En ese momento que estaba en su
habitación, podía pensar con más tranquilidad. Se había liberado al contarle a
Alonso algo más cercano a la realidad, pero por otro lado estaba conmocionado, había
sospechado de Ghadeo desde que Alonso los presentó. Había sido gentil, bueno,
pero eran demasiadas coincidencias con Thirenae. Ahora que sabía que el abad
había dicho esas palabras a D. Felipe, quizá fuera porque Fadrique era el servidor
de Hördtein. De ser así… ¿Habría asesinado a Ghadeo? O ¿Había escapado de verdad?
¿El incendio estaba ligado o había sido otra casualidad? El abad le inculcaba
el suficiente miedo como para no investigar sobre él descaradamente, tenía que
tener cuidado. Quizá podría encontrar sentido a las palabras de Ghadeo para que
ayudase a su hijo, ¿Era Fadrique su hijo? Tenía que preguntárselo a Alonso,
pero si Fadrique lo era realmente, había sido muy cruel encerrando a su propio
padre en el calabozo, y matándole en un incendio. De ser así, ¿Por qué necesitaría
ayuda para alejarse de Hördtein? ¿No era libre?
Mientras pensaba mirando al techo
consiguió quedarse dormido. A diferencia de otras ocasiones comenzó a ser
consciente de que estaba soñando, empezó a materializarse en un sueño. Todo era
oscuridad.
Alrededor de sus pies fueron
apareciendo baldosas verdes oscuras, algo turquesas. Poco a poco pudo contemplar
una sala enorme, diáfana, de planta rectangular y bordeada de columnas blancas.
Los pilares redondeados, tenían hiedras verdes ascendentes, labradas realistamente,
como si estuvieran trepando por ellas. El suelo era de mármol verde,
exceptuando el perímetro de un rectángulo marfil que bordeaba el centro del
salón. Destacaba una pequeña escalinata
nívea, que ascendía aun gran trono con forma de una hoja de tres puntas, en la
más alta había una estrella dorada de cinco puntas.
De repente, apareció sentada en
el trono Limëy, a su lado en un taburete, parecido a un reposapiés, apareció Sylvain,
los dos le miraban con los ojos muy abiertos.
-
¿Qué quieres? ¿Has
hallado algo? – Le dijo la reina sorprendida. Adrián estaba alucinado con el gran
salón que tenía delante.
-
¿Por qué nos has llamado? – preguntó Sylvain escudriñándole
con sus ojos amarillos.
-
¿Os he llamado yo?, pero si no sé cómo hacerlo– dijo
extrañado Adrián
-
Eso parece, estábamos hablando en la biblioteca y, de
repente, nos aparecimos aquí – le contestó la reina.
-
Quizá fue inconscientemente, las personas de tu parte
del mundo bajan su mente aquí cuando sueñan.
-
Sí puede ser – añadió Limëy.
-
Pero, en ese caso, habrías aparecido en la Sala del
Sueño…. – finalizó Sylvain.
-
¿Sala del Sueño? ¿Sólo podéis dormir allí o es muy
aburrida? – preguntó Adrián extrañado pero burlesco.
-
No, no nada de eso. – le confirmó Sylvain.
-
¿Ya has descubierto algo? ¿Estás bien? - preguntó Limëy.
-
Cansado y con ganas de ir a casa, pero bien…
-
Ya imaginamos – apremió Sylvain.
-
Creo que ya he encontrado al servidor de Hördtein en la
época del tiempo donde me desperté. Quizá mi anhelo por decíroslo y volver a
casa me ha hecho venir aquí- el consejero real pegó un breve bote al oírlo, la
reina tenía una expresión muy difícil de definir.
-
¿Quién es? - dijo con voz cortada la soberana.
-
Aún no lo tengo asegurado…
-
Dínos – dijo Sylvain.
-
Se hace llamar Fadrique, es abad de una aldea perdida en
el campo, pero sólo quiero ir a casa, traedme a Thirenae y devolvedme – las hadas
se miraron entre sí.
-
¿Pasa algo? – preguntó Adrián.
Sylvain miró a Limëy y cuando ella asintió,
empezó a hablar, se levantó de su reposapiés y comenzó a bajar las escaleras. Se
acercó al joven.
-
Hemos estado buscando desde tu aparición y no podemos
traerte de vuelta sin saber el hechizo o la maldición que te transportó. No le
pierdas de vista y encontrarás el portal muy pronto. Si no, provócale con cautela
para que te lo muestre…una vez que entres a Thirenae llámame y estaré allí para
recogerte.
