XXIV. PORTEISUM

Aún sentían un cosquilleo en su estómago, la oscuridad les impedía ver dónde se encontraban.

-          ¿Quía fácenos? – gritó Don Felipe.
-          ¡Pater! Non veo nada ¿Blanca?
-          Estoi con vos, hic en el suelo. – escucharon a la chica. Adrián sentía el frío húmedo casi quemando su piel.
-          ¡Responded Fadrique! – volvió a insistir el Conde.
-          ¡Calláos! – comenzó el abad. Después susurró algo y de la punta de su daga, salió un halo de luz.
-          ¿Ubi est qui estamos? – preguntó Alonso.
-          Vos queríais una ceremonia et la fabéis tenido. Non exijáisme nada – respondió firme el clérigo.
La tenue luz de la daga y el halo de las cuerdas iridiscentes, provocaban sombras siniestras alrededor. Todo era piedra, sin ninguna forma especial. La humedad que la recubría brillaba con el leve resplandor. Adrián miró de nuevo alrededor y pudo encontrar algún cono rocoso que descendía desde el techo, era una estalactita. ¿Sería posible que fuese la misma cueva?

-          ¿Qvod tiene la crux? ¿Qvomo usáis magia sirviendo a Deus? – gritó Blanca acercándose al abad.
-          Tuve qui facerme clérigo ob poder mandar et qui non desconfiaran de mí, sed las meas aspiraciones no son tales – Se acercó a ella y le acarició la mejilla. La novia le mordió la mano.
-          ¡Imbécil!¡Nunc veréis!- dijo enfadado profiriéndole un bofetón.
-          ¡Non toquéisla! – gritó Alonso.
-          Tranquilo valiente – dijo jocosamente al Señor.
-          ¿Non lleváinos a la otra abadía non? – preguntó furioso D. Felipe. Fadrique lanzó una sonrisa sarcástica.
-          Nos lleva a Thirenae – comenzó Adrián. Todos se giraron para mirarle - ¿Por qué no les dejas aquí? Sólo me necesitas a mí, déjalos que vivan sus vidas en paz.
-          Non puede faber ningún cabo suelto, ninguna referencia en este lado de las barreras. – contestó Fadrique.
-          ¿Thirenae? ¿Non es hinc ubi estaba vestra abadía? - volvió a decir D. Felipe.
-          No, señor. Es la tierra de… -comenzó Adrián.
-          ¡Silencio! – cortó el abad.
-          ¡Devuélveme a casa! – le exigió Adrián.
-          Eso haré, tu hogar es Thirenae.
-          ¡No!
-          ¡Salti taeda! – dijo el abad. Se encendieron varias antorchas ancladas en la pared rocosa.

Adrián contuvo el aliento, era la pared que había visto en la excursión, la misma que semanas 
atrás había golpeado con la runa. Se veía el dibujo en la pared no uniforme, de un rombo grande 
con una cruz dentro.
-          ¡Parad! – gritó D. Felipe. Fadrique movió su daga y les dejó inmovilizados. Al instante con una floritura desaparecieron las cuerdas de Adrián.
-          ¡Venid hic! – Adrián aprovechó la penumbra para agarrar con el puño derecho la runa de jade, que había empezado a brillar en su bolsa de cuero.
Nada más acercarse, el abad levantó la daga, le agarró fuerte de la muñeca izquierda y le profirió un corte en la palma de la mano.

-          ¿Qué haces? – se quejó gritando Adrián.
-          Se puede abrir un portal con pocas cosas, pero tienes la suerte de portar una de ellas, Mäjesh. – le dijo sonriendo.
-          ¡Suéltame! – gritó mientras miraba a los señores inertes.
Con fuerza apoyó la palma de la mano de Adrián en el centro del rombo. Éste quería huir, le dolía el corte, la runa quemaba en su otra mano, estaba ardiendo, pero no podía dejar que Fadrique la viera, tenía que aguantar.

-          ¡Me ti dýŋaµi dâl Drâica Úpârəŋs invök ols fýlaҁs dâls syŋᴓroŋ pär ôpŋa éŋ pᴓrteisuꭑ ol ӕterŋum dâ Thireŋae Dêyr! - Recitó el abad, agitando la daga con ímpetu.

El color de la hoja se tornó más oscuro, mientras que la piedra de la cruceta, brillaba intensamente dotando al lugar de un gran resplandor azul marino. La daga se quedó levitando ante el asombro de todos. El pomo de la empuñadura, comenzó a ponerse incandescente. Fadrique cogió velozmente la hoja y hendió el extremo ardiente en la roca. Junto al rombo entre dos estalactitas, comenzaron a dibujarse letras que nadie entendía, Adrián, las distinguió como una mezcla de griego con runas antiguas y algún pictograma o jeroglífico. Las letras brillaban y parpadeaban como si de estrellas se tratasen. Eran las mismas que las del día que desapareció.

Un estruendo comenzó a irrumpir el lugar. Unas grietas brillantes empezaron a aparecer en la roca. Se estaban abriendo las barreras del mundo de los sueños. Adrián gritaba y luchaba por aguantar la quemazón, el corte parecía no dolerle en comparación con el inmenso candor de la runa en su puño. Vibraba como luchando por salir. Quería pensar en su habitación, en su tiempo, pero en su mente sólo tenía cabida el dolor.

