XXI. CERESSAL DE TREMOR


La noche anterior fueron atendidos por los criados con gran esmero. Tras la cena, acompañaron a Adrián a una habitación individual. La cama tenía unas fuertes patas de madera labrada; el resto del dormitorio estaba algo más amueblada que la alcoba de La Silva.

Cuando intentó dormir le fue imposible. Tenía ansiedad, no quería continuar en ese lugar, esa época, quería salir, pero no podía, estaba atrapado. Pensando en otras cosas, el cansancio le venció y apenas pudo descansar. Había tenido sueños en los que la voz de Limëy le perseguía le instaba a darse prisa a volver, tenía que averiguar más sobre Hördtein, sus vasallos y posibles nuevas armas que pudiera conseguir de esa época del mundo real. Lo que no sabía Limëy era que si encontraba a quien le había transportado le pediría que le devolviera a Madrid, no quería más fantasía.

La luz que se colaba por la ventana terminó de desvelarle. Se vistió con reparo con la misma ropa del día anterior, desprendía un fuerte olor a caballo. Echaba de menos la ducha y la lavadora.

Abrió la gran puerta y salió al pasillo. No recordaba bien por dónde tenía que ir, la noche anterior siguiendo al criado apenas tenía luz para fijarse en el camino.

La Casa Mayor, en su interior, era muy grande. Tenía escaleras de madera perfectamente lijadas y muy limpias, el suelo era de cerámica y en algunos ventanales tenían cortinas. El escaso mobiliario estaba nuevo.

Adrián recorrió el corredor y bajó unas escaleras, parecía haberse equivocado, no recordaba que el recibidor estuviera tan distante de la habitación. Con cautela siguió descendiendo, no quería perderse ni que le pillaran y creyeran que estaba husmeando. El último peldaño, le dejaba en un lugar en penumbra.

Había algunas antorchas encendidas y colgadas en la pared de piedra; mientras empezó a recorrer ese corredor, se fijó en las paredes también portaban escudos de armas. Al final había una gran puerta negra entreabierta. Se acercó con cuidado y observó por la apertura. Dentro se veía todo blanco. Empujó la puerta despacio y entró, parecía un trastero en el que todo estaba cubierto con telas blancas.

Sigilosamente y con extremo cuidado, anduvo entre aquel laberinto de cosas. En uno de los giros sorteando mobiliario, vio al abad allí abajo. Estaba en el fondo de la habitación observando un hermoso cuadro. Era de una mujer en unas escaleras, lucía un traje de novia color hueso muy sencillo y cerrado hasta arriba, las mangas acababan en un pico muy largo que colgaba al igual que la larga cola. Los ojos de la mujer eran grises. Su pelo no era muy oscuro y estaba recogido con flores, iguales que las dos que llevaba en la mano.

Adrián se impactó, no sabía que hubiera cuadros de ese tipo en una época tan temprana.

Fadrique estaba sentado en un taburete de madera delante de la obra contemplando a la mujer. Adrián quiso irse, pero tropezó con una silla, provocando que ésta cayera y que el abad le escuchara.

Rápidamente se escondió tras unas sábanas blancas, pero el clérigo había seguido el ruido y estaba justo al lado de la silla caída. El corazón de Adrián palpitaba muy deprisa y como si pudiera oírle descubrió donde se encontraba. Quitó la sábana y le miró con cara de sorpresa y expresión de miedo. Fadrique le dirigió una mirada desorbitada.

-          ¡Con qui fabía perdido el sentido! ¿Quia ha arribado? ¿A espiarnos? ¿Quis os manda a vos? ¿Quia fabéis obligado a D. Felipe a creeros? – espetó con gran rabia. Adrián dijo:
-          Yo no vine a espiaros, ni tampoco a convencer a nadie de nada, simplemente me encontré de repente en…….
-          Espero qui sea veritas, desearía confiar en vos – dijo el abad con sonrisa altanera.

