En un
extremo estaban los hombres ayudando a los feriantes a colocar sus tenderetes, las
mujeres se dedicaban a la decoración con enormes flores, gladiolos, campanillas,
prímulas y lirios estaban en abundancia, atados en troncos y vallas que
delimitaban un perímetro.
Continuamente
iban y venían personas, Adrián estaba observando en torno a sí, no se podía
creer lo que estaba viviendo esos días, desde hablar con hadas, viajar en el
tiempo. Estudiar en una abadía, estar encerrado en la cárcel y ahora estaba en
los preparativos de una verdadera feria medieval y no como los mercadillos que
montaban en su tiempo imitándolas, aunque por lo que veía de momento no estaban
muy alejadas. Estaba realmente en la Edad Media y le abrumaba.
Algunos
silvanos se acercaron a saludar a Don Felipe, incluso él, para sorpresa de Adrián
se puso a colaborar en algún apuntalamiento de los puestos. Seguían llegando
carros.
Alonso
estaba muy nervioso, su padre les había dicho que pediría la mano de Blanca en
cuanto llegaran a la feria, aunque el madrileño pensó en el acuerdo con Fadrique
de oficiar la ceremonia. Ya habían dado por hecho la aceptación debido a la
diferencia de estatus de ambos jóvenes.
De
repente hizo su entrada en la explanada un carromato negro, tirado por caballos
marrones. Su estado era algo despostillado, pero bien cuidado. En ese momento
el señor dejó de ayudar a los aldeanos y se acercó.
Del
asiento del conductor se bajó un hombre alto con una mata de pelo negro sobre la
cabeza, la barba larga y bastante enmarañada. Su cara algo rechoncha tenía una sonrisa
muy contagiosa y grande.
-
¡¡Salve a todos!!¡¡Ya
está aquí Gonzalo, otro anno más para disfrutar con vosotros!! – la gente se fue
acercando para saludarle. En cuanto Adrián le vio, le vino a la mente un vendedor
ambulante de los mercados de su ciudad. Se acercó a ellos.
-
Salve Alonso, ¿Qvomo
estáis?, aguarde aquí, nunc sale mi filla, tened cuidado, ya es toda una
muiller – Adrián le miró sonriente, la simpatía de ese hombre alegraba el
ambiente.
-
Salve Gonzalo, muchas
gracias por tornar a esta aldea tan pequeña y escondida – dijo Alonso algo cohibido
-
Non seas tan cortés
qui estás fablando con el pater de tu compañera- le dijo Gonzalo guiñándole un
ojo y dándole unos golpes en el hombro. Alonso se sonrojó y asintió con la
cabeza, D. Felipe le tendió la mano.
-
Bien venido de novo Gonzalo.
-
Gracias Senhor- dijo
agachando la cabeza.
-
¿Est que os arribó la
misiva que os mandé? – preguntó el Conde.
-
Así es senhor – volvió
a decir reverenciando con la cabeza.
-
Non os molestéis, non
est necesario. Et menos quando he arribado para presentarle algo qui io espero
sea de veestro agrado.
-
Muy bien – dijo sonriendo.
-
Sicut, comentabaos en
la letra, dado qui el meo fillo está en amorado de sua filla et lleva annos
pidiéndomelo, le ofrezco unas quantas viñas et una cantidad de monedas, todo
ello por la mano de su hija – La cara del comerciante se ensanchó de
alegría y empezó a reír.
-
¿Qvómo un noble como vos,
permite que su filius se case con una feriante?
-
Vos sois feriante, por
elección, no quisisteis casaros con quien vestro pater tenía planeado sed
vestra esposa elegida por vos, est nieta del anterior mayordomo mayor del rey, et
concedieresle titulo por filiación bastarda. Sed, de no equivocarme, a ambos os
correspondía condado o senhorio, mais vos lo perdisteis al ser barraganes, ergo
estabais bien posicionados socialmente antes de desposaros ¿Cierto?
