XVI. CAPTIVUM

La luz que se colaba por la rendija había dado paso a la oscuridad y de nuevo se había tornado en luz. No sabía cuántas veces había visto el proceso. Los días iban pasando y no salía de la mugrienta celda para nada. De vez en cuando iba a verle Fray Paulos a llevarle agua o un mendrugo de pan, pero no le hablaba ni le decía nada. Los primeros días dejaba un cuenco con un ungüento para la herida, pero después ni siquiera se tomaban la molestia de preocuparse si se infectaba o necesitaba algo más.

Las noches eran más largas y frías que los días y la oscuridad del calabozo le inquietaba. No estaba acostumbrado a permanecer así, en las ciudades había luz. Se sentía vulnerable, perdido e inseguro, pero lo que le hacía estremecerse era pensar que no tenía más compañía que él mismo ¿Estaba a gusto con él? ¿Podía fiarse de sí mismo o había perdido la cordura? Apenas podía dormir de la desazón que sentía, de la ansiedad por querer escapar y no poder. No solo quería salir de la celda, deseaba volver a casa.

Al día siguiente, de la furia de seguir encerrado, perdido, sin ayuda de ningún tipo, se puso a golpear las paredes. Cuando todas sus fuerzas se habían agotado y las lágrimas se habían acabado, se miró con la escasa luz y su aspecto debía ser horroroso. Su piel estaba llena de mugre y la cabeza igual, dado que toda recubría las piedras húmedas y frías de la celda. Aunque parecía que no le quedaban fuerzas, se enfurecía y golpeaba las rejas. Se hacía daño y no lograba moverla ni un ápice, decidió entonces, probar con la pared más alejada de la tenue luz, en la que todo era oscuridad.

Se puso a dar patadas, empujones con el hombro, intentar sacar alguna piedra que sobresalía, pero nada conseguía. Al final un leve movimiento de un bloque de piedra le alarmó. Siguió pegando patadas y tras perseverar en los golpes, varios bloques cayeron al suelo. En ese mismo instante la puerta se abrió, debía ser un monje con la comida,  la veía por la antorcha que traían cuando venían a verle. Era Fray Paulos, le dejó el vaso de madera con agua y el mendrugo de pan, Adrián se acercó a las barras de forja cuadriculada y le dijo casi demente:

-          Por favor, déjeme encendida una antorcha, sólo una, ¡Por favor!  – el monje le dijo cosas por signos y se fue, Adrián se enfurecía más al ver su marcha, veía como iba subiendo las escaleras y comenzó a gritar, tras repetirlo muchas veces, la última lo hizo con gran histerismo.
-          ¡Necesito luz y calor! ¡Quiero una antorcha! – antes de terminarlo de decir, algo le golpeó en la cabeza y le dejo inconsciente en el acto.

Paulos no se había girado al oír el estrépito creía que sería puro teatro, continuó para arriba sin molestarse en ver lo que había ocurrido. Las órdenes del abad habían sido claras, mantenerlo abajo, sin que el señor se diera cuenta.

Adrián, abrió los ojos después de haber pasado toda la tarde inconsciente, la parte de la nuca le dolía como si un gran hierro le hubiera golpeado. Sabía que era de noche aunque estaba desorientado, había luz. Delante de él había una antorcha encendida, no podía dar crédito a lo que veía. El monje se había negado a dársela. ¿Alguien había bajado mientras él dormía?

Cogió la tea y vio que pesaba mucho más de lo normal. Estaba metida en el hierro del que se colgaba de la pared, alguien debía de haberla arrancado y golpeado con ella.

Desprendió el hierro y en ese momento con luz se dirigió a la parte de la celda en la que esa mañana habían caído los bloques. Cuando estuvo delante se sintió totalmente abatido. Detrás de esas piedras había otra pared totalmente lisa, empezó a golpearla con rabia, tenía que escapar. Siguió su ataque mientras soltaba todos los insultos y palabras soeces que podía contra el abad. Continuó por el imbécil que le había movido de su época y transportado a la cárcel temporal donde se encontraba, pero no ocurría nada, no despertaba de esa pesadilla.

-          ¡Despertadme! ¡Sacadme de aqui por favor!.... ¡Por favor! – gritaba con lágrimas de impotencia en los ojos, cuando callaba y paraba para coger fuerzas le rodeaba el silencio absoluto.

De los rebotes, las piedras fueron cayendo poco a poco y quedó gran parte de la pared al descubierto. Intentó tirar algún bloque más pero no tenía fuerza suficiente. Llorando, con hambre, el intenso dolor del brazo y el golpe en la cabeza, se quedó dormido apoyado en la pared.

