XVIII. PACTUM DE ARRAS

En un extremo estaban los hombres ayudando a los feriantes a colocar sus tenderetes, las mujeres se dedicaban a la decoración con enormes flores, gladiolos, campanillas, prímulas y lirios estaban en abundancia, atados en troncos y vallas que delimitaban un perímetro.

Continuamente iban y venían personas, Adrián estaba observando en torno a sí, no se podía creer lo que estaba viviendo esos días, desde hablar con hadas, viajar en el tiempo. Estudiar en una abadía, estar encerrado en la cárcel y ahora estaba en los preparativos de una verdadera feria medieval y no como los mercadillos que montaban en su tiempo imitándolas, aunque por lo que veía de momento no estaban muy alejadas. Estaba realmente en la Edad Media y le abrumaba.

Algunos silvanos se acercaron a saludar a Don Felipe, incluso él, para sorpresa de Adrián se puso a colaborar en algún apuntalamiento de los puestos. Seguían llegando carros.

Alonso estaba muy nervioso, su padre les había dicho que pediría la mano de Blanca en cuanto llegaran a la feria, aunque el madrileño pensó en el acuerdo con Fadrique de oficiar la ceremonia. Ya habían dado por hecho la aceptación debido a la diferencia de estatus de ambos jóvenes.

De repente hizo su entrada en la explanada un carromato negro, tirado por caballos marrones. Su estado era algo despostillado, pero bien cuidado. En ese momento el señor dejó de ayudar a los aldeanos y se acercó.

Del asiento del conductor se bajó un hombre alto con una mata de pelo negro sobre la cabeza, la barba larga y bastante enmarañada. Su cara algo rechoncha tenía una sonrisa muy contagiosa y grande.

-          ¡¡Salve a todos!!¡¡Ya está aquí Gonzalo, otro anno más para disfrutar con vosotros!! – la gente se fue acercando para saludarle. En cuanto Adrián le vio, le vino a la mente un vendedor ambulante de los mercados de su ciudad.  Se acercó a ellos.
-          Salve Alonso, ¿Qvomo estáis?, aguarde aquí, nunc sale mi filla, tened cuidado, ya es toda una muiller – Adrián le miró sonriente, la simpatía de ese hombre alegraba el ambiente.
-          Salve Gonzalo, muchas gracias por tornar a esta aldea tan pequeña y escondida – dijo Alonso algo cohibido
-          Non seas tan cortés qui estás fablando con el pater de tu compañera- le dijo Gonzalo guiñándole un ojo y dándole unos golpes en el hombro. Alonso se sonrojó y asintió con la cabeza, D. Felipe le tendió la mano.
-          Bien venido de novo Gonzalo.
-          Gracias Senhor- dijo agachando la cabeza.
-          ¿Est que os arribó la misiva que os mandé? – preguntó el Conde.
-          Así es senhor – volvió a decir reverenciando con la cabeza.
-          Non os molestéis, non est necesario. Et menos quando he arribado para presentarle algo qui io espero sea de veestro agrado.
-          Muy bien – dijo sonriendo.
-          Sicut, comentabaos en la letra, dado qui el meo fillo está en amorado de sua filla et lleva annos pidiéndomelo, le ofrezco unas quantas viñas et una cantidad de monedas, todo ello por la mano de su hija – La cara del comerciante se  ensanchó de alegría y empezó a reír. 
-          ¿Qvómo un noble como vos, permite que su filius se case con una feriante?
-          Vos sois feriante, por elección, no quisisteis casaros con quien vestro pater tenía planeado sed vestra esposa elegida por vos, est nieta del anterior mayordomo mayor del rey, et concedieresle titulo por filiación bastarda. Sed, de no equivocarme, a ambos os correspondía condado o senhorio, mais vos lo perdisteis al ser barraganes, ergo estabais bien posicionados socialmente antes de desposaros ¿Cierto?
-          Si, estáis en lo cierto senhor.- dijo Gonzalo más serio, aturdido por los datos que conocía el Conde - En ese caso, acepto el trato. Io les entregaré a cambio caballos de pura sangre et todos los alimentos que fagan falta en el banquete de desposo, no tengo mucho más qui aportar- dijo esto último algo avergonzado.
-          La ceremonia será en la casa de mi ducado et se oficiará en el exterior con adornos, será bajo la Santa Iglesia et solo se celebrará en duos díes, la nocte anterior, ubi se entrega a la novia et los presentes a los novios, el día del casamiento et el banquete de después. ¿Conforme?- explicó D. Felipe, imponiendo sus costumbres más nobles.
-          Muy bien, est algo corta de lo qui acostumbramos, pero es estupendo, ¿Ubi se encuentra vuestro ducado?- dijo Gonzalo.
-          Ab l' aldea siguiendo el chamino del norte sin desviarse al chamino a Braca llegará a un pueblo morisco abandonado en el qui hay un pequeño palacio, siga recto et el siguiente cruce coja el chamino de la derecha, siga recto por el Tremor. La casa se encuentra en una pequeña colina con muchos árboles, en una vega del valle – le explicó el señor con seguridad.
-          Bien, pues llegaremos la nocte antes del primo díe de celebración, señor –dijo con educación.
-          Fantástico Gonzalo, esta nocte o cras traeré el pactum para qui signeislo.
-          Muy bien senhor – concluyó el noble repudiado, estrechando la mano de D. Felipe de nuevo.