-
Sylvain, tiene ese poder…
-
Maldición más bien….– corrigió a la reina.- Si me
nombran sé donde ha sido y puedo aparecerme al instante.- le explicó a Adrián.
-
¿Fadrique podría devolverme a casa directamente en
lugar de traerme de vuelta aquí? – se atrevió a preguntar Adrián.
-
No, eso sólo si te hubiese trasladado desde tu mundo,
pero si te apareciste aquí, fuera del Nêyrnawa… Es necesario que entres
o…podrías morir. - dijo la reina.
-
Ten cuidado, no hagas que sospeche de ti – dijo el consejero.
-
¿Qué no sospeche de mí? ¡Hola! – saludaba Adrián sarcásticamente
– Me ha trasportado él, supongo que ya sabrá que soy yo. – dijo Adrián
crispado.
-
Tiene razón Sylvain – dijo Limëy.
-
Si hubiera querido matarme, habría podido cuando me
encerró en el calabozo.
-
¿Te ha encerrado? – preguntó asustada Limëy. Antes de
poder responder, una densa niebla comenzó a llenar todo. Escuchaba a Limëy cada
vez más lejos llamarle.
-
Espera….- comenzó a decir Adrián, luego sólo oscuridad.
Un zarandeo le despertó. Era Alonso que le
estaba llamando, ya era de día y tenía que prepararse. La familia de Blanca ya
había llegado durante la noche. Era el primer día de celebración y él como testigo
principal, no podía faltar.
Adrián se colocó una capa azul y
un traje que no le hacia mucha gracia. Era una camisa blanca bordada, con los
botones en un lado. Unos pantalones muy cortos de lana marrones y debajo unos leotardos
muy finos de color beige. En la cabeza debía llevar el mismo sombrero que Alonso,
de tipo arquero, pero con una pluma azul, ya que el novio la llevaría roja.
Después bajó a desayunar, donde lo esperaban.
Al terminar, salieron al frío exterior
con Blanca y su testigo, se trataba de una prima por parte paterna, Urraca.
Estuvieron hablando y paseando por los alrededores durante toda la mañana. Adrián
se sentía como en carnaval, incómodo, incluso ridículo. Antes de entrar para la
comida, pasaron por el establo y avisaron a Gutierre para que preparase cuatro
caballos para salir por la tarde.
Leonor, al igual que su hermana y
su sobrina, estaban entre las demás criadas, sirviendo la enorme mesa que tenían
puesta en mitad del salón principal. Por la ventana entraba mucha luz y la gente
estaba sentada en taburetes. La familia e invitados de Blanca estaban sentados
a la izquierda, mientras que los de D. Felipe a la derecha. La mayoría de ellos
no hablaban con los de enfrente; tenían vestimentas de baja clase social. No
toda la familia había querido acudir al haber repudiado a los padres de la
novia.
Cuando terminó la comida y D. Felipe
dijo unas palabras a favor del matrimonio de su hijo, llamó a los padres de Blanca
a una habitación. Adrián felicitó a Nila por la comida y se fue con Urraca y los
novios, a pasar una tarde montando a caballo, lo cual, no le agradaba mucho. Aún
conservaba agujetas de la última vez. Realmente no tenía ganas de nada, el sueño
con Limëy le había devastado. No quería entrar en Thirenae, quería volver a casa…pero
¿Tendría razón el hada? Le aterraba ¿Si no entraba podría morir?
Cabalgaron por las vegas del
Tremor hasta que el valle se fue sumergiendo en un extenso bosque. Se adentraron
un poco más hasta llegar a un claro. Allí desmontaron y pararon a descansar. Los
novios se pusieron aparte de los testigos.
-
¿Sois familia de Alonso?- preguntó Urraca
-
Non, soy de Magerit, pero somos amicus.
-
Al menos sois noble; sed meo tío non desposó con quien
tenía pactado meo avis et nunc, todos desprecianlos clamándolos barraganes.
¿Vos también pensáis así?
-
No, claramente no. El amor es libre. – le dijo Adrián
sorprendiendo a la chica.
-
et tambén a los
qui non repudiámolos trátannos mal.
-
Es una pena, no debería ser así. Siempre pasa lo mismo,
los que hablan con aquellos que son apartados, acaban siéndolo también. – dijo recordándose
a sí mismo en el instituto, le parecía un pasado lejano.
-
Ojalá tot fuera diferente – le dijo Urraca apoyándose
en su hombro. Adrián se quedó rígido, no estaba acostumbrado a esa cercanía con
nadie.
