XIII. EL CASTIGO DEL ABAD

La voz de Fray Paulos rompía el silencio de la sala. Era un hombre de ojos marrones, orejas pequeñas y voz gangosa, leía la Biblia en latín y todos los demás estaban comiendo. Adrián miró la líquida sopa y ésta le devolvía su reflejo. Tenía mucha hambre, hacía bastante que no comía en condiciones; mientras bebía del cuenco por carecer de cubiertos, su escaso plato aguado con sabor a hierbabuena, no pudo evitar sumirse en sus pensamientos.  Nadie en su época se iba a creer lo que le había sucedido; entonces le sucumbió la pregunta ¿volvería algún día? ¿Sobreviviría hasta encontrar al vasallo del mal? Y si fuera posible ¿Cómo le encontraría? Creía que Thiago sabría crear un portal ¿volvería a por él? ¿Y si no tenía nada que ver con Thirenae y trabajaba sin saberlo para el verdadero vasallo de Hördtein?

Cuando todos acabaron de comer, el abad dijo:

-          Alumnus, recoged la mesa, tienen la tarde libre ob conocer los alrededores – Adrián asintió, Alonso comenzó a recoger. Llevaron los utensilios a la cocina y allí los dejaron metidos en un barreño de madera con agua.

Tras coger las capas del dormitorio, fueron al jardín para atravesar una puerta de forja que llevaba a extramuros de la pequeña abadía. Observó cómo el noble iba con la cabeza gacha.

-          ¿Os encontráis bien? – Alonso levantó la cabeza.
-          Non os preocupéis por me, malos recuerdos sunt qui arriban y van, nunquam se finite de ir, sicut una eterna pesadilla sunt.
-          Si vos queréis podéis contar con me- le dijo Adrián intentando animarle.
-          Muchas Gracias, os tomo la palabra – contestó el noble.

Un poco más adelante, tras una gran cuesta repleta de árboles, se encontraba la orilla de la laguna.

La exuberante vegetación cesaba de golpe, dejando arena en torno al agua, dándole la belleza de toda una playa oculta en plena montaña. El cielo con nubes de tono grisáceo se reflejaba, no se veía el agua, al mirarla contemplaba el cielo.

Justo donde la orilla hacía una curva y se ocultaba detrás de una gran piedra, había un gran árbol.

Para Adrián solo le bastó mirar la dirección de los ojos azules de Alonso, para saber que fue desde aquel lugar donde su amiga tomó su última bocanada de aire.
Fueron andando a la roca y se sentaron. Alonso estaba ausente, hasta que con un hilo de voz comenzó a hablar:

-          Eustaquia…. Eustaquia se llamaba, solo estábamos jugando, igual qui todos los die, tan solo nos precipitamos ab esta rupes, primo me tiré io, et después ella, io me salí para volverme a lanzar, quando observé que ella non salía, pensé qui ya había salido y fabía escondidose, sed non, al momentum vi. Su silueta flotando ahogada. – Adrián le escuchaba ensimismado - las niñas, non suelen bañarse et menos tirarse desde hic, ad un díe qui conseguí convencerle, ahogóse. – Adrián se quedó apenado, no sabía cómo actuar, ni qué decirle.
-          Non os preocupéis, ya veréis como con Blanca os va mucho mejor.- intentó animarle. No le gustaba decir esas cosas, si luego no salía bien se sentiría culpable por haberle dado falsas esperanzas.
-          Gracias, non sé cur os lo he contado. Aportáis confianza - dijo Alonso avergonzado.
-          No hay por qué darlas.- añadió Adrián sonriendo. - ¡Venga anímaos! ¿Qué facemos ahora?
-          ¿Os apetece conocer a Ghadeo?- dijo Alonso.
-          ¿Quién es ese?- le dijo asustado, podría ser el que le había transportado.
-          Est un homo muy amable, sed apenas sale de su cabaña. Está un poco más adelante - al escuchar la descripción le entro más temor, quizá debía pensarse si ir o huir de allí ahora que no estaba en la abadía, pero ¿a dónde iría?
-          ¿Y por qué no sale?- dijo Adrián intentando tranquilizarse.
-          La gente dice qui est un loco, el abad le encerró en el calabozo de l' abadia durante varios annos por herejía a la Sancti Religión. Io arribo a verle quando puedo- Adrián estaba anonadado y no sabía si confiar, pero la curiosidad le atormentaba y contestó:
-          Bueno, si queréis hacerle una visita, no es molestia acompañaros.- Alonso le sonrió y puso rumbo a la cabaña. Siguieron la orilla hasta el cauce de otro arroyo y ascendieron la ladera por un camino salvaje y empinado. Adrián frenó en seco.
-          ¿Qvi os sucede? – le preguntó Alonso, pero no podía responderle. Delante de él, entre mucha vegetación en el centro de la explanada se encontraban unos dólmenes que juraría haberlos visto unos días antes pero diez siglos después.
-          Estáis blanco ¿Est qui queréis volver? – Exactamente lo que quería era volver a la cueva, a su época y olvidar todo.
-          Sí, estoy bien – consiguió balbucear sin quitar la vista de las rocas. - ¿Hay alguna cova por aquí?- le preguntó con celeridad
-          Sí, una pequeña grieta en la montaña, pero est obscuro et peligroso, non est una bona idea el entrar.
-          Creo qui est donde me dirigía cuando desfallecí en el bosque.
-          ¿A una grota?¡Qui gente más rara sois vos! – Alonso se interpuso entre Adrián y los dólmenes.
-          ¡Vamos, avance! Debemos darnos brío si queremos visitar a Ghadeo et a tiempo volver a l’abadía. – Adrián continuó andando sin poder evitar girar la cabeza para contemplar de nuevo las grandes rocas. ¿Sería posible que fuese la misma cueva? ¿Podría volver a casa?

Un poco más adelante, llegaron a la cabaña. Estaba entre helechos y hecha de piedra, el tejado de paja resistía por sus ataduras a las vigas de madera. Llamaron a la puerta y esperaron. Unos pasos débiles se oían acercarse. Un hombre con el pelo canoso y los ojos verdes les abrió la puerta, vestía con harapos y algunas pieles. Al ver a Alonso sonrió, pero la cara le cambió al ver a Adrián, Alonso decidió cortar la tensión presentando a su nuevo compañero.

-          ¡Salve Ghadeo! ¿Qvomodo vais?
-          Muy bien, gracias - dijo el hombre sin dejar de mirar al nuevo alumnus.
-          Este es Adrián est mi novo socius, est forastero - continuó Alonso.
-          Ya veo ¿vienes de muy lejos? – añadió Ghadeo mientras Adrián le interrogaba con la mirada. No entendía las facciones del hombre ¿Alegría?¿Desconcierto?
-          No lo recuerdo, me perdí en el bosque.
-          Non est del todo verídico acabáis de decirme qui veníais a la cova. – dijo Alonso.
-          ¿Ah si? – improvisó Adrián mintiendo descaradamente. No podía permitir que Alonso arruinara su huída antes de saber si era o no el mismo lugar.
-          Si que estáis mal, acabáis de decírmelo ¿Non recordáislo?
-          Non de verdad. – dijo abriendo los ojos con mirada perdida en dirección al noble.

Las tablas de madera del suelo crujían cuando andaban hacia unos asientos que había frente a la chimenea. Encima de ella, había un grabado de una estrella de cinco puntas, con un lema casi inteligible.

