XII. SANCTI MARTINNI DE MONTIBUS

Un pequeño grupo de casas salpicaba el fondo de la hondonada. Paredes de piedra, adobe y madera, tejados de paja o incluso algunas de pizarra resultaban divertidas, pintorescas para Adrián. Iba atravesando el recorrido empedrado y serpenteante que tenía el camino, cruzando en alguna ocasión el arroyo que serpenteaba por la ladera cruzando a su antojo La Silva. Algunos aldeanos paseaban por las calles de un lado para otro, otros llevaban a sus casas la cosecha que habían recogido.

Salieron del pueblo adentrándose en una senda silvestre, Adrián iba siguiendo al abad, al mismo tiempo que analizaba el nuevo giro que le había acontecido a su vida. En ese momento se dirigía a una abadía perdida en algún lugar del Reyno de León y se tenía que ocupar de encontrar a aquel que le había transportado. No podía evitar acordarse de Thiago y el mapa que había contemplado antes de ser capturados por los sarracenos. ¿Sería él el vasallo?

 Al lado del camino seguía su curso el arroyo para terminar en la laguna de cristal como la llamaban los aldeanos. Fadrique iba a su lado, tarareando una canción en latín y él para romper la tensión decidió preguntarle:

-          Señor ¿qué es exactamente lo que debo facer en la abadía? – el monje le miró y respondió firme
-          Aprenderás a scribir, recitar y quizá a facer alguna labor más necesaria. Siempre y cum, vengáis de veritas d’ una familia nobili, si non os quedaríais limpiando o sirviendo a los demás, claro est.
-          Sin problema- Adrián se quedó pensativo. En aquella época la gente de alta alcurnia no se podía mezclar con los de estamentos sociales más bajos. ¿De verdad era tan acusado?
-          ¿Es difícil aprender? – dijo dando por hecho que provenía de buena cuna.
-          Non os preocupéis, non es muy complicado, io aprendí rápido, mi pater me metió desde iovenis al clero, sed al filius de D. Felipe no hay quien le saque provecho para nada, está todo el diu pensando en pasiones obscenas con las muchachas o delirios de ese ámbito. – al escucharle Adrián tuvo que reprimir una carcajada.
-          Ya comprendo - comentó rápido para salir del apuro.
-          Su pater dijome qui con el tempo se le iría, sed el ioven sigue igual. Studiaréis juntos las sciencias. –dijo Fadrique.
-          Me parece estupendo. – Adrián sonreía, pero no soportaba tener que seguirle la corriente y aceptar las instrucciones de nadie cuando solo quería regresar a casa, aunque comprendía que estaba en otra época y para resolver su problema, sería mejor obedecer y darle tiempo al tiempo.

Recordando sus clases de historia, en la Edad Medía el poder lo poseían los nobles y el clero. Los campesinos servían al señor a cambio de cobijo y sustento, en sus tierras, en los feudos, cosa que parecía La Silva. Sin castillo, pero con señor y tierras fértiles.

Llegaron a una curva del camino desde la que se veía la abadía, no era grandiosa, pero poseía encanto. Encima de una pequeña colina lucía con piedra y tejado de teja o ladrillo, solo se veía la torre de la iglesia y la pequeña cúpula de bóveda de cañón. La torre que se veía era prismática, los arcos lucían señoriales y los altos árboles que lo rodeaban le daban un aspecto muy impetuoso. Su exterior era de piedra clara, poseía ventanas rematadas en hermosos arcos.

 Cuando llegaron a la puerta, notó que estaba en construcción todavía, en concreto el pórtico de entrada. En él se encontraban unos escultores dando forma a la piedra del tímpano y del parteluz. Fadrique les saludó y los chicos le respondieron con un sonoro “Buen día” que después les dijo nuevamente Adrián.

Traspasaron el pórtico de entrada y una oscuridad se cernió sobre ellos, la única luz existente era la de las velas encendidas. El abad le sonrió al ver la cara de estupefacción:

-          Se bien venido a l’ abadía de Saint Martinni; estáis entrando por la porta principal, por la cual solo entra el clero et sus alumnus- Adrián le sonrió y asintiendo con la cabeza, le confió a Fadrique la opción de seguir hablando.
-          Nunc iremos por la pasarela, podréis ver el valle – dijo el abad andando. Adrián observó como los muros de adobe y piedra terminaban para dar paso a hermosos arcos, entre los cuales había grabados.

A través de ellos vio la aldea iluminada por el sol y como el riachuelo llegaba serpenteante desde la hondonada, todo se veía excesivamente verde. El arroyo llegaba hasta la abadía consiguiendo meterse por una rendija que conducía al interior del edificio.