-
No te preocupes, será hasta que se acostumbren o
cambien las cosas.– dijo Adrián sonriendo nervioso.
-
Sí, tienes razón. Esperemos que así sea. – le respondió
Urraca devolviéndole la sonrisa.
Tras quedarse allí gran parte de
la tarde, emprendieron el regreso entre carreras y risas. En cuanto llegaron
comenzó la cena. Al finalizar, se procedió a la entrega de presentes.
En un lateral del salón, en un
pequeño altillo, habían preparado 4 sillas, dos pequeñas a los lados y dos grandes
en el centro. Las grandes eran para los novios y a cada lado el testigo
principal de cada cónyuge.
Desde la butaca, se veía cómo el
salón se encontraba lleno de gente. Casi todos de clase social alta, destacaba un
grupo de invitados feriantes, amigos de Gonzalo que iban casi desvestidos. Era
una mezcla que a Adrián le parecía atrevida, sin embargo, a los de alta alcurnia, no les agradaba en
absoluto. Les veía cómo se apartaban y les miraban con desprecio.
Uno a uno, fueron pasando ante
ellos, para ir entregando regalos a los novios. Algunos felicitaban a los testigos,
otros aprovechaban la ocasión para intentar convencer a Adrián para que se
casara con sus hijas y establecer lazos con su familia en Matrice o Xérit. Incluso
algunos le decían en bajito la vergüenza de desposarse con la hija de unos
barraganes feriantes, para después sonreír hipócritamente a la pareja.
Una de las visitas que
sorprendieron a Adrián, fue el Conde de Carrión ¿Sería ese el futuro enemigo
del Cid? ¿O tal vez serían sus nietos? Después pasó el Conde de Villa de Gatón,
un clérigo familia de D. Felipe. Les entregó una bolsa de monedas para ayudar a
la repoblación y mejora del señorío. Había un grupo de chicas, que eran damas
de compañía, de algunas de las señoras que allí se encontraban. Fueron con
ramos de flores para la novia y alguna daga o sombreros, para el novio.
Adrián esperaba que apareciera Ghadeo
en cualquier momento para atacarle o a felicitar a Alonso ¿De verdad quedaba
exculpado? ¿Y si Fadrique era su hijo y, sólo estaba contando a D. Felipe algo
de su padre y, por ser un peligro le encerró?
La cola se iba acabando, al final
estaban los padres de Blanca, D. Felipe y Fadrique. Los suegros le regalaron a
Alonso, unos papeles que les nombraban herederos, de algunas riquezas familiares
que habían logrado mantener. Gonzalo mandó llamar a un criado para que mostrara
uno de los caballos del pactum. Gutierre
se asomó por la puerta que daba al jardín, con un hermoso potro blanco. Les dieron
las gracias a los padres de Blanca y felicitaron a Sara por su avanzado estado
de embarazo.
D. Felipe iba con mucha altanería,
le gustaba disfrutar de ese momento. Llevaba años esperándolo, poderlo ver con
su mujer hubiera sido mucho más anhelado, pero el destino había querido que Elvira
se fuera.
De su bolsillo sacó una caja grande
y se la dio a Blanca, ésta sonrió al ver que se trataba de una tiara muy pequeña,
era de plata hueca, su forma, le recordó a Adrián los adornos que en su tiempo
hacían con la forja.
El Conde de Tremor, repartió a su
hijo y a su testigo una espada a cada uno. La de Alonso tenía la hoja de mayor
tamaño que la de Adrián. La del testigo tenía el tamaño total por debajo del
metro, ligera con la hoja más fina. La empuñadura estaba cincelada y presentaba
unos gavilanes curvos también grabados. Miró y en la hoja estaba grabada la inscripción
AMTX, eran las iniciales de Adrián de Matrice, Thithya y Xérit. No podía parar
de mirarla, le parecía alucinante. La del señor, tenía gavilanes más rectos
como inicio de una cruceta. En la hoja de Alonso se leía TREMOR por un lado y
TIMOR por otro. Se lo agradeció a D. Felipe, no se lo esperaba. Sabía que eran las
que había cogido de las armaduras del salón oculto, pero las había mandado reparar
y grabar. Todo un detalle.
Fadrique, que era el siguiente, les
colgó a cada uno una cruz negra. Él también llevaba una, al igual que D. Felipe.
Urraca, al tener colgada una de su familia, no se la puso, pero la agradeció. Adrián
las reconoció del día que intentó escapar por la sala oculta.