-          El abad me mandó enseñarle los alrededores et quomo mucho abhinc qui no veíale, pues he decidido traerle, espero qui non le importe - dijo Alonso disculpándose con el hombre. Ghadeo continuaba mirándole de arriba abajo.
-          Non, en absoluto, non me importa. Veo qui el abad continua faciendo de las suyas, nunquam quiso facerme caso – Adrián veía una gran pena en los ojos de ese hombre.
-          Si no es atrevimiento, ¿Qué es lo que hace Fadrique? – el hombre le traspasó con la mirada, pero contestó al noble:
-          Non… non est atrevimiento muchacho, sed non gustanme las compañías qui tiene, todo su linaje hemos jurado fidelidad al poder de la existencia, sin embargo est muy manipulable.- dijo Ghadeo.
-          Espero qui algún díe le escuche, así os encontraréis de mejor grado – dijo Alonso
-          Cuéntame Adrián, ¿Quando has recibido la noticia? ¿Quando partiste de casa? – Alonso le miraba y el joven clavó los ojos en el hombre.
-          ¿Qué noticia?- dijo algo asustado, no esperaba preguntas directas.
-          La nueva de Izöly- dijo rápido.

Ghadeo le miró y guiñándole un ojo Adrián comprendió que Ghadeo sabía de su viaje en el tiempo, lo cual le asustó muchísimo. No estaba preparado para enfrentarse si era el vasallo del hombre que le había transportado.

-          ¿Qué tal está mi reina? La has tenido que ver hace poco... - Adrián seguía estupefacto, con ganas de escapar de allí pero el pánico le había paralizado.
-          ¿Est qui vos venís del reino de Ghadeo?- preguntó Alonso - Quia él también arribó del sur- aportó contento el noble. Adrián creía entender que se refería a Limëy, pero ¿cómo iba a saber un aldeano de su existencia? ¿Sería su cómplice?¿Por qué donde iba siempre había alguien de Thirenae?
-          La vi hace poco, me presentó a su consejero y me advirtió sobre ciertas personas, que debo encontrar. Anda muy liada – Contestó nervioso en su castellano más moderno por los nervios, confió a que al igual que con Maslama ellos le escucharan bien. Ghadeo miró a Alonso y se rió.
-          Me alegro y ¿No te comentó nada sobre las señoras de Ghäestombry? ¿Y sobre unas runas? 
-          No, sobre eso no me comentó nada, no tuve tiempo, partí de inmediato – el anciano le miró sorprendido y se levantó, fue a buscar algo a un baúl mientras que los dos chicos se quedaron hablando.
-          ¡Qvod coincidencia! ¿veritas?- le dijo Alonso sonriendo ajeno a todo lo que bullía en la cabeza de Adrián.
-          Si, demasiada. 

De repente, en todo el bosque retumbó la campana de la abadía, aún no se había hecho de noche:

-          ¿Porqué replican? – preguntó Adrián, Alonso sonrió;
-          Quia est la hora d' eucaristía et después será la hora de cenar
-          ¿Tenemos que ir ahora al oficio?- preguntó Adrián.
-          Non, nosotros lo tenemos interdicte por el abad, no podemos entrar en la iglesia sin su autorización. – le dijo Alonso.

Ghadeo volvió con una bolsa pequeña de cuero en la mano, se despidió de Alonso que salió de la cabaña. Al despedirse de Adrián le dijo solo a él:

-          Se que llegarás muy lejos muchacho, no te dejes arrastrar por nada, se fuerte y cuando veas a mi reina, entrégale esto, ella sabrá que hacer con ello, iba a entregárselo yo, pero no puedo salir de aquí.
-          Pero...
-          No hay tiempo ahora...ven a verme otro día - el anciano le abrazó y susurrándole le dijo:
-          Tienes mi ánimo, ayuda a mi hijo, ayuda a Thirenae - Adrián no pudo evitar estremecerse y notar como el hombre se limpiaba unas lágrimas. El chico, se quedó embobado, se despidió como pudo del anciano y al salir de la cabaña pusieron rumbo a la abadía.

