Adrián se quedó alucinado con el árbol
que veía delante de él. Se encontraba en un patio amplio porticado y hexagonal,
cuyo centro estaba ocupado por el tronco milenario del árbol colonial de la
corona feérica. Alguna de sus raíces, se dejaban ver engrosadas antes de
enterrarse. De ellas saldrían dos árboles, más a cada lado del patio. Su
conjunto constituía la mayor parte del palacio de Hëldary.
-
Adrián, ve a la habitación. Te mandaré a Fyöre para que
te lleve comida. Espera allí mis instrucciones. Sólo las mías.
-
De acuerdo majestad – dijo el joven sin quitar ojo la
enorme copa de Hëld.
-
Si entras por esa puerta, accedes al vestíbulo del
Salón del Trono, desde allí sabes llegar ¿verdad?
-
No te preocupes, sé orientarme. Y perdón por…
-
No sigas, no es necesario pedir disculpas. – le dijo
Limëy concisa.
La reina vio avanzar a Adrián
hacia la puerta donde le había mandado. Ella, terminó de atravesar el patio,
hasta la puerta opuesta por la que acababa de entrar el joven. Estaba en la galería
del pórtico.
A la salida del Nêyrnawa, ya con
su cetro, había mandado un mensaje de reunión urgente a su consejo, necesitaba
avisarles del peligro inminente que corrían. Debía ser precavida, no quería
precipitarse y perder la oportunidad de encontrar al traidor, si estaba en ese
pequeño grupo.
La Sala del Consejo de Hëldary,
se encontraba en el área oeste de la fortaleza. Nada más entrar en ella,
observó como ya estaban allí sus consejeros.
-
¡Buenas tardes majestad! – dijo Sylvain levantándose, al
verle entrar. Los demás le imitaron.
-
Buenas tardes a todos – dijo algo nerviosa. Llegó a su
asiento presidiendo la mesa de madera pulida y se sentó. Fijó un instante su
mirada en el techo artesonado, escudriñando las ornamentaciones policromadas
buscando las palabras adecuadas. Las cinco hadas le miraban esperando.
-
Tenemos problemas graves – comenzó Limëy – un grupo de
hirasy viene hacia aquí.
-
¿Cómo decís? – dijo sorprendido Seräphin.
-
No sé de cuanto tiempo disponemos, pero el ataque es
inminente – afirmó contundente.
-
No hemos recibido alerta, ni avistamiento majestad
¿Estáis segura?
-
Lo suficiente para reuniros Amýn.
-
¿Y cómo lo sabéis? – le preguntó Seräephin.
-
Ahora no hay tiempo, debemos prepararnos.
-
¿El chico nos ha puesto en peligro? – le preguntó Sÿra,
un hada femenina.
-
Os lo advertí Limëy – dijo Sythäel antes de que la
reina contestara.
-
Sé que fui advertida, sabía que esto era probable que
pasara. Necesitaba más tiempo, pero no ha sido así.. se han enterado demasiado…pronto.
– dijo determinada mirando a su tío, eligiendo bien las palabras.
-
¿Qué sugerís entonces? – preguntó Sylvain.
-
Amýn, necesito que me informes sobre una posible defensa
de Hëldary. Para ver qué plan rápido se puede trazar. – respondió Limëy mirando
al hada encargado de las estrategias y defensa del reino.
-
¿Qué planes tenéis en mente? ¿Cuántos vienen? ¿A qué
nos enfrentamos? Sabemos que desde Kÿsbrum, hay tres días y medio de camino.
¿Tenemos tiempo? – dijo el general levantándose lentamente a por más vino en su
copa.
-
No sé el número exacto, pero antes de todo, dime
cuántas hadas y otros habitantes de Hëldary podrían acudir a proteger de
inmediato la fortaleza.
-
Es difícil de estimar majestad. Desde el tratado de
Yrîne, muchos decidieron alejarse de todo lo que tuviese que ver con las
batallas, aún así tenemos el escuadrón real y de forma rápida, quizá un
centenar más. – dijo volviendo despacio a su asiento.
-
Siempre dije que era un error establecer esa tregua, es
una farsa. Estamos estancados, volviéndonos cómodos y cobardes. – dijo la reina
disgustada.
