XX. BLASÓN

En La Silva aparecía la luz, el alba traía nervios e inquietudes; en las tierras del señor había personas de un lugar para otro, recogiendo todos los enseres para llevarlos hasta la Casa Mayor.  Dentro del caserío, Gustavo se había encargado de despertar a los chicos y a su señor. Cuando bajaron a desayunar vieron que les estaba sirviendo otra mujer, Adrián le saludó:

-          Buen día – la chica alzó los ojos y le miró, debía tener su edad, era morena con ojos negros los rasgos los tenía finos.
-          Buen díe senhoritos, ¿Qómo durmieron hodie? – dijo con gran alegría. Adrián se quedó extrañado, la muchacha era joven y les trataba como si fueran más que ella.
-          Bien aunque estoi algo cansado, ¿Ubi est Nila?- respondió Alonso amablemente.
-          La mea mater está finalizando de preparar lo menester para ir a atender vestro desposo con la senhorita Blanca - la hija de Nila se fue del comedor cuando les hubo servido.

Justo cuando terminaban el breve desayuno, entró al comedor D. Felipe.

-          Pónganse calzado forte, iremos cabalgando et el chamino est forte sed corto.
-          Pater, ¿Quand iremos?
-          En la tarde.
-          ¿Por quí esta tarde et non nunc? – preguntó Alonso.
-          El abad tiene asuntos qui atender. -  El señor se giró y dio por terminada la conversación.

Subieron a ponerse botas, Alonso le dejó unas al de Xerit, Adrián echaba de menos las deportivas, o incluso las botas de montaña de su época, pero ese calzado raro… no podía creer, que estuviera viviendo eso de verdad. 

-          ¿Se tarda mucho en llegar? – preguntó Adrian, no sabía qué era corto para el Conde.
-          Sólo he ido una vez a visitar la tumba de la mea mater.
-          Lo siento ¿Le aconteció algún infortunio?
-          Murió en el meo nacimiento, no conocíla – dijo pausado, restándole importancia. Adrián no preguntó más, si él quería ya le contaría más cosas tal y como hizo con su prometida.

Salieron al exterior y comenzaron a caminar por el terreno cercado del señorío.

-          ¿Véis ese remonte? – Adrián miró donde Alonso le señalaba.
-          Sí, parece que está algo en construcción.
-          En efecto. Mi pater lleva annos sin proseguirlo. El meo avis, Hernán, quiso construir un castillo menor en La Silva. Empezó valle abajo ubi est l’abadía. Gustábale los montes, sed mea aviam Adosinda murió ioven – le contaba Alonso mientras se acercaban a la mampostería abandonada – Hernán vendió su construcción a la iglesia et dedicose a las batallas contra los sarracenos, dejando al meo pater con las criadas, nunca mais deposó et encontró sacrada morte en una de ellas.
-          ¿Y este pequeño murete? ¿De qué es? – preguntó Adrián.
-          Meo pater pensó qui era mejor este loqui para el castillo menor ob controlar et defender meillor, quand podamos repoblar y crezca la aldea.
-          Desde luego, se observa mucho mejor todo que desde Sancti Martinni.
-          Él quedará en Tremor et intentará crear una gran villa et io hic finalizaré el castillo.
-          Sois grandes señores – dijo Adrián animando a Alonso.
-          Pasaré a la estoria quomo un grand caballero. – El joven cogió un palo y empezó a atacar el aire, a un gigante invisible. Adrián cogió otro riéndose, hizo un gesto como si fuera un tirador.
-          ¡Pum!¡Pum! – Espetó mirando como por una mirilla. Alonso le observó extrañado. La sangre se le heló, no había pensado que las armas de fuego aún no existían. Avergonzado intentó hacer una floritura e ir a luchar en un duelo de espadas.
-          ¡No os perdonaré la vita vil traidor! – gritó Alonso.
-          No será necesario – Adrián avanzó y arremetió contra la rama. El señor resistió el ataque. En un movimiento veloz le tocó con el palo el pecho.
-          ¡Arrodilláos! – gritó victorioso. Adrián reía.
-          ¡Nunca! – el de Magerit se zafó agachándose e inició un nuevo ataque provocando una carcajada en Alonso.
-          ¡Senhores! No deben facerse daño. – les reprendió Ermesindo, que acababa de llegar.
-          Sólo est algo jocoso – dijo Alonso.
-          Deben ir a la casa, su pater le espera.
-          Nunc mismo, Gracias. – contestó el señor.