-
Si, estáis en lo
cierto senhor.- dijo Gonzalo más serio, aturdido por los datos que conocía el Conde
- En ese caso, acepto el trato. Io les entregaré a cambio caballos de pura sangre
et todos los alimentos que fagan falta en el banquete de desposo, no tengo mucho
más qui aportar- dijo esto último algo avergonzado.
-
La ceremonia será en
la casa de mi ducado et se oficiará en el exterior con adornos, será bajo la Santa
Iglesia et solo se celebrará en duos díes, la nocte anterior, ubi se entrega a
la novia et los presentes a los novios, el día del casamiento et el banquete de
después. ¿Conforme?- explicó D. Felipe, imponiendo sus costumbres más nobles.
-
Muy bien, est algo
corta de lo qui acostumbramos, pero es estupendo, ¿Ubi se encuentra vuestro
ducado?- dijo Gonzalo.
-
Ab l' aldea siguiendo
el chamino del norte sin desviarse al chamino a Braca llegará a un pueblo morisco
abandonado en el qui hay un pequeño palacio, siga recto et el siguiente cruce
coja el chamino de la derecha, siga recto por el Tremor. La casa se encuentra en
una pequeña colina con muchos árboles, en una vega del valle – le explicó el
señor con seguridad.
-
Bien, pues llegaremos
la nocte antes del primo díe de celebración, señor –dijo con educación.
-
Fantástico Gonzalo, esta
nocte o cras traeré el pactum para qui signeislo.
-
Muy bien senhor –
concluyó el noble repudiado, estrechando la mano de D. Felipe de nuevo.
Alonso
se alegró tanto que fue a la carroza y llamó a la puerta mientras que Adrián le
observaba. Éste estaba pensando en el negocio que acababa de contemplar. Todo
pura conveniencia, a pesar de que en esta ocasión los novios se querían, pero
la gran mayoría no correrían la misma suerte. Además, había notado que las clases
más bajas utilizaban un castellano más alejado del latín como en la abadía o
los nobles. Aún seguía extrañado de que a pesar de que los escuchaba hablar muy
antiguo, les entendía.
Una joven
salió de la carroza, las vestimentas no eran ricas ni estaban nuevas, sin embargo,
su cara era muy bella. Tenía gran parecido con su padre, pero en su caso, su
cara parecía de porcelana. El pelo castaño oscuro también lo había heredado.
Sus ojos eran alegres y de color miel.
-
Blanca ¡¡Qvod bien os
veis!! – dijo Alonso con una pequeña reverencia. La muchacha se sonrojó y salió
de la carroza para abrazarlo, se habrían dado un beso, pero era una falta de
respeto hacia los adultos si hacían eso.
-
Gracias Alonso. – Los
dos se soltaron y fueron hacia donde estaban conversando los adultos. Adrián
les miraba y estaban embobados.
-
Filla, io finito de
pactar tu desposo con Alonso – le dijo Gonzalo. Blanca miró a su padre y
después a D. Felipe y como éste sabía que quería su respuesta, le dijo:
-
Si, he dado mi bendición,
podéis desposaros. - Blanca sonrió y miró para abajo en forma de reverencia
mientras contestó:
-
Muchas gracias D.
Felipe por entregarme a su filius, con ello, todos mis deseos son cumplidos padres,
al entregarme al chico al qui serviré con gusto toda la vita.- dijo Blanca muy
decorosa. Adrián se sorprendió, no estaba acostumbrado a esa sumisión.
-
Solo he venido ob
decirle eso, por si necesitan preparar algo. Partiremos hacia el casamiento el
domine die al alba, llegaremos por la tarde, illic hay criadas et estaremos atendidos
hasta qui se produzca el acontecimiento.
-
Me parece estupendo,
Id con Dios – dijo Gonzalo.
-
Id Ab Deus – dijo D.