 Alonso le iba contando alguna historia de la aldea e incluso de su padre, eran anécdotas graciosas que hacían que el tiempo pasara más rápido. Pero su mente estaba en las palabras de Ghadeo y por su petición de ayuda para su hijo, pero ¿Quién era su hijo? ¿Acaso Thiago era su hijo? ¿Estaba vivo o le habían matado los sarracenos? ¿Qué había en el paquete para Limëy?¿Por qué no podía salir? No podía confiarse, quizá la cita de la próxima vez que se vieran era una trampa para ganarse su confianza y después atacarle o impedirle regresar a casa. Debía acceder sin pensarlo a la cueva en la primera oportunidad que tuviera y si realmente era como sentía, que era el mismo lugar intentaría ir a casa.

Atravesaban el patio cuando el Sol se estaba escondiendo, por los pasillos ya comenzaba a hacer frío. Se acercaron al comedor y cuando iban a entrar salía Fray Pimolus que iba a tocar la campana. Adrián tenía hambre después de los días que llevaba en la Edad Medía, esperaba que hubiese algo rico para cenar, si no, no sabría qué hacer.

Entraron en absoluto silencio, allí hacía calor por la chimenea. Para su desgracia tenían un mendrugo de pan, puré de verdura y guisantes. Para Adrián no era un menú muy apetitoso, probó un poco y notó como su estómago se quejaba, no podía comerlo o vomitaría, necesitaba algo rico en proteínas, carne. Intentó comerlo, pero el hambre no era suficiente aún para terminarse los platos. Los nervios sobre Ghadeo y los dólmenes tampoco le ayudaban. Decidió guardar silencio y esperar a que los demás terminaran de cenar.

 Una vez acabó el abad, se levantó, Fray Paulos paró de leer y todos dejaron de comer. Fadrique se fijó en su plato y le dijo:

-          ¿Vos no queríais la cena?- arrastró con desprecio las palabras mientras todos miraban la escena, pero Adrián algo malhumorado por su actitud, le dijo:
-          No he comido, porque me encuentro mal desde que llegué señor.
-          Ecce non se face la comida ob tirarla, est un pecado mortal repudiar el panem qui nos manda el Señor. Quomo castigo vendréis nunc a mea stancia sin rechistar et además estaréis recitatem las Sancti Scripturas en las comidas, et me da igual qui no sepáis recitate, así aprendéis.- dijo con rabia
-          Pero señor yo…- intentó decir Adrián
-          Sin rechistar he dit – concluyó soberbiamente el abad.

Adrián aguantó la ira que le produjo el que le impidiera explicarse.

Todos salieron detrás del Abad dejando allí a los dos adolescentes, Alonso se acercó a él y dándole unos golpecillos en la espalda le dijo:

-          Non os preocupéis, se le pasará. Io comprendo qui non os lo fayáis comido, a mí lo fizome el primo díe.- dijo con una sonrisa.
-          No me preocupa nada, no me asusta leer, simplemente no le soporto – Alonso se quedó algo pensativo; Adrián se levantó para llevar los cacharros a la cocina y dejarlos de nuevo en el barreño de madera.

-          Cuando los dos salieron del comedor, allí les estaba esperando Fadrique:

-          ¡Vamos! ¿A Qvod esperabais?
-          Le decía a Alonso que por qué no me acompañaba él también a su cámara para luego no perderme al volver a la habitación- mintió Adrián recibiendo una mirada de asombro del mismo.
-          Qui venga si le place sed ha de esperar fuera. He de fablar con vos en cónclave.
-          Sin problema señor – dijo Alonso.
-          Le siguieron por los pasillos de la abadía hasta dar con un corredor apenas iluminado, en cuya pared, ocultas con un gran cortinaje oscuro, camuflado en la penumbra, estaba la entrada a unas escaleras.

Subieron y dieron a parar a una galería que tenía el piso superior, desde la que se veía un patio, por un lado y la oscuridad de la noche que se había tragado a la aldea por el otro. Todo, a través de los grandes arcos labrándose todavía. El abad, antorcha en mano, se dirigió a un extremo de la pasarela hasta llegar a una puerta de roble con una gran cruz tallada en ella.

A un lateral, en la pared cercana se conseguía vislumbrar un banco de madera, donde mandó Fadrique sentarse a Alonso mientras entraba con Adrián en su cámara.
  
