XXII. MENCIA DE COMPOSTELLA


En ese momento que estaba en su habitación, podía pensar con más tranquilidad. Se había liberado al contarle a Alonso algo más cercano a la realidad, pero por otro lado estaba conmocionado, había sospechado de Ghadeo desde que Alonso los presentó. Había sido gentil, bueno, pero eran demasiadas coincidencias con Thirenae. Ahora que sabía que el abad había dicho esas palabras a D. Felipe, quizá fuera porque Fadrique era el servidor de Hördtein. De ser así… ¿Habría asesinado a Ghadeo? O ¿Había escapado de verdad? ¿El incendio estaba ligado o había sido otra casualidad? El abad le inculcaba el suficiente miedo como para no investigar sobre él descaradamente, tenía que tener cuidado. Quizá podría encontrar sentido a las palabras de Ghadeo para que ayudase a su hijo, ¿Era Fadrique su hijo? Tenía que preguntárselo a Alonso, pero si Fadrique lo era realmente, había sido muy cruel encerrando a su propio padre en el calabozo, y matándole en un incendio. De ser así, ¿Por qué necesitaría ayuda para alejarse de Hördtein? ¿No era libre?

Mientras pensaba mirando al techo consiguió quedarse dormido. A diferencia de otras ocasiones comenzó a ser consciente de que estaba soñando, empezó a materializarse en un sueño. Todo era oscuridad.

Alrededor de sus pies fueron apareciendo baldosas verdes oscuras, algo turquesas. Poco a poco pudo contemplar una sala enorme, diáfana, de planta rectangular y bordeada de columnas blancas. Los pilares redondeados, tenían hiedras verdes ascendentes, labradas realistamente, como si estuvieran trepando por ellas. El suelo era de mármol verde, exceptuando el perímetro de un rectángulo marfil que bordeaba el centro del salón.  Destacaba una pequeña escalinata nívea, que ascendía aun gran trono con forma de una hoja de tres puntas, en la más alta había una estrella dorada de cinco puntas.

De repente, apareció sentada en el trono Limëy, a su lado en un taburete, parecido a un reposapiés, apareció Sylvain, los dos le miraban con los ojos muy abiertos.

-           ¿Qué quieres? ¿Has hallado algo? – Le dijo la reina sorprendida. Adrián estaba alucinado con el gran salón que tenía delante.
-          ¿Por qué nos has llamado? – preguntó Sylvain escudriñándole con sus ojos amarillos.
-          ¿Os he llamado yo?, pero si no sé cómo hacerlo– dijo extrañado Adrián
-          Eso parece, estábamos hablando en la biblioteca y, de repente, nos aparecimos aquí – le contestó la reina.
-          Quizá fue inconscientemente, las personas de tu parte del mundo bajan su mente aquí cuando sueñan.
-          Sí puede ser – añadió Limëy.
-          Pero, en ese caso, habrías aparecido en la Sala del Sueño…. – finalizó Sylvain.
-          ¿Sala del Sueño? ¿Sólo podéis dormir allí o es muy aburrida? – preguntó Adrián extrañado pero burlesco.
-          No, no nada de eso. – le confirmó Sylvain.
-          ¿Ya has descubierto algo? ¿Estás bien? - preguntó Limëy.
-          Cansado y con ganas de ir a casa, pero bien…
-          Ya imaginamos – apremió Sylvain.
-          Creo que ya he encontrado al servidor de Hördtein en la época del tiempo donde me desperté. Quizá mi anhelo por decíroslo y volver a casa me ha hecho venir aquí- el consejero real pegó un breve bote al oírlo, la reina tenía una expresión muy difícil de definir.
-          ¿Quién es? - dijo con voz cortada la soberana.
-          Aún no lo tengo asegurado…
-          Dínos – dijo Sylvain.
-          Se hace llamar Fadrique, es abad de una aldea perdida en el campo, pero sólo quiero ir a casa, traedme a Thirenae y devolvedme – las hadas se miraron entre sí.
-          ¿Pasa algo? – preguntó Adrián.

 Sylvain miró a Limëy y cuando ella asintió, empezó a hablar, se levantó de su reposapiés y comenzó a bajar las escaleras. Se acercó al joven.

