IV. TORMENTO

La tenue luz de un día nublado le despertó, miró a su alrededor y se cabreó, no estaba en la cueva ni en su habitación, estaba en la sierra todavía, palpó su ropa desgarrada y el sentimiento de alivio al recordar que iba a ser devorado por un lobo le invadió. ¿Cómo había sobrevivido? Estaba a punto de desgarrarle con los colmillos ¿Por qué no lo había hecho? ¿Qué o quién le había salvado? 

La hoguera tenía unas pequeñas llamas que delataban su culpabilidad, además, se encontraba en el interior de un anillo con el borde de vegetación calcinada. Parecía que las llamas habían quemado al lobo y un aro de fuego le hubiera protegido de los demás. No lo sabía, era muy extraño ¿Qué había sucedido?

No encontró respuesta, lo único que podía pensar ya que había sobrevivido era en continuar su camino hacia Madrid o hasta el lugar donde estuviese ese servidor de Hördtein en ese sueño de locos para poder despertarse y regresar a su casa.

Adrián cogió una rama para ir apoyándose entre las rocas y emprendió de nuevo su viaje. El día parecía más fresco, el cielo estaba encapotado y la amenaza de lluvia le gustaba, aunque la idea de empaparse de nuevo no le agradaba tanto. El río comenzó a dejar de encajarse en el granito e iba dejando paso a un paisaje más llano, algo más abierto y con menos árboles. 

Tras andar todo el día poniendo en más de una ocasión la vista en los nubarrones negros, estaba agotado, no sabía qué esperaba encontrar, sin embargo, seguía y seguía caminando. Había tenido tiempo de sobra idear nuevas maneras de despertarse que no consistieran en ser desgarrado o devorado por un lobo. Había tenido momentos que el silencio y la soledad se le habían rebelado y le hacían viajar a algunos momentos que había estado también sólo y perdido. La ocasión que se perdió en el zoo y los profesores ni sus compañeros se acordaron de él, las veces que sus primos le encerraban en la despensa de la vieja alcoba de su abuela con las respectivas risas de sus tíos o aquellas en las que se había despistado en los pasillos de un hipermercado…no quería recordar esos momentos, pero su situación no se le presentaba nada optimista para hacerle olvidar o despejarse. Todo apuntaba a que definitivamente habían conseguido volverle loco.

Por fin, cuando la tarde estaba cayendo y se avistaban relámpagos en el horizonte llegó a la linde del bosque. Se apreciaba una orografía más llana y una enorme acumulación de agua, las aves abundaban, así como, los juncos y otras especies acuáticas, era un humedal.

Comenzó a chispear y Adrián buscó desesperadamente ramas y hierba seca para envolverlas en la túnica, tendría que pasar algo de frío si quería tener madera seca para hacer después una hoguera. Envolvió ramas, hierbajos, acículas secas de pinos y se cobijó bajo unas rocas desde las que se veía el paisaje. 
La lluvia caía de manera torrencial sobre la tierra, los relámpagos iluminaban la sierra y los truenos agrandaban su estruendo al retumbar en los recovecos de la cuerda granítica que eran las montañas.

Las aves salían del agua para refugiarse entre la vegetación, mientras que los rayos descargaban su furia contra el agua. El sol parecía luchar entre las nubes para hacerse un hueco y finalmente lo consiguió mientras seguía cayendo el aguacero, dando lugar a un gran arco iris. Otras veces había estado empapado bajo la lluvia. Era fría pero le calmaba, le apagaba y en esa ocasión le liberaba a pesar de seguir encerrado en esa pesadilla creada por su propia mente.

Cuando pasó la tormenta, pudo ver a un hombre a lo lejos con varios patos en la mano, muertos. Adrián vio la oportunidad de seguirle, era el primer avistamiento de humanidad y si llevaba comida era porque se dirigía a su casa o algún lugar para comerla. 

Sigilosamente, se fue camuflando como pudo sin perder de vista al hombre, mientras le parecía absurdo pues podrían salirle mal los planes. Al principio hacía ruido, pero procuró no perder la calma e ir siguiéndole sin nervios para no delatarse.

 En lo que le pareció ser un cuarto de hora o un poco más llegaron a un camino que llevaba hacia unas casas en el monte, tenían aspecto pobre y de madera. Adrián se quedó escondido en los árboles, no podía salir de la espesura siguiendo al hombre; esperaría a que fuese de noche.

Observando las casas y en la ubicación en la que creía encontrarse, pensó que quizá esas casas, fuesen parte del emplazamiento primitivo del pueblo que había en su tiempo, al pie de la montaña. En su época había un castillo que creía recordar del siglo XV, pero allí no veía nada. Le dio un vuelco al corazón, de estar en lo cierto, y de no tratarse de una enfermedad mental, estaba más de seiscientos años antes de que él mismo naciera. ¿Sería posible?