-          Es muy bonito.  – dijo Adrián tras contemplar el paisaje. El abad le miró y continuó andando.
-          L’ abadía non est finita, continua en construcción, como fabréis podido admirar en el retablo.
-          Si, ya he visto los albañiles…. – Adrián al ver la cara extraña del abad, se dio cuenta de lo que había dicho y rectificó rápidamente – me refería a los escultores. – añadió con una sonrisa forzada mientras pensaba que debía cuidar el vocabulario.
-          Ya me lo fabía supuesto, no os preocupéis, est normal en un viajero como vos.-  el abad había comenzado a andar y Adrián le seguía mientras pensaba en las palabras de Fadrique ¿A qué se había referido con viajero?

 El abad se puso la capucha mientras caminaba en extremo silencio, Adrián cuidaba sus pasos para no hacer ningún ruido, pero el eco de sus pisadas no lo podía evitar. Llegaron a una sala rectangular en la que había una chimenea, una mesa de madera y varios taburetes a sus lados.

Al fondo incrustada, se metía hacia la pared, una escalera que ascendía hasta un pequeño balcón en el que había un atril con un gran libro. El borde de las páginas era dorado y las tapas de cuero. Sin ninguna duda Adrián le reconoció, debía ser la Biblia de esa época, contaría algunas cosas más que en la modernidad no, debido a los concilios que había habido después del 999 donde se habían suprimido cosas.

-          Ecce comemos en absoluto silentium, mientras un devoto qui face penitentia se queda sin comer per recitate las Santas Scrituras. – explicó el abad ceremonioso.
-          ¿y si se acaba La Biblia? – espetó. Fadrique le miró de mala manera por el nombre utilizado para el libro sagrado.
-          Cuando las Sancti Scripturas finite, el monje sale de sua penitentia et podrá dejar paso a otro qui quiera recitate.- dijo furioso el abad.

Adrián asintió y mientras observaba el comedor, notó como la presencia del abad se iba en silencio, por lo que tuvo que andar más rápido para alcanzarle.

A mitad del corredor los muros de piedra dejaron paso, nuevamente a estructurados y muy artísticos arcos, entre los cuales había pequeñas columnas en las que había grabadas algunas imágenes sagradas. Los arcos dejaban ver un patio pequeño en el que había una plantación de hortalizas. Cerca había un pequeño pilón que poseía varios caños de los que manaba agua fresca.

-          Ecce, se realizan las labores de cultivo, esta zona de fortalizas est de Fray Pimolus, el monje más scienstificus de l’ abadía. Aquella de illic, la de las coles et los pepinos, est la del alumnado o en caso de no faber, la tarea de Frater Paulos. – Fadrique siguió su camino dejando atrás el patio del cultivo y con Adrián detrás suyo, llegó a una parte del corredor en el que se dividía en dos, izquierda, lado por donde había un largo corredor iluminado por los arcos del patio que le correspondían o derecha, pequeño pasillo que terminaba en una gran puerta de madera.
-          ¿Qué hay por illic señor?- se interesó Adrián intentando adaptar su lenguaje.
-          Est la entrada a la iglesia, sed los alumnus tenéis interdictus pasar sin la vigilancia d’ un superior. – le dijo algo irascible. No entendía por qué el abad parecía irritado por su presencia, si había sido él el que se había ofrecido para acogerle.

El abad torció para el lado izquierdo, llegaron a un pasillo lleno de esculturas de santas formas, que finalizaba en una puerta de forja enorme.

Detrás de la verja el aire era algo más templado. Caminaron hasta llegar a una puerta de madera, tras cruzarla, notaron el calor de la chimenea que estaba encendida. Estaban, en lo que equivaldría a una biblioteca en el siglo XXI. Fadrique le dijo:

-          Estáis en el scriptorium, será su lugar de trabajo mientras estéis hic, os tocará apographi algún libri de la palabra del Señor. Primo os presentaré a vuestro socius. - El abad caminó hasta el fondo de la sala, donde varios monjes estaban copiando. Un muchacho estaba escribiendo o hacía que escribía, era el hijo de D. Felipe.

Su pelo era castaño oscuro, lo llevaba por encima de los hombros y los ojos los tenía azules, sus vestimentas eran iguales a las de los demás monjes.

-          Alonso, os voy a presentar a vuestro novo socius, podéis faceros conocidos, est de buena familia – le dijo el abad.

