu ineptitud ¿Cuándo vas a aprender ser despreciable? – gritaba el señor.
-          ¿Qué puedo hacer por vos? – escuchó Adrián decir a Fhêdrik temeroso.
-          Puede que tu error les sirva como escarmiento. – comenzó Hördtein. - Levántate, ve a llamar a los demás y acude a Hëldary, allí está el muchacho ¡tráemelo!….¡Sin más fallos Fhêdrik! – ordenó el príncipe oscuro.
-          ¿Vivo o muerto?...... – escuchando tras la puerta sentía su corazón latir rápidamente, hablaban de él. Antes de poder escuchar más comenzó a sentir que le faltaba el aire. Después, como caía y caía, hacia una oscuridad que lo invadía todo por completo.

Volvió en sí, estaba sumergido en el agua. Escuchaba la voz de Limëy llamándole. ¿Qué había sido eso? Se apoyó en el suelo de espejo con las manos para impulsarse. Notó como algo se escurría bajo su palma. En un acto reflejo,  lo atrapó rápido en su puño y salió a la superficie. Le faltaba el aire. Arriba pudo ver que era una lágrima perlada, que relucía con las luces turquesa de la cisterna.

-          ¿Qué ha pasado? – le preguntó la reina, mientras él se recuperaba apoyado en la escultura.
-    Ha sido extraño, he tenido una visión, como una película en mi cabeza, un sueño, estoy aturdido.
-          No te preocupes, te sacaré de ahí- movió su mano y Adrián ascendió muy rápido.
-          Gracias majestad.
-          ¿Cómo te encuentras? ¿Qué has visto? – le interrogó preocupada.
-         Era Fhêdrik, fue a hablar con Hördtein, supongo no les pude ver, sólo les escuché. Le informó que me había escapado, y le contestó, que ya estaba informado sobre ello, que sabía que me encontraba aquí, bueno en Hëldary. Le ha ordenado buscarme y llevarme ante él. No se enfadó demasiado, arrogantemente victorioso, dijo que os serviría de escarmiento. - respondió Adrián.
-          ¿Sabía de tu existencia aquí? Como temía, hay un traidor en el consejo – expresó Limëy alterada.
-          No sé más, pero creo estamos en peligro. ¿No? ¿Era una visión?
-          Eso parece… ¿Has encontrado esta lágrima? – le preguntó.
-          Sí, toma – le dijo el joven aún sobrecogido.
-          No, yo ya tengo la mia – dijo señalando el broche de su capa. – Son gemas ancestrales del reino, no abundan, pero es extraño… - decía pensativa- Quédatela tú, como regalo, que te ilumine siempre que lo necesites.
-          Gracias ¿Por qué es extraño? ¿Por qué no luce?
-          Ahora no hay tiempo que perder, debemos volver cuanto antes a Hëldary. – la reina le secó con un movimiento de su mano.
-          ¿Qué debo hacer ahora?¿Qué va a pasar? – preguntó Adrián nervioso.
-          Acompañarás a Lyria a su ciudad. Allí en Drâica conseguirás la ayuda que necesitas para dar el siguiente paso. – le dijo decidida.
-          ¿Cuál es?
-          Me gustaría decirte que volver a casa, ya lo sabes. Pero no, ha comenzado – le decía  con una mano en su hombro – tu corazón te lo dictará siempre. – Adrián menos tranquilo, le sonrió apesadumbrado.

Limëy emprendió el regreso por la pasarela seguida del joven. Iba perdida en sus pensamientos, sus dudas. El chico parecía haber nacido para llevar a cabo una misión, no quería presionarle, pero una vez iniciada la primera acción, su entrada, ya no había vuelta atrás. El resplandor rojizo de Aimara indicaba que la maquinaria había comenzado su lento arranque.


                                                                                                             SIGUIENTE CAPÍTULO

No hay comentarios:

Publicar un comentario