Avanzaban por una calzada
asentada en los valles glaciares. Tan sólo iba con D. Pedro y Alfonso, tal y
como había empezado la mañana. Los demás habían ido a avisar a todo el que pudieran
desde Ábila, Petrafita hasta Barco.
No podía creer que no fuera un
sueño ¿Cómo iba a ser transportado diez siglos en plena reconquista? En la actualidad
la carretera iba por las vegas de los ríos al fondo de los valles y no por las
escarpadas cumbres de la Sierra de Gredos. El campamento musulmán debía
asentarse a pocos kilómetros del puerto de Tornavacas, zona del Aravalle,
tierra comprendida entre el Tormes y el río Jerte.
El carro iba dando brincos por
las cuestas de la calzada, temía salir despedido en uno de ellos. Rápido fueron
descendiendo en altura, la calzada continuaba hasta acercarse a un asentamiento
a orillas de un gran río. Le faltaba el castillo de los Alba, sobre el gran
promontorio, pero Adrián lo reconoció: Barco de Ávila. Había pasado con el
coche innumerables ocasiones por allí para visitar a su familia materna. El
puente que sostenía la calzada no tenía nada que envidiar al que se había reconstruido
en su época. Poseía una leve subida y bajada a ambos lados y en el medio había
una pequeña torre de vigía.
-
Esperaremos aquí a la llegada de los demás, si es
preciso pasaremos la noche en la posada – dijo D. Pedro.
-
Como queráis. – dijo Alfonso. Ambos le miraron
esperando su opinión.
-
Perfecto, por mí bien. – dijo serio.
Comieron en la taberna y pasaron
la tarde hablando con los pocos señores del lugar. Hasta dos siglos después no
llegarían los señores de Valdecorneja. En esa época, las tierras de la
extremadura no pasaban su mejor momento, tras estar continuamente con saqueos y
ataques. Las gentes preferían quedarse en el norte aún pagando sus impuestos
antes que, repoblar la extremadura tormentosa exenta muchas veces de ellos. Tan
sólo diez hombres y dos adolescentes se unieron a la supuesta afrenta contra el
infiel, asegurando que durante la tregua mercaderes y grupos moros, había
saqueado casas del lugar. Quedó con los valientes al alba junto al puente.
Otros muchos reían al enterarse, incluso
alguno se ofendía e indignaba, porque días antes les habían ofrecido lo mismo,
en contra del Rey Ramiro. Había sido el Conde castellano Fernán González,
citándoles a los que se decidieran en un campamento cercano.
La noche trajo consigo la brisa
primaveral y gélida de la serranía, sin traer consigo noticias ni llegadas de
los demás caballeros. Hernán habría llegado a León al caer la noche con mucha
suerte. Tendrían que esperar pacientes la llegada del rey, incluso quizá
empezar a luchar antes de que lo hiciera.
D. Pedro se acercó a la tabernera
y cogió alcobas para los tres. Después con una señal les pidió que le siguieran
afuera. Cogieron los caballos del abrevadero y antorcha en mano, cruzaron el
Tormes por el puente, y no en la barcaza que utilizaban hasta el arrabal en las
grandes crecidas de las aguas.
-
Busquemos el campamento, para ir en la mañana sobre
seguro.
-
Está bien – contestó Alfonso. – Adrián seguía en tensión,
no se sentía cómodo sobre el caballo, creía que se iba a caer.
Los cascos de los caballos contra
las piedras otrora pulidas, resonaban en el silencio de la noche. Alfonso y
D.Pedro iban callados mientras que Adrián no paraba de pensar. Aún no sabía
cómo escapar de la batalla, ¿debería huir esa noche? ¿Se esperaba a la lucha y
en la confusión se iba? pero ¿A dónde? ¿Qué debía hacer?
Llegaron a una bifurcación, por un lado continuaba el empedrado, por otro un camino de tierra. D. Pedro se bajó del caballo y alumbrando con la antorcha se quedó pensativo.
