La luz
que se colaba por la rendija había dado paso a la oscuridad y de nuevo se había
tornado en luz. No sabía cuántas veces había visto el proceso. Los días iban
pasando y no salía de la mugrienta celda para nada. De vez en cuando iba a
verle Fray Paulos a llevarle agua o un mendrugo de pan, pero no le hablaba ni
le decía nada. Los primeros días dejaba un cuenco con un ungüento para la
herida, pero después ni siquiera se tomaban la molestia de preocuparse si se
infectaba o necesitaba algo más.
Las
noches eran más largas y frías que los días y la oscuridad del calabozo le inquietaba.
No estaba acostumbrado a permanecer así, en las ciudades había luz. Se sentía
vulnerable, perdido e inseguro, pero lo que le hacía estremecerse era pensar que
no tenía más compañía que él mismo ¿Estaba a gusto con él? ¿Podía fiarse de sí
mismo o había perdido la cordura? Apenas podía dormir de la desazón que sentía,
de la ansiedad por querer escapar y no poder. No solo quería salir de la celda,
deseaba volver a casa.
Al día
siguiente, de la furia de seguir encerrado, perdido, sin ayuda de ningún tipo,
se puso a golpear las paredes. Cuando todas sus fuerzas se habían agotado y las
lágrimas se habían acabado, se miró con la escasa luz y su aspecto debía ser
horroroso. Su piel estaba llena de mugre y la cabeza igual, dado que toda recubría
las piedras húmedas y frías de la celda. Aunque parecía que no le quedaban
fuerzas, se enfurecía y golpeaba las rejas. Se hacía daño y no lograba moverla
ni un ápice, decidió entonces, probar con la pared más alejada de la tenue
luz, en la que todo era oscuridad.
Se puso
a dar patadas, empujones con el hombro, intentar sacar alguna piedra que sobresalía,
pero nada conseguía. Al final un leve movimiento de un bloque de piedra le
alarmó. Siguió pegando patadas y tras perseverar en los golpes, varios bloques
cayeron al suelo. En ese mismo instante la puerta se abrió, debía ser un monje
con la comida, la veía por la antorcha que traían cuando venían a verle.
Era Fray Paulos, le dejó el vaso de madera con agua y el mendrugo de pan, Adrián
se acercó a las barras de forja cuadriculada y le dijo casi demente:
-
Por favor, déjeme encendida
una antorcha, sólo una, ¡Por favor! – el monje le dijo cosas por signos y
se fue, Adrián se enfurecía más al ver su marcha, veía como iba subiendo las escaleras
y comenzó a gritar, tras repetirlo muchas veces, la última lo hizo con gran
histerismo.
-
¡Necesito luz y calor!
¡Quiero una antorcha! – antes de terminarlo de decir, algo le golpeó en la
cabeza y le dejo inconsciente en el acto.
Paulos
no se había girado al oír el estrépito creía que sería puro teatro, continuó
para arriba sin molestarse en ver lo que había ocurrido. Las órdenes del abad
habían sido claras, mantenerlo abajo, sin que el señor se diera cuenta.
Adrián,
abrió los ojos después de haber pasado toda la tarde inconsciente, la parte de
la nuca le dolía como si un gran hierro le hubiera golpeado. Sabía que era de
noche aunque estaba desorientado, había luz. Delante de él había una antorcha
encendida, no podía dar crédito a lo que veía. El monje se había negado a
dársela. ¿Alguien había bajado mientras él dormía?
Cogió la
tea y vio que pesaba mucho más de lo normal. Estaba metida en el hierro del que
se colgaba de la pared, alguien debía de haberla arrancado y golpeado con ella.
Desprendió
el hierro y en ese momento con luz se dirigió a la parte de la celda en la que
esa mañana habían caído los bloques. Cuando estuvo delante se sintió totalmente
abatido. Detrás de esas piedras había otra pared totalmente lisa, empezó a
golpearla con rabia, tenía que escapar. Siguió su ataque mientras soltaba todos
los insultos y palabras soeces que podía contra el abad. Continuó por el imbécil
que le había movido de su época y transportado a la cárcel temporal donde se
encontraba, pero no ocurría nada, no despertaba de esa pesadilla.
-
¡Despertadme! ¡Sacadme
de aqui por favor!.... ¡Por favor! – gritaba con lágrimas de impotencia en los
ojos, cuando callaba y paraba para coger fuerzas le rodeaba el silencio absoluto.
De los
rebotes, las piedras fueron cayendo poco a poco y quedó gran parte de la pared al
descubierto. Intentó tirar algún bloque más pero no tenía fuerza suficiente. Llorando,
con hambre, el intenso dolor del brazo y el golpe en la cabeza, se quedó dormido
apoyado en la pared.