-          Hemos estado buscando desde tu aparición y no podemos traerte de vuelta sin saber el hechizo o la maldición que te transportó. No le pierdas de vista y encontrarás el portal muy pronto. Si no, provócale con cautela para que te lo muestre…una vez que entres a Thirenae llámame y estaré allí para recogerte.
-          Sylvain, tiene ese poder…
-          Maldición más bien….– corrigió a la reina.- Si me nombran sé donde ha sido y puedo aparecerme al instante.- le explicó a Adrián.
-          ¿Fadrique podría devolverme a casa directamente en lugar de traerme de vuelta aquí? – se atrevió a preguntar Adrián.
-          No, eso sólo si te hubiese trasladado desde tu mundo, pero si te apareciste aquí, fuera del Nêyrnawa… Es necesario que entres o…podrías morir. - dijo la reina.
-          Ten cuidado, no hagas que sospeche de ti – dijo el consejero.
-          ¿Qué no sospeche de mí? ¡Hola! – saludaba Adrián sarcásticamente – Me ha trasportado él, supongo que ya sabrá que soy yo. – dijo Adrián crispado.
-          Tiene razón Sylvain – dijo Limëy.
-          Si hubiera querido matarme, habría podido cuando me encerró en el calabozo.
-          ¿Te ha encerrado? – preguntó asustada Limëy. Antes de poder responder, una densa niebla comenzó a llenar todo. Escuchaba a Limëy cada vez más lejos llamarle.
-          Espera….- comenzó a decir Adrián, luego sólo oscuridad.

 Un zarandeo le despertó. Era Alonso que le estaba llamando, ya era de día y tenía que prepararse. La familia de Blanca ya había llegado durante la noche. Era el primer día de celebración y él como testigo principal, no podía faltar.

Adrián se colocó una capa azul y un traje que no le hacia mucha gracia. Era una camisa blanca bordada, con los botones en un lado. Unos pantalones muy cortos de lana marrones y debajo unos leotardos muy finos de color beige. En la cabeza debía llevar el mismo sombrero que Alonso, de tipo arquero, pero con una pluma azul, ya que el novio la llevaría roja. Después bajó a desayunar, donde lo esperaban.

Al terminar, salieron al frío exterior con Blanca y su testigo, se trataba de una prima por parte paterna, Urraca. Estuvieron hablando y paseando por los alrededores durante toda la mañana. Adrián se sentía como en carnaval, incómodo, incluso ridículo. Antes de entrar para la comida, pasaron por el establo y avisaron a Gutierre para que preparase cuatro caballos para salir por la tarde.
Leonor, al igual que su hermana y su sobrina, estaban entre las demás criadas, sirviendo la enorme mesa que tenían puesta en mitad del salón principal. Por la ventana entraba mucha luz y la gente estaba sentada en taburetes. La familia e invitados de Blanca estaban sentados a la izquierda, mientras que los de D. Felipe a la derecha. La mayoría de ellos no hablaban con los de enfrente; tenían vestimentas de baja clase social. No toda la familia había querido acudir al haber repudiado a los padres de la novia.

Cuando terminó la comida y D. Felipe dijo unas palabras a favor del matrimonio de su hijo, llamó a los padres de Blanca a una habitación. Adrián felicitó a Nila por la comida y se fue con Urraca y los novios, a pasar una tarde montando a caballo, lo cual, no le agradaba mucho. Aún conservaba agujetas de la última vez. Realmente no tenía ganas de nada, el sueño con Limëy le había devastado. No quería entrar en Thirenae, quería volver a casa…pero ¿Tendría razón el hada? Le aterraba ¿Si no entraba podría morir?

Cabalgaron por las vegas del Tremor hasta que el valle se fue sumergiendo en un extenso bosque. Se adentraron un poco más hasta llegar a un claro. Allí desmontaron y pararon a descansar. Los novios se pusieron aparte de los testigos.

-          ¿Sois familia de Alonso?- preguntó Urraca
-          Non, soy de Magerit, pero somos amicus.
-          Al menos sois noble; sed meo tío non desposó con quien tenía pactado meo avis et nunc, todos desprecianlos clamándolos barraganes. ¿Vos también pensáis así?
-          No, claramente no. El amor es libre. – le dijo Adrián sorprendiendo a la chica.
-           et tambén a los qui non repudiámolos trátannos mal.
-          Es una pena, no debería ser así. Siempre pasa lo mismo, los que hablan con aquellos que son apartados, acaban siéndolo también. – dijo recordándose a sí mismo en el instituto, le parecía un pasado lejano.
-          Ojalá tot fuera diferente – le dijo Urraca apoyándose en su hombro. Adrián se quedó rígido, no estaba acostumbrado a esa cercanía con nadie.
-          No te preocupes, será hasta que se acostumbren o cambien las cosas.– dijo Adrián sonriendo nervioso.
-          Sí, tienes razón. Esperemos que así sea. – le respondió Urraca devolviéndole la sonrisa.