 Alonso se alegró tanto que fue a la carroza y llamó a la puerta mientras que Adrián le observaba. Éste estaba pensando en el negocio que acababa de contemplar. Todo pura conveniencia, a pesar de que en esta ocasión los novios se querían, pero la gran mayoría no correrían la misma suerte. Además, había notado que las clases más bajas utilizaban un castellano más alejado del latín como en la abadía o los nobles. Aún seguía extrañado de que a pesar de que los escuchaba hablar muy antiguo, les entendía.

Una joven salió de la carroza, las vestimentas no eran ricas ni estaban nuevas, sin embargo, su cara era muy bella. Tenía gran parecido con su padre, pero en su caso, su cara parecía de porcelana. El pelo castaño oscuro también lo había heredado. Sus ojos eran alegres y de color miel.

-          Blanca ¡¡Qvod bien os veis!! – dijo Alonso con una pequeña reverencia. La muchacha se sonrojó y salió de la carroza para abrazarlo, se habrían dado un beso, pero era una falta de respeto hacia los adultos si hacían eso.
-          Gracias Alonso. – Los dos se soltaron y fueron hacia donde estaban conversando los adultos. Adrián les miraba y estaban embobados.
-          Filla, io finito de pactar tu desposo con Alonso – le dijo Gonzalo. Blanca miró a su padre y después a D. Felipe y como éste sabía que quería su respuesta, le dijo:
-          Si, he dado mi bendición, podéis desposaros. - Blanca sonrió y miró para abajo en forma de reverencia mientras contestó:
-          Muchas gracias D. Felipe por entregarme a su filius, con ello, todos mis deseos son cumplidos padres, al entregarme al chico al qui serviré con gusto toda la vita.- dijo Blanca muy decorosa. Adrián se sorprendió, no estaba acostumbrado a esa sumisión.
-          Solo he venido ob decirle eso, por si necesitan preparar algo. Partiremos hacia el casamiento el domine die al alba, llegaremos por la tarde, illic hay criadas et estaremos atendidos hasta qui se produzca el acontecimiento.
-          Me parece estupendo, Id con Dios – dijo Gonzalo.
-          Id Ab Deus – dijo D. Felipe alejándose de allí.

-          Blanca, este est un amico – dijo Alonso señalando a Adrián, la chica se acercó, le observó los ojos y con una sonrisa muy acogedora le dijo:
-          Encantada de faberos conocido, si sois amîcus del meo marido también lo seréis meo.
-          Blanca, lo siento,  he de dejaros hic, meo pater esperanos, cras vendré por vos, ¿de acuerdo?- La chica sonrió.
-          Non os preocupéis, lo más seguro qui os vaya a avisar io antes. – Blanca se giró y fue en dirección a su padre, Adrián y Alonso tuvieron que correr hasta alcanzar a D. Felipe, que ya iba camino del caserío.

Poco tiempo quedaba para que el día se empezara a ir. El señor de la aldea andaba con seguridad, pero en su interior no había ninguna. No le gustaba pelear con Fadrique, pero últimamente le veía muy extraño, había cosas que le narraba que no eran muy apropiadas para un religioso. Alguna vez en un arrebato. le tacharía de hereje. ¿Desde cuando un abad acepta un traslado a otra abadía para estudiar casos de brujería? esas artes solo eran para las personas que la conocían muy bien y todos ellos hacían pactos con el maligno.

