XXIX. SYNÁG ARYMÔ



Adrián se quedó alucinado con el árbol que veía delante de él. Se encontraba en un patio amplio porticado y hexagonal, cuyo centro estaba ocupado por el tronco milenario del árbol colonial de la corona feérica. Alguna de sus raíces, se dejaban ver engrosadas antes de enterrarse. De ellas saldrían dos árboles, más a cada lado del patio. Su conjunto constituía la mayor parte del palacio de Hëldary.

-          Adrián, ve a la habitación. Te mandaré a Fyöre para que te lleve comida. Espera allí mis instrucciones. Sólo las mías.
-          De acuerdo majestad – dijo el joven sin quitar ojo la enorme copa de Hëld.
-          Si entras por esa puerta, accedes al vestíbulo del Salón del Trono, desde allí sabes llegar ¿verdad?
-          No te preocupes, sé orientarme. Y perdón por…
-          No sigas, no es necesario pedir disculpas. – le dijo Limëy concisa.

La reina vio avanzar a Adrián hacia la puerta donde le había mandado. Ella, terminó de atravesar el patio, hasta la puerta opuesta por la que acababa de entrar el joven. Estaba en la galería del pórtico.

A la salida del Nêyrnawa, ya con su cetro, había mandado un mensaje de reunión urgente a su consejo, necesitaba avisarles del peligro inminente que corrían. Debía ser precavida, no quería precipitarse y perder la oportunidad de encontrar al traidor, si estaba en ese pequeño grupo.

La Sala del Consejo de Hëldary, se encontraba en el área oeste de la fortaleza. Nada más entrar en ella, observó como ya estaban allí sus consejeros.

-          ¡Buenas tardes majestad! – dijo Sylvain levantándose, al verle entrar. Los demás le imitaron.
-          Buenas tardes a todos – dijo algo nerviosa. Llegó a su asiento presidiendo la mesa de madera pulida y se sentó. Fijó un instante su mirada en el techo artesonado, escudriñando las ornamentaciones policromadas buscando las palabras adecuadas. Las cinco hadas le miraban esperando.
-          Tenemos problemas graves – comenzó Limëy – un grupo de hirasy viene hacia aquí.
-          ¿Cómo decís? – dijo sorprendido Seräphin.
-          No sé de cuanto tiempo disponemos, pero el ataque es inminente – afirmó contundente.
-          No hemos recibido alerta, ni avistamiento majestad ¿Estáis segura?
-          Lo suficiente para reuniros Amýn.
-          ¿Y cómo lo sabéis? – le preguntó Seräephin.
-          Ahora no hay tiempo, debemos prepararnos.
-          ¿El chico nos ha puesto en peligro? – le preguntó Sÿra, un hada femenina.
-          Os lo advertí Limëy – dijo Sythäel antes de que la reina contestara.
-          Sé que fui advertida, sabía que esto era probable que pasara. Necesitaba más tiempo, pero no ha sido así.. se han enterado demasiado…pronto. – dijo determinada mirando a su tío, eligiendo bien las palabras.
-          ¿Qué sugerís entonces? – preguntó Sylvain.
-          Amýn, necesito que me informes sobre una posible defensa de Hëldary. Para ver qué plan rápido se puede trazar. – respondió Limëy mirando al hada encargado de las estrategias y defensa del reino.
-          ¿Qué planes tenéis en mente? ¿Cuántos vienen? ¿A qué nos enfrentamos? Sabemos que desde Kÿsbrum, hay tres días y medio de camino. ¿Tenemos tiempo? – dijo el general levantándose lentamente a por más vino en su copa.
-          No sé el número exacto, pero antes de todo, dime cuántas hadas y otros habitantes de Hëldary podrían acudir a proteger de inmediato la fortaleza.
-          Es difícil de estimar majestad. Desde el tratado de Yrîne, muchos decidieron alejarse de todo lo que tuviese que ver con las batallas, aún así tenemos el escuadrón real y de forma rápida, quizá un centenar más. – dijo volviendo despacio a su asiento.
-          Siempre dije que era un error establecer esa tregua, es una farsa. Estamos estancados, volviéndonos cómodos y cobardes. – dijo la reina disgustada.
-          Sin embargo, firmásteis – le puntualizó Seräephin. La reina le atravesó con la mirada. El astrónomo, fue el único que le apoyó en su voto negativo a ese tratado.
-          No es momento de viejas rencillas. – comenzó Sythäel – debemos avisar a la población más vulnerable para que se acerque a palacio. Aquí estarán más seguros que fuera.
-          ¿Y dónde les metemos? – preguntó Sÿra.
-          En el Khrýsalin. – contestó Limëy.
-          Por ahora es el sitio más seguro de la fortaleza. – comenzó Sylvain - Sin embargo, creo que todos los demás deberían aceptar el artículo 30 de la Carta de Hëldary.
-          Es posible, pero tras tantos años sin luchar, no sé de qué nos van a servir tantas personas sin experiencia, sin destreza, si son muchos hirasy es mandarlos a la muerte, no podríamos curarlos a todos después.- dijo Sÿra haciendo hincapié en los heridos.
-          Bien, demos la alarma. Que vengan cuanto antes, no podemos perder más tiempo pensando. Mientras lo hacemos, protejámoslos. – comenzó Limëy, mirándoles a todos – Después, Amýn, avisa a Gêminey que prepare el escuadrón real. Coordina con tus hombres lo que puedas. Principalmente la entrada, que no accedan a la manga de tierra.
-          Sí, majestad. – dijo el general levantándose para salir de la sala.
-          Yo me encargo de avisar en el bosque – le dijo Seräephin, con rapidez.
-          Perfecto – les dijo mientras salían del consejo.
-          Sÿra ¿Cuánto espacio real tienes en la gruta para enfermos y heridos? – preguntó la reina.
-          Poco más del centenar majestad. Hëldary ha ido disminuyendo, y sin batallas, ni enfrentamientos, con el tiempo estancado, apenas se ha necesitado incremento sanitario, ni se ha prestado atención a los cuidados.
-          Lo entiendo. Ve allí, a ver si Michäella y Jäesmine pueden ayudarte a prepararlo lo mejor posible.
-          De acuerdo majestad, pero el chico…
-          Sé, que os debo una explicación larga y tendida sobre Adrián, ya hablaremos de ello cuando esto pase. – el hada asintió dándose por contestada. La responsable de los cuidados sanitarios del reino.
-          ¡Limëy!¡Ya…
-          Ahora no Sythäel, - le cortó la reina - no hay tiempo. Esperaremos los planes de Amýn, si la cosa empeora, avisad a la Lágrima por si pudieran llegar cuanto antes para ayudar.