Adrián se atrevió a preguntar:

-          Deseáis confiar en mí pero ¿por qué no lo hacéis?
-          Non sois una persona qui inspireme demasiada confianza, su arrogancia, faceme desconfiar- contestó el abad. Adrián se acercó más a él y mirándole directamente a los ojos le dijo:
-           Quizá sea vuestra merced el qui non quiera mostrar confianza o quizá estéis ocultando algo vos, et por eso no deseáis coger confianza a gente nueva – el monje abría cada vez más los ojos sorprendido.
-          Non os aventuréis a parlar cosas chiquillo, quizá paguéis por vestra mala lengua, ¿non aprendisteis en el calabozo? – Adrián sintiéndose amenazado, no supo que contestar, avanzó hacia el cuadro.
-          Sabéis que sólo quería algo para la herida, no quería que se infectara..- Adrián no se había dado cuenta pero Fadrique no le dijo nada al respecto.
-          Non fue lo qui pareciome- dijo el abad.
-          ¿Por qué queríais quitarme la runa? – preguntó envalentonado. Los ojos se iluminaron.
-          Non se de qui fabláisme ¿Quizá de lo qui fabíais Furtado por el camino?
-          No soy un ladrón…. – dijo Adrián dejando la conversación por imposible, se acercó más al lienzo de la novia.
-          ¿Quién es? ¿Es la mujer del señor?- dijo cambiando radicalmente de tema.
-          Si, est Elvira. Una fémina muy bella et maravilhosa.
-          ¿Qué le ocurrió? ¿Cómo murió? – el abad, se sentó en el taburete dónde estaba antes de aparecer Adrián y comenzó a relatar:
-          Quando alumbró a Alonso encóntrose muy débil, io quédeme con ella aquella tarde ad qui arribó D. Felipe, sed por la nocte, la criada entró a atender a la senhora e intentó llevarse al ninho. Elvira estaba sin forzas et pilléle tapando el rostro de la senhora con una túnica roída et viella. Llevé a la criada abajo, D. Felipe quedóse con la senhora. En ese momentum pasaba por el chamino un mercader qui servía a uno de los nobles de Braca, et la vendí, non volvimos a saber nada de ella. Quando regresé a los aposentos estaba Felipe junto al lecto de Elvira, estaba morta - el abad paró para secarse las lágrimas, la voz le fallaba, Adrián estaba pensando e imaginándose la escena, debió ser entristecedor.
-          Mandé a D. Felipe cavar una tomba al alba, mientras io estuve preparando a la bella senhora ob el enterro – finalizó el abad. Adrián miró a Fadrique, las lágrimas le caían al religioso por sus grandes mejillas.

Cuando le iba a preguntar algo, llegó D. Felipe:

-          Bon die a los duos, io pensé qui estaban durmiendo, venía a contemplar el rostro de la mea esposa. – miró a Adrián y le dijo:
-           Alonso finita de bajar a tomar el desayuno, io creo qui os está buscando.

Adrián entendió que le estaba echando.

-          Gracias senhor- se giró y puso rumbo a la puerta.

Adrián salió de la estancia, pero quería más información acerca de ellos. Con miedo a ser descubierto se quedó escuchando la conversación

-          Fadrique, ¿aún recordáis su aroma a romero?- escuchó preguntar al noble
-          Sí senhor, semper desprendía oloroso perfume - dijo el abad.
-          Me encuentro algo triste, ella querría faber contemplado este momentum.
-          ¿Quándo una fémina importa? Ella debía acatar et aceptar vestras decisiones –dijo Fadrique firmemente
-          Si, sed teniéndola, io tenía un sustento ob vivir, el suo amor manteníame vivo – decía D. Felipe nostálgico.
-          ¿El amor? Ese non est poder ni sustento ob vivir, debe arribar con me et tener montones de riquezas et poderes. Iliic tendrá más muilleres quomo Elvira –escuchó decir al abad.
-          Pienso qui non est bona idea ir con vos a esa otra abadia, estaré más a gusto en el meo senhorío. – Un gran silencio se hizo en el interior, Adrián se asustó, temía ser descubierto de nuevo, su corazón le latía muy deprisa.
-          ¿Estáis seguro?, Illic en la nova abadía seriáis recompensado quomo os merecéis - seguía insistiendo Fadrique.
-          Sin duda alguna… Tengo que presentarme a luchar con el rei contra los sarracenos. – escuchó decir a D. Felipe.

Adrián se apartó de la puerta, le intrigaba la conversación, pero no podía quedarse más, era demasiado arriesgado, no podían pillarle espiando, sería su fin.

Las versiones de Leonor y el abad no concordaban en varias cosas así que debería averiguar que es lo que pasaba en ese raro ambiente tan perfecto que quería dar a entender el clérigo. Tomó el corredor correcto y terminó bajando al vestíbulo, donde encontró la puerta del comedor. Alonso ya estaba comiendo, rápido salió Leonor a atenderle:

-          Bon die Adrián – éste le sonrió.
-          Buen día Leonor, después me gustaría hablar con vos – La criada miró a Alonso y después de éste asentir le dijo:
-          Está bien, pero tendrá qui ser mientras fago las tareas del horto.
-          No importa, así le ayudo – Alonso le miró, Leonor dejó de sonreír, al ver la situación añadió: Aunque si vos queréis yo le hablo y facéis las cosas sola.
-          Será meillor senhorito, est el mi deber - dijo la criada antes de volver a la cocina.