La tarde llegó a su fin y la noche entró de lleno, no podía resistir la impaciencia de aventurarse hacia la aldea; era tal el hambre y la ansiedad que no encendió ningún fuego. Dejó las ramas y abrigándose comenzó a andar bajo el cielo estrellado. Se acercó al asentamiento con cautela, llegando junto a una casa de las afueras con el tejado de paja y las paredes de adobe encontró un huerto pequeño con la puerta abierta en el que pasar la noche algo más resguardado que en el bosque por temor a que le volviesen a atacar los lobos. No investigaría hasta el alba, de noche todo era oscuridad, no vislumbraba nada.
 
Había algunas verduras y una cuadra, por lo que pasaría allí la noche y al despertar cogería algo de comer e intentaría llevarse algún animal para llegar más rápido, aunque le daba mucho apuro que le pillasen robando, no creía que pudiese ni tan siquiera pensarlo.

Comenzó a hacer frío y aunque se resistía a dormir, el sueño le venció cuando miraba el cielo. Sin enterarse empezó a soñar y anduvo por el lugar en el que se encontraba, todo era de color negro, estaba todo devastado, quemado y derrumbado, una gran pesadumbre le entró en el corazón, grandes y oscuras fortalezas eran todo lo que quedaba en pie, grandes cantidades de humo se desprendía de todos los lados y el agua de un río que vio era oscura y escarlata como la sangre.

 Al cruzar un puente, se encontró con una persona que estaba en la sombra de una gran torre. Se acercó a la silueta y una voz profunda le dijo:

-          ¡Bienvenido!
-          ¿Quién eres?- Le dijo Adrián desconfiado.
-          Eso no importa
-          ¿Qué hago yo aquí?- el hombre se echó a reír.
-          Por fin ha llegado el momento, llevaba mucho tiempo intentándote trasladar y lo he conseguido, ahora el príncipe está contento, sólo que alguien parece haber intervenido y habéis caído lejos.
-          ¿Príncipe? ¿De qué me habláis?
-          Lo sabes muy bien, has viajado en el tiempo para aliarte con él. – le explicó con voz rasgada y llena de emoción.
-          Yo no me voy a aliar con nadie – a Adrián se le cayó el alma a los pies, no podía ser real…no podía aceptar que no fuese un sueño todo. El hombre debía ser el vasallo de Hördtein.
-          Tu poder es esencial, Adrián, sólo juntos lo podréis hacer, hemos esperado mucho tiempo y nos ha costado encontrarte.
-          Me da igual, no me aliaré con ninguno de vosotros. Si no estoy soñando ¡Devolvedme a casa ya!
-          En Thirenae ¿sabéis dónde reside el poder?
-          Ni lo sé, ni me importa sólo quiero volver dónde estaba. – dijo Adrián con arrogancia. El hombre encapuchado sacó una daga reluciente y le atacó. Al atacarle esperó sentir dolor y despertarse en su cama, sin embargo, notó como si su materia se desvaneciera y apareciera de nuevo en el patio de piedra cercano al huerto que había encontrado la noche anterior. Se despertó muy sobresaltado, había sido un sueño que le confirmaba su peor pesadilla: o bien le habían trasportado realmente o su enfermedad iba aumentando por momentos.

Cuando quiso levantarse, estaba atado a la pared de la casa por una cuerda. Adrián comenzó a gritar, pero nada ocurría. Tras un rato que le llevó entrado el alba, ya había desistido de gritar, entonces escuchó ruidos en la casa.
Al momento salió un hombre vestido con harapos de campesino, la cara la tenía tan sucia como sus vestimentas.