Felipe alejándose de allí.
-
Blanca, este est un
amico – dijo Alonso señalando a Adrián, la chica se acercó, le observó los ojos
y con una sonrisa muy acogedora le dijo:
-
Encantada de faberos
conocido, si sois amîcus del meo marido también lo seréis meo.
-
Blanca, lo siento,
he de dejaros hic, meo pater esperanos, cras vendré por vos, ¿de acuerdo?- La
chica sonrió.
-
Non os preocupéis, lo
más seguro qui os vaya a avisar io antes. – Blanca se giró y fue en dirección a
su padre, Adrián y Alonso tuvieron que correr hasta alcanzar a D. Felipe, que
ya iba camino del caserío.
Poco
tiempo quedaba para que el día se empezara a ir. El señor de la aldea andaba
con seguridad, pero en su interior no había ninguna. No le gustaba pelear con Fadrique,
pero últimamente le veía muy extraño, había cosas que le narraba que no eran muy
apropiadas para un religioso. Alguna vez en un arrebato. le tacharía de hereje.
¿Desde cuando un abad acepta un traslado a otra abadía para estudiar casos de
brujería? esas artes solo eran para las personas que la conocían muy bien y
todos ellos hacían pactos con el maligno.
El abad
le había sugerido celebrar el desposamiento en la casa del ducado, para hacer
una gran celebración. Desde que Alonso había nacido no habían vuelto a ir. Cada
cierto tiempo mandaba a jornaleros que fuesen a acomodar los frutales y ver como
estaba. No tenía ganas de volver.
Por el
camino veían cómo la gente cantaba y adornaba las calles. La cuesta que conducía
al caserío se hizo muy costosa. Llegaron a la puerta que había en mitad del portillo
que cercaba toda la finca del señor. A travesaron el camino empedrado hasta la
puerta de entrada.
Llamaron
y al momento se escucharon unos pasos. Por el umbral asomó la cabeza del fiel
criado de D. Felipe: Gustavo.
Al
verlos colocó en su cara una sonrisa forzada y comenzó a decir:
-
¡Salve domine!! Nila
esperales en el comedor ob servirles la cena. – D. Felipe pasó sin ni siquiera
mirarle. Alonso le imitó, pero Adrián le saludó:
-
¡Buenas tardes Gustavo!-
El mayordomo levantó el tronco de una pequeña reverencia que había hecho y con
una expresión de desconcierto le sonrió.
Adrián
siguió a los de Tremor por los pasillos hasta llegar al comedor.
D.
Felipe se sentó en un extremo de la mesa. Petronila se acercó y comenzó a
servirle, el señor alzó la mano cuando no quería más y sin dirigirle la palabra
le hizo un gesto con la mano diciéndole que se retirara. D. Felipe seguía pensando
en la rara actitud del abad, sospechaba que iba a cometer alguna locura y le tendría
que acusar de herejía para que no le dejaran ir de abad a la otra abadía.
Nila se
acercó a los chicos que estaban sentados en el lado opuesto de D. Felipe. En los
cuencos que tenían delante la pobre sirvienta echó la sopa de verduras que le había
dado tiempo hacer después de terminar de atender a los campesinos.
Cuando
le estaba sirviendo a Alonso, mirando de reojo a D. Felipe, comenzó a hablar en
susurros:
-
¿Qué tal estuvo en l'
abadía señorito?- el hijo del señor le sonrió y le contestó en otro susurro:
-
Bien Nila, muchas
gracias por preguntar, sed añoraba vestra comida – Petronila le sonrió y le
contestó:
-
Muchas gracias señor Alonso
– Nila se acercó a Adrián y le comenzó a servir. También le habló:
-
¿Os encontráis meillor
vos? – Adrián le miró, le sonrió y le dijo:
-
Mucho mejor Nila ¿Qué
tal está Leonor? – La sirvienta antes de contestar observó al señor y como
seguía comiendo, prosiguió la conversación.