El abad le había sugerido celebrar el desposamiento en la casa del ducado, para hacer una gran celebración. Desde que Alonso había nacido no habían vuelto a ir. Cada cierto tiempo mandaba a jornaleros que fuesen a acomodar los frutales y ver como estaba. No tenía ganas de volver.

Por el camino veían cómo la gente cantaba y adornaba las calles. La cuesta que conducía al caserío se hizo muy costosa. Llegaron a la puerta que había en mitad del portillo que cercaba toda la finca del señor. A travesaron el camino empedrado hasta la puerta de entrada.

Llamaron y al momento se escucharon unos pasos. Por el umbral asomó la cabeza del fiel criado de D. Felipe: Gustavo.

Al verlos colocó en su cara una sonrisa forzada y comenzó a decir:

-          ¡Salve domine!! Nila esperales en el comedor ob servirles la cena. – D. Felipe pasó sin ni siquiera mirarle. Alonso le imitó, pero Adrián le saludó:
-          ¡Buenas tardes Gustavo!- El mayordomo levantó el tronco de una pequeña reverencia que había hecho y con una expresión de desconcierto le sonrió.

Adrián siguió a los de Tremor por los pasillos hasta llegar al comedor.

D. Felipe se sentó en un extremo de la mesa. Petronila se acercó y comenzó a servirle, el señor alzó la mano cuando no quería más y sin dirigirle la palabra le hizo un gesto con la mano diciéndole que se retirara. D. Felipe seguía pensando en la rara actitud del abad, sospechaba que iba a cometer alguna locura y le tendría que acusar de herejía para que no le dejaran ir de abad a la otra abadía.

Nila se acercó a los chicos que estaban sentados en el lado opuesto de D. Felipe. En los cuencos que tenían delante la pobre sirvienta echó la sopa de verduras que le había dado tiempo hacer después de terminar de atender a los campesinos.

Cuando le estaba sirviendo a Alonso, mirando de reojo a D. Felipe, comenzó a hablar en susurros:

-          ¿Qué tal estuvo en l' abadía señorito?- el hijo del señor le sonrió y le contestó en otro susurro:
-          Bien Nila, muchas gracias por preguntar, sed añoraba vestra comida – Petronila le sonrió y le contestó:
-          Muchas gracias señor Alonso – Nila se acercó a Adrián y le comenzó a servir. También le habló:
-          ¿Os encontráis meillor vos? – Adrián le miró, le sonrió y le dijo:
-          Mucho mejor Nila ¿Qué tal está Leonor? – La sirvienta antes de contestar observó al señor y como seguía comiendo, prosiguió la conversación.
-          Está bien, preguntóme qui dónde le llevaron. – mirando a los dos chicos y después temerosa al señor les dijo:
-          ¿Qué tal el abad? ¿Est cierto lo qui dicen por ibi? - Adrián y Alonso se miraron y después le volvieron a mirar y prosiguió:
-          Si, qui Fadrique hay ocasiones qui non encuentrasele en ningún lugar, sospechase qui anda con alguna muiller en secreto et eso, non lo puede facer un monje. – Adrián le sonrió y le contestó:
-          Yo no he visto nada, yo solo estuve dos días libre, los demás me los pasé en el calabozo. Tampoco tuve muchas ganas de encontrármelo, reñí con él. – La mujer miró a Alonso y como éste le asintió, Petronila les dijo:
-          Después, a la hora de que se acuesten, subiré a darles las buenas noches – les guiñó un ojo mientras lo decía.

En mitad de la mesa había varias velas y la chimenea estaba encendida, aún así hacía un poco de frío. Mientras cenaba Adrián saboreando cada gota de la sopa, pensó en porqué a Maslama le entendía perfectamente en castellano de su época y a los castellanos los escuchaba antiguo ¿Sería que el conjuro sólo detectaba la lengua y no los avances del mismo en el tiempo?

El señor terminó de cenar, se levantó dejando los escasos utensilios usados encima de la mesa y se acercó a ellos.

-          Alonso, esta nocte dormire en  el cubículum d'invitados, si queréis estar iuntos. Descansad bien, qui cras est festa – el señor se dio la vuelta.
-          ¿Pater, podría fablar con vos un momentum? – D. Felipe le miró y asintió, padre e hijo se apartaron a un rincón del pequeño comedor, allí Alonso comenzó a hablarle, Adrián intentaba escuchar, pero no podía. Veía normal que quisieran intimidad.