Antes de poder contestar, un hada de mediano tamaño, irrumpió volando en la Sala por la puerta que daba acceso desde el Salón del Trono.

-          Majestad, vine lo más rápido que he podido – Limëy intentaba tranquilizarla, venia fatigada.
-          ¿Qué ocurre Gêminey? ¿Os ha avisado Amýn?
-          ¿Amýn? No, quizá me fui antes de que pudiese encontrarme. No sé qué quería, pero no hay tiempo. El ejército de las crines rubí viene de camino. Cuando me informaron estaban saliendo de la antigua escuela de Lödeain, hay que…
-          ¿Han entrado en el bosque ya?- interrumpió asombrada la soberana.
-          Así es alteza. Parece que vienen hacia aquí, quizá a atacarnos. – Sylvain y Sythäel caminaban nerviosos por la sala.
-          Efectivamente, Amýn iba a avisarte ¿Cuántos vienen? ¿Tenemos tiempo? – preguntó alterada Limëy.

El hada se posó en la mesa. Le era más fácil comunicarse que desde el suelo, dado su tamaño similar a un enano.

-          Son cerca de veinte o treinta hirasy. Por la velocidad que llevan, han utilizado magia con los caballos. Antes de caer la noche estarán aquí majestad – dijo el pequeño hada algo menos fatigada.
-          Muchas gracias por avisar Gêminey, ¿Podrías convocar rápido al resto de la Guardia Real para que vinieran a ayudar?- le preguntó Limëy.
-          Ya lo hice majestad…  - dijo avergonzada.
-          ¿Qué ocurre? – interrumpió Sylvain.
-           Siento decirles que temen por sus vidas, cuando supieron que se trataba de los hirasy, muchas se echaron para detrás. Avisé a Jäesmine, y ella traerá a algunos más del bosque. Debo irme, a ver qué puedo hacer alteza. – concluyó el hada.
-          Coordina también, con Jäesmine la entrada rápida de los mayores, mujeres y niños en el Khrýsalin.
-          Claro majestad.
-          Rápido, Gêminey – El hada, abandonó la sala volando.
-          Vamos a avisar y prepararnos. – le dijo su tio hablando también por Sylvain.