Tras desayunar, Alonso se fue al cobertizo. Adrián, que aún no había terminado, llamó a Leonor. Ésta apareció por una puerta del fondo del comedor, era muy parecido al de La Silva, pero muchísimo más grande. Le dijo que se sentara y ella algo asustada, negándose al principio, accedió a sentarse:

-          Leonor, esta mañana estuve con el abad – la criada se sorprendió.
-          ¿Qué os dijo?
-          Estaba delante de un retrato de Doña Elvira, pero la historia que me narró no termina de ensamblar, ¿estáis segura de lo que me contásteis en la pradera?, tranquila, no se lo dije a nadie – terminó diciendo el joven para tranquilizarla. Leonor no daba crédito a lo que Adrián le preguntaba.
-          Si, mea hermana non volvió aparecer, además llevóse consigo la mea capa caeruleus qui estaba algo roída, qui la fabía regaladome la senhora, pero lo qui más duéleme est qui siquiera pudimos despedirnos de ella - decía con lágrimas en los ojos – a saber qui le fabrán fecho en Braca. Si non conocía ni la lengua… non todos los senhores son tan benévolos quomo D. Felipe qui aún estando solo et viudo nunqa intentó sobrepasarse con ninguna de nosotras.
-          Fadrique me contó que vuestra hermana intentó matar a la señora con esa túnica y llevarse al niño – la cara de la sirvienta se desencajaba a medida que iba escuchando lo que el abad había dicho.
-          Mea hermana nunqa lo faría…….non, ella non podría…. – Leonor comenzó a soltar más lágrimas y sollozos - Ella fue la qui ayudó a la senhora en el alumbramiento, non soportaría qui la señora sufriera, en cuanto nació el senhorito, el abad sacónos de la alcoba...- Leonor suspiraba. Adrián le consolaba:
-          No te preocupes Leonor, ya se aclararán las cosas, no os disgustéis.

Salió en busca de Alonso. El camino empedrado atravesaba montones de cerezos, que tenían las marcas de las ramas cortadas, que Ermesindo había llevado a la feria tras la poda. El camino terminaba en un pequeño cículo, donde los árboles estaban colocados alrededor como en un pequeño jardín decorativo. De ahí surgía un sendero de tierra, hasta el cobertizo donde habían dejado los caballos el día anterior. De camino pasó frente a un gran árbol, que tenía a sus pies una cruz de piedra y una enorme losa. Adrián pensó que sería la tumba de la señora, a los dos lados de la cruz, había plantaciones de lirios, que estaban florecidos.

El cobertizo era una casa muy parecida al establo que simulaban los juegos de estrategia en su época. Tenía el tejado de madera y paja, se sustentaba por grandes troncos y su interior era diáfano. Los caballos estaban amarrados a los postes.

Alonso miraba al criado, de vez en cuando le indicaba como tratar al animal. Cuando vio a Adrián le llamó y sin decir nada a Gutierre, el sirviente, se fue con él.

El camino que salía de la Casa Mayor hacia el cobertizo seguía por la vega. Allí atravesaba nuevas gavias de cerezos.

-          ¿Por qué hay tantos cerezos? – preguntó Adrián.
-          Estas siguen siendo terras del meo avis Hernán. Mea aviam encantábale los ceressios et mandó plantar muxios alrededor de la casa, ob la villa próxima.
-          Para así tener frutos que poder vender y alimentar – dijo Adrián.
-          Exacto, en seu honor meo avis llámole Ceressal de Tremor.
-          Qué bonito gesto.
-          Sí, nunc meo pater podrá continuar esa labor. Aquellas casa de illic – señalaba Alonso – son las primeras familias que vinieron con meo Avis, sed nunc non se si fabita alguem.
-          Parecen abandonadas – dijo Adrián observando un pequeño asentamiento, inferior a una aldea o castro, al otro lado del río en las faldas de las colinas.
-          Sí – concluyó el señor.

Siguieron El sendero en silencio, hasta que el hijo del señor comenzó a hablar de nuevo.