-
Sin embargo, firmásteis – le puntualizó Seräephin. La
reina le atravesó con la mirada. El astrónomo, fue el único que le apoyó en su
voto negativo a ese tratado.
-
No es momento de viejas rencillas. – comenzó Sythäel –
debemos avisar a la población más vulnerable para que se acerque a palacio.
Aquí estarán más seguros que fuera.
-
¿Y dónde les metemos? – preguntó Sÿra.
-
En el Khrýsalin. – contestó Limëy.
-
Por ahora es el sitio más seguro de la fortaleza. –
comenzó Sylvain - Sin embargo, creo que todos los demás deberían aceptar el artículo
30 de la Carta de Hëldary.
-
Es posible, pero tras tantos años sin luchar, no sé de
qué nos van a servir tantas personas sin experiencia, sin destreza, si son
muchos hirasy es mandarlos a la muerte, no podríamos curarlos a todos después.-
dijo Sÿra haciendo hincapié en los heridos.
-
Bien, demos la alarma. Que vengan cuanto antes, no
podemos perder más tiempo pensando. Mientras lo hacemos, protejámoslos. – comenzó
Limëy, mirándoles a todos – Después, Amýn, avisa a Gêminey que prepare el escuadrón
real. Coordina con tus hombres lo que puedas. Principalmente la entrada, que no
accedan a la manga de tierra.
-
Sí, majestad. – dijo el general levantándose para salir
de la sala.
-
Yo me encargo de avisar en el bosque – le dijo
Seräephin, con rapidez.
-
Perfecto – les dijo mientras salían del consejo.
-
Sÿra ¿Cuánto espacio real tienes en la gruta para enfermos
y heridos? – preguntó la reina.
-
Poco más del centenar majestad. Hëldary ha ido disminuyendo,
y sin batallas, ni enfrentamientos, con el tiempo estancado, apenas se ha necesitado
incremento sanitario, ni se ha prestado atención a los cuidados.
-
Lo entiendo. Ve allí, a ver si Michäella y Jäesmine
pueden ayudarte a prepararlo lo mejor posible.
-
De acuerdo majestad, pero el chico…
-
Sé, que os debo una explicación larga y tendida sobre
Adrián, ya hablaremos de ello cuando esto pase. – el hada asintió dándose por
contestada. La responsable de los cuidados sanitarios del reino.
-
¡Limëy!¡Ya…
-
Ahora no Sythäel, - le cortó la reina - no hay tiempo. Esperaremos
los planes de Amýn, si la cosa empeora, avisad a la Lágrima por si pudieran
llegar cuanto antes para ayudar.
Antes de poder contestar, un hada
de mediano tamaño, irrumpió volando en la Sala por la puerta que daba acceso
desde el Salón del Trono.
-
Majestad, vine lo más rápido que he podido – Limëy intentaba
tranquilizarla, venia fatigada.
-
¿Qué ocurre Gêminey? ¿Os ha avisado Amýn?
-
¿Amýn? No, quizá me fui antes de que pudiese
encontrarme. No sé qué quería, pero no hay tiempo. El ejército de las crines rubí
viene de camino. Cuando me informaron estaban saliendo de la antigua escuela de
Lödeain, hay que…
-
¿Han entrado en el bosque ya?- interrumpió asombrada la
soberana.
-
Así es alteza. Parece que vienen hacia aquí, quizá a
atacarnos. – Sylvain y Sythäel caminaban nerviosos por la sala.
-
Efectivamente, Amýn iba a avisarte ¿Cuántos vienen? ¿Tenemos
tiempo? – preguntó alterada Limëy.
El hada se posó en la mesa. Le
era más fácil comunicarse que desde el suelo, dado su tamaño similar a un enano.
-
Son cerca de veinte o treinta hirasy. Por la velocidad
que llevan, han utilizado magia con los caballos. Antes de caer la noche estarán
aquí majestad – dijo el pequeño hada algo menos fatigada.
-
Muchas gracias por avisar Gêminey, ¿Podrías convocar
rápido al resto de la Guardia Real para que vinieran a ayudar?- le preguntó
Limëy.
-
Ya lo hice majestad… - dijo avergonzada.
-
¿Qué ocurre? – interrumpió Sylvain.
-
Siento decirles
que temen por sus vidas, cuando supieron que se trataba de los hirasy, muchas
se echaron para detrás. Avisé a Jäesmine, y ella traerá a algunos más del
bosque. Debo irme, a ver qué puedo hacer alteza. – concluyó el hada.
