La noche se cernía sobre ellos,
habían pasado el día como si de una romería se tratara. Al caer la tarde los
aldeanos fueron regresando con su ganado hacia villaflor mientras que los señores
y soldados fueron al campamento. Adrián se encontraba en la tienda del rey
junto al hombre que le había salvado de los sarracenos antes de tocar el
cuerno. Allí también se encontraba el cura y varios señores.
-
¡Majestad! qui debemos facer pues?
-
Hic dejaremos campamentos en guardia, ante cualquier
invasión facedmelo saber. -contestó Ramiro.
-
¿Et con Fernán et suo yerno? qui facemos. - preguntó un
señor.
-
Reos estarán de momento, io encargaréme. - dijo el rey.
-
¡Gil García! - llamó el soberano
-
¿Sí senhor?- contestó un señor joven
-
Regentaréis vos el campamento, desposaos et coged la
terra como vuestra, servid con lealtad a Dios et al reyno.
-
Gracias majestad.- contestó Gil.
-
¿Vais scriptiéndolo? - preguntó Ramiro al fraile que
había salvado a Adrián.
-
Sí alteza. - respondió mientras movía con soltura la
pluma sobre el pergamino.
-
También anotad el compromiso de vuestro senhor abad de
crear otra resistencia cercana en la extremadura entre el campamento nunc de
Gil-García et Barco.
-
Perfecto, lo clamaré Casas del Abad para qui no se olvide
este tratado.
-
Bien- dijo el Rey mientras los señores le miraban.
-
Scripto por completo.- dijo Thiago.
-
Falta por añadir, la contribución del reyno a erigir un
memorando de piedra en el puerto de villaflor ¿qui creéis qui debería decir?-
preguntó al cura.
-
No lo se - dijo el sacerdote.
-
Pensad - insistió Ramiro.
-
"Iluminatio mea terruit turbas maurourum
sarracenorum que fugere fecit" - dijo al momento.
-
Muy acertado- añadió Thiago.
-
¿Qvi significa?- dijo uno de los señores.
-
La luz aterrorizó a las turbas sarracenas et les hizo
huir - dijo Adrián en voz alta. ¿Por qué habría preguntado el señor?¿Acaso
ellos no lo habían entendido? Él lo había escuchado perfectamente. ¿Le habrían
conjurado y por eso entendía todo?
-
Más o menos esa es la frase. - dijo el rey.
-
También, en conmemoración de éste día he pensado qui
quizá est oportuno cambiar el nome del pueblo. - dijo el padre Julio.
-
¿Qvomo queréis clamarle?- preguntó Alfonso.
-
Torna-bacas - respondió el cura.
-
Consultadlo con los aldeanos y comunicadmelo por
misiva. Ya podéis cerrar la carta .- ordenó el rey.
-
Como gustéis. - respondió Thiago.
Adrián estaba nervioso, no le
gustaba hablar delante de tanta gente y además desconocida. Había escuchado la
defensa del valle por las fiestas populares celebradas cada año, pero no había
llegado hasta su época el menhir grabado, tal vez deberían volver a construirle
con majestuosidad en lo alto del puerto en memoria de esa noche larga marcada
por el fuego.
-
En alba partiremos a nos hogares. - dijo Ramiro dando
por terminada la velada.
Los señores abandonaron la carpa,
fray Thiago echó el brazo por encima a Adrián y salieron juntos de la tienda.
-
¿Os quedaréis hinc con Gil-García?- le preguntó el
fraile
-
No, fabía pensado ir hacia el norte
-
¿Buscando? - se interesó Thiago.
-
Algo mejor. - dijo Adrián sonriendo.
-
En ese caso podéis acompañarme, partiré hacia Sanct Martinni
de Montibus mañana.
-
Perfecto. - dijo despidiéndose del fraile.
Adrián cogió unos pendones
rajados y algunas telas de tiendas destruídas, se las llevó al lado del caballo
blanco de Thiago y allí se tumbó junto al équido que ya descansaba. El suelo estaba
frio y a pesar de las telas no era el lugar mas cómodo, ni siquiera el candor
que desprendía el animal le templaba. Quería pensar en todo lo acontecido, pero
sus piernas entumecidas parecian quejarse y como si de un ancla se trataran fueron
tirando de sus párpados sumergiéndole en un sueño profundo.
El relincho del caballo le trajo
de vuelta, Thiago estaba a su lado tendiéndole la mano para levantarse.