-
¡Adrián! ¡Adrián
despierta! - el joven abrió un poco los ojos y miró a todas partes, no veía a
nadie.
-
¡Adrián en las rejas!
- observó adormilado a la pared por donde se metía el arroyo.
-
¿Ghadeo? ¿Qué haces
aquí?
-
Nunca viene mal algo
de compañía cuando se está ahí abajo ¿verdad? - Adrián no sabía por qué ahora
sí parecía hablar su mismo registro del castellano, estaba confuso.
-
Quería ir a verte,
tenemos que hablar sobre..
-
Ahora no, no puedo
quedarme aquí por mucho tiempo, no quiero acabar ahí dentro otra vez. Cuando
salgas, Alonso me avisará y esa misma noche quedaremos en la puerta del jardín
para hablar. Sin falta Adrián, no puedes faltar. ¿Lo has entendido?
-
Sí ¿Me llevarás ante
tu señor o me vas a mandar casa? - Ghadeo ya no estaba.
-
¡Maldita sea! ¡Ghadeo!¡Libérame!¡Traidor!
¡No me dejes aquí!- volvió a gritar dando golpes a la forja y a las paredes,
estaba harto de llorar y hacerse daño para no conseguir nada. No podía continuar,
quería irse a casa y que lo dejaran en paz. Entre sus pensamientos, la debilidad
de no comer y los sollozos, volvió a quedarse dormido.
Como de
costumbre, el desayuno no se lo habían llevado. Llevaba varias horas despierto
contemplando, a la luz de la antorcha, que parecía inagotable, la pared que
había quedado al descubierto. Volvió a golpear con fuerza y nada ocurrió.
Tras intentarlo
varias veces, consiguió que se resquebrajara y pudo hacer un pequeño hueco entre
los pesados bloques. Ante él tenía un pequeño túnel, un pasadizo pobre de escaso
tamaño. Con miedo a quedarse atrapado se introdujo por él. Poco a poco evitando
roces en el brazo, llegó a un tramo más alto y amplio. Logró ponerse de pie y
con la antorcha titilante comprobó cómo el túnel escarbado unos metros más
adelante, finalizaba, en unas grandes losas. Con temor, pero con firmeza inició
un ataque contra ellas. Comenzó a golpear de nuevo y tras varios aciertos,
varios trozos se desprendieron sin tirar abajo el muro.
Su primera
impresión tras esperar a que se retirara un poco el polvo fue asombrante, al
otro lado parecía haber una sala. La libertad estaba cerca, tenía que conseguir
acceder. Le costó varias horas de esfuerzo, pero al final pudo entrar por un
agujero.
La estancia
era enorme, nada más entrar se prendieron todas las antorchas del lugar. Buscó
desesperadamente con la mirada una puerta de salida, pero no la encontró.
En el centro
había una mesa con objetos muy extraños, en las paredes había estandartes con
cruces raras, esculturas extrañas y libros con piedras preciosas sobre sus cubiertas.
Esa sala ¿Podría haberla hecho Ghadeo cuando el abad le encerró en las mazmorras?
Todo aquello era demasiado extraño. En un lateral del salón había un espejo y
debajo de él un gran cuadro representando un hermoso paisaje.
Un
fuerte olor dulzón infectaba el lugar, al fondo había armaduras y varias estanterías
con enormes tomos de libros. Adrián no sabía desde cuando estaban esas cosas
allí, pero tenían telarañas y los libros estaban llenos de polvo, parecía como
si hiciera varios años que no entraba nadie.
Adrián
cogió uno y leyó el titulo, no entendía nada, pero la ilustración dejaba ver gente
vestida con túnicas y un hada.
Otro
libro que estaba abierto se titulaba “Mäestic Leyaens”, sin embargo, el
contenido de su interior no podía leerlo, estaba escrito en un idioma muy
extraño. Al mirarlo fijamente tuvo la sensación de que las letras se movían,
giraban y parecían traducirse. Su mente se paraba, al volver a mirar seguía sin
entenderlas. Debía de haber allí algo interesante con lo escondido que estaba.
Encima de la chimenea había dos espadas cruzadas.
Una
tenía la empuñadura negra y la otra era una daga, las dos estaban muy brillantes,
debían haber sido usadas hacía poco. Adrián pasaba las hojas del libro y veía
ilustraciones asombrosas sobre lunas rojas, campos llenos de muertos, batallas
enormes y criaturas amenazando pueblos y ciudades. Parecían salir del mismo
apocalipsis.
Volvió
a buscar corriendo por la sala una salida, pero no había ninguna por más que la
buscase. Enfadado y abrumado por todo lo que en la sala había, dejó todo como
estaba y volvió a la celda. Se sentó en el suelo frío y dio rienda suelta a sus
pensamientos, esos que volvían para atacarle cuando más indefenso se sentía.