-
Sigue húmedo de las lluvias de estos días.
-
En tal caso, fabrá marcas de paso.- contestó Alfonso
acercándose.
-
Más adelante hay un gran charco. - dijo Adrián al
observar el reflejo estrellado en mitad del camino. - Los caballeros se acercaron
al lugar dónde había señalado Adrián.
-
Mirad Pedro, marcas de carros, caballos et múltiples
pisadas. - dijo Alfonso señalando el barro aledaño.
-
¿Podrían ser del ganado et algún carro? - Preguntó el
señor mientras pensaba.
-
Io creo que non- comenzó Adrián - senhor. Non he visto
mucho ganado et están en demasía para ser de pastores con ganado. Sólo veo
huellas de caballos y personas, no de bacas.
-
Esta ruta va de Cáparra a Thiermes et Numantia. Est
utilizada para trashumar el ganado. - le explicaba Alfonso. - aún así, creo qui
tenéis razón muchacho.
-
Montemos y sigamos el camino, roguemos nos lleve al campamento.
-
Debemos
encatenarle - dijo Alfonso.
-
Quizás
deberíamos aguardar al rey.
-
Non Pedro, non podemos aguardarle. Fernán sabe tot.
-
¿Qvot sugerís pues? - preguntó Adrián.
-
Hay qui apresarle en la noche et qui nos diga quand et
quomo será el ataque.
-
¿Qvomo pretendes facerlo sin qui los moros ataquenos a
los tres? - Alfonso paró a pensar, cerca de ellos una carpa desmontada le dio una
idea. Rajó trozos de la tela mientras se escondía en las sombras. Les dio un
trozo a cada uno y se lo enrollaron en la cabeza.
-
Nunc moveremonos con cuitado et cogeremosle.
Fueron sorteando tiendas hasta
llegar a la carpa del Conde de Castilla. Se distinguia por un estandarte blanco
con una torre dorada. Aguardaron conteniendo el aliento a la espera de escuchar
lo que ocurría en el interior. Nada lejos del asombro, se oían risas previas a
juegos de alcoba.
-
Nunc non podemos entrar, debemos sorprenderle quando
empiece...- dijo D. Pedro soltando una risa al final en un susurro imitando a
Fernán con un gesto extasioso.
-
Est lo mejor - espetó Alfonso sonriendo. Adrián asintió
mientras pensaba en la situación. Le incomodaba.
-
Minutos después las dos sombras de la tela se fundieron
en una, un chisporroteo entre risitas dejó a oscuras la tienda.
-
Apagó el fuego, qui caballero - dijo Alfonso en un hilo
de voz - en breve debemos entrar y facemósle pagar por ello. - D. Pedro se
acistó la correa y empuñó fuerte la espada.
-
¿Preparato muchacho?- le dijo el señor a Adrián. éste
solo asintió con la cabeza.- No tardaron en escucharse gemidos leves y gruñidos
de esfuerzo con algún cachete, Adrián quería esconderse bajo tierra. D. Pedro
hacía lo imposible por aguantar la risa.
Alfonso se dirigió despacio hacia
la puerta principal de la tienda mientras que Adrián y el señor de Óbila se
posicionaron por la abertura trasera. En el interior las risas se habían
tornado en gemidos que para Adrián parecían más de dolor que placenteros. Un
movimiento de la tela les informó que Alfonso se había colado en el interior.
Acto seguido hicieron lo mismo. Adrián quería cerrar los ojos, no le parecía de
buen gusto esa escena.
-
Más vale saliros con cuitato et non levantar sospechas
- escuchó decir a Alfonso.
-
Tú cerraras la boca si non quieres morir. - la mujer
lejos de avergonzarse sonrió, se levantó del lecho de heno e intentó seducirles.
-
¿Non queréis pasarlo bien? ¿et vos jovencito? tienes cara
de non faber fornicato todavía - le decía a Adrián acercándose - ¿Deseáisme? -
le dijo mirándole a los ojos mientras le cogía una mano y se la posaba en su
seno desnudo. - Adrián notó la piel tersa y el pezón erecto de la concubina.
