El frío se iba apoderando del
interior del carromato a pesar de que los árabes tenían encendido un candil en
su interior. De vez en cuando se asomaba a la parte posterior del carro para
ver por dónde iban. La última vez, hacía más de una hora según calculaba, y
habían parado para que bebiesen los caballos y cambiarlos si fuese necesario, mientras estaban atravesando un
tramo de calzada romana que él conocía, se trataba del puerto de la Fuenfría en la sierra
madrileña, justo a la altura donde pudo ver el ancestro del Puente del Descalzo
antes de que Felipe V lo remodelase para construir su propia vía. No sabía cómo
estaría la calzada en estado, porque en su tiempo se trataba de una gran ladera
empinada y de fuertes desprendimientos por la erosión de las precipitaciones
que había en la zona.
El carromato llevaba en la parte
delantera un par de candiles para ir alumbrando el camino de la noche
despejada. Pasado otro gran rato, en el que los caballos habían ido muy
despacio pendiente arriba y un aumento de velocidad considerable con muchos
baches y botes ladera abajo, Adrián volvió a mirar y se sorprendió enormemente,
a lo lejos pudo ver el acueducto de Segovia iluminado por cientos de candiles o
antorchas, pasaron cerca del alcázar segoviano y el aspecto le pareció algo
estropeado comparándolo con el de la actualidad totalmente restaurado y
cambiado por los Reyes Católicos. Después no pudo resistir que los ojos se le
cerraran, no supo cuanto tiempo continuó así, pero unos gritos le despertaron.
Los caballos relinchaban y se
ponían rampantes, los árabes estaban nerviosos apuntándole con dagas. En el
interior se escuchaban gritos y el ruido del acero al chocar.
-
¡No más enseres para los infieles! – escuchó Adrián al
otro lado de la tela que envolvía el carro. Varios moros que estaban en el carromato
con él, le cogieron y le sacaron del mismo. Empezó a resistirse y zarandear,
pero le fue imposible escapar, le pusieron de rodillas en el suelo empedrado,
uno le arrancó el turbante y tirándole del pelo le mantuvo quieto. Adrián
quería gritar, pero tenía el cuello tan estirado hacia atrás que le era casi
imposible respirar. Notó una cuchilla fría se apoyaba en su garganta.
-
¡Dejadnos seguir y no le mataremos! – dijo el árabe.
Desde su posición podía ver frente a él tres caballeros y dos soldados cristianos
a pie. Los musulmanes les superaban en número a pesar de yacer sin vida los
conductores del carro.
-
No importa si con su vida logramos acabar con vosotros
y vuestras valijas.- dijo uno de los hombres a caballo. Adrián lo miró con
desdén.
-
¡No por favor!- gritó al notar el acero ejerciendo más
presión en el cuello. De repente unos gritos de los moros retumbaron en las
piedras, un arma le sobrevoló hasta la cabeza del árabe que le tenía sometido.
Cayó al suelo sin vida al instante. Un hilo de sangre recorría el cuello de Adrián,
había sobrevivido.
La muerte del moro fue el detonador
de una lucha fugaz en la que con la ventaja de los caballos y la destreza de la
espada dominaron los cristianos. Un musulmán acabó con la vida de los soldados
a pie instantes antes de perder la cabeza a mano de uno de los caballeros.
Otros dos enfurecidos contraatacaron al leonés y acabaron con su vida tras
tirarle del caballo. El animal huyó despavorido.
-
¡Sancho! – gritó otro de los caballeros. Se bajó de la
montura y empezó una lucha de espadas y sables, hierro contra acero. Los
repliques llenaban el lugar mientras el alba comenzaba a iluminar la escena.
Los moros le hirieron en el brazo, momentos después con gran furia les dio muerte.
Quedaban tres árabes, que lejos
de enfrentarse, tiraron las armas y se pusieron de rodillas. Adrián lo
observaba todo desde el tronco de un árbol caído.