En cuanto se fue la capitán de la Guardia Real y los consejeros, cogió un pergamino y escribió a su primo Däemian, avisándole de la partida de Lyria junto con Adrián, pidiéndole que llevara al chico con su padre, Bigräel. Al terminar, le dio dos golpes suaves con los dedos y se transformó en un pequeño pájaro de papiro. El ave misiva, se elevó por encima de la mesa, y sorteando los adornos labrados del techo artesonado, salió rumbo a su destinatario.

Limëy, se levantó con toda la firmeza que le permitían sus rodillas. Estaba asustada, no le gustaba no tener todo previsto. Atravesó la sala con rapidez y salió al patio de Hëld.

Sin esperar más, comenzó el rito que creyó no volver a utilizar, hasta que no estuviesen todos armados, y preparados para vencer al príncipe. Se quitó la capa del cuello, se arrodilló frente al inmenso tronco y abrió sus alas al completo. En un gesto de ofrenda, hizo una reverencia y le ofreció el cetro mientras pronunciaba unas palabras:

-          Synág arymô – susurró.

Sin perder la postura, notó el intenso brillo de la lágrima del bastón real. Éste comenzó a levitar. De unas raíces cercanas de Hëld, empezaron a crecer enredaderas blancas luminiscentes, en la leve oscuridad del ocaso. Llegaron hasta el cetro y le alcanzaron. Poco a poco, fueron ascendiendo por él hasta su extremo brillante. Al instante, un haz potente de luz salió disparado del cayado. Atravesó las ramas del árbol, hasta alcanzar el cielo. Una vez allí, explotó en millones de centellas provocando un estruendo grave, un bramido gutural que hizo vibrar hasta la tierra. Limëy, que continuaba en la posición de súplica al árbol, encogió sus alas. Se puso en pie y agarró su cetro. Las enredaderas luminiscentes salieron despedidas y levitando, comenzaron a unirse a los destellos, para ir formando una cúpula invisible alrededor de la fortaleza. Era el alma de Hëld, protegiendo a su colonia.  

Desde el aviso, tenían poco tiempo para refugiarse en el fuerte. Esperaba que pudieran llegar a tiempo la mayor parte del reino. Cada vez que una hifa de luz se unía con las centellas a la cúpula, se emitían sonoros estallidos, con truenos que simulaban un continuo bramido de alarma.

La reina comenzó a llamar a Sylvain, no sabía a donde había ido, necesitaba conocer la situación, pero este no aparecía por más que le llamaba, el consejero no hacía acto de presencia. Limëy con un golpe en el suelo con el cetro, despareció para aparecerse en el espejo, que daba acceso al Khrýsalin, nadie podía aparecerse en su interior. Antes de darle un toque, avanzaron unas hadas por el pasillo desde las escaleras.

-          ¡Majestad! Ya están llegando a Hëldary – era la voz de Jäesmine.
-          ¡Rápido! Que entren todos – dijo Limëy abriendo el espejo.
-          No se ha podido traer a la mayoría, la cúpula está cerca de cerrarse. – le informó otro hada del escuadrón real.
-          No te preocupes Lhynsed – dijo la reina.
-          Nosotras vamos con Gêminey, tenemos que prepararnos. – le avisó Jäesmine.
-          De acuerdo. – Limëy, esperó a que entrasen al Khrýsalin y bloqueó entonces la puerta. Hizo invisible el espejo con un movimiento de sus manos.

Rápidamente avanzó por los escalones y corredores, hasta llegar al pasillo oriental donde se encontraban las cámaras de descanso. Llamó a la puerta y entró en la habitación de Adrián.