No tardaron en llegar. En el pequeño salón les aguardaba D. Felipe con Leonor y Nila.

-          ¿Ubi est- qui estábais? – preguntó al verles.
-          Enseñando a Adrián la fortaleza. ¿Qui precisáis?
-          Tenéis qui elegir vestro blasón para portarlo en la ceremonia. – Encima de la mesa tenían telas para que Alonso escogiera.
-          Io, téngole pensato.
-          ¿Qvomodo est? – preguntó Nila.
-          Quero conservar los colores del Reyno de León. El ager del meo blasón en veridis, meillor si est veridis caureleado. El león centrado carmesí o del color del vino, bajo él unas aquas, del mismo color que una Stela argentada sobre el león.
-          ¿Una Stela? – preguntó Leonor, bajo la atenta mirada del Conde.
-          Est lo único qui conservo de mea mater, un colgante d’ una Stela argentada.
-          Lo sé meu fillo – dijo Nila apenada mirando a D. Felipe. Éste observaba con detenimiento a su hijo, ya era un hombre, no podía interceder en sus decisiones.
-          La bordura también en carmesí con…
-          Senhor, puedo facerlo en gules o en vino, sed non tenemos telas tan costosas para el carmín. – Alonso miró a su padre.
-          Seguro qui al gulet saben facerlo fumi carmesí. – Las hermanas se sorprendieron al ver al Conde respaldar a su hijo.
-          En el interior de la bordadura quero folios et ramas de La Silva.
-          Alonso, fillo, ¿Non serán muchas cosas en el pendón?- le cuestionó su padre.
-          Non, un león et una Stela no est muixo, el aqua est del Tremor.
-          ¿Os gusta a vos Adrián? – le preguntó Alonso.
-          Me cuesta imaginarlo, pero ambos colores me parecen reconocibles tanto aquí como en una batalla. – afirmó con notoriedad. No sabía qué decir.
-          Está bien qui así sea. – dijo D. Felipe. Leonor y Petronila asintieron.
-          Nunc Ermesindo os mostrará cómo mantener los caballos. Los meos se quedarán en La Casa Mayor; sed el pater de Blanca os entregará caballos.
-          Muy bien.
-          Debéis id preparandoos para ser un senhor, cobrar los tributos, pagar a los sarracenos el diezmo et defenderos de Fadrique o cualquier abad qui faya en Sancti Martinni. La Sancta Yglesia est muy importante sed no ob qui ellos administren et antepongan sus derechos al vestro et vestras cosas.
-          ¿Por qué? – preguntó Adrián interesado en saber más sobre el abad.
-          Los tributos se dividen entre la Yglesia, el rei, los sarracenos et nos. Debemos obtener lo suficiente qvomo para poder construir más casas et repoblar la región. Por eso aún no hemos podido crecer lo suficiente. – Explicó D. Felipe. Alonso tenía cara de agobio y la mirada perdida.
-          Seguro que lo lográis. – Animó de nuevo Adrián. El Conde se acercó a su hijo
-          Durante un tempo os enseñaré, sempre podréis contar con me, sed debéis avanzar por vos.
-          Gracias pater. – dijo Alonso sonriendo levemente.

Salieron de la casa y siguieron a Ermesindo a las caballerizas. No eran grandes, estaban en un lateral de las tierras del señorío. No estuvieron mucho tiempo, les comentó los cuidados básicos de comida, que mantuviera siempre encargada de ellos para tener siempre disponibles las monturas.

Adrián no prestó mucha atención, estaba nervioso ¿Qué haría después de la boda? No podía esperar y estirar la amabilidad de esta familia, bastante le estaban sustentando. Tenía que averiguar algo acerca del portal a Thirenae. Si el servidor de Hördtein no venía a por él, debería intentar entrar él.

Tras la caballeriza dieron otro paseo hablando sobre los planes de Alonso al frente del señorío. Adrián intentaba entenderle, pero le resultaba extraño ver a alguien de su edad hablando de cómo repoblar, conseguir más tributos, cuando en su época, un grave problema puede ser quedarse sin batería en el móvil.

La comida fue rápida y escasa, apenas comieron porque D. Felipe lo prefería para viajar más ligeros. El Conde había aprovechado la ocasión para llevarse varios baúles con la mayoría de sus pertenencias. Tras el desposamiento iría a la batalla y no quería dejarles trastos en la casa a los nuevos señores.