El muchacho se dio la vuelta con una sonrisa y se presentó:

-          ¡Salve! ¿Qvomodo vais? soi Alonso de Tremor, filius del señor del feudo como ya fabrán dichote.
-          ¡Salve! – saludó recordando a los gladiadores y evitando sonreír continuó - soy Adrián d´al- Magerit. – terminó Adrián con la misma altanería, al menos intentándolo.

El abad se fue andando hacia la salida y antes de salir dijo:

-          Alonso mostradle ubi va a dormire. Se acostará en tuum cubiculum. – Después desapareció por la puerta de entrada.
-          Non creo qui os importe dormire con me ¿veritas?- preguntó Alonso - Adrián se quedó mirándole.
-          Non, en absoluto, si no roncáis mucho, no tendré ningún problema. – pensando que mejor aquello a dormir de nuevo en el suelo de un huerto o en un carromato. Alonso le sonrió, se dio la vuelta y habló a un monje:
-          Frater Pimolus, ¿podría ir a enseñarle meillor l’ abadía al nuevo alumnus? – dijo con cara muy inocente.

El monje se giró y con un rictus firme, serio, con ojos verdes, pelo moreno y unas orejas grandes, le contestó:

-          Si, non problema, pero non fagáis demasiado ruido.
-          Muchas gracias señor. – dijo el noble.

Se sentía incómodo por caminar con alguien de su edad, pero de diez siglos antes. Alonso andaba un tanto rápido, pero bajó el ritmo al ver que Adrián no le seguía:

-          Quot annos habes? – pregunto el hijo del señor
-          El die de la feria cumpliré sedecim annos ¿y vos? – preguntó Adrián usando un lenguaje más sofisticado, le costaba adaptarse.
-          Yo los cumplí el praeterito mense, el vicesimumsecundo die. Estoy deseando qui llegue ya ese Saturnii die.
-          ¿Por qué?- preguntó Adrián sorprendido.  
-          Qui’ est la feria et vendrá mi compañera. Todos los annos nos vemos a escondidas – dijo Alonso de forma pícara. Adrián suspiró, recordando lo que el Abad le había dicho por el camino.
-          ¿Et cómo es? ¿Cuál est su nomen?- se interesó Adrián. Alonso le sonrió.
-          Tiene los capillus morenos sicut el ébano, sus óculos de color miel sunt,  y  sus labios puro carmesí.- dijo casi ensoñado
-          ¿Cuándo os conocisteis?
-          La conocí quattro annos abhinc, pero este, le voi a pedir qui se despose con me- dijo Alonso orgulloso.- bueno, mi pater se lo ofrecerá al suio.
-          ¿Casarte? ¿si solo tienes dieciséis annos?- dijo Adrián asustado provocando que Alonso le mirase mal.
-          ¿Con quot queréis qui me despose? Ya es hora. Non sé por vestras terras, sed hic est tradición desposarse a la mayoría de edad, eso est en les homos sobre los duodecim annos et las féminas en quot fértiles sunt. – dijo enervado por la reacción de su nuevo compañero.
-          Est cierto, no lo recordaba. – Adrián sintió vergüenza y preguntó
-          ¿Qué dice vuestro pater acerca de qui sea filla de feriante?

-          Al principio, non quería qui me desposase, sed quomo ya non queda ninguna familia rica en l’ aldea et quomo el abuelo de Blanca era servidor d’ antiguo rei, pues al final ha aceptado. El motivo de qui me despose tan tarde est qui mi pater non ha tenido preparado o non ha querido, ad este anno, el botín qui ofrecerle al pater d’ Blanca ob qui acepte desposarse con me. Me’ anterior prometida mortuus ahogada en la laguna de cristal. Nos estábamos bañando, quod al precipitarse ab una rupes se le atascó un pie en una petra et non consiguió salir, intenté socorrerla, sed non pude. – Adrián, se sintió apenado, no había escuchado una desgracia desde que había llegado aquella mañana, eso le hizo recordar los violentos sucesos que cada día se escuchaban en su época.

Llegaron a un jardín amplio con una pequeña explanada de hierba. En el centro, había un pozo de piedra, a un lado el riachuelo que salía desde la pared de la abadía y a la sombra de varios árboles había un banco de piedra donde se sentaron.

-          Lo siento mucho Alonso, quod triste debió ser para vos la pérdida.- dijo Adrián infundiéndole consuelo.
-          Sí, fue muy duro, se ya ha passat tempo, gustóme Blanca et creo qui est la muiller de mi vita.  Contadme vos ¿Qvodmodo non estáis desposado? – dijo Alonso cambiando de tema. - ¿O sí que lo estáis?