-
Dije qui os callárais - dijo D. Pedro- agarró a la mujer
del pelo y la arrodilló metió un pañuelo en la boca y le ató las manos con una
soga que allí tenía Fernán.
-
Nunc vestíos - espetó Alfonso con un puñal en el cuello
del Conde.
-
Non comprendo qui estáis faciendo, non...
-
Calláos y orad para qui non deos morte.
-
¡Vamos traidor! - le metía prisa D. Pedro. Fernán
sonrió y en un giro tras atarse la ropa interior se escapó de Alfonso, se
enfrentó al señor e intentó salir por la obertura de la tienda. Antes de conseguirlo
le paró Adrián con un golpe en la cara con una tinaja de cobre según iba
corriendo. Los otros le miraron con gesto serio, no querían ruidos, él sólo
pudo sonreir avergonzado encogiéndose de hombros.
Fernán se quejaba en el suelo, el
golpe le había pillado por sorpresa. Alfonso le ató la boca con otro pañuelo y
le tapó la cara con una capucha. D. Pedro mientras, le ataba las manos y la
cintura con una soga que ató a su vez en su propia cadera. Pusieron rumbo a los
caballos para volver a Barco.
Fernán permaneció atado toda la
noche en las caballerizas vigilado por D. Pedro. Mandó a Adrián y Alfonso a descansar,
mientras él aguardaba al rey en su vigilancia.
Al alba, el señor les despertó
avisándoles de la llegada de los demás, habían conseguido cien cabezas
dispuestas a luchar contra el infiel, la mayoría jóvenes inexpertos que poco
iban a contribuir en el declinamiento de la balanza a favor del rey Ramiro.
Los nobles no habían tardado en
enterarse de la presencia de Fernán en las caballerizas y en varias ocasiones
D. Pedro tuvo que poner orden ante el inminente apaleamiento que se avecinaba.
Alfonso junto con otros señores
menores siguió el Aravalle casi hasta su nacimiento y allí comenzaron a montar
su humilde campamento, no podrían recibir al rey sin ningún tipo de plan y
asentamiento que ofrecerle.
No fue hasta pasado el mediodía
cuando ya estaban todos allí, que llegó el rey Ramiro seguido de treinta
caballeros, cincuenta arqueros y otros tantos campesinos siguiendo a sus
señores. Bastantes de ellos diestros en las armas con más de una batalla a
cuestas. El recuerdo de Simancas seguía en sus cabezas, no sabían a qué se enfrentarían
en este momento.
-
Majestad, estabamosle esperando.
-
¿Et bien? -dijo con preocupación.
-
A menos d'una legua encuentrase asentado el infiel et
claramente superanos en número. - El rey torció el labio en un mohín de desagrado
y preocupación.
-
Llevadme fasta hinc
-
Claro.
Avanzaron rápido y con el mismo
sigilo que la noche anterior se encaramaron en una loma y observaron el campamento
árabe.
-
¿Qvanto tempo llevan ici?
-
Non lo sé majestad, es probable qui estuviera pensado
desde face mucho.
-
No tenemos brazos suficientes para ganar esta contienda
- dijo Ramiro enfurecido.
-
Aún así se puede mermar su ejército.
-
¿Qvot pueblos o villas fay cerca qui puedan ayudarnos?
-
Al Este valle abajo encóntrase Ambroz también
musulmana, sólo nos quedan las gentes del Xérite.
-
Envía a alguien de confianza a convocar cuanto antes
una reunión con los sacerdotes y mandatarios de la zona.
-
Así se hará.
La tortura al Conde de Castilla
fue menos sangrienta y cruel que la acometida a los musulmanes. Aún así, tuvo sus
frutos, averiguaron que el ataque se efectuaría ese mismo atardecer, en dos
partes, una en la vega donde estaban asentados y otro ejército subiría el valle
desde Ambroz para tender una emboscada y hacerse con el control del Xérit y su
antiguo peaje en Villaflor de las cadenas.