Recordaba haber pasado mucho frio y tenía la sensación de haber estado soñando
con Thirenae y Limëy, pero por más que lo intentaba, el sueño se había
esfumado.
El fraile le había conseguido
otro caballo para él, había atado enseres y objetos que había recogido del
campamento para llevarlos consigo.
-
¿Exactamente ubi est Sant Martinni? – preguntó Adrián.
-
Est más allá de Astúrica, el chamino franco del sud
pasa por hinc - Adrián le sonrió pero no sabía a qué lugar se había referido
salvo por su similitud con Asturias aún así, no creía que fuese más allá del
principado en dirección norte, pues sólo encontrarían las aguas frías y turbulentas
del Cantábrico.
-
¿Qvanto tardaremos en llegar? - preguntó.
-
Sin bajarse de la montura en el mismo die llegariamos,
mais meo caballo no aguantaría el ritmo otro viaje tan largo tan seguido. -
contestó Thiago mientras se montaba en su caballo blanco.
-
¿Dos días entonces? - preguntó Adrián disimulando
poseer destreza al montarse en el animal.
-
Sí - dijo el fraile - comencemos. - añadió espoleando las
riendas suavemente.
Se despidieron a su paso de los
señores que recogían con el rocío las tiendas que quedaban en pie. Adrián grabó
a fuego en su mente la imagen desoladora de los cuerpos que aún no habían
podido ser apilados y cuya sangre había regado en exceso el campo de batalla.
Fueran moros o cristianos, sus cuerpos sin vida permanecían allí tirados con los
ondeantes pendones jironados del Reyno de León.
Avanzaron por el Aravalle sin
coger la calzada de villaflor, bordeando el límite de la meseta hasta dejar a
un lado el Valle del Ambroz.
-
Non podíamos bajar por el Xérite et llegar a Cápara por
la calzada después de la batalla de ayer. Mejor est sortear los valles para
evitar trifulcas moriscas et arrivar a la Vía Ablata unos millares antes de Baños.
-
Non, mejor evitar más batallas - dijo Adrián con una
sonrisa.
-
Sí, mejor.
Adrián se distraía pensando, se alejaban
del Puerto de Tornavacas, Extremadura. Tierra sacudida en sangrientas batallas
por el dominio de la región, eterna frontera entre la cruz y la luna, tierra
regada con la sangre de inocentes creyendo matar infieles, lugar de noches mágicas
y primaveras intensas, de escarpadas montañas y descansadas dehesas. Perdida en
el tiempo y la historia, lugar regio y campestre bañada por el sol de los días
sin fin, humedecida con el sudor de sus gentes humildes y su alegría, que como
los ríos que la bañan nutren de energía y esplendor las tierras baldías del
recuerdo, conformando el legado de cruentas batallas, de flores marchitas y ecos
lejanos de imperios perdidos, de aventureros y conquistadores, de campesinos y
guerreros, de toda su gente. Esa tierra milenaria, ancestral y mágica que era y
sería Extremadura.
Atravesaron colinas, llanuras y
laderas a través de pastos verdes y hondonadas de exuberante vegetación. Los
pensamientos de ambos les mantenian entretenidos en silencio. Adrián iba pendiente
de no caerse cada vez que el caballo aceleraba el trote o cambiaba la distancia
de la zancada. Además de dirigirse al norte, trabajaba por encontrar el suyo.
Parecía que cada nuevo día la vida le brindaba una aventura diferente y eso, a
pesar de ser algo bueno y ansiado por la gente, que hasta él mismo lo había
pedido en muchas ocasiones, no le gustaba.
Desde que desapareció de la cueva
había estado a punto de morir tres veces, dos luchando y otra devorado por los
lobos, no quería continuar en esa época, necesitaba volver a casa, prometía no
volverse a quejar de la rutina. No sabía cómo hacerlo, Maslama le había mandado
al Norte y Thiago le había salvado, al menos, hasta nuevos indicios era lo
mejor que podía hacer o eso creía.
Varias horas pasaron hasta que
llegaron a un camino de arena a través de fincas que les condujo a una vía
ancha y empedrada, sin duda una gran calzada romana ya descuidada. Lo poco que
sabía Adrián sobre la Vía de la Plata era que unía Astorga con Mérida y que nunca
se había usado para comerciar ni transportar dicho metal, si no el imperio la
hubiese bautizado como vía argentia o algo similar.