-          ¿Et vos? ¿Qvi pensáis facer después de la boda?- Adrián se incomodó. No se esperaba la pregunta. Quería buscar al vasallo. Pero, aunque quisiera, no podía mentir más, su conciencia estaba demasiado cargada y le iban a descubrir tarde o temprano. Cerca había una piedra junto al Tremor y se sentaron los dos. Alonso le miraba expectante y entonces Adrián se decidió a contar lo que le trastornaba desde que había llegado, de una forma que tampoco pudiera echar todo a perder.
-          Alonso ¿sabéis guardar un secretum?- el chico le miró y asintió con la cabeza.
-           Nos conocemos de muy poco, pero entenderé que no queráis hablarme al contaros la veritas - le dijo Adrián.

La cara de Alonso se tensó

-          Os escucharé, tranquilizaos.
-          No vengo del sur, ni mi abuelo me obligó a buscarme la vita. – comenzó Adrián.
-          Sed ¿Vos sois de familia nobilis? ¿o eso también est un embuste? – Adrián comprendió que no importaba su vida sino su condición social
-          Alonso – siguió con la adrenalina, tenía la verdad danzando en la laringe, quería confesarlo todo, que venía del futuro, que no tenía ni idea de la Edad en la que se encontraban, pero no podía arriesgarse.
-          Contestadme – insistió Alonso.
-          Sí, podéis estar tranquilo.
-          ¿Entonces?¿Qvi est tan importante? – Adrián suspiró.
-          Yo.. estaba de.. expedición – comenzó dudoso – y de repente desperté aquí.
-          ¿En La Silva?
-          Non, en una montaña cerca de Magerit.
-          ¿Et por qui non volvístéis a vuestro hogar?
-          No puedo volver, necesito encontrar algo…o a alguien – dijo sorteando las ganas de contarle la verdad.
-          ¿Lo qui buscabais en la expedición? – preguntó Alonso confuso.
-          Ehh…sí. – afirmó Adrián.
-          ¿Y Ghadeo?¿Podría faberos ayudado?
-          Quizás, nunca lo sabré. – dijo pensativo.
-          ¿El secretum est qui nunqa os perdisteis? – preguntó Alonso con su mirada perdida en las aguas del río.
-          En la excursión…debí quedarme dormido y al despertarme ya no conocía nada. Debieron….trasportarme, robarme de mi lugar mientras dormía. – Alonso abrió los ojos sorprendido.
-          ¿Los sarracenos?
-          No… no lo sé – afirmó Adrián.
-          ¿Qvi buscáis entonces?
-          Algún indicio sobre Thirenae – dijo también perdido en las ondas del río.
-          ¿Tiren-ae?¿Et ese nomen qui est? ¿Un novo condado? – preguntó.
-          Non, ni siquiera yo termino de saber qué es, creo que Thirenae…
-          ¡Parad! Non sigáis. – dijo Alonso.
-          Dejadme explicaros, por favor.
-          Est qui oí ese nomen antes, non recuerdo ubi, non fase mucho tiempo. ¡Seguid!
-          Esperad ¿Quién las dijo?¿Lo recordáis?
-          En este momentum non…
-          Intentadlo por favor, me sería de gran ayuda. ¿Fue Ghadeo? – preguntó sospechando todavía del hombre. Quizá prendió él mismo la cabaña, para ocultar sus pruebas antes de llevarle a Thirenae.
-          Non…non…non lo sé, non acórdome bien ¿Él es de vuestra tierra?
-          No – dijo Adrián.
-          Entonces ¿Qvia os preguntó por vestra reina?
-          Porque estuve allí accidentalmente. Necesito saber quien fue para decirle que me ayude a buscar o que me lleve a casa. – Alonso le miró con la ceja alzada. – al menos sano y salvo ¿Lo rememoráis ya? – Añadió Adrián.
-          Non, aún non.
-          Está bien, no os preocupais
-          Mientras tanto podréis ser meo socius o meo scudero. – le dijo Alonso. Adrián sonrió por los caprichos quijotescos del destino.
-          Perfecto señor, gracias- finalizó Adrián.


Antes de que pudiesen seguir hablando, la hija de Nila les fue a avisar para la comida.


 Alonso se pasó toda la tarde pensativo y apenas se extendía en los temas de conversación. Adrián se sentía inseguro. No quería perder la amistad de Alonso, pero no podía mentir más, tenía que revelárselo de alguna forma.