-          ¿Qué sucede? ¿Son bombas? – le preguntó el joven.
-          ¿Te refieres a los ruidos?
-          Sí – afirmó.
-          Es el hechizo de protección del reino. Ya están llegando los hirasy, es el momento de partir antes de que termine de crearse la cúpula. Coge tus cosas, te espero fuera – Adrián cogió su bolsa de cuero, revisó que llevaba la runa y salió al corredor. La reina llamó a la puerta de al lado y abrió la estancia, estaba vacía.
-          ¡Lyria! – gritó Limëy.  Nadie respondió.

En silencio puso rumbo acelerado hacia el Salón del Trono. Por el corredor, se notaba retumbar las vidrieras con los estruendos de la protección de Hëldary.

-          ¡Limëy!¡Majestad! ¿Qué sucede? – les hablaba una chica al final del pasillo.
-          ¡Lyria! Fui a buscarte – comenzó la soberana – Es necesario que os vayáis de inmediato, los dos. – explicó.
-          ¿A dónde? – preguntó la pelirroja.
-           A Drâica ¿Sabes ir desde aquí? – la cara de la joven era de perplejidad.
-          Se tarda varios días en llegar. Necesitaremos caballos por lo menos majestad.
-          Sin problema. – le dijo Limëy mientras avanzaban por el corredor.
-          ¡Fyore! – llamó la reina. Al instante apareció el hada del servicio.
-          ¿Sí majestad?
-          ¡Avisa a Fhipö que prepare dos monturas inmediatamente!
-          Pero…
-          Ya Fyore, debe ser ya mismo.  – sentenció la reina. El hada desapareció.
-          ¿Qué debo hacer en Drâica? – preguntó Adrián.
-          Lyria te llevará con mi tío. Allí estarás seguro. – decía mirando a la joven. – He escrito a Däemian, ellos podrán protegerte de momento. – Lyria asintió sonriendo a Adrián.
-          En el bosque estará a salvo.-  afirmó Lyria a la reina.
-          ¡Agarraos a mi brazo! – les dijo el hada extendiendo su miembro izquierdo. Los jóvenes obedecieron. Limëy dio un golpe de cetro y desaparecieron para aparecer en la entrada principal de la fortaleza.

La cúpula estaba cerca de completarse. El reflejo de Aiḿara y las primeras estrellas, en la superficie del lago, estaba danzando con las vibraciones que provocaban los estruendos de las hifas mágicas, uniéndose con los destellos, como fibras, hilos, que cosían una armadura invisible.

De repente, del camino que salía del bosque comenzaron a avanzar decenas de caballos hacia la manga de tierra que unía la fortaleza.

-          ¡Refugiáos! ¡Refugiaos! ¡Ya están aquí! – gritaba el capitán de las hadas.
-          ¿Qué ocurre? - preguntó Limëy a unas hadas muy pequeñas que llegaban volando.
-          ¡Hay hirasy en Hëldary majestad! – gritó una de ellas.
-          ¡Todos dentro! – gritaba otro hada masculina al galope.
-          ¡Defended el paso! – gritaba Amýn desde su caballo, formando una escuadra de una veintena de soldados a caballo.
-          ¿Qué hacemos majestad? – le preguntó Adrián nervioso intentando ser educado.
-          ¡Vamos dentro! – les dijo rápido.  

En ese instante, la cúpula terminaba de cerrarse. Un gran relámpago alumbró el interior de la burbuja, por un momento convirtió la fortaleza en un faro en el bosque. A pesar de estar cerrada, las hadas podían seguir accediendo. Era una protección sagrada, cuasi simbiótica del árbol con la raza feérica.

Subiendo la cuesta empedrada a la puerta principal, vieron llegar los primeros hirasy. Adrián observó los caballos negros avanzando hacia la cúpula, eran como el ébano, le recordaron a los que había visto en la Edad Media, en la batalla de Villaflor, salvo por sus crines granates. Se pararon impactados para observar la situación.

Decenas de hadas atravesaban sin miedo, la barrera de la cúpula iridiscente. Llegaban corriendo o volando desde el bosque y continuaban por la manga de tierra hasta el pequeño patio empedrado, desde allí subían la cuesta y accedían a la fortaleza, salvando el foso.

De un caballo de los hirasy, se bajó un hombre con un cayado. En su punta tenía una bola con un resplandor rojizo. Veían cómo iba abriéndose paso entre los vasallos que mataban y perseguían hadas frente a la cúpula.