El otro caballero se bajó del
caballo para atar a los árabes con una soga. Sin embargo, uno de ellos se
levantó de un salto con intención de atacarle. Rápido rodó por el suelo, cogió
la daga de la cabeza del moro que había retenido a Adrián y se la lanzó al
costado, provocando un alarido que resonó en el bosque.
Con ayuda del otro caballero ató
a los sarracenos con la misma soga, de las manos y el cuello, dejando último al
que acababan de atacar que aún seguía con vida. Se subieron al carro, quitaron
la tela que lo recubría y observaron la mercancía. Se trataba de comida y
enseres de ropa para la batalla, también había monedas, oro y armas. No parecía
que fuera un carro común de mercaderes. Se dirigían a abastecer algún
campamento de batalla. ¿Por qué Maslama le había metido en ese carro?
-
¿Qui faciaís con ellos muchacho?
-
Me cogieron contra mi voluntad en Mayrit señor. -dijo Adrián
apesadumbrado, no sabía que más decir.
-
Ubi se dirigían? – le preguntó el otro caballero.
-
No lo sé señor. – respondió educadamente, no quería
meter la pata. Pusieron de rodillas a los mahometanos y comenzaron a preguntarles:
-
Ubi íbais con estos enseres? – los moros callaron
sonriendo.
-
¡Contestad infieles!- gritó el otro dándoles con el
puño en la cara.
-
¿No os ha dicho el trato que tiene con el sabio del
ribat? – gritó uno en dirección a Adrián. Los otros islamitas empezaron a reír
mientras los cristianos se giraron a observarle.
-
No sé de qui fablan – dijo Adrián empezando a
incomodarse.
-
él venía en el pasaje por orden del joven astrónomo,
son al-iados. – los señores no le quitaban ojo de encima.
-
¿Est verídico? – le dijo uno de ellos.
-
No sé de quí hablan señor, asaltaron mea casa al otro
lado del Guadarrama a la salida del ribat, dieron muerte a mis padres y trajeronme
con ellos – mintió lo mejor que pudo. Los caballeros al escucharle con la voz quebrada
atacaron con patadas a los árabes, a uno incluso le cortaron en la mejilla tras
un escupitajo de su parte.
-
¿Ubi os dirigíais? – gritó el caballero; los cascos de unos
caballos se escuchaban al galope cada vez más cerca.
-
¡Senhor! ¡Traigo nuevas para vos! – gritó un joven
desde el caballo. El caballero de pelo largo y gran barba se dirigió a él.
-
¿Quí queréis Hernán?
-
Otros cinco carros han sido interceptados en chaminos
pobres. Tots vienent de Magerit, Toletum et Óbila.
-
Están preparando un ataque contra el reyno, como sospechaba
el rey se ha quebrato la tregua con Abderramán.
-
Sólo nos queda encontrar el campamento. – dijo el
soldado junto a los moros.
-
Hernán, id cabalgando hasta León con presura, avisad al
rey con primor, no pueden avanzar más, precisamos ayuda ya.
-
Sí, señor. – contestó el joven.
-
¿Ubi est qui están los demás? – preguntó el caballero.
-
En el diende saltum en la montaña.
-
Est- qui tantum fabían avanzado?
-
Sí, Don Pedro.
-
Partid sin descanso, la batalla puede depender de vos.
– Hernán dio la vuelta y emprendió su marcha a todo galope.
Se montó uno de los caballeros en
el carro para guíar a los caballos, Don Pedro habló a Adrián:
-
En otra ocasión os daría a elegir, pero nos facen falta
hombres, si vuestra lealtad está con el rey Ramiro venid con nos. ¡Montaos en
el caballo de Alfonso! – le ordenó. No le dejaba opción.
-
De buen grado, gracias por liberarme, senhor.
Adrián estaba conmocionado, en un
instante todo había cambiado, no sólo estaba en el siglo X, sino que, además se
encontraba en mitad de una batalla en La Reconquista ¿Cómo iba a sobrevivir y
llegar a casa?
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