-          ¿Qvod facíais vos en el horto? – Adrián, tenía que inventarse algo.
-          ¡Suéltame! ¿Por qué me atáis?- el hombre se reía viendo sus zarandeos. Comparó sus vestimentas con las del hombre y parecían más caras. ¿Podría hablarle como si fuese hijo de otro señor?
-          ¿Cómo os atrevéis a atarme así? ¿Quién os fabéis creído? – interpretó Adrián.
-          Estábais dormiendo para luego furtarnos.
-          ¡Suéltame!
-          Perdonad, mas debo cuitar la terra a la que sirvo et sólo al senhor de estas terras no a vos.
-          Desátame y quizá piense en olvidar tu castigo - el campesino volvió a reírse acercándose a su cara. Quería escapar y seguir a Matrice.
-          ¡Suéltame! ¡He de llegar a Magerit! – dijo Adrián intentando zafarse.
-          ¿Ubi decís vos que se dirige? – dijo el campesino echándole el aliento en la cara. Adrián recordó como pudo, que al Manzanares se le cambió el nombre mucho más tarde pero antiguamente era Guadarrama. ¿Qué habría dicho si su profesora no les hubiera contado eso como anécdota? ¿Y si no lo hubiera recordado o no hubiese prestado atención?
-          Allí donde el Meaques y el Guadarrama se unen – afirmó esperando no haberse equivocado.
-          Matrice es territorio árabe ¿Qvi queréis de illic?
-          Ya ..sabía que es territorio sarraceno – improvisaba nervioso - más tengo familia en al-Magerit que ayudar.
-          Non por nunc.
-          ¡Debo llegar cuanto antes!, debe darme un caballo para ponerme en camino – se atrevió a decir descaradamente. El campesino volvió a reírse y tirándole de la mejilla le dijo:
-          Debo avisar a meo senhor, latronzuelo – recalcó la última palabra marcando las sílabas con fuertes tirones de mejilla.
-          Deme algo con lo que ir ¡ahora! – dijo Adrián levantándose de golpe intentando ir a pegar al hombre. No quería imaginarse la escena porque le entraría la risa, debía de ser ridículo su intento de imponerse, ya que no impondría ni a una mosca.
-          Los caballos del meo senhor sunt et vos un latrón qui venia a furtarme.
-          Ya le he dicho que me entregue otro animal que me pueda llevar- Adrián no quería hablarle tan mal, pero si no lo hacía se daría cuenta de que no era de por allí.
-          ¡No os daré nada!, siga a pie – dijo algo violento el hombre. Adrián comenzó a ponerse nervioso creándose rozaduras de tanto intentar escapar. Se lo exigió de nuevo, para infundirle respeto cogió la cuerda y con ella se impulsó haciendo ademanes violentos de ir hacia él.
-          ¡Dadme otro animal, triste campesino! – el hombre al oírle y mirarle con bastante mala cara dijo:
-           Tengo un borrico qui quizás os valga, lo íbamos a dar morte – no sabía si era buena la idea de andar unos 50 kilómetros con un burro, pero eso era mejor que nada.
-          No me agrada del todo, pero me sirve, ahora ¡Suéltame!
-          Antes debe saberlo meo senhor.
-          ¡No! ¡Debo partir cuanto antes! – el campesino al oírle fue a la puerta del huerto.
-          ¿Dónde vas? ¡Vuelve aquí y desátame!- no le extrañaba que se echase a reír, jamás se había impuesto a nadie; debía sonar teatral y ridícula su voz dando órdenes de esa forma.
-          Voy a avisar al senhor et después del castigo, decidirá si darle el burro cansado, o non.
-          ¡No!¡Vuelve!- pero el campesino ya se había ido, ahora tendría que escapar antes de que volviese, debía huir con el borrico. No tenía más opciones.

La cuerda de esparto que le apretaba las muñecas estaba muy áspera y sólo con pensar su modo de escape le entraba dentera, pero debía intentarlo. No sabía si el señor del feudo era el mismo que había aparecido en su sueño. Se acercó ambas muñecas a la cara, pero no llegaban; tuvo que apoyar la cabeza sobre la pared ejerciendo presión para poder alcanzar la cuerda que le había hecho rozaduras. Empujando y con dolor comenzó a humedecer el esparto con la lengua, después con el colmillo derecho que era el que llegaba comenzó a deshilachar la cuerda. Poco a poco los hilillos ásperos caían rotos en su lengua provocándole escalofríos. Por fin consiguió liberarse una mano, la otra fue más fácil.

Rápido fue a la cuadra y cogió el burro por los estribos. No paraba de rebuznar y quedarse parado, pero tirando de él avanzaba sin colaborar. En la cuadra una bota colgada de vino estaba al lado del borrico y la cogió para llenarla de agua. Al salir vio una bolsa de cuero llena de verduras recolectadas y también la cogió. No le gustaba robar, pero no tenía más remedio debía huir.

Debía darse prisa, pero el animal seguía sin querer moverse y los pasos que conseguía eran lentos. Un pequeño revuelo cercano le informó de que se dirigían hacia él. Al final se subió como pudo a la silla del burro y con el aumento de carga comenzó a andar. Debía acelerar y llegar cuanto antes a los árboles cercanos.

Por suerte, cuando los gritos y cachetazos se oían desde el patio, él cruzaba la linde del bosque intentando no levantar sospechas para que no le descubrieran.

Ató el animal a un tronco y corrió a escondidas a observar al señor. No era el mismo que el de su sueño. Iba vestido con ropajes caros y reprendía al campesino. Adrián quería interceder por él, pero no sería posible, no le dejarían escapar de la población y debía seguir el río hasta Matrice y allí idear un plan de huída hacia la cueva en su tiempo, para conseguir llegar sano y salvo a casa ¿Era todo cierto o debía pedir ayuda a los médicos?

Mientras lo pensaba el campesino se llevó varios golpes por parte del señor de la casa. Adrián acongojado y culpable, dio la espalda a la escena y regresó al bosque con las lágrimas descendiéndole por sus mejillas. Había ocasionado ese castigo al hombre y quizá la familia sufriera más consecuencias por su culpa, no era justo.


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