-          ¿Quién es? ¿Qué va a hacer? – preguntó Adrián.
-          Es un brujo, no esperes nada bueno. – le contestó Lyria asombrada. La reina no apartaba la vista de la situación. No tenía que haber dicho nada sobre Adrián en el consejo.

Varios hirasy continuaron su galope hacia la cúpula, se bajaron y continuaron a pie, la atravesaron sin problema.

-          ¿Y eso? ¿Es por el brujo? – dijo Adrián pasamado.
-          No, deben ser hadas.
-          Pero…
-          Hadas traidoras muchacho. – comenzó Sylvain a sus espaldas.-  Me temo que… llevan bastantes siglos de su lado. – terminó mirando a la soberana.
-          Sí, ya lo sabíamos. – empezó a explicarles Limëy a los jóvenes - Después de esto, miraré a ver quien sigue en Hëldary mientras le apoya a él. – terminó mirando al consejero.

Varios magos del grupo de hirasy, comenzaron a lanzar hechizos hacia la cúpula, encontrando al final la muerte, al rebotarles con más energía. La lucha seguía fuera y dentro de la campana. El brujo, clavó su cayado en el suelo y comenzó a hacer aspavientos con los brazos, y a susurrar. Los jóvenes miraban consternados la escena entre los gritos de los hadas montados. Estaban frenando la entrada de los pocos traidores a pie.

De repente, una bruma densa comenzó a rodear todo. Los gritos cesaron, el frío invadió el lugar, rápidamente. Adrián notó una sensación espeluznante.

-          ¡Limëy! ¡Debéis resguardaros! – dijo Sylvain desde la densidad brumosa.
-          No dejaré tirados a todos ahora. – pronunció la soberana.

Al instante, desapareció la bruma. Se fue metiendo en los cadáveres de hadas que habían perdido su vida, en el bosque y en la orilla del lago. Con el cayado, el brujo dirigió algunos movimientos hacia la cúpula, y todas las hadas fallecidas, varias veintenas, levitaron sobre el escudo.

Con otro gesto de sus manos, la sangre de los cuerpos comenzó a fluir, formando regueros aspirados como en un leve torbellino flotante sobre la fortaleza. Limëy, sabía lo que ocurriría a continuación. Sólo lo había visto en una ocasión en una de las batallas del equilibrio en la Tierra de las Brumas.

-          ¡Da la retirada Limëy! ¡Salvad los soldados de la manga! – le espetó Sylvain.
-          Me encantaría, esa órden debe darla Amýn, aunque su función es defender el palacio. – Contestó la reina.
-          ¡Retiradaaa! ¡Todos al castillo! – comenzó a gritar el capitán.
-          ¿Veis? – le reprendió Sylvain a Limëy.
-          Pero.. pero eso no es posible.

El Brujo completó su danza alrededor del báculo y apuntando con él a los ríos de sangre, les prendió fuego. Comenzaron a caer cual lava ardiente sobre la cúpula. El escudo fue sufriendo abrasiones entre grandes estruendos. Algunos agujeros permitían que la sangre féerica entrase cayendo sobre la fortaleza, provocando incendios.

-          ¡Nooo! – Limëy apuntó con su cetro sobre la cúpula y un gran resplandor intentaba reparar las grietas, algunos hirasy, habían conseguido pasar sin ser frenados por la retirada. Lyria sacó una varita de madera y apuntó igualmente a la cúpula.
-          ¡Majestad! – le gritó Amýn al ver el rayo que salía desde el cetro. - ¡Vamos dentro! – Limëy siguió intentando contener más la cúpula. Parecía reconstruirse poco a poco.
-          ¡No va a soportarlo alteza! Es muy fuerte. – Le gritó Sylvain.
-          ¡Ayúdala! – le dijo Adrián - ¡Ayudadla! – dijo mirando a varios que pasaban por allí huyendo de los ataques de las hadas sin vida.
-          ¡Vamos dentro! – dijo Amýn bajándose del caballo. Empujó a Limëy que se tambaleó sobre Lyria. – No se exponga majestad. ¡Dentro ya! – la reina iba a tomar represalias, pero en ese instante, la cúpula cedió en un estruendo que retumbó en todo el bosque.





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