La voz de
Alonso, le despertó. Abrió los ojos y la escasa iluminación de la tea que
llevaba le dañaba la vista.
-
¡Despertad! el abad
quiere veros en el comedor, lleváis encerrado septem díes, ¡Vamos! – Adrián al
oír el tiempo pensó en Limëy, había escuchado su voz en sueños, debía de estar
preocupada.
-
¿Por qué os ha mandado
a vos? – preguntó débil Adrián.
-
Quia si enviaba a
otro, non querríais ir a verle - dijo Alonso con una sonrisa
-
Está bien… – accedió Adrián.
- ¿Has visto a Ghadeo hace poco?- añadió.
-
Fui a visitarle el
otro díe, estaba preocupado por ti. Pensé qui nunquam dejaríate más de un die. Ghadeo
dijome qui quando salieras colgase una sábana en la porta de forja qui él
pasaria cada matutina. Ya la colgué antes.
-
Gracias Alonso. - El
noble abrió la puerta y salieron del oscuro calabozo.
A medida que iba andando sentía como sus piernas flaqueaban,
no se podía tener casi en pie, su ropa estaba aún más desastrosa de lo que era,
estaba llena de mugre de las paredes de la celda.
Llegaron al comedor y nada más entrar vio que sobre su
sitio no había nada que insinuara que iba a desayunar. Sin pararse ni dar los
buenos días, subió directamente al atril dónde estaba la Biblia, más
avanzada de dónde la había dejado él, mientras había estado prisionero habría
leído otro penitente. Las tripas le sonaban y le entraban náuseas del hambre. Parecía
que se iba a marear. Tenía la comida tan cerca y a la vez tan lejos. Cuando
terminó Fadrique de desayunar, le miró y dijo:
-
Debéis facer todas las
tareas, con vestro socius, espero qui fayáis aprendido la lección – seguía poniendo
altanería y sarcasmo en las palabras; Adrián asintió sin rechistar, estaba tan
débil que las ganas de clavarle algúin cubierto en la cara le parecía el mayor
esfuerzo del mundo. Recogió la mesa con Alonso. Después, fueron al campo de
cultivo con Padre Paulos, donde estuvieron cavando, regando y sembrando la
primera parte de la mañana, Fray Pimolus acudió a llamar al clérigo que les
acompañaba, se marchó, no sin antes dejarles órdenes para que limpiaran la
tierra de malas hierbas, fueran al scriptorium a copiar y cortaran las rosas del
fondo y las llevaran al aposento del abad.
-
¿Todos los dies fabéis
tenido qui facer algo así? – Preguntó Adrián, insinuando que era poco.
-
Sí, tampoco est muy forzoso,
sed ya estás ocupado toda la Matina. Por la tarde he tenido que apographiar en
el scriptorium. – Alonso se comenzó a agachar para arrancar con la mano las
hierbas que no valían.
Adrián
le imitaba, pero el cansancio de haber estado encerrado le atontaba. Era un
suplicio el no comer nada. Si no estuviera tan débil huiria, pero ansiaba que
llegara la noche para acudir a la cita con Ghadeo frente a la valla del jardín.
El
tiempo pasaba y aún no habían ido a cortar las rosas, el Sol había sido tapado
por las nubes, era víspera de fiesta. Por primera vez desde que saliera de la
celda sonrió al pensar en una frase que su madre alguna vez le decía:
“Aprovecha, que estos años ya no se vuelven a cumplir”, pues parecía que él sí.
No tenía ganas de reírse ni de los chistes malos que solían esbozarle una sonrisa.
Pusieron
rumbo al scriptorium, al llegar Alonso se sentó en su mesa habitual mientras
que Adrián pedía a Fray Fruela que le dejara un texto que poder copiar.
-
Os dejaré este biblo
primo – le decía mientras cogía un tomo gigante de una mesa. – ob qui aprendáis
a apographiar. – terminó dejándole en el escritorio dónde se había sentado.
-
Perfecto, gracias. –
dijo Adrián. Fray Fruela le acercó un tintero y una pluma.
-
Tenéis qui coger la
pluma así – continuó formándole cogiéndole la mano desde detrás suyo - et
posteriori deixar fluir la tinta sobre la folia. - Adrián sentía espeluznante
el tacto frío del monje en su mano y su aliento cálido en la oreja.
-
Está bien, está bien,
gracias. – dijo nervioso y acelerado.
