XXV. THIRENAE

En la zona nororiental del continente de Thyrenia, se hallaba un bosque templado con gran exuberancia. Escondido entre sus ancianos árboles, se encontraba un lago de aguas cristalinas procedentes de las laderas cercanas de la Cordillera Bÿrena. En el centro del mismo, sobre un islote, se alzaba majestuosa una fortaleza, similar a un castillo menor. Una muralla almenada con pequeñas torres circulares de adobe y piedra gris, bordeaba la isla.

El castillo estaba camuflado, las dos torres laterales, estaban labradas en árboles sanos de gran tronco. El torreón central, era el árbol vivo más alto y de más envergadura del bosque. Hëld, el anciano árbol que había servido de colonia ancestral a las hadas, había pasado a formar parte del conjunto palaciego del reino, que derivaba de su nombre: Hëldary.

En lo alto del torreón, la reina tenía una pequeña terraza desde la que se divisaba gran parte del bosque. Bajo la copa de Hëld, se encontraba Limëy. Estaba sentada en un banco de madera observando las estrellas en la lejanía y los claros de las ramas. Era algo habitual en su rutina, salvo que últimamente las escudriñaba en busca de algo, una señal, alguna respuesta a los acontecimientos que no sabía cómo abordar. ¿Por qué seguían esperando? ¿Por qué no actuaban de nuevo? ¿Y el humano?

De repente, una vibración de su cetro le alertó. Miró sorprendida la luz que emitía la lágrima que coronaba el cayado. Se asombró al ver ascender del interior hacia la burbuja ojival, un objeto dorado, antiquísimo. Cuidadosamente, con un movimiento de sus dedos, hizo desaparecer la cubierta cristalina, y pudo acariciar el objeto. Hacía muchos años que no lo veía. La llave del Nêyrnawa.

-          ¡Majestad! – una voz a su espalda, le sobresaltó.
-          ¡Sylvain! ¿Cuántas veces tengo que decir que no me asustéis de esa manera?-  dijo exaltada la reina.  
-          Lo siento, he venido lo más rápido que he podido.
-          ¿Qué sucede Sylvain? - dijo Limëy preocupada. Su aura era muy tenue y blanquecina.
-          Mirad el cielo, está apareciendo Aiḿara. – al escucharlo, se llevó la mano a la boca.
-          ¿La Luna Roja?¿Qué decís?
-          Majestad, mirad al otro lado de la torre, el astro rojo está apareciendo. – la reina se asomó y pudo contemplar la tenue imagen del segundo satélite en el cielo.
-          Ha sucedido algo también con el Nêyrnawa.
-          ¿Con el manantial del sueño? – se sobresaltó Sylvain.
-          Así es – comenzó mostrando la llave - Ya ha empezado, lo que narraba mi abuelo…veremos si las leyendas son ciertas. Preparaos, el humano viene en camino – dijo Limëy.
-          ¿El humano?  O ¿Un guardián?
-          Ya viene Adrián. – insistió la reina. Sylvain se fue dejándole conmocionada.

 Aún quedaban muchas cosas por descubrir, por investigar y por planear. No sabía aún qué hacer con Adrián, aún era muy joven ¿Aceptaría todo lo que le viniera encima? ¿Podría soportar su propio destino? ¿Estaba actuando bien?

 






Adrián estaba aturdido ¿Había llegado a Thirenae? ¿Estaba en casa? No tardó en reconocer el claro al que había llegado el primer día, después de caminar y adentrarse en el bosque. El mismo en el que había perdido el conocimiento por las bayas. Se enfureció al comprobar que no había conseguido volver a su época. De su bolsa salió un fugaz resplandor verde que se apagó de inmediato.

-          ¿Ubi est-qui estoi? – D. Felipe se miraba la ropa, miraba alrededor, parecía perdido.
-          ¡Blancaaa! ¡Blanca! ¿Ubi estais?
-          No ha pasado el portal. – dijo Fadrique.
-          ¿Qvi? ¡Noooon!¡Blancaaa!- Alonso fue corriendo de un lado para otro, pasando en varias ocasiones por donde había estado el reflejo.
-          ¡Nooooo! ¡Noooo! ¡Llevadme con ella! ¡Devolvedme!- gritaba de rodillas Alonso. Su padre, el Conde, se acercó a Adrián.
-          Salve, ¿Qvomodo me clamo? ¿et vos? – dijo susurrando mirando inquietante a todos los lados.
-          Sois D. Felipe ¿No recordáis nada? – El hombre puso la mirada pensativa y al instante negó con la cabeza.

La risa de Fadrique sonó estridente, se quitó el hábito de monje y bajo él, llevaba una armadura de cuero negro, ajustada, bajo una capa también negra hasta los pies.