No tardaron en llegar a un tramo
con piedras grabadas a los lados de la vía. Estaban entrando en Caelionicco, menos
de unas 3 millas atrás, cuando la calzada se empezaba a estrechar para subir un
puerto, habían dejado un pequeño vicus con baños romanos. Según le informó Fray
Thiago comerían en Salmantica y posiblemente pasarían la noche allí o en algún
lugar cercano, para que descansaran los caballos y no arriesgarse a entrar en la noche por los caminos.
En el trayecto se encontraron
mensajeros, comerciantes y campesinos con sus burros cargados de utensilios de
labranza.
Pasado el mediodía, estaban atravesando
el puente romano de Salamanca. Era una ciudad que Adrián había visitado en
múltiples ocasiones, patrimonio de la humanidad, primera universidad de España
y la tercera más antigua de Europa, sin embargo, aún no había alcanzado todo su
esplendor. La vista de la mansio desde el Tormes no era más que una fortaleza
amurallada en lo alto del cerro. Ni un atisbo de la construcción de la catedral
vieja de la ciudad charra. Salvo la calzada ablata y algún camino empedrado el
resto de las calles eran de tierra con un pequeño surco en el centro con alguna
piedra e incluso tejas para conducir el agua de la lluvia.
Llegaron a una posada de las
afueras con un abrevadero de caballos para el descanso de los transehuntes. Al
entrar nadie se inmutó, no podían apreciarlo con el algarabío y jaleo que había
montado dentro.
Se acercaron al posadero y le pidieron
una habitación para la noche, el hombre con ceño fruncido, pelo lleno de caspa
y dientes cual carbón les aceptó.
-
Io non quiero problemas frater - le dijo a Thiago.
-
¿Perdón?
-
Non dejaré quedaros si embriagados facéis destrozos o
grandes peleas.
-
Esté tranquilo.- respondió el fraile.
Subieron a la alcoba, toda era de
madera roñosa llena de humedades, las camas de heno y plumas, estaban bastante
desperfectas, pero quizá fuera lo mejor que podían haber encontrado. Bajaron y
se sentaron en una mesa entre la muchedumbre, al instante una mujer rolliza les
trajo dos jarras de vino y dos platos grasientos de caldereta de corzo. A pesar
del aspecto, Adrián comió bastante, todo el tiempo que llevaba en la Edad Media
apenas había tenido oportunidad de comer, tampoco tenía mucha hambre, sin
embargo, había momentos que pensaba que podría devorar una vaca entera.
Thiago le estuvo contando el motivo
de su viaje, se debía a la necesidad de conseguir un permiso papal para la finalización
de la abadía que su abad estaba construyendo al norte de Astúrica. Adrián no
entendía que la necesidad fuese tal como para no aguardar al rey en León hasta
que regresara.
Al caer la noche el jaleo de la
taberna bajó salvo por la risa grotesca y embriagada de algunos borrachos. Subieron
a descansar para partir al alba, a pesar de la incomodidad de la cama, Adrián no
tardó en dormirse, lo necesitaba.
Se despertaron con el canto de
los primeros gallos. Con un mendrugo de pan y unas cuantas pasas dieron por finalizado
el desayuno. Montaron en los caballos e iniciaron la jornada por el camino
empedrado. Adrián veía salir el vaho en sus exhalaciones. Los dedos se le quedaban
congelados, el aire parecía denso, la meseta castellana no perdonaba aún sus
últimas noches gélidas de la reciente primavera.
Dejaron atrás Salmantica, otros
vicus cercanos, atravesaron grandes campos de cereal, dieron de beber a los caballos
en Occelo hasta que, tal como había ocurrido el día anterior, para la hora del
almuerzo, llegaron a su segunda parada, el final de la vía empedrada, Astúrica.
Adrián se sorprendió al
contemplar el gran enclave amurallado, se mostraba imponente a pesar de haber restos
derrumbados y escombros calcinados de algún ataque poco tiempo atrás. Si finalizaba
la Vía en esa ciudad, no había duda que estaba contemplando la Astorga de la
época medieval.
Accedieron por una de las
puertas, hasta llegar a la plaza del mercado, allí se juntaba el final o el
inicio de otra calzada. Continuaron por las calles empedradas hasta el final de
la mansio Desde allí se iniciaba otro camino de piedra, otrora via romana. Lo
siguieron hasta extramuros y allí en una gran posada entraron a pedir
hospedaje.