Mientras él se imaginaba lo que estaría haciendo 10 siglos más tarde, le parecía gracioso, pero de estar en su tiempo se encontraría haciendo los deberes para el instituto, estudiando o quizá escuchando música. Era una de las cosas que más echaba de menos, la música y el móvil. Se acordaba de sus escasos amigos, de sus padres, del ambiente de Madrid, de sus ciudadanos corriendo de un lado para otro y ahí estaba él, en un lugar alejado de la mano de Dios, perdido en algún lugar de España, en plena Edad Media y diez siglos antes de su tiempo real.

      No olvidó pensar en su cita con Ghadeo, tenía que aguantar sin dormirse en la cama hasta que pudiera salir a hurtadillas sin hacer ruido. Después de lo que le había pasado la última vez, no se veía capaz de hacerlo, estaba muy cansado, el frío parecía no salir de su cuerpo y la herida del brazo aún le molestaba a veces.

-          Cras será un gran die, dormirevos bien – dijo en alto D. Felipe sacando a Adrián de su embobamiento.
-          Igualmente señor – le contestó con educación.

D. Felipe, se dio la vuelta y subió las escaleras. Como ya habían cogido costumbre en la abadía, retiraron los platos y los metieron al hogar, Nila se lo agradeció y les dijo que se acostaran que luego subiría ella a arroparlos bien.

Los chicos salieron de la cocina por la puerta que daba al recibidor principal, subieron la gran escalera y andando por los pasillos. Llegaron a una cortina que cortaba el paso, la retiraron y entraron en la habitación.

 Adrián le pidió a Alonso que si tenían palancanas o un baño para asearse un poco de la mugre de las celdas.

 Le acompañó a una sala cercana dónde al rato Gustavo le llevó un cubo de agua casi hirviendo, que se lo dejó junto a un barreño grande de madera.

Asegurándose que el mayordomo se había ido, comenzó a desnudarse, primero los pantalones pinzones, después la camisa blanca y por fin pudo asearse. No era tan cómodo como en su tiempo, pero la sensación de pulcritud era casi la misma. No pudo evitar sentir un escalofrío e instantáneamente sus ojos se llenaron de lágrimas. Había sobrevivido al castigo, ya no estaba en la celda del calabozo. No podía reprimir los sollozos del alivio que sentía al notar el agua caliente por su cuerpo. Cogió el jabón como los que hacía su abuela y comenzó a frotarse. Después con un pequeño cuenco se tiraba agua por encima para aclararse ya que caería dentro del barreño dónde se encontraba metido. Tras repetirlo varias veces deprisa, porque tenía frío, se secó con una tela que le había llevado Gustavo. No le gustaba porque raspaba mucho, nunca más subestimaría los suavizantes y las toallas. Aún mojado se puso el enorme serón o camisón, que era el pijama, que le había dejado Alonso y regresó a la habitación esperando que ya se hubiera dormido para poder escaparse, pero no, allí estaba esperándole por si se perdía al volver.

Cuando estuvieron metidos cada uno en su cama llegó Nila con una vela que iluminaba la oscura habitación. La colocó en la mesilla de noche y se sentó en el regazo de la cama de Alonso.