-
Está bien, preguntóme
qui dónde le llevaron. – mirando a los dos chicos y después temerosa al señor
les dijo:
-
¿Qué tal el abad? ¿Est
cierto lo qui dicen por ibi? - Adrián y Alonso se miraron y después le volvieron
a mirar y prosiguió:
-
Si, qui Fadrique hay ocasiones
qui non encuentrasele en ningún lugar, sospechase qui anda con alguna muiller
en secreto et eso, non lo puede facer un monje. – Adrián le sonrió y le
contestó:
-
Yo no he visto nada, yo
solo estuve dos días libre, los demás me los pasé en el calabozo. Tampoco tuve
muchas ganas de encontrármelo, reñí con él. – La mujer miró a Alonso y como éste
le asintió, Petronila les dijo:
-
Después, a la hora de
que se acuesten, subiré a darles las buenas noches – les guiñó un ojo mientras
lo decía.
En mitad
de la mesa había varias velas y la chimenea estaba encendida, aún así hacía un
poco de frío. Mientras cenaba Adrián saboreando cada gota de la sopa,
pensó en porqué a Maslama le entendía perfectamente en castellano de su
época y a los castellanos los escuchaba antiguo ¿Sería que el conjuro sólo
detectaba la lengua y no los avances del mismo en el tiempo?
El
señor terminó de cenar, se levantó dejando los escasos utensilios usados encima
de la mesa y se acercó a ellos.
-
Alonso, esta nocte dormire
en el cubículum d'invitados, si queréis estar iuntos. Descansad bien, qui
cras est festa – el señor se dio la vuelta.
-
¿Pater, podría fablar con
vos un momentum? – D. Felipe le miró y asintió, padre e hijo se apartaron a un
rincón del pequeño comedor, allí Alonso comenzó a hablarle, Adrián intentaba escuchar,
pero no podía. Veía normal que quisieran intimidad.
Mientras
él se imaginaba lo que estaría haciendo 10 siglos más tarde, le parecía
gracioso, pero de estar en su tiempo se encontraría haciendo los deberes para
el instituto, estudiando o quizá escuchando música. Era una de las cosas que
más echaba de menos, la música y el móvil. Se acordaba de sus escasos amigos,
de sus padres, del ambiente de Madrid, de sus ciudadanos corriendo de un lado
para otro y ahí estaba él, en un lugar alejado de la mano de Dios, perdido en
algún lugar de España, en plena Edad Media y diez siglos antes de su
tiempo real.
No olvidó
pensar en su cita con Ghadeo, tenía que aguantar sin dormirse en la cama hasta que
pudiera salir a hurtadillas sin hacer ruido. Después de lo que le había pasado
la última vez, no se veía capaz de hacerlo, estaba muy cansado, el frío parecía
no salir de su cuerpo y la herida del brazo aún le molestaba a veces.
-
Cras será un gran die,
dormirevos bien – dijo en alto D. Felipe sacando a Adrián de su embobamiento.
-
Igualmente señor – le
contestó con educación.
D.
Felipe, se dio la vuelta y subió las escaleras. Como ya habían cogido costumbre
en la abadía, retiraron los platos y los metieron al hogar, Nila se lo agradeció
y les dijo que se acostaran que luego subiría ella a arroparlos bien.
Los chicos
salieron de la cocina por la puerta que daba al recibidor principal, subieron
la gran escalera y andando por los pasillos. Llegaron a una cortina que cortaba
el paso, la retiraron y entraron en la habitación.
Adrián
le pidió a Alonso que si tenían palancanas o un baño para asearse un poco de la
mugre de las celdas.
Le
acompañó a una sala cercana dónde al rato Gustavo le llevó un cubo de agua casi
hirviendo, que se lo dejó junto a un barreño grande de madera.