La parte de taberna estaba a
rebosar, los hombres gritaban y reían, varias mujeres pasaban de unos brazos a
otros entre carcajadas. Se abrieron paso entre el tumulto hasta el posadero.
Éste, para variar, era calvo, tenía una fea cicatriz en la mano y todo el pelo
que le faltaba en la cabeza lo tenía en los brazos.
-
Qvi buscáis?
-
Queremos una habitación. - dijo Adrián.
-
Lo siento mas no quedan libres.
-
¿Seguro?
-
Segurísimo, tras los ataques en pueblos cercanos por
los moros totos están de paso fuyendo….. Además, para un hombre de Dios non fay
sitio hinc. – añadió mirando fijamente. Adrián se quedó estupefacto por su
respuesta. El monje sonrió.
-
Gracias por suo tempo - dijo Thiago.
Salieron de la posada y
anduvieron riendas en mano hasta la siguiente hospedería que estaba a unos
quinientos metros. Tenía un tamaño más modesto que la anterior y la clientela
también era menor, sin embargo, no tuvieron problema en conseguir una alcoba de
mejor calidad que la de Salmantica para pasar la noche.
La comida que les sirvieron en la
taberna fue un guiso de carne con verduras, a Adrián le faltaban las patatas en
los platos, pero hasta que no llegasen los europeos a América y la importasen
no estaría incorporada en las recetas culinarias.
-
¿Qvomo os encontráis? – le pregunto el fraile.
-
Podría estar mejor pero no me quejo ¿Llevas mucho tiempo
siendo monje? - le preguntó Adrián. Thiago sonrió.
-
Vaya preguntas qui faceisme. - el fraile continuó con
su sonrisa jovial y esquivó la respuesta centrándose en rebañar el cuenco de
comida.
No tardo en caer la noche, y
lejos de entretenerse se fueron a la habitación a descansar. Adrián se tumbó
mientras Thiago se sentó en una silla a ojear unos pergaminos.
No sabía por qué no le había
respondido y tampoco por qué distaba tanto del prototipo de fraile medieval que
había llegado hasta su época. Sus piernas e ingles de montar a caballo estaban
molidas, tenía agujetas. Del cansancio de las mismas no podía dormir. Se giró
boca arriba para mirar las vigas del techo.
A la luz de la vela, que mantenía
Thiago encendida, se formaban grotescas sombras, que le recordaron el juego de
las formas a las que jugaba de pequeño con sus padres. Eso le hizo recordar a
su familia. Sobretodo, le asaltaron los recuerdos de los últimos días desde que
había desaparecido en la cueva. Se sentía cansado, sucio, alejado del mundo, desamparado.
Sin ser consciente de ello, descubrió varias lágrimas que comenzaban a
descender sus mejillas. Avergonzado se giró para que Thiago no lo percibiera.
Sin saber cuando, le venció el sueño.
Unos ruidos sordos le despertaron.
Adrián miró rápidamente hacia la cama de Thiago, el fraile se sobresaltaba en
ese instante. Gritos y estruendos llenaban el ambiente. Thiago saltó de la cama.
- Non os mováis de hic - le ordenó.
Cogió su espada corta y salió de la habitación.
Adrián se acercó corriendo a la
ventanuca. El fuego de antorchas y de las posadas próximas ardiendo, deslumbraba
en la negrura de la noche. Había hombres luchando, madres corriendo con sus
hijos en brazos, mujeres obligadas a ver el degollamiento de sus hijos, incluso
algunas plantando cara a los sarracenos. Un grupo numeroso estaba saqueando todo
y matando inocentes a su antojo. No podía creer toda la brutalidad que estaba viendo
los últimos días, seguramente en su tiempo con el avance armamentístico sería
aún peor las zonas de guerra.
Se inclinó sobre la mesilla que
descansaba bajo ella para intentar vislumbrar la puerta de la posada, con su
empeño tiró algunos rollos de pergamino de Thiago. Instintivamente se agachó
deprisa a recogerlos, no les prestó ninguna atención hasta que depositó uno
doblado sin enrrollar. Se trataba de un dibujo con una tinta extraña, parecía
un mapa. En él había un círculo una flecha y una equis, como en los mapas del
tesoro.
Nervioso por los ruidos cada vez
más cercanos, se apresuró a acercarse junto a la vela. Se trataba de un mapa
físico de Hispania dibujado, o eso parecía. Un círculo rodeaba la sierra de
Guadarrama y la flecha iba a Madrid y de ahí iba pasando por Segovia, Ávila, Adrián
empezó a asustarse, parecía el recorrido que había efectuado desde su llegada.