-
A vos. Cualquier dúbita…
-
Yo le pregunto,
gracias. – Terminó firme Adrián. Le había puesto nervioso acercándose tanto, la
gente que no respetaba el espacio vital le crispaba.
La luz tenue
que entraba por la ventana, fue desapareciendo hasta quedar casi en penumbra. Adrián
no entendía apenas nada de lo que ponía en el libro, sólo le sonaba el título:
Génesis y alguna palabra por similitud al castellano.
Un resplandor
iluminó instantáneamente la sala, segundos después un trueno retumbaba en las
paredes de Sancti Martinni.
-
Deus quiera qui
escampe ob las ferias. – dijo Alonso susurrando.
-
¡Esperemos que sí!
-
¡Chtts! ¡Silentio! Deben
concentrarse. – les riñó Fruela.
Alonso
puso los ojos en blanco y volvió a bajar la cabeza entre las páginas de su libro.
Adrián intentaba
escribir sin su grafía, dibujando ese entramado de curvas que tenía que creer
que eran letras. Costaba diferenciarlas.
Siguieron
copiando, mientras sus miradas se perdían entre la tormenta exterior y el
pergamino. De repente, camuflada por los enormes truenos retumbó el replique de
la campana para comer.
En el sitio
donde él se sentaba, había un poco de agua y medio mendrugo de pan que devoró, y al tener eso de menú, comprendió que
le tocaba subir a leer de nuevo. Antes de que entrara el abad en el comedor, ya
estaba él preparado en el altillo, con el manuscrito abierto por donde tocaba:
el cantar de los cantares.
Al
entrar Fadrique todos los clérigos centraron su mirada baja y al frente. Nada
más sentarse a la mesa, Adrián comenzó a leer. Los demás de la sala no le
prestaban atención, solo se limitaban a mirar la sopa caliente y contemplar los
restos de comida que les iban quedando en el plato. Platos que le llamaban a
gritos para que se los comiera todos, tenía mucho hambre.
Alonso
a veces le miraba con el rabillo del ojo porque comiendo estaba prohibido mirar
al penitente que leía las Santas Escrituras.
Cuando
el abad terminó de comer, se levantó y dirigiendo la vista al castigado le dijo:
-
Quiero ver las rosas
del horto en mea cubiculum dentro de muy poco tempo, quando las lleveme ya hablaremos
sobre la conversación de la praeterita semana et sobre vuestra penitentia. – Adrián
no podía evitar sentir desapego y repulsión hacia el hombre. Todos desalojaron
la habitación, los alumnus se quedaron recogiendo los cacharros y después
pusieron rumbo a recoger las rosas.
Alonso
estaba muy nervioso, aunque sabía que de nada le serviría impacientarse. Como no
aguantaba el silencio que tenían los corredores, Adrián le preguntó:
-
¿Ubi será el desposamiento?
– Alonso le miró y con una sonrisa algo alocada le contestó:
-
Meo pater tiene varios
lugares cogidos, sed creo qui al final será en nostra Casa Mayor en Tremor.
-
Ahhh- soltó Adrián
algo anonadado- pues si qui va a ser una boda de alta clase et ¿quándo va a
ser?
-
Por tradición todo el
mondo suele desposarse en aestas, sed quomo Blanca es feriante, nos desposasaremos
antes de qui finite el mense, eso semper et quando el pater de ella acepte el pactum.-
Adrián sonrió pero en la luz de los ojos de Alonso notaba algo raro, lo
veía tan profundo que le daba miedo sacar el tema. Llegaron al patio, cogieron
las flores y acto seguido, caminaron hasta los aposentos del abad.
Alonso le
tuvo que guiar porque él no sabía donde estaban, al final se orientó y comprobó
de nuevo cómo con la penumbra de los corredores no se advertía una cortina de
color oscuro que tapaba una estrecha escalinata de piedra. Subieron al piso
superior, desde aquella galería completa de arcos, se tenía una vista impresionante
de día. La aldea se veía al fondo y la claridad del sol se filtraba por
las grandes oquedades que dejaban los trabajados arcos.
Cuando Alonso
fue a llamar a la puerta, Adrián le paró la mano, había escuchado la voz de D.
Felipe en la habitación. Se quedaron escuchando la conversación. El abad
relataba, a su manera, lo sucedido con Adrián. Según le decía a D. Felipe, le
había pillado robando y le había castigado al calabozo. El Conde no estaba de
acuerdo con ese maltrato al noble solo por verle de noche en la herboristería.