-          ¡Adrián! ¡Adrián despierta! - el joven abrió un poco los ojos y miró a todas partes, no veía a nadie.
-          ¡Adrián en las rejas! - observó adormilado a la pared por donde se metía el arroyo.
-          ¿Ghadeo? ¿Qué haces aquí?
-          Nunca viene mal algo de compañía cuando se está ahí abajo ¿verdad? - Adrián no sabía por qué ahora sí parecía hablar su mismo registro del castellano, estaba confuso.
-          Quería ir a verte, tenemos que hablar sobre..
-          Ahora no, no puedo quedarme aquí por mucho tiempo, no quiero acabar ahí dentro otra vez. Cuando salgas, Alonso me avisará y esa misma noche quedaremos en la puerta del jardín para hablar. Sin falta Adrián, no puedes faltar. ¿Lo has entendido?
-          Sí ¿Me llevarás ante tu señor o me vas a mandar casa? - Ghadeo ya no estaba.
-          ¡Maldita sea! ¡Ghadeo!¡Libérame!¡Traidor! ¡No me dejes aquí!- volvió a gritar dando golpes a la forja y a las paredes, estaba harto de llorar y hacerse daño para no conseguir nada. No podía continuar, quería irse a casa y que lo dejaran en paz. Entre sus pensamientos, la debilidad de no comer y los sollozos, volvió a quedarse dormido.

Como de costumbre, el desayuno no se lo habían llevado. Llevaba varias horas despierto contemplando, a la luz de la antorcha, que parecía inagotable, la pared que había quedado al descubierto. Volvió a golpear con fuerza y nada ocurrió.

Tras intentarlo varias veces, consiguió que se resquebrajara y pudo hacer un pequeño hueco entre los pesados bloques. Ante él tenía un pequeño túnel, un pasadizo pobre de escaso tamaño. Con miedo a quedarse atrapado se introdujo por él. Poco a poco evitando roces en el brazo, llegó a un tramo más alto y amplio. Logró ponerse de pie y con la antorcha titilante comprobó cómo el túnel escarbado unos metros más adelante, finalizaba, en unas grandes losas. Con temor, pero con firmeza inició un ataque contra ellas. Comenzó a golpear de nuevo y tras varios aciertos, varios trozos se desprendieron sin tirar abajo el muro.

Su primera impresión tras esperar a que se retirara un poco el polvo fue asombrante, al otro lado parecía haber una sala. La libertad estaba cerca, tenía que conseguir acceder. Le costó varias horas de esfuerzo, pero al final pudo entrar por un agujero.

La estancia era enorme, nada más entrar se prendieron todas las antorchas del lugar. Buscó desesperadamente con la mirada una puerta de salida, pero no la encontró.

En el centro había una mesa con objetos muy extraños, en las paredes había estandartes con cruces raras, esculturas extrañas y libros con piedras preciosas sobre sus cubiertas. Esa sala ¿Podría haberla hecho Ghadeo cuando el abad le encerró en las mazmorras? Todo aquello era demasiado extraño. En un lateral del salón había un espejo y debajo de él un gran cuadro representando un hermoso paisaje.

Un fuerte olor dulzón infectaba el lugar, al fondo había armaduras y varias estanterías con enormes tomos de libros. Adrián no sabía desde cuando estaban esas cosas allí, pero tenían telarañas y los libros estaban llenos de polvo, parecía como si hiciera varios años que no entraba nadie.

Adrián cogió uno y leyó el titulo, no entendía nada, pero la ilustración dejaba ver gente vestida con túnicas y un hada.

Otro libro que estaba abierto se titulaba “Mäestic Leyaens”, sin embargo, el contenido de su interior no podía leerlo, estaba escrito en un idioma muy extraño. Al mirarlo fijamente tuvo la sensación de que las letras se movían, giraban y parecían traducirse. Su mente se paraba, al volver a mirar seguía sin entenderlas. Debía de haber allí algo interesante con lo escondido que estaba. Encima de la chimenea había dos espadas cruzadas.

Una tenía la empuñadura negra y la otra era una daga, las dos estaban muy brillantes, debían haber sido usadas hacía poco. Adrián pasaba las hojas del libro y veía ilustraciones asombrosas sobre lunas rojas, campos llenos de muertos, batallas enormes y criaturas amenazando pueblos y ciudades. Parecían salir del mismo apocalipsis.

Volvió a buscar corriendo por la sala una salida, pero no había ninguna por más que la buscase. Enfadado y abrumado por todo lo que en la sala había, dejó todo como estaba y volvió a la celda. Se sentó en el suelo frío y dio rienda suelta a sus pensamientos, esos que volvían para atacarle cuando más indefenso se sentía. Quiso apartarlos preguntándose ¿Por qué Ghadeo no volvía y le sacaba? ¿Qué se le había pasado por alto? ¿Qué había sido de Thiago? ¿Estaba compinchado con Ghadeo?