La señal seguía a través de Gredos hasta la equis depositada sobre el lugar de
la batalla que había vivido días atrás. Había anotaciones en letras extrañas en
el margen, no entendía nada ¿Por qué Thiago tendría algo así? el corazón le dio
un vuelco al ver su nombre en uno de los añadidos del borde.
La puerta de la habitación se
abrió ferozmente, dejó sobresaltado el mapa sobre la mesa, cogió su bolsa para
huir, pero un fuerte golpe en la cabeza le hizo perder el control, quiso correr,
pero la última imagen que tuvo antes de caer inconsciente fueron los ojos
negros de un árabe saqueador.
El traqueteo de un carromato le
trajo de vuelta, se asustó al despertar, no sabía dónde se encontraba. A su lado
estaba Thiago inconsciente o muerto, eso le asustó más. Iba de nuevo en la
parte de atrás de un carro con árabes. Éstos no paraban de gritarle y
zarandearle. Él no sabía qué querían ni por qué le apuntaban con sus dagas.
¿Por qué le atacaban? ¿Por qué no
haberle matado mientras dormía? El escándalo no cesaba, al final, notó que paró
el carromato; el Sol estaba despuntando y la claridad era algo mayor que por la
noche, aún seguía despistado del sueño y en shock. Vio como el conductor le
estaba agarrando por los brazos y otro por las piernas, él se resistía a pesar
de estar aturdido, no comprendía nada ¿Por qué le sacaban? ¿Tenía que ver con
que Thiago tuviese un mapa con su recorrido?.
Le bajaron del carromato y cuando
estaba tumbado en el suelo, vio cómo de su bolsa salía una luz verdosa. Su
cinturón irradiaba una luz que había asustado y alterado a todos. Debía de tratarse
de la runa. Uno de sus atacantes sacó un arma blanca más grande y le apuntó para
clavárselo en el corazón. Otro árabe de los que había viajado con él en la
parte de atrás, empezó a chillarles cosas en su lengua, tan sólo pudo entender
la palabra Alá. A pesar del altercado, se montaron otra vez en el carro y continuaron
el camino y le dejaron allí abandonado en mitad de la nada, encontrándose de
nuevo solo y perdido en un lugar que desconocía, sintiéndose nuevamente frustrado
y desorientado.
Cerca había una fuente a la que
acudió para beber agua y terminar de tranquilizarse por el suceso. Abrió su bolsa
y vio a la runa brillando en verde jade, como si de un interruptor se tratase,
en cuanto tocó la piedra la luz se apagó, dejándole más sobrecogido ¿Por qué
brillaba y paraba? ¿Era una señal? No pudo evitar pensar en Thiago y en el mapa
a mano alzada que llevaba ¿Por qué tendría todos sus movimientos? ¿Acaso era el
servidor de Hördtein? Y si así era ¿Estaba mejor alejándose de él? O ¿Debería
acudir al lugar que le llevaba para poder volver a casa?
Se adentró en la espesura del
gran bosque de coníferas y comenzó a andar sobre el esponjoso suelo de la arboleda.
Muchos torrentes pequeños pasaban por allí y vio como algunas flores estaban
comenzando abrirse. En lo que le pareció mucho rato consiguió salir del bosque
y siguió en dirección contraria a la vegetación. Su mente estaba empeñada en recordarle
que estaba teniendo mucha suerte. Hasta que se tuviese que enfrentar con alguien
de verdad, que entonces no la tendría, pues siempre había sido muy pacífico y un
torpe para las peleas.
Mientras andaba, percibió música
endulzando el ambiente, era muy parecida a la gaita. El camino estaba en cuesta
y era un pedregal que estaba lleno de ramas y algunos charcos. Cada vez
escuchaba más cerca la danza.
Tras recorrer un buen tramo,
alcanzando así la cima de la cuesta, sus ojos vislumbraron un gran caserío.
Estaba rodeado de vallas de piedra que bordeaban, un inmenso campo de cultivo,
sus trabajadores, se encontraban recogiendo la cosecha. Adrián se acercó a la
valla y a una campesina que estaba agachada, le preguntó con miedo a que no le
entendiera:
-
Disculpe señora, ¿Podría decirme dónde estoy? – la
mujer rolliza le miró extrañada, tenía el pelo moreno y la cara manchada de
tierra.