-
Nunc vendrán con
flores del horto. – escucharon decir a Fadrique.
-
¿Qvod? ¿Los alumnus
están hic ob arribar y llevar flores de un lugar ob otro?- D. Felipe se empezaba
a alterar.
-
Non, ellos facen más
cosas como regar, cultivar, scribir, apographiar, recitate, sed esas flores las
necesito. – Fadrique lo dijo con gran autoridad, cosa que molestó más a Felipe.
-
Quería decirle qui al
desposamiento lleve su túnica, oficiará la unión, et respecto a las actividades
qui facen hic el meo filius et su novo amicus quiero deciros qui será mejor qui
abandonen l' abadía y me los lleve a casa, ob non facer nada et sufrire vestros
desvaríos me los llevo.
-
Comprendo qui se
quiera llevar al suo filius, sed ¿Ob quod quiere llevarse a ese chiquillo arrogante?
– dijo Fadrique intentando no dejar entrever su ira. Adrián y Alonso que
estaban escuchando se llevaron un gran sobresalto cuando escucharon lo que
acababa de decir el abad, el de Magerit, intentando no aporrear la puerta,
llamó con los nudillos. La conversación se cortó en la estancia y un adelante
se escuchó de la voz del abad.
Adrián
y Alonso pasaron a la habitación. Seguía bastante amueblada. Una mesa grande al
lado de la chimenea estaba llena de libros y raros artilugios. También había
objetos que colgaban de las paredes, desde espadas hasta plumas enormes con
tonalidades muy distintas. D. Felipe con su cabellera morena recogida y su
barba casi larga, estaba de pie frente al que modernamente se llamaría escritorio.
La luz de las velas y el fuego daban al aposento una lúgubre sensación de
interior, había ventanas, pero las cortinas las tenían tapadas.
-
¡Salve filius! ¿Qvomodo
vais?- preguntó el noble a Alonso, dándole una palmada en el hombro.
-
Bien pater, estoy
comportándome quomo meillor puedo.
-
¿Et vos Adrián? ¿est de
vuestro agrado este lugar? – le preguntó con carisma D. Felipe mientras le
observaba mugriento de arriba a abajo. Adrián se moría de la vergüenza, nunca
había estado tan sucio, jamás se había sentido tan mal. No podía revelar que habían
estado escuchando detrás de la puerta así que contestó:
-
Quomo os dije señor, si
mi ayuda no necesitáis, será mejor que esté entretenido aquí, aunque no faya
mucho que facer tampoco.- El abad le sonrió, pero Adrián le miró con sus ojos
azules y toda la ira que podía.
-
Adrián quomo vos
decís, io os tomé la palabra, ergo necesito qui acompañéisme a casa ob qui
pueda ocuparme de lo del desposamiento mientras vos et Alonso andáis disfrutando
et eligiendo ropa ob la ceremonia.- le dijo el noble con una sonrisa mientras
que Adrián abría los ojos y sonreía.
-
Muchas gracias señor.
– dijo con alivio, mientras el abad le miraba con toda la furia que antes el
muchacho le había proporcionado, al verlo, el de Magerit quiso hacer una intervención
más:
-
Muchas gracias por acogerme
tan bien, deberíais aportar luz al calabozo. De todos modos, el ruido del agua
es muy relajante, gracias por enseñarme sin ninguna necesidad – dijo fingiendo
un profundo agradecimiento, si le decía lo que pensaba de él, quizá le encerrara
más, pero fingiendo estar agradecido delante de D. Felipe, era su forma de humillarle.
El abad le miró con los ojos encendidos.
-
De nada meo filius,
espero qui os vaya muy bien con D. Felipe – Por dentro Adrián quería gritar o
incluso tirarse a pegarle, pero sabía que la falsedad algún día la iba a pagar
cara, en cuanto llegase a la otra abadía y quisiera mandarles con esas reglas,
le montarían un motín y le encerrarían a él. No quería desear mal a nadie pero
él, se lo merecía al menos un poco de humildad.
-
Fadrique, acuérdese de
lo qui le he dicho antes et espero verle en la fiesta de la pradera, sino esperadnos
el dominus die, ob ir juntos a Ceressal.- dijo el señor.
-
Adiós Felipe.
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