-          Estáis en Thirenae, ahora iremos a ver a mi señor.
-          Io non quiero ir ante un necio, deseo volver a la mea casa con Blanca. – dijo Alonso gritando.
-          ¡Yo también quiero ir a casa! – dijo Adrián mirando al abad. - ¡Devuélveme al futuro!¡Aquí tienes energía suficiente!
-          Mi señor no es ningún necio - dijo con voz cortante - cuando estéis ante él, le mostraréis respeto – dijo Fadrique.
-          Si sabía qui faríasnos este mal ¡Le esputaré en la cara! Est lo qui merece. –respondió el señor de Tremor.
-          Entonces seréis castigado.

El abad chascó los dedos mientras murmuraba palabras y las cuerdas desaparecieron. Alonso salió corriendo espada en mano para atacar a Fadrique, pero éste sacó su daga. Chocando varias veces las dos armas, consiguió que el señor se arrodillase y puso la daga en su cuello.

-          ¡Fadrique, non fagáislo! – suplicó el noble. - ¡Devolvedme por favor! ¡Sólo quiero estar con Blanca et meo senhorio!
-          No me llaméis así, mi nombre es Fhêndrik.- dijo sonriendo.
-          Si servís a tan noble persona, quia non demostráis vuestro valor – gritó D. Felipe. – se distrajo y Alonso aprovechó para levantarse rápidamente. Fue a salir corriendo, pero una fuerza le dejó inmóvil, sólo podía mover los ojos.
-          ¡Tranquilizaos! el efecto terminará al llegar a Kÿsbrum, la gran morada - dijo riendo con malicia.
-          ¡No te los llevarás a ninguna parte! a no ser que me des muerte primero - Adrián se acercó desenvainando la espada, y se encaró a él. Sabía que la magia le vencería, pero no se entregaría, Debía intentar volver a casa después de rescatarles.
-          ¿Por qué eres tan arrogante? ¿De dónde sacas tanto valor?, Sabes que mi señor os quiere, sabes que al final acabaréis arrodillándoos ante él - Fhêndrik sacó otra daga igual y con las dos comenzaron a pelear. Adrián, no sabía nada de peleas, excepto los videojuegos y las pocas clases de esgrima que había dado en educación física.

Era mucho más complicado con esa espada que pesaba, las armas chocaban. No podía agarrar bien la empuñadura con la quemadura que le había provocado la runa. Adrián, como podía, le echaba hacia atrás, Fhêndrik a él hacia adelante, estuvieron un rato. Temía fallar como en Villaflor cuando se enfrentó a los sarracenos, allí no estaba Thiago para salvarle. ¿Habría muerto? ¿Qué le había sucedido?

El seguidor de Hördtein levantó la daga en un momento de inseguridad del joven, y pronunció:

- ¡Avraeh Deka! – la maldición pasó rozándole, pero no le impactó. Con miedo a otra echó a correr hacia los árboles de la linde. Fhêndrik corrió detrás de él, tras haber atado de nuevo a los otros dos.

Los destellos pasaban a su lado, iba corriendo en zig-zag para evitarlos.

-          ¡Vuelve aquí!¡Lucha!
-          No lo haré, no iré contigo a ninguna parte.
-          Mi señor os necesita.
-          ¡Que Hördtein se busque a otro!
-          ¡Idiota! No le nombres.
-          ¡Sálvalos y devuélveme a mi casa! - gritó Adrián mientras esquivaba otra maldición.
-          ¡No, te vendrás conmigo, aunque sea por la fuerza!
-          ¡Atrápame primero! – la furia de Fhêndrik iba en aumento.
-          ¡Adrián ven aquí!- el joven giró la cabeza para sonreírle huyendo, sin ver una gran piedra. Tropezó y cayó al suelo. Rápidamente se levantó, pero ya era demasiado tarde. Frente a él se apareció Fhêndrik. Le cogió de las solapas de la túnica.
-          ¿Dónde crees que vas?- Adrián le atizó una patada que le dio su libertad. De nuevo corrió, pero en dirección a los nobles, les ayudaría a escapar, juntos podrían esconderse.
-          Niño estúpido ¡Ven aquí!- Llegó y comenzó a desatarles sin escuchar al falso abad.
-          ¡Gracias Adrián!- dijo Alonso mientras ayudaba a su padre.
-          ¡Ahora te vendrás conmigo!
-          ¡No!.... – Adrián no pudo seguir hablando, una maldición le impactó de lleno.

Al instante aparecieron unos cortes amplios en cada brazo. Notaba la sangre caliente descender y caer al suelo.