La roca se abrió dejando paso a un espejo brillante. Millones de colores parecían nadar sobre la superficie del mismo. Un olor dulzón comenzó a inundar la gruta. Los estruendos se sucedían como si millones de bisagras de forja oxidadas, comenzaran a abrirse al mismo tiempo. Los colores fueron uniéndose y lentamente una imagen fue apareciendo cada vez más nítida.

Los caracteres cambiaron de color de tal manera que el color magma, que presentaban, se volvió azul celeste iridiscente. El silencio les ahogó de inmediato.

El abad soltó a Adrián con una carcajada. Liberó a los señores de la sumisión paralizante, y fue a por el Conde de Tremor.

-          ¿Qvod facéis? ¡Non toquéisme! ¿Qvomo osáis castigar a un noble? – Fadrique sonrió, puso de pie a D. Felipe y le acercó al portal.
-          ¡Déjalos! – gritó Adrian de rodillas. No soportaba el dolor de la mano.
-          Ahora no Adrián, no hay tiempo o se cerrará el portal – le instó el abad.
-          ¡Déjalos aquí! o…. lo cierro. – dijo acercándose a la daga que seguía con el pomo incandescente hendida en la roca. Era la marca redondeada que había visto en la excursión.
-          No… No lo hagas.
-          ¡Mándame a mi tiempo!
-          No puedo. – le dijo el abad. – Adrián pensó con fuerza en la última vez que atravesó el portal, el día de la excursión. Apareció en un suelo cubierto de hierba, en el bosque de Hëldary.
-          Sigue moviéndose, sigue faciendo magia con la crux – gritó Blanca al ver como en el espejo aparecía una pequeña pradera verde bajo la luna llena. Una luna enrojecida como la sangre.
-          ¡No! ¿Qué ha pasado? – gritó Fadrique. Blanca se quitó la cruz y la lanzó contra el portal. El abad furioso empujó al Conde también.

Ante la mirada atónita de todos, no chocó, salió un gran destello de luz e instantes después, el noble empezó a formar parte del reflejo. Adrián sintió alivio, la runa había dejado de brillar.

-          ¿Qvod fabéis fecho al meo pater? ¡Maldito! ¡Parad de facer sucios trucos!- gritó Alonso.
-          Nada qui non vaya a faceros a vos – contestó el abad. El señorito se calló. Cuando el abad le intentó poner de pie, él tiraba hacia abajo, pero desistió al rato. Esperando el golpe traspasó la pintura igual que su padre.

Sólo quedaban Adrián y Blanca que se negaban a ir. Fadrique se acercó rápido a la novia e intentó agarrarla, ésta le profirió una patada y huyó corriendo en la oscuridad de la cueva.

-          ¡Nooo! – El abad se giró corriendo hacia Adrián.
-          ¿Qué has hecho?
-          No sé a que te refieres. – le dijo el castaño.
-          No lleva el portal a Kÿsbrum. ¿Por qué?
-          No..no entiendo.
-          ¡Levantaos! ¡No debo haceros daño!- le dijo al chico.
-          ¿Y las criadas? ¿Han muerto? ¿Por qué les llevas a ellos? Déjalos aquí.
-          ¡Vale ya pesado! Ven conmigo, no os haré daño. - Adrián se levantó, le miró con furia.
-          Si no vais a hacerme daño ¡Soltad la cruz!, ¡Tiradla!
-          Solo lleva encerrada un poco de magia, no la voy a tirar – le contestó Fadrique. Hizo el ademán de golpear la daga.
-          No…No lo hagáis….está bien, dejaré la cruz, pero si pensáis que es la única forma de utilizar la magia estáis equivocados. – Se quitó la cruz negra y la tiró fuerte, Adrián vio cómo se chocaba contra las rocas.
-          Bien, ahora ¡Llévame a casa!
-          Sólo puedo llevarte a Thirenae.
-          ¡No! Quiero que me devuelvas a mi tiempo.
-          No se puede - dijo riéndose - ¿Dejarías a esas personas que te han dado sustento sufrieran?¿Te gustaría que murieran?- Adrián se quedó petrificado.
-          Pero…
-          Oh.. ¿no tiene palabras el noblecillo?
-          ¡Llévame de vuelta!¡Este no es mi problema!¡No es asunto mío!
-          No puedo aquí chico, no seas arrogante. No hay la energía necesaria para hacerte regresar. De poder hacerlo, mi señor os volvería a perder.
-          Me ha perdido de todas maneras.- se atrevió a decir- el abad le fue a pegar pero antes de que le tocara, salió corriendo y se tiró contra el portal.

En ese momento volvió a observar la gran oscuridad, pero esta vez, no había inmensos colores, sino un túnel oscuro con reflejos eléctricos. Al final estaba la imagen que veían, echó a correr y al fin se materializó en la extensa llanura del paisaje, a través de un gran remolino de colores.


                                                                                                                      SIGUIENTE CAPÍTULO

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