-          ¡Siéntate muchacho!
-          Sí señor – contestó mientras observaba la alcoba, que para ser medieval estaba bastante amueblada. La mesa grande, que modernamente sería un escritorio, estaba al lado de la chimenea, estaba llena de libros y artilugios. También había raras artimañas que colgaban de las paredes, desde espadas hasta plumas enormes con tonalidades muy distintas. Fadrique encendió el fuego y un aspecto tenue pero lúgubre cubrió el lugar.
-          Perdona mis indulgencias, servidor no se puede permitir qui duden de su potestas.
-          ¿Y por eso debe dejarme en evidencia? – respondió Adrián mirándole asombrado como si fuera bipolar.
-          Sí est necesario, si.
-          Pues déjeme explicarle que..
-          No os he traído hic por esas desavenencias. – dijo cortante el abad.
-          Entonces ¿Por qué? – preguntó algo irascible Adrián. No entendía el comportamiento que estaba teniendo con él.
-          Jornadas atrás recibí correspondencia de la diócesis, he de partir a otra abadía ob proseguir la misión evangelizadora. Intento reunir a todos los qui quisieran venir con me, pues desconozco lo qui me depara illic et me satisfaría contar con alguien de Veridis ob mostrarles mea auctoritas. Mas que meillor, qui seáis novum alumni. – explicó serenamente el abad.
-          Creo que de momento me quedaré aquí, lo siento – dijo Adrián, no se podía ir ahora que había descubierto que Ghadeo era de Thirenae y posiblemente el vasallo del mal.
-          ¿Estáis seguros? Illiic podréis ampliar más vuestos conocimientos, el scriptorium et la bibliothecam de mayor tamaño sunt. El entorno sería más hostil sed tras los muros estaríais seguros.
-          He tomado mi decisión, lo siento señor.
-          Déjame intentar disuadirle, quia…
-          Ya le he dicho que no ¿de acuerdo? No insista más. – afirmó solemne Adrián, cansado del jueguecito del abad, ahora bueno, después malo.
-          Cuidad la soberbia, no olvidéis qui mano est la qui os da de comer, deberíais estar agradecido de qui se os acoja entre estos nuestros muros. – Adrián le miró extrañado y notaba como empezaba a cabrearse.
-          Pero señor, simplemente le digo que no insista porque nada me hará cambiar de opinión. – Fadrique juntó las palmas de sus manos frente a sus labios mientras le miraba atentamente.
-          Aún así debo intentarlo, non estaría bien qui fuese sin nadie illic tan lejos ob arribar et mandar. Le puedo contar qui en esta otra abadía, los clérigos os atenderían mucho mejor quia están más cualificados et…
-          Señor estoy cansado, no me cuente más porque es inamovible mi decisión. – se atrevió a interrumpirle Adrián.
-          ¡Non seáis grosero con mea persona!
-          No era mi intención, pero no insista más señor.
-          Está bien, perdonad esta cabeza. ¿Qvomodo transcurre vestro estado? ¿Vais mejorando? - preguntó con una sonrisa que descolocó más a Adrián, verdaderamente el abad había perdido la cabeza.
-          No, sigo cansado y desorientado. Si me disculpáis me voy a dormir, que por lo que veo mañana me espera un largo día. – Adrián se levantó y se dirigió a la puerta.
-          Esperad, recordad qui cras tenéis qui recitate las Sancti Scripturas
-          Lo sé, no me lo recuerde más...señor. Buenas noches - dijo tranquilizándose para no protestar y empeorar el castigo.
-          Muchacho… - Adrián ya había salido a la galería dejando al abad con la palabra en la boca. Llevaba varios días durmiendo mal y comiendo peor, lo que necesitaba sólo era descansar no que le tuviesen de cháchara y que le recordaran su castigo, en el cuál iba incluido el comer menos aún o no comer.