-          Ya está hic el abad – entró Gustavo a informarles.
-          ¡Coged vestras capas, fase frío et vento! – les dijo el señor mientras se levantaba de la mesa. Alonso subió a por las capas, Adrián cogió su bolsa de cuero y al volver vio a D. Felipe descolgar su pendón de la chimenea. Le dejó solo en ese momento íntimo. Sería la última vez que saliera de la casa como Señor de La Silva.

Al salir por la puerta vio a Fadrique montado en su caballo. Un escalofrío surcó su espalda al verle.

-          Buenas tardes. – le dijo el clérigo.
-          Buenas tardes. – respondió Adrián.

Ermesindo llegó con las monturas y un instante después salieron los señores. Saludaron al abad y montaron en el caballo. Adrián aún no había cogido práctica en montar y le costó subir, no se sentía seguro de no caerse.

Emprendieron el viaje siguiendo el camino que había abandonado para preguntar a Leonor. La cuesta parecía interminable incluso para los caballos que iban despacio a pesar de haber empezado el trayecto. Adrián contemplaba el paisaje para tranquilizarse, no quería que el animal notara que estaba nervioso. Los robles, los castaños, los nogales y los tejos cubrían los empinados y cerrados montes, haciendo honor al nombre del señorío, parecía una selva encajonada en un angosto valle.

Llegaron a la cima donde el camino serpenteaba brevemente, en cuestas menos prolongadas y, entre abierta vegetación, de brezos y otros arbustos. No tardaron en dejar atrás las cimeras del valle para adentrarse en la bajada hacia otro igual de exhuberante.

Como cada vez que la soledad o el silencio le acechaban, su mente, volvió a abrir el baúl de los recuerdos enterrados. Siempre había estado apartado de los demás, pero jamás había comprendido el por qué, había anhelado no ser invisible y en muchas ocasiones llegar a serlo, la gente no le hacía mucho caso y cuando menos se lo esperaba, cuando ya había pasado todo y había terminado el instituto, se veía metido en ese meollo del que no sabía cómo había entrado y mucho menos cómo salir. Le había costado mucho asumir que realmente no era un sueño, de no ser por Maslama aún lo creería, aunque ¿Realmente no lo era? estaba siendo el protagonista de una trama parecida a las novelas que más le entusiasmaban ¿Y eso sucedía de verdad? si algún día volviese a su época, lo escribiría en algún lugar escondido de su ordenador.

Lo que más le rondaba la cabeza, era la posibilidad de que Thiago hubiera retenido o atacado a Ghadeo por haber querido ayudarle, ya que éste llevaba un mapa con su recorrido. ¿Le habrían matado los árabes?

-          ¿Qvomo est qui vais tan despacio? – le dijo Alonso extrañado.
-          En mis terras non est muy común desplazarse en caballo – contestó muy razonadamente el de Magerit.
-          Ahhh… pensé qui non queríais venir a la mea xunta- dijo Alonso algo más sonriente. – non est necesario qui asistáis por compromiso.
-          No, nada de eso, estoy encantado de ir….- comenzó Adrián, ya podía habérselo dicho antes y se habría quedado en la casa o en la abadía investigando sobre Ghadeo y la sala secreta de la abadía, ya no se podía echar atrás.
-          ¿Estáis nervioso?
-          ¿Por qui? – preguntó Alonso.
-          Os vais a casar – puntualizó Adrián con sarcasmo.
-          Non, solamente con ganas de que pase todo ya.
-          Me imagino.
-          ¿Et vos?¿Os encontráis meillor de la cabeza et los recuerdos?
-          Algo mejor sí, Gracias – le dijo Adrián. No podía contarle nada más aunque fuese un tormento irlo ocultando. No sabía cuánto tiempo más pasaría sin contarle nada pues cuanto más tiempo pasaban juntos más mentiras tenía que contarle y al final le pillarían. ¿Pasaría algo si revelaba parte de su verdad a Alonso? ¿Cambiaría su realidad?


En un lateral del camino de tierra, que atravesaba la gran arboleda, había una fuente construida. Se encontraban en el punto límite donde se acababan los poderes de D. Felipe. Allí terminaban sus dominios feudales. Pararon a beber agua y refrescarse, el sol que se empezaba a ocultar, había pegado fuerte y tenían calor resguardados del viento al otro lado de la montaña. Mientras hacían cola para refrescarse, vieron un hombre vestido con harapos y un sombrero con una pluma. El hombre parecía haber dormido detrás de la fuente. Tenía un laúd. Al verles se despertó y, somnoliento al instante comenzó a cantarles:

-          Por vos senhores, qui en castillos moráis,
Por vos clero divino, qui en monasterios fabitáis,
Por los chicos ióvenes, qui andan de hic para allá
Sin distinción ob tots comienza hic el meo cantar
Vais a oír las viejas de tot un gran general
La gran presión de Roldán et su enemigo Ganelón
Su poderoso tío Carlomagno et la morte d’ amor d’ Aude.
Si el valeroso Roldán fubiera tocado antes el olifante
¡Qui sería d’ este triste cantar!
La vita de Roldán se perdió por traición
Al igual qui su espada, la preciosa Durandarte,
Su hoja rasgaba el vento et sus golpes eran dulce melodía.
Quisiera comenzar…………..