Adrián estuvo junto a Alfonso y
otros señores cerca de Fernán González, no quería acercarse mucho al rey para
evitar preguntas que le podían meter en situaciones más embarazosas.
El emisario volvió con las nuevas
de un encuetro horas después. El rey se reunió con los señores allí presentes, Adrián
contó cerca de treinta y se escondió tras unos sacos de heno junto a la lona
para poder escucharlos.
-
Senhores como bien sabéis, non es posible vencer en el
campo de batalla, mas no darémonos por rendidos. - escuchaba al rey Ramiro.- La
traición de Ferrán será castigada en juicio quand regresemos a León, será
desprovisto de títulos et terras, su yerno sigue fielmente sus planes et estará
en el asentamiento musulmán, debéis apresarle con vida.- terminó el soberano.
-
¿Qui faremos entonces? - preguntó uno de los señores.
-
Ahora os lo explico- afirmó tajante el rey.
-
Sí señor.
-
Pedro, necesito qui os quedéis hic para plantar cara al
infiel et guiar a tots.
-
Alfonzo et Hernán conmigo al encuentro en Villaflor -
ordenó el Rey
-
Sí señor.- escuchó Adrián una voz aguda y nasal.
-
Los qui vienent conmigo desde León quedaros hinc con
Pedro a ayudar et al menos 15 vendréis con nos a Villaflor a buscar et organizar
a las gents del Xérite. - terminó el rey Ramiro. Al no escuchar nada más que
jaleo de unos hablando con otros, Adrián decidió alejarse de la tienda para que
no le pillaran, no sabía qué iba hacer para no morir en la batalla, pero no
quería que lo trataran como a un traidor.
Algunos campesinos de los que se
habían apuntado o habían sido coaccionados para combatir al infiel, comenzaron
a cocinar en grandes calderos. Al acabar repartieron el guiso entre todos en
pequeños cuencos de madera. Para Adrián no tenía ni por asomo un aspecto
suculento, pero tenia tanta hambre, que le sentó genial.
Llegó el momento de ir a
Villaflor; el rey Ramiro convocó a los señores que querían ir con él, Adrián se
acercó a Alfonso y le preguntó si podía ir con ellos, le aceptó diciendo que
duraría un poco más con vida si bajaba al valle.
Cansada, nerviosa, y con ardor en
los ojos, se encontraba Limëy perdida entre los libros de la biblioteca de
Hëldary. No dejaba de buscar en los textos más antiguos alguna pista sobre cómo
debían proceder con Adrián. No encontraba nada, tan sólo algunos indicios sobre
profecías, antiguas leyendas y viejos protocolos de la Era Imperial.
No tenía noticias suyas desde que
había estado en sueños y tampoco sabía cómo lo explicaría al consejo de la
Lágrima Blanca, cuando entrara de forma carnal en Thirenae ¿moriría? ¿Acabaría
desmembrado como el anterior Mäjesh? Aunque siempre había dudado ¿Realmente
hubo un salvador en la Guerra de Sucesión? No creía que el ejército imperial necesitara
ayuda de un hijo del mundo real. ¿Por qué era necesario la intervención de
alguien exterior? Estas preguntas le conducían repetidamente a temas
transcendentales sobre la propia esencia y existencia de su mundo. ¿Estaba la
magia y Thirenae estancada por el mal causado por Hördtein? O ¿Simplemente era porque
habían dejado de entrar humanos del mundo real?