Tras quedarse allí gran parte de la tarde, emprendieron el regreso entre carreras y risas. En cuanto llegaron comenzó la cena. Al finalizar, se procedió a la entrega de presentes.

En un lateral del salón, en un pequeño altillo, habían preparado 4 sillas, dos pequeñas a los lados y dos grandes en el centro. Las grandes eran para los novios y a cada lado el testigo principal de cada cónyuge.

Desde la butaca, se veía cómo el salón se encontraba lleno de gente. Casi todos de clase social alta, destacaba un grupo de invitados feriantes, amigos de Gonzalo que iban casi desvestidos. Era una mezcla que a Adrián le parecía atrevida, sin embargo,  a los de alta alcurnia, no les agradaba en absoluto. Les veía cómo se apartaban y les miraban con desprecio.

Uno a uno, fueron pasando ante ellos, para ir entregando regalos a los novios. Algunos felicitaban a los testigos, otros aprovechaban la ocasión para intentar convencer a Adrián para que se casara con sus hijas y establecer lazos con su familia en Matrice o Xérit. Incluso algunos le decían en bajito la vergüenza de desposarse con la hija de unos barraganes feriantes, para después sonreír hipócritamente a la pareja.

Una de las visitas que sorprendieron a Adrián, fue el Conde de Carrión ¿Sería ese el futuro enemigo del Cid? ¿O tal vez serían sus nietos? Después pasó el Conde de Villa de Gatón, un clérigo familia de D. Felipe. Les entregó una bolsa de monedas para ayudar a la repoblación y mejora del señorío. Había un grupo de chicas, que eran damas de compañía, de algunas de las señoras que allí se encontraban. Fueron con ramos de flores para la novia y alguna daga o sombreros, para el novio.

Adrián esperaba que apareciera Ghadeo en cualquier momento para atacarle o a felicitar a Alonso ¿De verdad quedaba exculpado? ¿Y si Fadrique era su hijo y, sólo estaba contando a D. Felipe algo de su padre y, por ser un peligro le encerró?

La cola se iba acabando, al final estaban los padres de Blanca, D. Felipe y Fadrique. Los suegros le regalaron a Alonso, unos papeles que les nombraban herederos, de algunas riquezas familiares que habían logrado mantener. Gonzalo mandó llamar a un criado para que mostrara uno de los caballos del pactum.  Gutierre se asomó por la puerta que daba al jardín, con un hermoso potro blanco. Les dieron las gracias a los padres de Blanca y felicitaron a Sara por su avanzado estado de embarazo.

D. Felipe iba con mucha altanería, le gustaba disfrutar de ese momento. Llevaba años esperándolo, poderlo ver con su mujer hubiera sido mucho más anhelado, pero el destino había querido que Elvira se fuera.

De su bolsillo sacó una caja grande y se la dio a Blanca, ésta sonrió al ver que se trataba de una tiara muy pequeña, era de plata hueca, su forma, le recordó a Adrián los adornos que en su tiempo hacían con la forja.

El Conde de Tremor, repartió a su hijo y a su testigo una espada a cada uno. La de Alonso tenía la hoja de mayor tamaño que la de Adrián. La del testigo tenía el tamaño total por debajo del metro, ligera con la hoja más fina. La empuñadura estaba cincelada y presentaba unos gavilanes curvos también grabados. Miró y en la hoja estaba grabada la inscripción AMTX, eran las iniciales de Adrián de Matrice, Thithya y Xérit. No podía parar de mirarla, le parecía alucinante. La del señor, tenía gavilanes más rectos como inicio de una cruceta. En la hoja de Alonso se leía TREMOR por un lado y TIMOR por otro. Se lo agradeció a D. Felipe, no se lo esperaba. Sabía que eran las que había cogido de las armaduras del salón oculto, pero las había mandado reparar y grabar. Todo un detalle.

Fadrique, que era el siguiente, les colgó a cada uno una cruz negra. Él también llevaba una, al igual que D. Felipe. Urraca, al tener colgada una de su familia, no se la puso, pero la agradeció. Adrián las reconoció del día que intentó escapar por la sala oculta.