-
No me llaméis señora, pues fiel servidora soy, se halla
en la finca de
D. Felipe de Tremor, mas, ¿vos que buscáis
por aquí?
-
Me he perdido y no recuerdo muy bien de donde vengo, ni
adonde me dirigía, me gustaría saber también en que año me encuentro.- dijo Adrián
fingiendo un gran aturdimiento como si se hubiera golpeado la cabeza.
-
¡Pobre! ¡Si lo deseáis os puedo llevar con el señor y
él podría daros trabajo, nos falta gente! aunque por esas vestimentas, debéis
ser noble. Nos encontramos en el anno domini 944, senhorito.- dijo la campesina.
Adrián le miró algo asombrado, pero aún así le sonrió.
-
Si no le causa molestia, ¿Podría llevarme a ver a D.
Felipe?, quisiera hospedarme aquí, por lo menos hasta que me oriente. – La
mujer le sonrió y con un gesto le indicó que le siguiera.
A través del campo fue viendo como
los campesinos trabajaban, recogiendo los frutos que la tierra daba, comenzaban
el día y seguramente, estarían hasta el anochecer.
Se encontraba en casi la mitad
del siglo X y aún no sabía quién lo había hecho, aún era algo reacio a creer
todo lo acontecido y sabido de Thirenae. Pero todo lo que había dicho Maslama, apuntaba
a que era totalmente cierto lo que las hadas le habían contado.
El pelo moreno de la mujer iba recogido
con un palo y sus vestimentas eran muy pobres y sucias. Iba manchada de tierra
y según pasaba por delante de los campesinos, los saludaba. Las tierras de labranza
eran muy grandes y estaban cuesta arriba, aún así, cada vez les quedaba menos
para llegar al caserío.
La casa era de piedra musgosa,
lucía un aspecto señorial y muy cuidada, el tejado era de madera recubierta de
hermosa pizarra, sobre él descansaba una chimenea de piedra, al igual que la
fachada. Las escaleras frente a la puerta, eran de granito y tras varios
peldaños, se encontraron en el porche del señorío.
Adrián se giró y observó el campo
de cultivo que poseía D. Felipe y cómo sus trabajadores lo recogían, para
dárselo a él. La mujer llamó a la puerta de madera y mientras esperaban a que
les abrieran, le preguntó:
-
¿Qvomodo os llamáis?
-
Me llamo Adrián
¿y usted?
-
Meo nomen es Leonor de Compostella – Adrián sonrió y la
morena le devolvió la sonrisa.
La puerta se abrió, apareció una
mujer muy parecida a la campesina, más delgada y algo más mayor, tenía el
cabello más claro, los ojos marrones oscuros y su vestimenta era parecida a la
de Leonor.
-
Leo ¿qui ocurrió ahora? ¿quién es este mozo tan guapo? –
Adrián se sonrojó y Leonor contestó a la mujer
-
El mozo es el problema, Nila, ¿podrías llevarle a ver a D. Felipe?, se ha perdido y a
pesar de sus ropajes, le gustaría estar o trabajar por aquí.
-
No te preocupes Leo, yo le acompaño a ver al señor, ve
tranquila a trabajar- le dijo la sirvienta.
-
Muchas gracias Nila – ahora, dirigiéndose a Adrián, le
dijo – Vos, no habléis si no habéis sido preguntado, recordad que él es el
señor de estas tierras.- le aconsejó la mujer mientras se limpiaba su tez manchada
de polvo.
-
Gracias Leonor,
lo tendré en cuenta – La campesina se giró y bajó corriendo las escaleras para
volver rápido a su trabajo.
Nila cerró la puerta y se dispuso
a enseñarle la casa, el vestíbulo del caserío, era amplio, el suelo era de
ladrillo y había una escasa decoración. A la izquierda del vestíbulo había una puerta
que conducía al comedor y éste a su vez a la cocina, mediante unas escaleras de
piedra que estaban ocultas por una puerta. El comedor era grande y en el centro
había una mesa de madera con sillas, las paredes estaban decoradas de blasones
familiares y escudos de armas. Había una chimenea apagada y en la repisa de
ésta un escudo de la familia de Tremor.
La cocina era con horno de leña y
con una ventana que permitía la entrada de luz. En el medio de la cocina había
una gran mesa de piedra en la que se guisaban los alimentos.