La Calzada serpenteaba entre
colinas de pastos verdes hasta llegar al abrupto puerto de Villaflor. Adrián observó el valle que tantas
veces había visto, el Jerte. No había tantas terrazas de cultivo como en su
época, parecía una estrecha brecha en un bosque de rebollos, castaños y
nogales. Los robles empezando a brotar dominaban el paisaje. Aún así se sorprendió,
le parecía icónico e irrisorio que fuese en plena floración de los cerezos, tal
y como los turistas lo inundaban en su época. No se acercaba a las postales que
se podían observar en la actualidad, ya que dominaban los castaños frondosos,
sin embargo, parecía bastante extendido su cultivo. Las retamas serranas y salvajes
les acompañaban también en alba floración, dotando al paisaje como un diminuto
edén blanco rodeado de exhuberante vegetación.
Los caballos descendían despacio
las cuestas zigzagueantes de la calzada, hasta llegar a una bajada prolongada
alrededor de la cual se podía vislumbrar un antiguo castro militar con casas
bajas y humildes. Antes de llegar a las primeras viviendas se veía un puente,
un paso que salvaba un leve barranco de un arroyo del deshielo. El paso estaba
cerrado con cadenas grandes y pesadas. A cada lado un pequeño puesto de
vigilancia cubierto por soldados, alguaciles leales el reino de León.
-
¿Qvi se os ofrece?
-
Queremos continuar guarda, tenemos vista con el sacerdote.
-
Debéis pagar pues- contestó uno de ellos.
-
¿Al rey le pedis el tributo?- preguntó un caballero.
-
¿El rey Ramiro?
-
En efecto - dijo el soberano adelantándose.
-
¿Qvi os face pensar qui os reconoceríamos sin pendones
ni faberos visto nunca? - preguntó el otro alguacil posando desenfadadamente su
mano en la empuñadura de su espada corta.
-
Tenéis razón, soi el rei - comenzó Ramiro - mas saberlo
no podéis. Pagadles el tributo doble, estos guardas cumplen bien con su deber.
-
Sí, señor. - uno de los caballeros sacó unas bolsas con
monedas y se las dio una a cada uno. Los vigías del puerto retiraron las pesadas
cadenas dándoles paso.
Adrián observaba cada detalle, el
paso no había llegado a su época o al menos no como un puente. Miraba ladera abajo
y sólo podía ver prados, rodeados por gavias en bancales de cultivo y alguna
choza para guardar el ganado. Casi en el fondo del abrupto valle en una colina
se levantaba una pequeña iglesia poco destacable arquitectónicamente, se
trataría de la precursora de la iglesia más notable datada del siglo XV, existente
en su época.
Continuaron por la vía, cercada
de pequeñas casas con encanto serrano hasta la pequeña parroquia. En la
explanada cercana a la iglesia, había pequeños puestos de venta de productos,
escasos y para nada como los imaginaba Adrián.
-
¡Majestad!¡Bienvenidos seáis! – dijo un hombre saliendo
a recibirles por la puerta del templo.
-
Gracias a vos por recibirnos – dijo secamente Ramiro
descendiendo del caballo.
-
No hay de que. Entremos – dijo el sacerdote a todos.
El templo no se alejaba de una
gran ermita con muros de piedra, una planta pequeña cuadrada, sencilla con un
altar predominante en una escalinata. Siguieron al párroco hasta la sacristía.
Allí se sentaron.
-
Contadme majestad ¿A qui debo el honor de su presencia?
-
Un ataque sarraceno esta misma noche. – dijo sin
titubear el soberano.
-
¿Por el valle o por la montaña? – preguntó abrumado el
sacerdote.
-
Me temo que por ambos frentes. – contestó Ramiro.
-
¡Debemos avisar a las gentes del valle!
-
En efecto. Mas organizarnos debemos primero – contestó
Hernán.
-
¿Organizarnos? ¿A qui referíos vos? – preguntó
-
Hay que armar al pueblo..
-
Pero Majestad…
-
Necesitamos hombres Padre Martín- contestó Alfonso.
-
En efecto Padre, sólo nos queda encomendarnos al Señor et
que los hombres nos ayuden a combatir.
-
Voy a avisar para qui un pregonero reúna a la gente frente
a la yglesia. Enviaré mensajeros a los pueblos valle abajo. – dijo el sacerdote.