Una vez que todos los regalos estuvieron ofrecidos, se empezó a despejar el salón. Todo el mundo se fue a sus habitaciones o carpas. Adrián le preguntó a Alonso y le dijo que esa noche deberían dormir solos Blanca y él, sin cometer pecado, solo para probar la fidelidad, el respeto mutuo y el amor.

Urraca se fue con su familia, que iban a hacer una hogueracon los demás invitados de Blanca para cantar rondeñas alrededor del fuego y tocar la guitarra. Adrián, subió a su habitación, se cambió de ropa, y bajó a la cocina. Allí estaban las sirvientas, al verle todas cuchicheaban, encontró a Leonor.

-          ¿Puedo ayudar en algo?
-          Non, vos sois un senhorito. – respondió firme.
-          No os neguéis, lleváis el día entero sin parar y necesitáis descansar – la sirvienta no iba a ceder, pero al final asintió con una sonrisa cansada.
-          Lavad esos cacharros de illic, tenéis qui ir al pilón qui hay afuera, de camino al cobertizo.
-          Está bien, ¿una vez lavados los vuelvo a meter aquí?- dijo Adrián mientras Leonor llamaba a su sobrina para que le ayudase.
-          Sí, tráelos de novo. – contestó la criada.

Los dos jóvenes salieron al exterior. Apenas había luna, no veían nada. La hija de Nila volvió rápido a por un candil para poder continuar. Pasaron frente a la tumba de la señora y llegaron al pilón. Mientras la chica lavaba los platos con agua y un trapo para frotar, con otra tela, Adrián los secaba y los colocaba en el barreño, ya secos.  El chorro gélido, que salía de la roca, estaba iluminado el candil.

-          ¿Cómo os llamáis?- dijo Adrián.
-          Mi nomen est Dolores, pero podéis llamarme Lola.
-          Mi nombre est Adrián, encantado de conocerte- la chica sonrió tímida, no había oído el nombre del chico nunca antes. No sabía por qué era tan amable.

Al terminar, Adrián cogió el barreño de madera, mientras que Lola iba con el farol de nuevo. Apenas veía por donde pisaba, la niebla estaba bajando más densa y dificultaba el regreso. La criada le iba instando que fuera más despacio, pero él iba a su paso normal, quizá más acelerado por la ciudad.

Una de las veces que Lola le llamó, se giró para ver por dónde iba la chica, pero no paró de andar. Cuando la hija de Nila le quiso avisar, ya estaba cayendo encima de la tumba de la señora.

El brazo herido en la cueva se resintió; el barreño no se rompió, los cacharros salieron despedidos y Adrián se levantó corriendo. Notó que la piedra no era igual de estable, se había movido. Deprisa recogió los cacharros y Lola le dijo que los echara al barreño de nuevo. Adrián no lo hacía por gusto, le parecía una guarrería.

Cuando regresaron, quedaban Leonor y Nila, limpiando el suelo de la cocina de rodillas.

-          ¡Vaya si qui fabéis tardado! – dijo la madre de Lola mirando de reojo al joven por si había retenido con malas formas a su hija.
-          Si, mater, est qui Adrián precipitóse encima de la tumba de la senhora, por non ver por ubi iba.
-          ¿Qvi os ha pasado? ¿estáis bien? – dijo arrepentida y dulce por haber pensado mal sobre el chico. El de Xérit asintió.
-          Yo estoy bien, pero la tumba se movió un poco, creo que del golpe se ha quebrado algo la piedra. – Leonor puso un mohín de desagrado.

Las dos hermanas se levantaron del suelo y se encaminaron a la sepultura. Los chicos fueron detrás. El camino se le hacía largo a Adrián, iban más despacio, la niebla se había cerrado aún más en el valle. En el silencio volvió a pensar en lo que le habían dicho Limëy la noche anterior. Aún tenía dudas de que el abad fuera el servidor de Hördtein, pero si lo fuese ¿cómo le iba a decir que le hiciese un portal para ir a ver a Limëy? ¿A su enemiga? ¿Debía arriesgarse y pedirle que le devolviera a casa?

Al llegar a la lápida, vieron que de la parte de abajo faltaba la esquina.

Leonor estaba dispuesta a meter la mano en el agujero y coger el trozo de piedra, Nila se negaba, pero al final accedió. Leo metió la mano en el hueco que D. Felipe había cavado 16 años atrás, y cuando sacó el trozo, traía enganchado un fragmento de tela.