A la derecha del vestíbulo había
una sala enorme con bancos de madera y encima de un atril un manuscrito. Encima
de esa chimenea había colgado otro blasón familiar, mostraba un león rampante dorado
sobre un fondo negro, bajo él unas ondas como agua también en dorado.
Al frente de la puerta del
recibidor, había unas escaleras, el pasa-manos de madera estaba algo descuidado.
Subía detrás de Nila, observando la carencia de mobiliario. Le resultaba
extraño entrar en una casa en la que no hubiera televisión, sillones o estanterías
con libros.
Al final de las escaleras había
un estrecho pasillo, con velas colgadas en las paredes y al final una puerta
cerrada, al llegar frente a ella, Nila se paró y le miró a los ojos:
-
¿Cómo os llamáis joven? – dijo con voz dulce, pero
severa
-
Mi nombre es Adrián, señora – Nila abrió los ojos y
sonrojada le dijo
-
Gracias por el halago, pero solo soy una humilde servidora
– El chico se asombró, no debería usar el término señora en un futuro. – Aquí,
le tengo que dejar, io soy la encargada de la parte de los sirvientes, de atender
las necesidades de la cocina et de los campesinos. Le abrirá la puerta Gustavo,
el mayor sirviente de D. Felipe, él le guiará a sus aposentos et allí hablaréis
con él. – dijo de nuevo Nila.
-
Ahhh, vale – asintió Adrián. La sirvienta le miró y le
dijo
-
Me llamo Petronila, pero llamadme Nila, soy hermana de
Leonor et las dos servimos encantadas a nuestro señor. – Adrián le sonrió y
dándole la espalda llamó a la puerta, Nila se fue por donde habían ido, dejándole
ahí solo.
Al poco tiempo de llamar escuchó
unos pasos y tras unos segundos un hombre alto, larguirucho y con una túnica
limpia de color negro, le abrió la puerta, le miró de arriba abajo y le
preguntó:
-
¿Qvién sois et a qué fabéis venido?- Adrián le miró,
pensando que era bastante desagradable.
-
Mi nombre es Adrián y me he perdido, no recuerdo muy
bien hacia donde me dirigía, quisiera, si me fuera posible, trabajar para D.
Felipe de Tremor u hospedarme aquí hasta que me oriente. – dijo Adrián. El
sirviente le miró con incredulidad, pero asintió.
-
Sígame, vos ha tenido la suerte de que el señor se
encuentra libre de tareas et se encuentra disponible en su sala. – Adrián entró
y se dio cuenta de que la casa, no tenía
nada que ver con la parte del servicio.
En esa área, estaba más luminosa
a causa de las ventanas, y el suelo hacía grandes tramas de ladrillo. Los pasillos
eran algo más amplios y las paredes estaban recubiertas de barro decorado.
Seguía a Gustavo por los pasillos hasta que llegaron a una puerta de roble. El
sirviente de pelo canoso llamó a la puerta y recibiendo una orden desde el
interior de la sala, entró, al momento salió de nuevo para avisarle que D.
Felipe le atendería en breve. Cruzó la puerta, y en el interior vio una mesa
pequeña y a los lados sillas; todo de madera. Le esperaban sentados dos hombres,
uno tenía barba castaña, con el pelo medio recogido y una túnica granate. El
otro que estaba a su lado, debía pertenecer al clero, vestía una túnica marrón,
con un cordón dorado en la cintura y llevaba sandalias. No había nada más en la
sala excepto una chimenea.
-
Bien venido, soi Felipe Hernández, Conde de Tremor y
Señor de La Silva, nieto de Bermudo Gatónez, Conde de Torres et primo secundo del
actual rei. Soi señor de estas terras et de la parte del Chamin Franco a
Compostella quod pasa en su cercanía.- Adrián se quedó alucinado por la extensa
presentación del noble y por el tono prepotente con el que se lo había dicho.
Miró al monje que estaba al lado de D. Felipe y éste le habló con algo más de
supremacía que el señor.
-
Meo nomen est Fadrique de Veridis et soi abad de Sancti
Martinni de Montibus cercano – Adrián se estremeció, era el lugar al que iba a
llegar Thiago ¿Sabrían quién era? Parecía que no. Además, le extrañaba que un abad
fuese tan joven y tonificado. Siempre había asociado a esos cargos
eclesiásticos una corpulencia y una apariencia más gruesa, sin embargo, éste parecía
mantenerse en forma. D. Felipe le observó durante unos instantes
-
¿Qvid est vuestro nomen?