-
Mientras podremos pensar una forma de resistir el
ataque. – le contestó Hernán mientras Ramiro asentía.
El ambiente en la sacristía era
tenso, el sacerdote les sirvió una copa de vino al volver de avisar el pregón.
Los señores estaban sentados alrededor de una mesa cuadrada, mientras que Adrián
estaba apartado como si de un escudero se tratase.
-
¿Quí sugerís facer? – volvió a preguntar el Padre
Martín.
-
Contamos con pocos hombres, est un valle escarpado,
abrupto et atacarán de noche. Non veo mucha salida. – Contestó uno de los
caballeros.
-
Lo mejor sería qui éste pueblo y el más próximo aunaran
fuerzas para combatir el frente de la sierra en caso de no conseguir frenarles
en el Aravalle.
-
Desde luego Hernán. – contestó Alfonso.
-
¿Sería posible avisarles Padre? – preguntó Ramiro.
-
Sí. Aún no terminé de scribir los avisos hasta qui non
tengamos una idea sobre la batalla.
-
¡Padre!, ya están reunidos afuera – dijo un chico que
acababa de entrar en la sacristía.
-
Gracias Aurelio – dijo el párroco. Se giró y mirando a
los señores les dijo: - est la hora de comunicarlo.
Salieron de la sala junto al
altar, los caballeros parecían mostrar templanza, pero en la cara del sacerdote
se notaba temor al mismo tiempo que parecía escudriñar su mente en busca de una
salida.
Adrián estaba algo aturdido, y
asustado, no quería luchar porque moriría nada más empezar la batalla.
-
Ya se nos ocurrirá algo, si non el Señor obrará por
nosotros e intercederá por nuestra victoria – le dijo intentando animarle el
sacerdote.
-
Claro que sí – respondió Adrián.
Cerca de 300 habitantes estaban congregados
frente a la escalinata que daba acceso al templo. El párroco comenzó a hablarles.
-
Vecinos de Villaflor, amigos et hermanos, se os ha reunido
para daros una nueva d’ urgencia. El rei Ramiro de León ha arrivado esta tarde
con el menester de reuniros aquí.
-
Preferiría parlaros por otras circunstancias, mas mi
mayor preocupación sois vosotros, las gentes del reyno. Los infieles sarracenos
atacarán esta nocte el valle. – Los murmullos se tornaron en gritos.
-
¡Silencio! – gritó Alfonso.
-
Tan pronto cómo enterairme de sus planes, reuní todos
los hombres vasallos a la corona et los qui quiseran acabar con el infiel et
arrivé hinc. Aún así temo por no ser suficientes fuerzas contra el infiel.
-
¡Non queremos vuestras batallas! – gritó un campesino.
- ¡Luchas et pobreza! Sólo acordáis de nos quand vuestro culo et vuestro honor
peligra. – Alfonso iba a saltar e ir a por el campesino pero el rey lo paró.
-
Es menester qui todos los hombres os arméis. – Dijo Ramiro.
-
¿Qvi faremos con un azada o un rastrillo? – gritó otro
hombre.
-
¿Qvi pasará con los niños? ¿Et el ganado? – exclamó
furiosa una mujer.
-
Juré defender el reyno de cualquier invasión et continuar
la lucha contra el infiel et eso voy a facer. Arrivé hinc para defenderos mas
para ello necesito vuestra ayuda.
-
Antes de caer el Sol, las mujeres et los niños esconderanse
en la iglesia, el ganado reunirle todo en el prado tras las catenas. – ordenó el
párroco bajo la atenta mirada de Ramiro.
-
¡Apenas fay tempo, no queda nada!
-
¿Qvi faréis con el ganado? – preguntó una mujer al
párroco. -¡No permitiré qui arrasen los mis cultivos et nos dejéis sin ganado,
sin leche ni carne!
-
¡Cállate mujer! – le dijo un hombre a su lado, debía
ser su marido.