-          Entonces el señorito Adrián riñó con el abad ¿Por qué?- dijo algo preocupada a la vez que con mucho interés. El d´al- Magerit le miró a la cara e incorporándose un poco le contestó:
-          Porque me encontraba mal y no me quise comer los guisantes, entonces me castigó a hacer penitencia, sin comer, sólo a leer las Santas Escrituras. Esa misma noche intenté escaparme, huir a otro sitio, pero no tuve suerte y me lastimé el brazo – dijo enseñándole la herida – en mitad de la abadía quise buscar cura para que no se malograra y me pilló el abad en la herboristería.- Alonso abría los ojos, aún no había podido contarle su versión – Fadrique creyó que iba a hurtar todo y me encerró- terminó Adrián explicando todo.
-          Est normal en él, semper ha conocidosele quomo algo violento, quomo a disgusto de encontrarse aquí.
-          ¿A Fadrique de pequeño, lo trataron bien? – Nila abrió mucho los ojos sorprendida. 
-          Non lo sé, aunque llegué aquí de niña con mea mater para servir al señor Hernán, pater de D. Felipe, non he salido mucho de la casa, pero quando lo he hecho han puestome al díe de todo. De pequeño non estaba aquí, vino de fuera, quando llegó era ya un ioven poco mayor qui vos et fue apartado, pues la gente desconfía de los forasteros, pero cayó enfermo, trajo una enfermedad mala. Su padre le metió a un monasterio especial plvs allá de Villa de Gatón, allí consiguió curarse et estudió para acabar aquí, donde empezó siendo un frater más de la orten. Después fizo gran amistad con el señor, tras el nacimiento de Alonso volvió a enfermar y desapareció de nuevo. Hace apenas un anno que ha regresado quitando al abad Pinnolo o Pimolus y poniéndose él en su lugar.
-          ¿Qvomo apartó a Pimolus?- Preguntó Alonso interesado.
-          Nadie lo sapie señorito, pero io sé qui ese hombre tuvo un gran cambio, semper ocultase en el edificio, pero un díe mis ojos vieron a otro hombre salir con él de la abadía, era moreno y el pelo muy liso, no les vi bien pero después de eso se dice qui falta mucho, no sé si estará con alguna mujer o anda queriéndose por ahí con ese hombre.- dijo Nila algo alterada.
-          Non entiendo nada…- dijo Adrián pensativo con la mirada perdida.
-          Non se preocupe por ello señorito, ya se encuentra vos aquí.
-          Sí - dijo sonriendo - Gracias – terminó mientras Nila le revolvía el pelo mojado. "Y como siga aquí no me iré jamás" añadió para sí. Estaba nervioso tenía que salir pronto para que Ghadeo no creyera que había faltado.
-          Buenas noctes chicos, he de ir a atender a mi familia, dormid bien
-          Igualmente Nila – respondieron los adolescentes al unísono.


La criada se fue llevándose consigo la vela, por lo que la única iluminación era la luz de la luna que entraba por una de las ventanas. Adrián sentía su corazón latir muy rápido, tenía que concentrarse en cualquier cosa para no dormirse en la cama blandita después de tantos días el frío suelo del calabozo. Por suerte para él, los resoplidos de Alonso le informaron que no había tardado nada en dormirse. Debía ponerse en marcha en seguida, no podía perder más tiempo. Con sumo cuidado abandonó la cama a pesar de las súplicas de su cuerpo. Cogió en una mano la capa del traje que le dio Limëy, en la otra el calzado. Salió a hurtadillas atravesando la cortina, sin despertar a Alonso, entonces la oscuridad se encontraba ante él.

Un rato después, tras chocarse con un mueble en el dedo pequeño del pie, tirar un adorno de ladrillo y casi caerse por las escaleras, estaba masajeándose el golpe antes de ponerse el calzado, sentado en el último escalón, justo en el vestíbulo. Se acercó a la enorme puerta de madera y un gran cerrojo de hierro forjado le impedía salir. Debía quitarlo, era muy fácil, como un pestillo, pero en dimensiones más grandes, lo que le preocupaba era el ruido que podía causar y debía salir cuanto antes sin formar revuelo. Prefirió un movimiento brusco y seco antes que hacer varios. Nadie pareció advertir el ruido, antes de averiguarlo salió corriendo.

Para no formar un gran estruendo con su carrera, decidió bajar por la ladera de pasto verde en lugar de por el camino. No seguiría el mismo recorrido que hizo con el abad, quería atajar siguiendo el riachuelo. Desde un pequeño puente con apenas altura saltó a la orilla y continuó por ella. El sueño y la debilidad de los días de atrás le hacían dar más despacio las zancadas. 

Al final llegó a la playa de arena de la laguna, en ese momento se maravilló de nuevo, toda el agua era un espejo enorme del firmamento. Subió deprisa la cuesta de la abadía, y a medio camino por si se trataba de una trampa, se internó entre los árboles de la linde del camino para terminar el trayecto.

Llegó al gran tejo que había frente a la verja, allí no había nadie. Quizá había llegado pronto o tal vez tarde y ya se había marchado. Decidió esperar a ver si aparecía Ghadeo.

El cansancio se apoderaba de sus párpados y tan sólo los sonidos del bosque le acompañaban. Se despabilaba cada vez que la adrenalina se disparaba al creer que era una trampa, pero el sueño le podía. Hacía frío allí parado, a su nariz llegaba el olor a madera quemada de las chimeneas de la abadía.

Le temblaban las piernas, no sabía si de los nervios, de frío, de cansancio, no podía seguir parado. Comenzó a moverse en dirección a la cabaña. No estaba muy lejos, llegaría y con algo de suerte podría dormir en su cama de Madrid. Aún medio dormido aguantaba para enfrentarse a él y decirle que le devolviera a casa, que él no había elegido nada de eso. ¿Y si le golpeaba o le hería para poderle llevar ante su señor? Tal y como se encontraba casi le daba igual lo que pasara con tal de volver a casa.