-
Mi nombre es Adrián señor – dijo haciendo una pequeña
reverencia. El noble le miró dubitativo y le dijo:
-
Est imposible qui vuestro nomen solo sea Adrián ¿Et vuestro
genitivo familiar? ¿non tenéis? ¿Qvómodo est vuestra sanguis? – Adrián se quedó
pensando, tenía que pensar algo con rapidez, no le podía decir que venía del
futuro ni que había hablado con hadas, mucho menos que había estado en el
alcázar de Madrid o su verdadero apellido. Todo lo que conocía estaría bajo
dominio árabe.
-
Por supuesto que sí, soy Adrián d´al-Magerit hijo de Xavier
Castejón y Diana de Xérit. – apresuró corriendo.
-
Quam extraño, non poseéis rasgos moros, para ser de la fortaleza
de Matrice et vuestro pater de Castejón
-
En al-Magerit la dominación es árabe, pero mi señor, no
toda la gente está emparentada con ellos.- tuvo que decir el joven para salir
del apuro, con algo de superioridad y haciéndose el ofendido.
-
¿Qvod fabéis venido a buscar? – preguntó el abad con
mirada acusatoria.
-
Creo que debí quedarme sin alimento mientras cruzaba el
bosque y al perder el conocimiento se me olvidó el porqué venía hacia aquí, por
tanto, hasta que recuerde me gustaría apoyaros y ayudaros D. Felipe. – dijo fingiendo
de nuevo aturdimiento.
-
¿Qvod os face creer qui os voy a recoger et dar sustento?
– Adrián les miró anonadado, debía pensar una buena respuesta sabiendo que
estaba en la Edad Media ,
sino podrían matarle o esclavizarle:
-
Mi pater fue nacido en Castejón, que en el Fenares
está, pero mi abuelo paterno era Conde de Thithya antes de la pérdida ante los
moriscos, y la familia de mi madre tiene un señorío junto al Xérit, mi sangre
es muy pura. Si de verdad es un buen cristiano debería ayudar a otro cristiano desamparado
– dijo con altanería sintiendo como sus piernas temblaban.
-
Non se qui pretendéis…-contestaba pensativo.
-
Aunque sea de alumno en Saint Martinni, mientras me
recupero. – dijo Adrián.
El noble y Fadrique se miraron intensamente
y asintiendo el señor, el abad le dijo:
-
Vendrás con me a l’ abadía, allí nos facen falta alumnus.
Tendréis de socius al filius de D. Felipe et a los demás devotos qui seguimos
la orten cristiana. – el abad le miraba de arriba hacia abajo, y eso le ponía más
nervioso aún.
-
Me parece bien- comentó Adrián – De todas formas, quiero
deciros D. Felipe, que cuando vos me necesitéis podéis contar con mi ayuda – el
señor le miró sonriente y le dijo:
-
Muy bien Adrián, contaré con vos.
-
¿Podría decirme en que día estamos? – los dos le
miraron algo extrañados y Fadrique le contestó:
-
Nos encontramos en Aprilis día quatro, es veneris die,
el jovis diez et septe comienzan las ferias en La Silva. Se celebra la fiesta
de la primavera.
-
Gracias – dijo Adrián pensativo.
-
¿Qvod edad tenéis? – iba a responder, pero cuando pensó que si en
el siglo XXI estaban en verano y tenía 16 años, si estaban en primavera, dedujo
que los iría a cumplir de nuevo.
-
El dieciocho cumplo
16 años señor.
-
Espero qui os fagáis amicus de mi filius- dijo el noble
- aquí no hay más nobleza para qui pueda juntarse en amistad.
-
Que así sea- dijo Adrián más tranquilo y sonriente por
haber salido airoso, pero algo preocupado, si ya tenía problemas para que los
demás confiasen y viesen un amigo en él, sin prejuzgarle por su aspecto, o
comportamiento en su época ¿Cómo iba a lograr hacerse amigo de un chico de diez
siglos antes a que él naciera?
El abad se puso de pie y después
de despedirse de D. Felipe, pusieron rumbo a la abadía
Gustavo, les guió desde la puerta
del que modernamente se llamaría despacho, llevándoles por unas amplias
escaleras con alfombra roja con dibujos de colores; al final de la escalinata, un
recibidor ancho les acogía mostrando grandes mármoles que servían de pie de antorchas.
El mayordomo les condujo hasta la puerta de salida, tras la cual, estaba otro
porche que dejaba ver parte de la bonita aldea.
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