Asegurándose
que el mayordomo se había ido, comenzó a desnudarse, primero los pantalones
pinzones, después la camisa blanca y por fin pudo asearse. No era tan cómodo
como en su tiempo, pero la sensación de pulcritud era casi la misma. No pudo
evitar sentir un escalofrío e instantáneamente sus ojos se llenaron de lágrimas.
Había sobrevivido al castigo, ya no estaba en la celda del calabozo. No podía
reprimir los sollozos del alivio que sentía al notar el agua caliente por su
cuerpo. Cogió el jabón como los que hacía su abuela y comenzó a frotarse. Después
con un pequeño cuenco se tiraba agua por encima para aclararse ya que caería dentro
del barreño dónde se encontraba metido. Tras repetirlo varias veces deprisa,
porque tenía frío, se secó con una tela que le había llevado Gustavo. No le gustaba
porque raspaba mucho, nunca más subestimaría los suavizantes y las toallas. Aún
mojado se puso el enorme serón o camisón, que era el pijama, que le había
dejado Alonso y regresó a la habitación esperando que ya se hubiera dormido
para poder escaparse, pero no, allí estaba esperándole por si se perdía al
volver.
Cuando
estuvieron metidos cada uno en su cama llegó Nila con una vela que iluminaba la
oscura habitación. La colocó en la mesilla de noche y se sentó en el regazo de
la cama de Alonso.
-
Entonces el señorito Adrián
riñó con el abad ¿Por qué?- dijo algo preocupada a la vez que con mucho interés.
El d´al- Magerit le miró a la cara e incorporándose un poco le contestó:
-
Porque me encontraba mal
y no me quise comer los guisantes, entonces me castigó a hacer penitencia, sin
comer, sólo a leer las Santas Escrituras. Esa misma noche intenté escaparme,
huir a otro sitio, pero no tuve suerte y me lastimé el brazo – dijo enseñándole
la herida – en mitad de la abadía quise buscar cura para que no se malograra y me
pilló el abad en la herboristería.- Alonso abría los ojos, aún no había podido
contarle su versión – Fadrique creyó que iba a hurtar todo y me encerró-
terminó Adrián explicando todo.
-
Est normal en él,
semper ha conocidosele quomo algo violento, quomo a disgusto de encontrarse aquí.
-
¿A Fadrique de pequeño,
lo trataron bien? – Nila abrió mucho los ojos sorprendida.
-
Non lo sé, aunque
llegué aquí de niña con mea mater para servir al señor Hernán, pater de D.
Felipe, non he salido mucho de la casa, pero quando lo he hecho han puestome al
díe de todo. De pequeño non estaba aquí, vino de fuera, quando llegó era ya un
ioven poco mayor qui vos et fue apartado, pues la gente desconfía de los
forasteros, pero cayó enfermo, trajo una enfermedad mala. Su padre le metió a un
monasterio especial plvs allá de Villa de Gatón, allí consiguió curarse et estudió
para acabar aquí, donde empezó siendo un frater más de la orten. Después fizo
gran amistad con el señor, tras el nacimiento de Alonso volvió a enfermar y desapareció
de nuevo. Hace apenas un anno que ha regresado quitando al abad Pinnolo o Pimolus
y poniéndose él en su lugar.
-
¿Qvomo apartó a
Pimolus?- Preguntó Alonso interesado.
-
Nadie lo sapie señorito,
pero io sé qui ese hombre tuvo un gran cambio, semper ocultase en el edificio,
pero un díe mis ojos vieron a otro hombre salir con él de la abadía, era moreno
y el pelo muy liso, no les vi bien pero después de eso se dice qui falta mucho,
no sé si estará con alguna mujer o anda queriéndose por ahí con ese hombre.- dijo
Nila algo alterada.
-
Non entiendo nada…-
dijo Adrián pensativo con la mirada perdida.
-
Non se preocupe por
ello señorito, ya se encuentra vos aquí.