En ese momento se sintió tentado a contar la verdad, no le gustaba mentir pero no podía. De nuevo tenía que inventarse algo sobre la marcha.

-          Residía con mis padres y mis abuelos, pero mi pater falleció por una enfermedad que le pegaron en una batalla. Mi abuelo se hizo cargo de mi abuela y de mi mater y a mí, me mandó a buscar una vida mejor.  He pasado por tierras moras, pueblos judíos e incluso aldeas francas, pero por ninguna tierra que he pasado me han ofrecido tanta caridad como vuestro pater. El señor D. Felipe es muy noble dejándome hospedarme en sus tierras. – contó sacando de sí toda la melancolía y actuando con algo de pena. Alonso abría los ojos mientras Adrián le contaba, pero al oír lo de su padre sonrió orgulloso, aunque quiso señalar.
-          No os creáis qui meo pater est tan noble, lo único qui por nostras venas corre la misma sanguis qui la del rei de León. – Adrián se vio obligado a preguntar
-          ¿Qvod decís eso de vuestro pater? ¿Acaso actúa malvadamente?- Alonso suspiró y contestó.
-          Non lo sé, non est casualidad qui io esté ecce studiando, varias veces los escuché fablar a él y al abad, nunquam pregunté acerca de lo qui oía, sed un die Fadrique escuchóme detrás de la porta et al descubrirme dijole a mi pater qui necesitaba educación et destreza. Ese abad de poca monta sólo manipula a la gente ab facer lo qui él quiere. Desde qui arribó ha transformado a todo el mundo. – dijo Alonso asqueado.

Estaban sentados escuchando el sonido del agua correr, cuando en las escaleras que daban al jardín apareció un fraile, que comenzó a gritar:

-          Señores, que facen ibi, ¿finite ya sus tareas?- Alonso se empezó a reír y Adrián miró al fraile un tanto asustado porque era Fray Pimolus.
-          Non se burle de mea persona, señorito, me da igual qui vestro pater sea el señor de estas terras. –  dijo cabreado; Alonso paró de reírse.
-          Fray Pimolus, fue vos quien nos dio permiso ab enseñarle l’ abadía a mi socius. – El monje empezó a pensar:
-          Bueno, de acuerdo, sed ¿vos non creéis que ya tuvieron tempo de verlo? - dijo aún con tono de enfado.
-          Señor, solo vimos el vergel, nos queda ver el cubiculum et los aseos- le contestó Alonso.
-          Pues dense prisa, pronto sonará la campana ab ir a comer, por la tarde le podréis enseñar la laguna si deseáis- dijo el fraile.
-          Está bien, ya nos dirigimos al cubiculum – concluyó el noble.

El fraile se dio la vuelta y refunfuñando desapareció de la vista de los muchachos.

Adrián se dispuso a seguir a Alonso, fueron hablando de las costumbres de cada uno de los frailes. Algunos tenían manías muy graciosas, pero eran cosas que en su tiempo no se podían tener porque las nuevas tecnologías no lo permitirían.
A través de los oscuros pasillos llegaron ante una gran puerta de madera, Alonso la abrió y entraron a una habitación. Solo un pequeño cuadrado con cristal dejaba pasar la luz. Era una habitación oscura pero amplia, las camas eran algo más pequeñas que las de su época y seguramente no tan cómodas.

En una esquina había una silla con respaldo, en la que Alonso tenía colgadas varias capas de color negro.

-          Tampoco son pequeñas las camas – dijo Adrián fingiendo.  
-          Nunc te enseñaré los aseos, amplios sunt, sed el aqua sale gelada, aconsejote asearte a última hora de la tarde, el aqua del riachuelo est más calidus a esa hora.- dijo Alonso con una sonrisa.

Solamente anduvieron medio pasillo cuando entre los muros de la abadía retumbó el sonido de la campana, Alonso se llevó una mano a la cabeza.

-          Debemos darnos prisa, est la hora de comer, ¿Ha explicadote el abad las normas non? – preguntó el de Tremor nervioso.
-          Si, Fadrique me explicó todo.
-          Debéis tener cuidado, entre los demás est el supremus, el abad, nunquam podéis decir su nomen, est gran falta de respeto. – le aconsejó.
-          Gracias. – dijo el chico con una gran sonrisa. Alonso comenzó a correr y Adrián le siguió. Fueron por los corredores hasta llegar al comedor.


 Los frailes ya estaban sentados en pleno silencio, entraron ellos intentando no romperle y en un lateral de la mesa se acoplaron.




                                                                                                                       SIGUIENTE CAPITULO

No hay comentarios:

Publicar un comentario