-          ¡Marchaos a prisa! non quiero volver a veros por hic, fuera del territorio de D. Felipe de Tremor. – le interrumpió Fadrique mirándole con desprecio al ver sus vestimentas. El hombre dio dos pasos hacia delante burlescamente.
-          Ya non estoi en el territorio del senhor – volvió andar y saltando comenzó a decir:
-           Nunc sí, Nunc non, nunc sí, nunc no – cada vez que lo decía había entrado o salido del territorio con un salto. Viendo la forma amenazadora con la que se acercaba el abad paró de saltar.
-           Sólo arribo por ganarme en mi fumilde labor algún dinero, ob sobrevivir. – Adrián le miraba, no había creído que se tratase de un juglar, pero cuando había comenzado a recitar entendió que sí, no se lo esperaba.
-           Fadrique, non os preocupéis, io soi el senhor et he de decidir io- dijo D. Felipe acercándose al juglar. - Al menos tomar parte en el asunto – añadió.

El abad afeó su gesto, pero el de Tremor observó fijamente al hombre y metiendo la mano en sus ropajes, sacó una moneda muy pequeña, de un color parecido al cobre. El cantahistorias la cogió:

-          Muchas gracias senhor, aunque est muy poco, quédome satisfecho - dijo el juglar haciendo una reverencia con el sombrero roído.
-          Puede atravesar la mea región et los meos dominios sin ningún temor, vaya ab Deus cantastorias – El juglar de nuevo le hizo una reverencia con ese sombrero lleno de remiendos y después, se fue por dónde ellos habían venido.
-          Non facía falta qui os pusierais así, solamente era un fumilde cantastorias Fadrique – le dijo el señor.
-          Por eso mismo Felipe, ¿Abhinc quando trata vos bien a las personas qui minos qui vos sunt? – El señor se sorprendió mientras que Alonso observaba la escena y Adrián fulminaba con la mirada al abad. No podía creer que la gente fuera tan cerrada a hablar con las personas de clases inferiores, tan crueles de negarles algo para subsistir. El Conde se refrescó y no contestó a Fadrique.

Se montaron de nuevo y emprendieron el viaje. Alonso le hizo alguna broma como si fuese un juglar, pero el resto del trayecto se lo pasó pensando, recordando y cuestionando la reacción del abad. Se obligaba a pensar en el servidor de Hördtein. Seguía sospechando de Thiago con su trazado o en Ghadeo, no le parecía casualidad el incendio y el paquete que le había dado para Limëy. ¿Debería abrirlo? ¿Y si dentro estaba la llave para volver a casa? ¿Sería una trampa?

En el siguiente cruce que encontraron, tras un buen rato cabalgando subiendo más  laderas, giraron a la derecha y, bajando al fondo del valle, en unas vegas más abiertas, donde se escuchaba el viento rozar las espigas y las ramas que empezaban a brotar se dejaban mecer, reinaba la tranquilidad, la nada. Algo que para Adrián, era casi sofocante, acostumbrado a no escuchar por el ajetreo de la ciudad, le parecía tranquilizador pero agobiante, ensordecedor.

El sendero escogido llevaba a un puente de piedra muy rudimentario con un ángulo muy marcado. Después de cruzar el río Tremor, rodeado de ese espesor de vegetación, llegaron a un pequeño claro. Allí había un castillo en miniatura, era parecido a una fortaleza pequeña de tres plantas y dos torretas arriba. La arquitectura era románica, para Adrián muy similar a la abadía. Era extraño, no sabía si era un palacio condal o un convento, aún así era extremadamente bonito. Le gustaría verlo con más luz, con las primeras penumbras de la noche, no podía admirarlo.

Siguieron por el camino, ya empedrado, hasta detrás de la Casa Mayor, donde estaba el establo. Metieron a los caballos, salieron al exterior y entraron por la puerta de atrás.  

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