-
Sí - dijo sonriendo -
Gracias – terminó mientras Nila le revolvía el pelo mojado. "Y como siga aquí
no me iré jamás" añadió para sí. Estaba nervioso tenía que salir pronto
para que Ghadeo no creyera que había faltado.
-
Buenas noctes chicos,
he de ir a atender a mi familia, dormid bien
-
Igualmente Nila – respondieron
los adolescentes al unísono.
La criada
se fue llevándose consigo la vela, por lo que la única iluminación era la luz
de la luna que entraba por una de las ventanas. Adrián sentía su corazón latir
muy rápido, tenía que concentrarse en cualquier cosa para no dormirse en la
cama blandita después de tantos días el frío suelo del calabozo. Por suerte para
él, los resoplidos de Alonso le informaron que no había tardado nada en
dormirse. Debía ponerse en marcha en seguida, no podía perder más tiempo. Con sumo
cuidado abandonó la cama a pesar de las súplicas de su cuerpo. Cogió en una mano
la capa del traje que le dio Limëy, en la otra el calzado. Salió a hurtadillas atravesando
la cortina, sin despertar a Alonso, entonces la oscuridad se encontraba ante
él.
Un rato
después, tras chocarse con un mueble en el dedo pequeño del pie, tirar un
adorno de ladrillo y casi caerse por las escaleras, estaba masajeándose el
golpe antes de ponerse el calzado, sentado en el último escalón, justo en el
vestíbulo. Se acercó a la enorme puerta de madera y un gran cerrojo de hierro
forjado le impedía salir. Debía quitarlo, era muy fácil, como un pestillo, pero
en dimensiones más grandes, lo que le preocupaba era el ruido que podía causar
y debía salir cuanto antes sin formar revuelo. Prefirió un movimiento brusco y seco
antes que hacer varios. Nadie pareció advertir el ruido, antes de averiguarlo
salió corriendo.
Para no
formar un gran estruendo con su carrera, decidió bajar por la ladera de pasto
verde en lugar de por el camino. No seguiría el mismo recorrido que hizo con el
abad, quería atajar siguiendo el riachuelo. Desde un pequeño puente con apenas
altura saltó a la orilla y continuó por ella. El sueño y la debilidad de los
días de atrás le hacían dar más despacio las zancadas.
Al
final llegó a la playa de arena de la laguna, en ese momento se maravilló de
nuevo, toda el agua era un espejo enorme del firmamento. Subió deprisa la
cuesta de la abadía, y a medio camino por si se trataba de una trampa, se internó
entre los árboles de la linde del camino para terminar el trayecto.
Llegó al
gran tejo que había frente a la verja, allí no había nadie. Quizá había llegado
pronto o tal vez tarde y ya se había marchado. Decidió esperar a ver si
aparecía Ghadeo.
El cansancio
se apoderaba de sus párpados y tan sólo los sonidos del bosque le acompañaban.
Se despabilaba cada vez que la adrenalina se disparaba al creer que era una trampa,
pero el sueño le podía. Hacía frío allí parado, a su nariz llegaba el olor a
madera quemada de las chimeneas de la abadía.
Le
temblaban las piernas, no sabía si de los nervios, de frío, de cansancio, no
podía seguir parado. Comenzó a moverse en dirección a la cabaña. No estaba muy
lejos, llegaría y con algo de suerte podría dormir en su cama de Madrid. Aún
medio dormido aguantaba para enfrentarse a él y decirle que le devolviera a casa,
que él no había elegido nada de eso. ¿Y si le golpeaba o le hería para poderle
llevar ante su señor? Tal y como se encontraba casi le daba igual lo que pasara
con tal de volver a casa.