Quiso apartarlos preguntándose ¿Por qué Ghadeo no volvía y le sacaba? ¿Qué se
le había pasado por alto? ¿Qué había sido de Thiago? ¿Estaba compinchado con Ghadeo?
El frío
parecía albergarse en la médula de sus huesos, la nariz le escurría y el sueño parecía
otorgarle piedad al llamarle a su seno.
Pasaron
varios días hasta que volvió a atravesar el túnel, seguro que se le había pasado
algo bajo las alfombras, alguna pequeña ruta de escape, tenía que intentarlo.
Cuando llegó a la sala, los libros no estaban como los había dejado, encima de
la mesa había otros títulos, los cuales tampoco entendía. Al lado estaba el mismo
cofre pequeño, en él había un montón de cruces negras todas muy brillantes.
Alguien había estado allí y no había entrado por las celdas, tenía que haber
otra entrada, por tanto…una salida. Cuando se dispuso a buscar su vía de escape
esperanzado, un gran ruido inundó el lugar. Unas voces cubrían el aire. Por
detrás del cuadro que representaba a varios monjes salieron dos personas. Se
dio prisa y se ocultó dentro de un armario que tenía cantidad de frascos con
dedos o miembros cortados. Penitencias y promesas de los clérigos.
-
No comprendo por qui
me traéis ad hic.
-
Aguardad un momentum
Felipe – el abad iba vestido con su gran gorro, el señor del feudo le seguía
con algo de intriga.
-
¿Qvod est esta sala?-
preguntó alterado el señor. -¡Está muy descuidada!
-
Quomo vos sabréis, vestro
pater iba a construirse un castillo, sed por los juegos de azar lo perdió y pasó
a ser propietat de la Santa Iglesia, esta sala son los cimientos del
castillo de vuestro pater y aquí es dónde se han almacenado cosas.
-
¿Non fabrá nada hic
qui sea de mea pertenencia veritas?- escuchó que preguntaba D. Felipe oteando
rápidamente la sala.
-
Non, en absoluto, solo
son objetos encontrados en la construcción de l' abadía.- dijo el abad tranquilizándole.
-
¿Ob quod fabéisme
traído hic?- volvió a preguntar el señor exasperando a Fadrique.
-
Os quería dar un
presente, por el compromiso de vestro filius.
-
Oh, muchas gracias – Adrián
vio cómo se acercaba al cofre que había encima de la mesa y le daba una cruz
negra reluciente.
-
¿Ob quod sirve esta
crux?- dijo mirándole con recelo el señor del feudo.
-
Es un amuleto ob qui
Deus os ayude- dijo el abad.
-
D. Felipe se la colgó
alrededor del cuello y puso una extraña mueca.
-
Oh, face efecto –
después, el señor observó las armaduras que custodiaban las estanterías -
¿Las armaduras eran de meo pater? – el abad se acercó a él y le dijo:
-
Non, fueron traídas de
un lugar remoto, decían qui sus armas eran muy protectoras, algunos afirmaban
qui eran mágicas, sed eso est una herejía, llévese las espadas si deseáis- dijo
Fadrique sonriendo.
-
Si, las llevaré al
ferrero et qui las forje al meo gusto ¿Fáciles de manejar sunt?
-
Por supuesto, las duos
del mismo material sunt
-
Llevomelas, ¿Qvomod
están los chicos?- preguntó el señor.
-
Vestro filius bien,
sed el noblecillo está encerrado en los calabozos - La sangre de Adrián se heló
al escuchar una referencia sobre él, debían darse prisa pues no aguantaría
mucho allí sin hacer ruido. Se iba escurriendo y de tardar más, se caería él o
los tarros. Debía resistir, esperar a que se fueran y huir por el cuadro.
-
Espero que tengáis una
buena razón para ello.
-
Io os la explicaré,
vayámonos de hic, pásese mañana por mis aposentos et tomando una infusión, se
lo cuento- concluyó Fadrique.
Adrián
vio como el cuadro se cerraba otra vez y aliviado salió de su escondite. Esperó
un poco, mientras evitaba hacer algún ruido. Había cosas estrambóticas y estrafalarias,
pero no quiso tocar nada. Se acercó al cuadro con la pintura de unos monjes y
le intentó abrir como había visto al abad, pero no se abrió. Tampoco dándole golpes,
ni en la pared de al lado. Era la única salida que tenía y no podía salir. No sabía
si debía enfadarse o reírse. Todo parecía salirle mal ¿Acaso no era así? ¿No tenía
que luchar? Lo siguió intentando hasta que el cansancio pudo con él. Cansado, sucio
y resignado regresó por el túnel oculto tras unos tapices.
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