Una vez que todos los regalos
estuvieron ofrecidos, se empezó a despejar el salón. Todo el mundo se fue a sus
habitaciones o carpas. Adrián le preguntó a Alonso y le dijo que esa noche deberían
dormir solos Blanca y él, sin cometer pecado, solo para probar la fidelidad, el
respeto mutuo y el amor.
Urraca se fue con su familia, que
iban a hacer una hogueracon los demás invitados de Blanca para cantar rondeñas
alrededor del fuego y tocar la guitarra. Adrián, subió a su habitación, se cambió
de ropa, y bajó a la cocina. Allí estaban las sirvientas, al verle todas cuchicheaban,
encontró a Leonor.
-
¿Puedo ayudar en algo?
-
Non, vos sois un senhorito. – respondió firme.
-
No os neguéis, lleváis el día entero sin parar y necesitáis
descansar – la sirvienta no iba a ceder, pero al final asintió con una sonrisa cansada.
-
Lavad esos cacharros de illic, tenéis qui ir al pilón
qui hay afuera, de camino al cobertizo.
-
Está bien, ¿una vez lavados los vuelvo a meter aquí?- dijo
Adrián mientras Leonor llamaba a su sobrina para que le ayudase.
-
Sí, tráelos de novo. – contestó la criada.
Los dos jóvenes salieron al
exterior. Apenas había luna, no veían nada. La hija de Nila volvió rápido a por
un candil para poder continuar. Pasaron frente a la tumba de la señora y
llegaron al pilón. Mientras la chica lavaba los platos con agua y un trapo para
frotar, con otra tela, Adrián los secaba y los colocaba en el barreño, ya
secos. El chorro gélido, que salía de la
roca, estaba iluminado el candil.
-
¿Cómo os llamáis?- dijo Adrián.
-
Mi nomen est Dolores, pero podéis llamarme Lola.
-
Mi nombre est Adrián, encantado de conocerte- la chica
sonrió tímida, no había oído el nombre del chico nunca antes. No sabía por qué
era tan amable.
Al terminar, Adrián cogió el barreño
de madera, mientras que Lola iba con el farol de nuevo. Apenas veía por donde
pisaba, la niebla estaba bajando más densa y dificultaba el regreso. La criada
le iba instando que fuera más despacio, pero él iba a su paso normal, quizá más
acelerado por la ciudad.
Una de las veces que Lola le llamó,
se giró para ver por dónde iba la chica, pero no paró de andar. Cuando la hija
de Nila le quiso avisar, ya estaba cayendo encima de la tumba de la señora.
El brazo herido en la cueva se
resintió; el barreño no se rompió, los cacharros salieron despedidos y Adrián se
levantó corriendo. Notó que la piedra no era igual de estable, se había movido.
Deprisa recogió los cacharros y Lola le dijo que los echara al barreño de nuevo.
Adrián no lo hacía por gusto, le parecía una guarrería.
Cuando regresaron, quedaban Leonor
y Nila, limpiando el suelo de la cocina de rodillas.
-
¡Vaya si qui fabéis tardado! – dijo la madre de Lola
mirando de reojo al joven por si había retenido con malas formas a su hija.
-
Si, mater, est qui Adrián precipitóse encima de la tumba
de la senhora, por non ver por ubi iba.
-
¿Qvi os ha pasado? ¿estáis bien? – dijo arrepentida y
dulce por haber pensado mal sobre el chico. El de Xérit asintió.
-
Yo estoy bien, pero la tumba se movió un poco, creo que
del golpe se ha quebrado algo la piedra. – Leonor puso un mohín de desagrado.
Las dos hermanas se levantaron del
suelo y se encaminaron a la sepultura. Los chicos fueron detrás. El camino se
le hacía largo a Adrián, iban más despacio, la niebla se había cerrado aún más
en el valle. En el silencio volvió a pensar en lo que le habían dicho Limëy la
noche anterior. Aún tenía dudas de que el abad fuera el servidor de Hördtein,
pero si lo fuese ¿cómo le iba a decir que le hiciese un portal para ir a ver a Limëy?
¿A su enemiga? ¿Debía arriesgarse y pedirle que le devolviera a casa?
Al llegar a la lápida, vieron que
de la parte de abajo faltaba la esquina.
Leonor estaba dispuesta a meter la
mano en el agujero y coger el trozo de piedra, Nila se negaba, pero al final
accedió. Leo metió la mano en el hueco que D. Felipe había cavado 16 años atrás,
y cuando sacó el trozo, traía enganchado un fragmento de tela.