Escuchó
voces y se camufló entre los robles y los helechos. Anduvo un poco más y al girar
una gran roca que le quitaba la visión se despertó de golpe. Las llamas estaban
devorando la cabaña de Ghadeo. Dos hombres estaban de pie, frente a la cabaña,
vestían capas negras con capucha y no les podía reconocer. ¿Y Ghadeo? ¿Dónde
estaba? ¿Le habrían prendido fuego con él dentro o él era uno de ellos? Estaba
furioso ¿Por qué quedaba con él y no aparecía? ¿Era una trampa?¿ Qué había sucedido?
Avanzó
sin hacer ruido a una posición más cercana, pero la noche y la oscuridad de la
capucha no le dejaba ver los rostros. Entre ambos cogieron un arca grande y la
empezaron a llevar por el sendero. ¿Iria dentro Ghadeo? ¿Irian a la sala secreta
de la abadía?¿Dentro estaba lo necesario para abrir un portal a Thirenae?... Algo
debía hacer, no podía esperar más a encontrar al vasallo. ¿Y si en vez de uno, eran
esos dos?
No
podía quedarse quieto pensando, por muy nervioso que estuviera, el cansancio de
todos los días en la celda le abatía. Quería seguirles y descubrir si de verdad
iban a la abadía o había otro escondite.
Se
acercó poco a poco hasta más cerca. Quería averiguar donde llevaban el arca.
Continuó escuchando sus pequeños bufidos y quejas por el peso de la carga ¿Por
qué había quemado la cabaña? Un perro hasta ese momento oculto para Adrián,
salió del otro lado del camino, hizo perder el paso a los hombres y cayó el
arca. El perro se acercó ladrando a Adrián.
-
¡Illic! ¡Illic!- escuchó
gritar a uno de ellos. Tenía que correr y escapar de allí, no podían cogerle, no
sabía lo que habían hecho con Ghadeo. Comenzó a correr través de los árboles, a
pesar del cansancio, se movía rápido. Debía despistarles.
Tras
correr entre el bosque, caer rodando en algún tropiezo con unas raíces y andar agazapado
escondiéndose entre los helechos, al final pudo deshacerse del perro y del
hombre cruzando el río. Habían estado cerca pero no le habían cogido de
milagro.
Deshizo
lo andado, sin mirar atrás, y volvió a subir la cuesta de nuevo por los pastos
hasta el caserío. Había terminado agotado por completo en la carrera y las magulladuras
y roces le pasaban factura. Le molestaba el brazo y notaba el pulso acelerado en
sus sienes. El corazón parecía que iba a salirse del pecho. Al margen de las millones
de preguntas, que a cada segundo se le ocurrían acerca de Ghadeo, y de su
situación, sólo una le preocupaba más que las demás ¿Conseguiría llegar bien hasta
la habitación?
A
hurtadillas pasó el portillo, subió la pequeña escalera del porche y empujó con
suavidad la puerta, pero estaba cerrada. No podía ser, él la había dejado abierta
para poder pasar si acaso Ghadeo no podía devolverle a Madrid. ¿Quién se había
levantado a esas horas?¿Acaso alguno de los encapuchados era D. Felipe o tal
vez Gustavo? siempre con esa sonrisa falsa... ¡No!, ¡Basta!, debía parar. No
podía especular más, se iba a caer de sueño. Comenzó a rodear el caserío, pensó
que tal vez la zona del servicio no estuviera tan protegida y la cocina era el
único punto de unión de ambas zonas. Por suerte, la puerta a la que llamaron
Leonor y él el primer día tenía un cerrojo por fuera que se podía abrir. Abrió
la puerta, bajó a tientas a la cocina y desde allí subió a la zona noble. Se
quitó el calzado y regresó lo más silencioso que pudo a la habitación. Se metió
en la cama conteniendo la respiración, cuando expiró escuchó:
-
¿Ubi est qui estabas?
- Adrián se asustó mucho, Alonso le había escuchado.
-
He ido al aseo- mintió
asustado.
-
Ob otra ocasión,
tenéis un orinal bajo la cama - dijo Alonso adormilado, al instante volvió a resoplar.
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