-
¡Non, no me callaré! – el hombre le agarró de la
muñeca, y ella se calló furiosa.
-
Comenzad a prisa, no hay tempo qui perder. – dijo Ramiro.
Los campesinos y aldeanos seguían
quejándose mientras iban organizándose a duras penas. El rey montó en el
caballo y seguido por Adrián y los dos caballeros, tomaron camino hacia el paso
de nuevo. A mitad de camino les alcanzó el sacerdote.
-
¡Majestad!¡Senhores!
-
¿Qvi precisáis?- contestó Alfonso nervioso.
-
Decirles la solución a nostro problema. - dijo el
sacerdote.
-
Bien, no paréis decid rápido.- ordenó Ramiro.
-
Nuestro valle est angosto et con pocos habitantes mas
ganado abunda en grand cantitad.
-
¿Qvi sugerís?- preguntó Hernán.
-
Al caer la nocte, atar et prender antorchas en las astas
del ganado. El pueblo armado con lo qui pueda et las mujeres con menesteres del
hogar faciendo ruido et algarabio. - dijo el sacerdote comenzando seguro pero
poco convencido después.
-
Mejor sería qui pidiérais ayuda al Senhor.- dijo Alfonso
sonriendo.
-
Preparad el ganado en un prado, si vamos cayendo en el
Aravalle les intentaremos arrinconar en el puerto....
-
¡Majestad!- le interrumpió Hernán.
-
Si van a refugiarse al valle et ven subir en la nocte
centenares de antorchas entre ruido et gritos. Puede qui huyan o bien se
separarán et serán más fácil de aniquilar.- terminó Ramiro.
-
Esperaremos el cuerno por señal majestad.- dijo el
sacerdote - Senhores - dijo inclinando la cabeza al despedirse.
Ramiro avanzó al trote seguido de
los caballeros y Adrián, aún iba muy inseguro en el caballo. Para cuando
llegaron al campamento el Sol casi llegaba al ocaso.
-
¡Pedro! ¡Lucioo! - gritaba el rey cabalgando entre las
tiendas.
-
¡Majestad! - respondió finalmente D'Obila
-
¿Qvomodo vais? ¿Tots están armados?- preguntó Ramiro bajando
de la montura.
-
Se han unito gentes desertoras del campamento infiel
majestad.
-
¿Vigilados estarán pues, non? - preguntó Hernán. - Est
posible qui sea una artimaña para encontrarse en nostras filas et darnos morte
desde el inicio.
-
Estad tranquilos Majestad - inició Pedro - est algo ya
previsto. Se Déjoles las armas mas
endebles.
-
Bien Pedro. - dijo Ramiro.
Adrián se bajó del caballo con cuidado,
le dolían las piernas de cabalgar, antes de poder moverse, el galope de un
caballo blanco les alertó. Paró bruscamente junto a ellos levantando una gran
polvareda.
-
¡Majestad! - dijo un hombre bajándose de la montura. Adrián
le miró asombrado por su destreza.
-
¡Alto hinc! - dijeron Hernán y Alfonso cerrándole el
paso hacia el Rey.
-
Arribo para ofrecer la mía espada en esta contienta,
tambén traigo un mensaje de mi abad.
-
Toda ayuda es bien recibida. ¿Qvi dice el mensaje? -
preguntó Alfonso. El monje sacó un pergamino, y se lo tendió al caballero. El
rey rompió el sello y leyó la carta con dificultad, su destreza estaba en la
conquista.
-
Nunc debo ganar al infiel, después visitaré el lugar
propuesto et enviaré a su eminencia en el vaticano, la rogation de una bula
permisiva para la construcción de una abadía. Mas tendrá condiciones.
-
Mande - dijo el monje.
-
De ganar esta nocte, deberá pagar un tributo para
mantener este campamento creando un castrum defensivo en la estremadura con el
infiel. En suyo honor se clamará Casas del Abad.
-
Non creo qui haya inconveniente.
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