El frío parecía albergarse en la médula de sus huesos, la nariz le escurría y el sueño parecía otorgarle piedad al llamarle a su seno.

Pasaron varios días hasta que volvió a atravesar el túnel, seguro que se le había pasado algo bajo las alfombras, alguna pequeña ruta de escape, tenía que intentarlo. Cuando llegó a la sala, los libros no estaban como los había dejado, encima de la mesa había otros títulos, los cuales tampoco entendía. Al lado estaba el mismo cofre pequeño, en él había un montón de cruces negras todas muy brillantes. Alguien había estado allí y no había entrado por las celdas, tenía que haber otra entrada, por tanto…una salida. Cuando se dispuso a buscar su vía de escape esperanzado, un gran ruido inundó el lugar. Unas voces cubrían el aire. Por detrás del cuadro que representaba a varios monjes salieron dos personas. Se dio prisa y se ocultó dentro de un armario que tenía cantidad de frascos con dedos o miembros cortados. Penitencias y promesas de los clérigos.

-          No comprendo por qui me traéis ad hic.
-          Aguardad un momentum Felipe – el abad iba vestido con su gran gorro, el señor del feudo le seguía con algo de intriga.
-          ¿Qvod est esta sala?- preguntó alterado el señor. -¡Está muy descuidada!
-          Quomo vos sabréis, vestro pater iba a construirse un castillo, sed por los juegos de azar lo perdió y pasó a ser propietat de la Santa Iglesia, esta sala son los cimientos del castillo de vuestro pater y aquí es dónde se han almacenado cosas.
-          ¿Non fabrá nada hic qui sea de mea pertenencia veritas?- escuchó que preguntaba D. Felipe oteando rápidamente la sala.
-          Non, en absoluto, solo son objetos encontrados en la construcción de l' abadía.- dijo el abad tranquilizándole.
-          ¿Ob quod fabéisme traído hic?- volvió a preguntar el señor exasperando a Fadrique.
-          Os quería dar un presente, por el compromiso de vestro filius.
-          Oh, muchas gracias – Adrián vio cómo se acercaba al cofre que había encima de la mesa y le daba una cruz negra reluciente.
-          ¿Ob quod sirve esta crux?- dijo mirándole con recelo el señor del feudo.
-          Es un amuleto ob qui Deus os ayude- dijo el abad. 
-          D. Felipe se la colgó alrededor del cuello y puso una extraña mueca.
-          Oh, face efecto –  después, el señor observó las armaduras que custodiaban las estanterías - ¿Las armaduras eran de meo pater? – el abad se acercó a él y le dijo:
-          Non, fueron traídas de un lugar remoto, decían qui sus armas eran muy protectoras, algunos afirmaban qui eran mágicas, sed eso est una herejía, llévese las espadas si deseáis- dijo Fadrique sonriendo.
-          Si, las llevaré al ferrero et qui las forje al meo gusto ¿Fáciles de manejar sunt?
-          Por supuesto, las duos del mismo material sunt
-          Llevomelas, ¿Qvomod están los chicos?- preguntó el señor.
-          Vestro filius bien, sed el noblecillo está encerrado en los calabozos - La sangre de Adrián se heló al escuchar una referencia sobre él, debían darse prisa pues no aguantaría mucho allí sin hacer ruido. Se iba escurriendo y de tardar más, se caería él o los tarros. Debía resistir, esperar a que se fueran y huir por el cuadro.
-          Espero que tengáis una buena razón para ello.
-          Io os la explicaré, vayámonos de hic, pásese mañana por mis aposentos et tomando una infusión, se lo cuento- concluyó Fadrique.

Adrián vio como el cuadro se cerraba otra vez y aliviado salió de su escondite. Esperó un poco, mientras evitaba hacer algún ruido. Había cosas estrambóticas y estrafalarias, pero no quiso tocar nada. Se acercó al cuadro con la pintura de unos monjes y le intentó abrir como había visto al abad, pero no se abrió. Tampoco dándole golpes, ni en la pared de al lado. Era la única salida que tenía y no podía salir. No sabía si debía enfadarse o reírse. Todo parecía salirle mal ¿Acaso no era así? ¿No tenía que luchar? Lo siguió intentando hasta que el cansancio pudo con él. Cansado, sucio y resignado regresó por el túnel oculto tras unos tapices.

Le llevó un tiempo colocar de nuevo los adoquines de la pared, pero al final quedó cubierta la entrada al túnel, el cuál, no le llegaría más arriba de los hombros.  Al acabar ya había anochecido, se tumbó en su rincón y en vez de esconder la antorcha como había hecho días anteriores, perdida toda la esperanza, la apagó. Imaginando lo bien que estaría en su casa se quedó dormido.


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