-
Coordina también, con Jäesmine la entrada rápida de los
mayores, mujeres y niños en el Khrýsalin.
-
Claro majestad.
-
Rápido, Gêminey – El hada, abandonó la sala volando.
-
Vamos a avisar y prepararnos. – le dijo su tio hablando
también por Sylvain.
En cuanto se fue la capitán de la
Guardia Real y los consejeros, cogió un pergamino y escribió a su primo Däemian,
avisándole de la partida de Lyria junto con Adrián, pidiéndole que llevara al
chico con su padre, Bigräel. Al terminar, le dio dos golpes suaves con los
dedos y se transformó en un pequeño pájaro de papiro. El ave misiva, se elevó
por encima de la mesa, y sorteando los adornos labrados del techo artesonado,
salió rumbo a su destinatario.
Limëy, se levantó con toda la firmeza
que le permitían sus rodillas. Estaba asustada, no le gustaba no tener todo previsto.
Atravesó la sala con rapidez y salió al patio de Hëld.
Sin esperar más, comenzó el rito
que creyó no volver a utilizar, hasta que no estuviesen todos armados, y preparados
para vencer al príncipe. Se quitó la capa del cuello, se arrodilló frente al inmenso
tronco y abrió sus alas al completo. En un gesto de ofrenda, hizo una
reverencia y le ofreció el cetro mientras pronunciaba unas palabras:
-
Synág arymô – susurró.
Sin perder la postura, notó el intenso
brillo de la lágrima del bastón real. Éste comenzó a levitar. De unas raíces cercanas
de Hëld, empezaron a crecer enredaderas blancas luminiscentes, en la leve
oscuridad del ocaso. Llegaron hasta el cetro y le alcanzaron. Poco a poco, fueron
ascendiendo por él hasta su extremo brillante. Al instante, un haz
potente de luz salió disparado del cayado. Atravesó las ramas del árbol, hasta
alcanzar el cielo. Una vez allí, explotó en millones de centellas provocando un
estruendo grave, un bramido gutural que hizo vibrar hasta la tierra. Limëy, que
continuaba en la posición de súplica al árbol, encogió sus alas. Se puso en pie
y agarró su cetro. Las enredaderas luminiscentes salieron despedidas y levitando,
comenzaron a unirse a los destellos, para ir formando una cúpula invisible
alrededor de la fortaleza. Era el alma de Hëld, protegiendo a su colonia.
Desde el aviso, tenían poco tiempo
para refugiarse en el fuerte. Esperaba que pudieran llegar a tiempo la mayor
parte del reino. Cada vez que una hifa de luz se unía con las centellas a la
cúpula, se emitían sonoros estallidos, con truenos que simulaban un continuo bramido
de alarma.
La reina comenzó a llamar a Sylvain,
no sabía a donde había ido, necesitaba conocer la situación, pero este no aparecía
por más que le llamaba, el consejero no hacía acto de presencia. Limëy con un golpe
en el suelo con el cetro, despareció para aparecerse en el espejo, que daba
acceso al Khrýsalin, nadie podía aparecerse en su interior. Antes de darle un
toque, avanzaron unas hadas por el pasillo desde las escaleras.
-
¡Majestad! Ya están llegando a Hëldary – era la voz de
Jäesmine.
-
¡Rápido! Que entren todos – dijo Limëy abriendo el
espejo.
-
No se ha podido traer a la mayoría, la cúpula está
cerca de cerrarse. – le informó otro hada del escuadrón real.
-
No te preocupes Lhynsed – dijo la reina.
-
Nosotras vamos con Gêminey, tenemos que prepararnos. –
le avisó Jäesmine.
-
De acuerdo. – Limëy, esperó a que entrasen al Khrýsalin y bloqueó entonces
la puerta. Hizo invisible el espejo con un movimiento de sus manos.
Rápidamente avanzó por los
escalones y corredores, hasta llegar al pasillo oriental donde se encontraban
las cámaras de descanso. Llamó a la puerta y entró en la habitación de Adrián.
-
¿Qué sucede? ¿Son bombas? – le preguntó el joven.
-
¿Te refieres a los ruidos?
-
Sí – afirmó.
