I. EXCURSION


Esa mañana de últimos de junio, Madrid estaba igual que siempre en esa época, a pesar de ser temprano ya hacía calor. Era el último día de clase, y eso se dejaba notar en el ajetreo rutinario de las calles; como era costumbre, en la mayoría de los colegios saldrían a disfrutar de una excursión al campo, pero un curso de uno en particular iba a visitar unos dólmenes junto a una antigua gruta, algo alejados de la capital.

Adrián estaba nervioso. No le había costado madrugar, aunque no le hubiera importado seguir en la cama un rato más. No tardó en vestirse y prepararse el bocadillo para la comida. Intentó peinar su pelo castaño frente al espejo de la entrada de su casa, pero le fue imposible domarlo y salió hacia el instituto.

El autocar les esperaba en la puerta del colegio, según iban llegando, su profesora les iba anotando en una lista y les permitía el acceso. Días antes, había hablado con Jorge para ir juntos en el trayecto. Casi siempre iban juntos, a no ser que ya hubiera hecho planes con algún otro compañero de la clase, y le tocase ir a él solo. La relación con sus compañeros era buena salvo porque no era recíproca.

-          ¡Adri! ¡Ya has llegado! Me he sentado aquí – dijo Jorge que ya estaba arriba guardando el asiento. Varios compañeros pasaron hacia el final del autocar y le dieron una colleja a Adrián, sin dejarle ver quién había sido.
-          Sí, tampoco quería llegar de los últimos. – contestó a su amigo resignado.
-          No nos íbamos a ir sin ti – le aseguró con una sonrisa la profesora que pasaba en ese momento por el pasillo haciendo el recuento habitual.
-          ¿Seguro? Yo quería que sí – contestó Jorge sacando una sonrisa a Adrián y a la profesora.

El viaje comenzó con jaleo y risas entre los alumnos de dieciséis años. Estaban celebrando su último día de la Educación Secundaria, lo que para muchos de ellos, era un alivio y liberación.

Adrián, iba mirando por la ventana cómo los edificios iban dejando paso a campos semiverdes, que se convirtieron después, en campos pardos secos y amarillentos salpicados de algún árbol verde.

-          ¿Qué piensas? – le preguntó Jorge.
-          Nada, simplemente miraba por el cristal. – contestó Adrián mirando el reflejo de su amigo.
-          Adri… - dijo con rintin tin
-          Sólo pensaba en hoy, el último día del instituto, después del verano sitios nuevos, cursos nuevos y no puedo evitar pensar en el tiempo que he pasado aquí.
-          Ni te molestes, ya sabes que no puedes…
-          Vivir en el pasado pensando en el futuro… ya lo sé, siempre me lo dices – dijo Adrián fijando sus ojos turquesa en los pardos de su amigo.
-          Entonces disfruta del día y ya verás cómo el año que viene todo será mejor.
El trayecto fue largo, pararon una vez para descansar. Los alumnos iban riéndose, escuchando música, hablando de sus planes para el verano, incluso el conductor brevemente contó algún chiste por el micrófono del autocar para amenizarles el trayecto.

Cuando llegaron a su destino, vieron por los cristales una pequeña explanada en mitad del campo. Los profesores se levantaron y bajaron del autocar, los alumnos según salían al exterior, fueron formando un grupo delante de cada tutor, dividiéndose en dos grupos para hacer distintos caminos y repartir las personas.

 La senda por la que iban ellos era salvaje, los árboles muy altos y de varias especies. La mayoría estaban con líquenes en sus cortezas y había bastantes zarzas a los laterales del camino. A la mitad del sendero, cuando ya llevaban una hora caminando, pararon a descansar. El guía que les había ido hablando sobre esa región y los valles aledaños, ahora seguía su conversación con Elena, su tutora. Los dos estaban interesados en la naturaleza. El pelo rubio de Elena contrastaba en la penumbra de la sombra de los árboles y sus ojos eran verdes azulados, además era muy simpática, no había alumno, por muy mal estudiante que fuese que no la apreciase. Después de un rato de descanso en el que pudieron contemplar las ruinas de una antigua iglesia sucumbida a la vegetación. prosiguieron la senda, en esta ocasión subiendo una gran cuesta que ascendía a la cima de la montaña.