-          Leo, mira qui bruta fabéis sido, ya rompisteis el vestido de la senhora. ¡Qué nos pasará por vestra culpa! – dijo Nila llevándose las manos a la cabeza, lamentando las desgracias que les vendrían por quebrar la paz de la señora. Leonor acariciaba el trozo de tela y alumbrándolo con el candil dijo:
-          Io conozco esta tela, resúltame familiar- espetó Leonor sin hacer caso de los lamentos de Nila.
-          ¿Qvi est lo qui decís hermana? ¡Devolvedlo adentro!- instó Petronila.
-          Recordo qui la señora alumbró con unas enaguas blancas et no con unas caeruleus, nadie cambióla después de qui Mencía aseárala et vistiese – dijo Leonor.

Adrián estaba asustado, no se veía nada más allá de los candiles y estaban frente a una tumba algo abierta. Aunque fuese mayor, en su época no pasaban esos casos, a no ser que fueran series o películas.

-          ¿Qví queréis decir tía? – dijo Lola.

Leonor metió de nuevo la mano en el hueco de la lápida, tirando de la tela sacó una túnica azul llena de algunos rotos y manchas negruzcas. Leonor la sacudió y observándola a la luz del farol empezó a acariciar la capa mientras resbalaban unas lágrimas por su rostro.

-          ¿Qué ocurre Leonor? – se atrevió a preguntar Adrián
-          Est… la túnica qui os dije qui la mea hermana fabía llevadose. Est la túnica, su túnica…su túnica – repetía Leonor entre sollozos.

Nila, empezó a andar de un lado para otro, temblaba

-          ¿Qvomo est posible? Non puede ser qui la senhora tenga las prendas de…
-          Mater, creo qui… la qui está enterrada est… la tía Mencía – dijo Lola afligida a pesar de que ella no la hubiese conocido.

Leonor levantó la mirada a su sobrina, su madre paró de andar bruscamente, Adrián no entendía nada, estaba incómodo. La suave brisa que corría entre las hojas de los árboles era lo único que se escuchaba hasta que las hermanas rompieron el silencio con sollozos.

-          Fue él…est malo, non puede ser testigo de Deus… él dio morte a Mencía. Él la dio morte, nunqa quiso ser abad, non hay oficio normal desde qui él está en l’ abadía… está maldito ¡Maldito!- dijo Leonor alterada.
-          ¿Entonces ubi está la senhora? Si el abad dio morte a la nuestra hermana… - dijo Nila llorando mientras abrazaba a Leonor desconsolada.
-            Deberíamos decírselo a D. Felipe, el abad est demasiado peligroso- dijo Adrián.
-          Hay qui facerlo. – afirmó Leonor.
-          Sí, pero antes la mea tía podría portar mañana a la celebración la capa por encima et así Fadrique, se dará conta de qui sabemoslo. Así sabremos qomo actúa et sorprenderemosle mucho más. – ideó Lola.
-          ¡Qvi filia más lista! – dijo Nila abrazando a su hija, aún entre sollozos.
-          Tenéis razón Lola, es lo mejor.- concluyó Adrián.

Los cuatro fueron hacia el pilón, para lavar la capa desgastada que algún día había lucido la señora, y con la que había sido asesinada Mencía. Las dos hermanas iban llorando y susurrando al cielo todas sus preguntas, Lola iba mirando al suelo y Adrián se encontraba pensando en Fadrique. El abad conocía el nombre del otro mundo, había matado a la hermana de las criadas, tenía la daga que había encima de la chimenea del cuarto de la abadía, muy similar a la del vasallo de Hördtein de su sueño. Ya no le quedaban casi dudas, pero no sabía que hacer para que Fadrique le dijera dónde estaba el portal, que lo trasladara a Thirenae o a casa, sin que le infringiera ningún daño.

Empezó a unir cabos, las miradas que el abad le lanzaba, el mal trato que le daba, sus conversaciones a escondidas con D. Felipe, las preguntas que le hizo en la abadía, la semana en el calabozo. El encierro a Ghadeo ¿Entonces también le había matado, o, todo estaba manipulado por ambos? ¿Por qué no le habían tratado mal desde el principio? ¿Por qué Thiago era de esa abadía? ¿Por qué no se sorprendieron al verle? ¿Acaso eran ellos los que le habían sacado de su época? ¿Acaso los de Tremor también lo eran?



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