Atravesaron la galería, bajaron las escaleras y se dirigieron a la habitación. Una vez allí Alonso se quitó la capa y la colgó encima de la silla, Adrián le imitó. Se metieron cada uno en su cama y Alonso le preguntó tras apagar la vela que les iluminaba:

-          Perdonadme si entrometome sed ¿Qvod fabéis dicho antes qui no os asusta recitate? - Adrián, se detuvo a pensar la respuesta:
-          No os entrometéis, pero es una larga historia, lo dije porque ya se leer.
-          ¿Ya fabíais estado en otra abadía? - preguntó asombrado Alonso.
-          No, en absoluto, pero si le cuento esto le tengo que contar tantas cosas que nunca acabaría, creedme. – dijo Adrián insistente. Alonso decidió no seguir preguntando así no escucharía más excusas, porque si un problema tenía Adrián era que no sabía mentir.

Adrián se puso a contemplar la oscura habitación, no podía conciliar el sueño. A través de la pequeña rendija entraba la luz de la luna, los rayos dibujaban formas monstruosas que invocaban los miedos de sus pesadillas. Observando la tenue claridad comenzó a recapitular todos los sucesos que le habían acontecido ya que esa situación le quitaba el sueño. ¿Debía confiar en Alonso? ¿En D. Felipe? ¿Y en el abad y Ghadeo? ¿En alguien allí? El hecho de que Ghadeo también conociera Thirenae como Maslama le parecía cuanto menos sospechoso ¿Realmente debía aceptar que no era un eterno sueño? ¿Que no estaba en coma o le había sucedido algo? Cada vez que parecía convencerse, nuevos indicios le hacían sospechar de nuevo. Después estaba el castigo del abad ¿Por qué tenía que leer por no terminarse la cena? ¿Por qué lo hacía para demostrar su autoridad? Aunque lo que más le preocupaba del castigo era ¿Cómo iba a leer en latín? ¿Cómo camuflar su soltura por haber recibido educación? Seguramente tendría dificultades por el idioma, no debía preocuparse, algo se le ocurriría.

Podía aprovechar la oscuridad de la noche para huir, ir a visitar a Ghadeo y exigirle que le devolviera a casa si era el vasallo, que no había pedido nacer bajo ninguna constelación ni encargarse de nada. Le parecía demasiado infantil querer volver a casa, pero le daba igual todo y lo que pensaran, sólo quería ser un chico normal ¿Por qué le tenía que ocurrir eso a él? ¿ Y si iba a la cima para investigar? ¿Podría salir de la abadía sin levantar sospechas?

Sin pensárselo dos veces, salió de la cama. Cogió la capa, la bolsa de piel y con sumo cuidado atravesó la penumbra de la habitación. No iba a perder la oportunidad de ir a la cueva y si fuera posible regresar a casa.

Con sumo cuidado abrió la pesada puerta, contempló a Alonso respirar pausadamente, no se había percatado del ruido de las bisagras. Recorrió la abadía hasta el scriptorium de donde cogería uno de los candiles que había visto esa mañana. Al llegar a la puerta la encontró cerrada, Si al menos su móvil hubiese viajado con él, podría usar la linterna para ver ascendiendo a la cima ¿Qué haría ahora? Buscaría otras luces.

Llegó al corredor que daba a las escaleras ocultas de la galería superior. Allí, una antorcha muy tenue, luchaba por seguir alumbrando, su luz estaba llegando a su fin. Intentando no hacer ruido, cogió la tea e impregnándola en el aceite de uno de los candiles apagados, recuperó fuerza, además de encender el candil, le dejaría encendido.


Sin mirar atrás atravesó los corredores hasta el patio, pasó los jardines hasta la puerta de madera, allí un gran tablón mantenía cerradas las puertas. Apoyó la antorcha en un soporte de la pared del muro y con varios intentos, tuvo suerte y pudo retirarle, pesaba muchísimo. Con ansiedad y esperanza atravesó el umbral hacia la oscuridad del bosque, sin saber que, a pesar de todo su empeño en pasar desapercibido, alguien le había visto atravesar la puerta antorcha en mano.


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