Los siguientes días, los pasaron entre protocolos, presentaciones y paseos a caballo. Alonso parecía menos distante y más ansioso de que pasaran rápido, los días hasta el desposamiento. No quería atender más asuntos sobre el traspaso del señorío, la herencia del título y la diplomacia para con la iglesia y los aldeanos. Le instruía su padre en conseguir una servidumbre leal y la pétrea lealtad al rey. Alonso sólo quería comenzar a llevar las riendas del señorío, cabalgar contra los sarracenos, vivir aventuras y forjar su propio linaje, noble, arraigado y fuerte.

Una tarde, D. Felipe les llamó a la sala de los enseres tapados, frente al lienzo, para probarse los trajes que lucirían los días de la boda. Alonso estaba malhumorado tras varias horas hablando con Fadrique, concretando las partes de menesteres y cosechas, que se quedarían cada uno de La Silva.

-          Os he dicho qui prefiero pactarlo con Fray Pimolus.
-          Sed Alonso, est meillor si pactaislo nunc. – le decía Fadrique.
-          Non. Vos non vais a estar en Sancti Martinni.
-          Debéis ceder muchacho.
-          Non. – dijo Alonso firme.
-          Senhor, non os mováis o dejaré mal la capa. – dijo la criada que estaba tomando las medidas de Alonso.
-          Salid un momentum Fronilde. – dijo el Conde a la mujer. Adrián estaba en silencio, en muchas ocasiones se veía como un mero espectador.
-          Sí, senhor. – en cuanto la sirvienta abandonó la estancia, comenzó a hablar de nuevo.
-          Fadrique non podemos obligarle.
-          Est similar de terco qui seu mater. – anotó Fadrique.
-          Non est similar, es ioven et quere pisar forte.
-          Sed estos asuntos hay qui tratarlos.
-          Muy bien. – empezó Alonso – Quero qui Sancti Martinni pida más diezmo a otras aldeas cercanas, qui también recogéislo. Io precisaré de más cantitad ob alimentar a los novos fabitantes qui arriven. – continuaba Alonso bajando la pequeña escalinata. – Et pactar con ellos qui los primeros annos non entréguenme tot el tributo. Así podrán levantar mejores casas sin qui io tenga qui facérselas o acogerles en mi propia casa. – finalizó mirando a su padre. Adrián sospechó que era parte de lo que le había inculcado los días anteriores.
-          Sed non est posible. – comenzó Fadrique - Sont palabras de vos Felipe. Fabéisle inculcado bien los valores, sed non pueden cumplirse.
-          Comenzad vestro novo camino en l’abadía perfecta et non inmiscuíos tanto en asuntos qui en unos dies non os incumbirán. – afirmó Alonso. Caminó hacia la puerta y se asomó.
-          Pasad Fronilde, vamos a continuar.
-          Sois un impertinente… - comenzó Fadrique.
-          Dejémoslos hic con los trajes, vayamos fuera. – Sentenció D. Felipe al abad. Adrian quería reírse, Alonso se había encarada al abad con una altanería presuntuosa, pero había disfrutado viendo las expresiones que iba poniendo.


Después de la cena, los chicos subieron a la habitación de Alonso para hablar sobre la ceremonia. Adrián no sabía como era una boda medieval. Alonso se lo explicó, pero quedó muy confundido, en 10 siglos pueden evolucionar muchas cosas.

-          ¡¡Ia recordo ubi escuché!!¡¡Ia recordo Adrián!! – espetó de repente. Éste le miró extrañado:
-          Los nomen extranhos de esta matina ia recordo quis dijolas. – le recordó.
-          ¿Y bien?- preguntó Adrián ansioso- ¿Se las escuchaste a Ghadeo?¿Veritas?- volvió a preguntar con sus sospechas. Estaba algo emocionado por saber si realmente había encontrado al servidor de Hördtein.
-          Non, non fue Ghadeo, qui la pax sea con él, ¿Qvod tenes contra él? – preguntó Alonso.
-          Nada, solo qui me parece muy rara la casualidad de qui también había estado en Thirenae.
-          Las palabras de una conversación qui estaba escuchando a furtadillas sunt, ob saber si el meo pater intentaría pedir la mano a Blanca.
-          Muy bien Alonso, pero..¿Las dijo vuestro pater?- se empezó a impacientar. No se habría imaginado que fuese D. Felipe, aunque acogerle de tan buen grado….
-          Non, por ellas castigaronme a recitate, a mi pater estaban contandoselo.
-          ¿Quién? ¿Quién las dijo? ¿Algún sirviente?¿Gustavo? – dijo Adrián algo asqueado.
-          El abad.



                                                                                                                 SIGUIENTE CAPÍTULO

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