Todos los alumnos estaban cansados de andar, la mayoría iban con los móviles sin atender las indicaciones sobre la fauna y la flora. Cuando sus estómagos empezaban a indicar la hora de comer, llegaron a la cumbre. En ella había un pequeño claro, una explanada en cuyo centro había dos grandes dólmenes. En un lateral había dos grandes piedras entre las que se intuía una escalera que descendía. Otro grupo estaba descendiendo por ella. Tras esperar su turno, comenzaron a bajar. Pedro, el guía moreno, entró primero y Elena esperó fuera para vigilar que todos entrasen en la gruta y no se escabulleran de la visita.

 Adrián y Jorge, esperaban un lugar oscuro y que apenas se viera, pero había luces artificiales. En los lugares más húmedos había estalactitas se vislumbraba como de un lateral de la gruta salía un pequeño arroyo que daba frescor a la cueva. Las escaleras eran de piedra y a los lados tenían sogas blancas. Cuando terminaron el descenso siguieron por los paseos de gravilla. La mayoría de alumnos iban en fila mirando las columnas y las formas que había hecho el agua al filtrarse por la roca caliza.

Llegaron a un lugar de la cueva que tenía el techo mucho más alto, el camino se acababa y dejaba paso a una zona de piedra y tierra. Todos se sentaron en el suelo, frente a ellos estaba Pedro con los demás guías, una vez en silencio, comenzó a hablar:

-          Hola a todos, para los que no me conocéis, soy Pedro – el guía sonrió – os encontráis en la parte más antigua de la cueva, la cual, fue descubierta por los castellanos en la reconquista, creían que se trataba de un refugio romano de cuando estuvieron en España. Pero no se sabe a ciencia cierta, a pesar de las leyendas que posee un pueblo cercano…
-          ¿¿Es cierta?? – interrumpió un compañero de Adrián, Elena le regañó y riéndose todos los demás, otra guía prosiguió con la explicación:

-          Eso lo debéis juzgar vosotros. La historia narra la aventura de un hombre extraño que llegó al pequeño pueblo – la guía era rolliza y contaba la historia alargando las palabras para dar misterio - como ayudaba a la gente los habitantes de la pequeña aldea le acogieron y le estimaron. Cuentan que un día, un pastor decidió seguirle, y en ello subió a la cima de esta montaña. Al aparecer aquí pudo ver como la familia que le había acogido, que estaban recién casados, se encontraban atados. Con ayuda de un objeto dibujaron éstas figuras en la pared.– Pedro sacó de su mochila una linterna y alumbrando a la roca del fondo, les mostró las estampas grabadas. Se distinguían bien las figuras, estaba todo bien colocado. Había personitas pintadas, extraños dibujos, pero no se podían apreciar muy bien algunas imágenes rotuladas.

En un lateral había un esbozo muy tenue y distorsionado de un gran rombo con una cruz dentro. Pedro, ante tal asombro por parte de los alumnos, continuó la historia

-          Narran que cuando terminó de dibujarlo, uno de ellos cogió el objeto y lo puso en un hueco, y con el calor que desprendió a la piedra se hizo más notable el recoveco, después, nadie más los volvió a ver, ni siquiera al pastor, por lo que dicen que el objeto activó una ruta subterránea y escaparon por ahí hacia otro lugar, una cámara con tesoros o tal vez el objeto, les transportó a otro sitio diferente – Todos los que escuchaban al guía, suspiraron, muchos esperaban una guerra sangrienta, otros solo querían salir a comer y tan sólo unos pocos deseaban saber si de verdad había ocurrido o simplemente era una historieta y los dibujos un montaje para generar turismo.

Elena, levantó la mano y los guías le dejaron preguntar:

-          ¿Es la única cueva de este estilo?, quiero decir ¿hay más cuevas que tengan los mismos símbolos?- Pedro le sonrió y dándole un tono de misterio respondió:
-           Hay varias más. Las que se conocen están situadas en Estados Unidos, Inglaterra o Francia… – Antes de que acabase, la guía rolliza se apresuró a decir:
-           También se tiene constancia de otras parecidas en Grecia, Egipto, China y los países nórdicos. Dado a la gran extensión, habrá otras que estén por descubrir lo malo que si no se han conservado las pinturas correctamente se han podido borrar y ser una cueva más o bien confundir con restos rupestres, siempre que no se date con Carbono 14, obviamente. – Elena les agradeció las respuestas, que más que saciar su incertidumbre habían sembrado más dudas tanto en ella como en los alumnos.
-          Ahora, podéis venir a ver el hueco del objeto esférico todos los que queráis, eso sí, uno por uno por favor y sin tocarlo – dijo Pedro.