-
Leo, mira qui bruta fabéis sido, ya rompisteis el vestido
de la senhora. ¡Qué nos pasará por vestra culpa! – dijo Nila llevándose las
manos a la cabeza, lamentando las desgracias que les vendrían por quebrar la
paz de la señora. Leonor acariciaba el trozo de tela y alumbrándolo con el
candil dijo:
-
Io conozco esta tela, resúltame familiar- espetó Leonor
sin hacer caso de los lamentos de Nila.
-
¿Qvi est lo qui decís hermana? ¡Devolvedlo adentro!- instó
Petronila.
-
Recordo qui la señora alumbró con unas enaguas blancas
et no con unas caeruleus, nadie cambióla después de qui Mencía aseárala et vistiese
– dijo Leonor.
Adrián estaba asustado, no se
veía nada más allá de los candiles y estaban frente a una tumba algo abierta. Aunque
fuese mayor, en su época no pasaban esos casos, a no ser que fueran series o películas.
-
¿Qví queréis decir tía? – dijo Lola.
Leonor metió de nuevo la mano en
el hueco de la lápida, tirando de la tela sacó una túnica azul llena de algunos
rotos y manchas negruzcas. Leonor la sacudió y observándola a la luz del farol
empezó a acariciar la capa mientras resbalaban unas lágrimas por su rostro.
-
¿Qué ocurre Leonor? – se atrevió a preguntar Adrián
-
Est… la túnica qui os dije qui la mea hermana fabía
llevadose. Est la túnica, su túnica…su túnica – repetía Leonor entre sollozos.
Nila, empezó a andar de un lado
para otro, temblaba
-
¿Qvomo est posible? Non puede ser qui la senhora tenga
las prendas de…
-
Mater, creo qui… la qui está enterrada est… la tía Mencía
– dijo Lola afligida a pesar de que ella no la hubiese conocido.
Leonor levantó la mirada a su sobrina,
su madre paró de andar bruscamente, Adrián no entendía nada, estaba incómodo. La
suave brisa que corría entre las hojas de los árboles era lo único que se escuchaba
hasta que las hermanas rompieron el silencio con sollozos.
-
Fue él…est malo, non puede ser testigo de Deus… él dio
morte a Mencía. Él la dio morte, nunqa quiso ser abad, non hay oficio normal
desde qui él está en l’ abadía… está maldito ¡Maldito!- dijo Leonor alterada.
-
¿Entonces ubi está la senhora? Si el abad dio morte a la
nuestra hermana… - dijo Nila llorando mientras abrazaba a Leonor desconsolada.
-
Deberíamos decírselo a D. Felipe, el abad est demasiado
peligroso- dijo Adrián.
-
Hay qui facerlo. – afirmó Leonor.
-
Sí, pero antes la mea tía podría portar mañana a la
celebración la capa por encima et así Fadrique, se dará conta de qui sabemoslo.
Así sabremos qomo actúa et sorprenderemosle mucho más. – ideó Lola.
-
¡Qvi filia más lista! – dijo Nila abrazando a su hija,
aún entre sollozos.
-
Tenéis razón Lola, es lo mejor.- concluyó Adrián.
Los cuatro fueron hacia el pilón,
para lavar la capa desgastada que algún día había lucido la señora, y con la que
había sido asesinada Mencía. Las dos hermanas iban llorando y susurrando al
cielo todas sus preguntas, Lola iba mirando al suelo y Adrián se encontraba pensando
en Fadrique. El abad conocía el nombre del otro mundo, había matado a la hermana
de las criadas, tenía la daga que había encima de la chimenea del cuarto de la
abadía, muy similar a la del vasallo de Hördtein de su sueño. Ya no le quedaban
casi dudas, pero no sabía que hacer para que Fadrique le dijera dónde estaba el
portal, que lo trasladara a Thirenae o a casa, sin que le infringiera ningún
daño.
Empezó a unir cabos, las miradas
que el abad le lanzaba, el mal trato que le daba, sus conversaciones a
escondidas con D. Felipe, las preguntas que le hizo en la abadía, la semana en
el calabozo. El encierro a Ghadeo ¿Entonces también le había matado, o, todo estaba
manipulado por ambos? ¿Por qué no le habían tratado mal desde el principio? ¿Por
qué Thiago era de esa abadía? ¿Por qué no se sorprendieron al verle? ¿Acaso
eran ellos los que le habían sacado de su época? ¿Acaso los de Tremor también
lo eran?
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