Escuchó voces y se camufló entre los robles y los helechos. Anduvo un poco más y al girar una gran roca que le quitaba la visión se despertó de golpe. Las llamas estaban devorando la cabaña de Ghadeo. Dos hombres estaban de pie, frente a la cabaña, vestían capas negras con capucha y no les podía reconocer. ¿Y Ghadeo? ¿Dónde estaba? ¿Le habrían prendido fuego con él dentro o él era uno de ellos? Estaba furioso ¿Por qué quedaba con él y no aparecía? ¿Era una trampa?¿ Qué había sucedido?

Avanzó sin hacer ruido a una posición más cercana, pero la noche y la oscuridad de la capucha no le dejaba ver los rostros. Entre ambos cogieron un arca grande y la empezaron a llevar por el sendero. ¿Iria dentro Ghadeo? ¿Irian a la sala secreta de la abadía?¿Dentro estaba lo necesario para abrir un portal a Thirenae?... Algo debía hacer, no podía esperar más a encontrar al vasallo. ¿Y si en vez de uno, eran esos dos?
No podía quedarse quieto pensando, por muy nervioso que estuviera, el cansancio de todos los días en la celda le abatía. Quería seguirles y descubrir si de verdad iban a la abadía o había otro escondite.

Se acercó poco a poco hasta más cerca. Quería averiguar donde llevaban el arca. Continuó escuchando sus pequeños bufidos y quejas por el peso de la carga ¿Por qué había quemado la cabaña? Un perro hasta ese momento oculto para Adrián, salió del otro lado del camino, hizo perder el paso a los hombres y cayó el arca. El perro se acercó ladrando a Adrián.

-          ¡Illic! ¡Illic!- escuchó gritar a uno de ellos. Tenía que correr y escapar de allí, no podían cogerle, no sabía lo que habían hecho con Ghadeo. Comenzó a correr través de los árboles, a pesar del cansancio, se movía rápido. Debía despistarles.

Tras correr entre el bosque, caer rodando en algún tropiezo con unas raíces y andar agazapado escondiéndose entre los helechos, al final pudo deshacerse del perro y del hombre cruzando el río.  Habían estado cerca pero no le habían cogido de milagro. 

Deshizo lo andado, sin mirar atrás, y volvió a subir la cuesta de nuevo por los pastos hasta el caserío. Había terminado agotado por completo en la carrera y las magulladuras y roces le pasaban factura. Le molestaba el brazo y notaba el pulso acelerado en sus sienes. El corazón parecía que iba a salirse del pecho. Al margen de las millones de preguntas, que a cada segundo se le ocurrían acerca de Ghadeo, y de su situación, sólo una le preocupaba más que las demás ¿Conseguiría llegar bien hasta la habitación?

A hurtadillas pasó el portillo, subió la pequeña escalera del porche y empujó con suavidad la puerta, pero estaba cerrada. No podía ser, él la había dejado abierta para poder pasar si acaso Ghadeo no podía devolverle a Madrid. ¿Quién se había levantado a esas horas?¿Acaso alguno de los encapuchados era D. Felipe o tal vez Gustavo? siempre con esa sonrisa falsa... ¡No!, ¡Basta!, debía parar. No podía especular más, se iba a caer de sueño. Comenzó a rodear el caserío, pensó que tal vez la zona del servicio no estuviera tan protegida y la cocina era el único punto de unión de ambas zonas. Por suerte, la puerta a la que llamaron Leonor y él el primer día tenía un cerrojo por fuera que se podía abrir. Abrió la puerta, bajó a tientas a la cocina y desde allí subió a la zona noble. Se quitó el calzado y regresó lo más silencioso que pudo a la habitación. Se metió en la cama conteniendo la respiración, cuando expiró escuchó:

-          ¿Ubi est qui estabas? - Adrián se asustó mucho, Alonso le había escuchado.
-          He ido al aseo- mintió asustado.
-          Ob otra ocasión, tenéis un orinal bajo la cama - dijo Alonso adormilado, al instante volvió a resoplar.

Adrián respiró tranquilo y a pesar de las intensas preguntas y dudas que le surgían en su cabeza cayó totalmente rendido.

                                                                                                                    SIGUIENTE CAPÍTULO

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