 Algunos se pusieron en fila india para verlo, sin embargo, los demás se pusieron a hablar haciendo tiempo o intentando coger cobertura en los móviles y perderse en las redes sociales. Tan solo algunos de los que estaban en la fila, se encontraban algo ensimismados con la historia y la cantidad de cuevas similares. Tras un rato de espera, le tocó ver el hueco a Adrián. En la pared había un pequeño agujero con forma circular totalmente pulido. La oquedad estaba algo quemada, pero Adrián no se fijó en eso, sino en una pequeña marca casi imperceptible, algo más oscura que el fondo, extrañamente, le parecían letras comunes, pero con la poca luz que había, lo más seguro que no hubiese nada más que unas insignificantes manchas.

Cuando todos los de la fila habían terminado de ver el hueco, salieron de la gruta por las mismas escaleras que habían entrado. Una vez en la explanada, los alumnos se pusieron a comer a la sombra de los árboles de la linde, eran muy altos.

-          ¿Al final qué vas a hacer estas vacaciones? – preguntó Jorge mientras se acomodaban.
-          Me quedaré en casa, mis padres no se han decidido por hacer el viaje así que estaré aquí aburrido - le contestó Adrián.
-           ¡Habérmelo dicho antes! te podías haber venido conmigo 
-          ¿A dónde? Bueno, da igual, si me enteré hace unos días.
-          Pues claro lo único que mi madre ya ha reservado el vuelo. Me voy con mi prima a conocer París y Londres, tiene acceso rápido a los museos, galerías y visitas guiadas a los monumentos totalmente gratis.
-          ¡Qué pena! Ya será otro año, tengo ganas de conocer Europa, nunca he salido de España. – dijo Adrián apenado.
-          Puede que si hablo con mi prima aún te puedas venir, aunque no lo sé - le animó Jorge.
-          Si lo puedes intentar y mis padres no ponen pegas, me encantaría. – finalizó con una sonrisa.


La tarde empezó a ponerse bochornosa, hacía calor. Jorge se puso a jugar al fútbol con otros compañeros en un campo improvisado algo alejado de los dólmenes para que no les regañaran. Adrián sacó su móvil y tras comprobar la escasa actividad de sus redes sociales, decidió ir a sacar fotos.

Tras un par de selfies con las grandes rocas se dirigió hacia la entrada de la cueva. Había una pequeña cadena cortando el paso; le daba algo de miedo saltarla, pero sin pensarlo comenzó a descender la escalinata. Al apoyarse para saltar la valla, se pinchó con unos picos de una roca, se raspó la palma, generando unas pequeñas gotas de sangre sin importancia.

La soledad le permitía ver con más detenimiento las formaciones calizas. Siguió el sendero de gravilla, tentado varias veces de abandonarlo, hasta la zona abovedada que tenía las paredes grabadas.

 La luz de la tarde se colaba por un óculo que había originado una sima, y pudo contemplar mejor las formas dibujadas. Se fotografió con ellas. Miró las fotos para borrar las que habían salido mal y mandarle alguna a su madre, que le estaba preguntando por mensajes por la excursión.

En una de las fotografías descubrió que en lugar de la pared grabada salía un extraño reflejo, como un paisaje. Su móvil últimamente fallaba mucho. Volvió a sacarse otro selfie más cerca y el resultado de la foto fue el mismo. Acarició la superficie rocosa, pero en su pantalla no aparecía. Sirviéndose del móvil fue observando la cueva.

Tras unas estalactitas cercanas parecía abrirse un arco de luz. Al ojo de Adrián no había más que un rincón oscuro, acarició la roca dónde según la pantalla había letras brillantes. Rápidamente apartó la mano, se había pinchado con algo. ¿Qué estaba pasando?

Al instante no necesitó el teléfono para ver el arco que rodeaban unos símbolos luminiscentes, se quedó alucinado, antes de poder pensar más, desapareció entre un remolino de colores.




                                                                                                                 SIGUIENTE CAPÍTULO

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