-
Es el hechizo de protección del reino. Ya están
llegando los hirasy, es el momento de partir antes de que termine de crearse la
cúpula. Coge tus cosas, te espero fuera – Adrián cogió su bolsa de cuero,
revisó que llevaba la runa y salió al corredor. La reina llamó a la puerta de
al lado y abrió la estancia, estaba vacía.
-
¡Lyria! – gritó Limëy.
Nadie respondió.
En silencio puso rumbo acelerado hacia
el Salón del Trono. Por el corredor, se notaba retumbar las vidrieras con los
estruendos de la protección de Hëldary.
-
¡Limëy!¡Majestad! ¿Qué sucede? – les hablaba una chica
al final del pasillo.
-
¡Lyria! Fui a buscarte – comenzó la soberana – Es necesario
que os vayáis de inmediato, los dos. – explicó.
-
¿A dónde? – preguntó la pelirroja.
-
A Drâica ¿Sabes
ir desde aquí? – la cara de la joven era de perplejidad.
-
Se tarda varios días en llegar. Necesitaremos caballos
por lo menos majestad.
-
Sin problema. – le dijo Limëy mientras avanzaban por el
corredor.
-
¡Fyore! – llamó la reina. Al instante apareció el hada
del servicio.
-
¿Sí majestad?
-
¡Avisa a Fhipö que prepare dos monturas inmediatamente!
-
Pero…
-
Ya Fyore, debe ser ya mismo. – sentenció la reina. El hada desapareció.
-
¿Qué debo hacer en Drâica? – preguntó Adrián.
-
Lyria te llevará con mi tío. Allí estarás seguro. – decía
mirando a la joven. – He escrito a Däemian, ellos podrán protegerte de momento.
– Lyria asintió sonriendo a Adrián.
-
En el bosque estará a salvo.- afirmó Lyria a la reina.
-
¡Agarraos a mi brazo! – les dijo el hada extendiendo su
miembro izquierdo. Los jóvenes obedecieron. Limëy dio un golpe de cetro y
desaparecieron para aparecer en la entrada principal de la fortaleza.
La cúpula estaba cerca de completarse.
El reflejo de Aiḿara y las primeras estrellas, en la superficie del lago, estaba
danzando con las vibraciones que provocaban los estruendos de las hifas mágicas,
uniéndose con los destellos, como fibras, hilos, que cosían una armadura
invisible.
De repente, del camino que salía
del bosque comenzaron a avanzar decenas de caballos hacia la manga de tierra
que unía la fortaleza.
-
¡Refugiáos! ¡Refugiaos! ¡Ya están aquí! – gritaba el capitán
de las hadas.
-
¿Qué ocurre? - preguntó Limëy a unas hadas muy pequeñas
que llegaban volando.
-
¡Hay hirasy en Hëldary majestad! – gritó una de ellas.
-
¡Todos dentro! – gritaba otro hada masculina al galope.
-
¡Defended el paso! – gritaba Amýn desde su caballo,
formando una escuadra de una veintena de soldados a caballo.
-
¿Qué hacemos majestad? – le preguntó Adrián nervioso
intentando ser educado.
-
¡Vamos dentro! – les dijo rápido.
En ese instante, la cúpula terminaba
de cerrarse. Un gran relámpago alumbró el interior de la burbuja, por un
momento convirtió la fortaleza en un faro en el bosque. A pesar de estar
cerrada, las hadas podían seguir accediendo. Era una protección sagrada, cuasi
simbiótica del árbol con la raza feérica.
Subiendo la cuesta empedrada a la
puerta principal, vieron llegar los primeros hirasy. Adrián observó los
caballos negros avanzando hacia la cúpula, eran como el ébano, le recordaron a
los que había visto en la Edad Media, en la batalla de Villaflor, salvo por sus
crines granates. Se pararon impactados para observar la situación.
Decenas de hadas atravesaban sin
miedo, la barrera de la cúpula iridiscente. Llegaban corriendo o volando desde
el bosque y continuaban por la manga de tierra hasta el pequeño patio empedrado,
desde allí subían la cuesta y accedían a la fortaleza, salvando el foso.
De un caballo de los hirasy, se
bajó un hombre con un cayado. En su punta tenía una bola con un resplandor
rojizo. Veían cómo iba abriéndose paso entre los vasallos que mataban y perseguían
hadas frente a la cúpula.
-
¿Quién es? ¿Qué va a hacer? – preguntó Adrián.
-
Es un brujo, no esperes nada bueno. – le contestó Lyria
asombrada. La reina no apartaba la vista de la situación. No tenía que haber dicho
nada sobre Adrián en el consejo.
Varios hirasy continuaron su
galope hacia la cúpula, se bajaron y continuaron a pie, la atravesaron sin
problema.
-
¿Y eso? ¿Es por el brujo? – dijo Adrián pasamado.
-
No, deben ser hadas.
-
Pero…
-
Hadas traidoras muchacho. – comenzó Sylvain a sus
espaldas.- Me temo que… llevan bastantes
siglos de su lado. – terminó mirando a la soberana.
-
Sí, ya lo sabíamos. – empezó a explicarles Limëy a los
jóvenes - Después de esto, miraré a ver quien sigue en Hëldary mientras le apoya
a él. – terminó mirando al consejero.
Varios magos del grupo de hirasy,
comenzaron a lanzar hechizos hacia la cúpula, encontrando al final la muerte,
al rebotarles con más energía. La lucha seguía fuera y dentro de la campana. El
brujo, clavó su cayado en el suelo y comenzó a hacer aspavientos con los brazos,
y a susurrar. Los jóvenes miraban consternados la escena entre los gritos de
los hadas montados. Estaban frenando la entrada de los pocos traidores a pie.
De repente, una bruma densa
comenzó a rodear todo. Los gritos cesaron, el frío invadió el lugar,
rápidamente. Adrián notó una sensación espeluznante.
-
¡Limëy! ¡Debéis resguardaros! – dijo Sylvain desde la densidad
brumosa.
-
No dejaré tirados a todos ahora. – pronunció la soberana.
Al instante, desapareció la bruma.
Se fue metiendo en los cadáveres de hadas que habían perdido su vida, en el
bosque y en la orilla del lago. Con el cayado, el brujo dirigió algunos
movimientos hacia la cúpula, y todas las hadas fallecidas, varias veintenas,
levitaron sobre el escudo.
Con otro gesto de sus manos, la
sangre de los cuerpos comenzó a fluir, formando regueros aspirados como en un leve
torbellino flotante sobre la fortaleza. Limëy, sabía lo que ocurriría a continuación.
Sólo lo había visto en una ocasión en una de las batallas del equilibrio en la
Tierra de las Brumas.
-
¡Da la retirada Limëy! ¡Salvad los soldados de la manga!
– le espetó Sylvain.
-
Me encantaría, esa órden debe darla Amýn, aunque su
función es defender el palacio. – Contestó la reina.
-
¡Retiradaaa! ¡Todos al castillo! – comenzó a gritar el
capitán.
-
¿Veis? – le reprendió Sylvain a Limëy.
-
Pero.. pero eso no es posible.
El Brujo completó su danza
alrededor del báculo y apuntando con él a los ríos de sangre, les prendió fuego.
Comenzaron a caer cual lava ardiente sobre la cúpula. El escudo fue sufriendo
abrasiones entre grandes estruendos. Algunos agujeros permitían que la sangre
féerica entrase cayendo sobre la fortaleza, provocando incendios.
-
¡Nooo! – Limëy apuntó con su cetro sobre la cúpula y un
gran resplandor intentaba reparar las grietas, algunos hirasy, habían conseguido
pasar sin ser frenados por la retirada. Lyria sacó una varita de madera y
apuntó igualmente a la cúpula.
-
¡Majestad! – le gritó Amýn al ver el rayo que salía
desde el cetro. - ¡Vamos dentro! – Limëy siguió intentando contener más la
cúpula. Parecía reconstruirse poco a poco.
-
¡No va a soportarlo alteza! Es muy fuerte. – Le gritó
Sylvain.
-
¡Ayúdala! – le dijo Adrián - ¡Ayudadla! – dijo mirando
a varios que pasaban por allí huyendo de los ataques de las hadas sin vida.
-
¡Vamos dentro! – dijo Amýn bajándose del caballo.
Empujó a Limëy que se tambaleó sobre Lyria. – No se exponga majestad. ¡Dentro
ya! – la reina iba a tomar represalias, pero en ese instante, la cúpula cedió
en un estruendo que retumbó en todo el bosque.
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