-          ¡Noooo! - De la rabia se arrancó la cruz y la tiró a la cara de Fhêndrik. Después fue a por él para clavarle la espada, pero notaba mermar sus fuerzas. No podía casi correr, lanzó la espada como un cuchillo de feria hacia el abad. Fhêndrik cogió la cruz al vuelo y antes de que llegase el arma, agarró a los nobles y desaparecieron.

Adrián no soportaba más, quería correr y gritar. ¿Por qué tenía que aguantar tanto dolor? Desde que había desaparecido no había parado de lesionarse. Vio cómo se clavaba en el suelo su espada, se acercó como pudo y de su garganta sólo salió un intento de grito llamando a las hadas

-          ¡¡…Sylvain…!! ¡ayuda!

Agarró la espada y se dejó caer. Con la visión borrosa, flexionó sus brazos y quedó inconsciente, de nuevo, en ese claro.








Limëy, observaba preocupada el astro rojo, debía prepararse para visitar el manantial del sueño. La llave no aparecía salvo peligro inminente del mismo. De repente, vio estirarse las alas de su consejero, en el patio de la fortaleza. Se estiraron solas y, desapareció volando a gran velocidad. Le habían reclamado ¿Sería Adrián? No sabía si debía emprender de inmediato la visita al Neyrnawa, o bien, acudir a Seräephin para convocar al Consejo. Haría ambas cosas, con un golpe de cetro en el suelo desapareció.

Atravesó el Krhysalin, descendió las escaleras y llegó a las raíces más profundas de Hëld. Junto a ellas, en una sala gutural de piedra divisó un arco con runas grabadas, que conducía a ninguna parte. Pasaba inadvertido por la penumbra del lugar. Con un movimiento de la mano, iluminó la lágrima del cetro y contempló el portal. Pegado al mismo había un agujero en el suelo, allí incrustó el cayado real.

La luz se hizo más intensa y las hiedras grabadas comenzaron a moverse. Sacó la llave de su túnica y accedió al portal. No tardó en darse cuenta de lo que había sucedido: el Manantial del Sueño se había secado.

Volvió a la entrada y salió de la fortaleza. Volaba a través del bosque, las hadas en su camino se apartaban o le hacían reverencias. Tenía prisa, debía llegar cuanto antes.

En un giro, tras una roca, divisó un árbol milenario en un pequeño claro. Alrededor de él, millones de hiedras se iban enredando. En la base del tronco, entre las enormes raíces, se encontraba un arco de forma ojival con un marco en relieve, lleno de runas, señaladas y cubiertas de pintura dorada. Había llegado a su destino.
Atravesó el arco tallado y se metió dentro del tronco. Empezó a buscar al habitante, hasta que lo encontró.

-          ¡Seräephin!
-          ¡Majestad, qué susto me ha dado! ¿a qué viene esa prisa? - dijo un hada masculina aturdido.
-          No vendría así de no ser necesario. ¿Has observado esta noche el cielo? – preguntó Limëy sin rodeos. El hada negó levemente pero se acercó a una estantería tallada en el tronco del árbol, cogió una botella y encima de una hoja natural grande y verde echó una gota, la enrolló y con la forma de un gran catalejo se puso a observar la cúpula celeste.
-          ¿Qué es lo que ves? – le instó la soberana.

El hada tardó un momento. Era más bajo que la reina, llevaba unas lentes extrañas, una barba larga y su piel era pálida verdosa. Su aura era casi imperceptible.

-          Es muy raro majestad, Aiḿara está apareciendo llevando siglos de retraso sin verla, tres constelaciones de Thirenae están alineadas, pero hay una que está claramente separada, entre todas forman un pictograma con una runa antigua, su alteza, me atrevería a decir lo que es, pero es imposible, jamás pasaría esto, a no ser… que…pero no puede ser.
-          ¿El qué? No dé más rodeos Seräephin.
-          Que las leyendas sean ciertas y todo esté comenzando. Pero supongo que antes deben acontecer más incidentes importantes. Es tan sólo una leyenda…
-          Seräephin conserva el agua embotellada, algo ocurre con el manantial del sueño. Va cesando, lo más seguro que se haya secado esta noche. – dijo la reina alterada. El hada se llevó la mano a la boca con sorpresa. – Si también hay señales en el cielo, quiero que reunáis a la Lágrima Blanca.
-          Majestad, no os preocupéis, ahora avisaré al consejo, esperad la llamada - dijo Seräephin nervioso.
-          Lo haré, ¿Cuándo crees que será? - preguntó Limëy.
-          Intentaré que sea lo más rápido posible, incluso esta misma madrugada – dijo el astrónomo con una reverencia.

Mientras Limëy volvía a la fortaleza, Seräephin, cogió una vasija llena de agua, la colocó encima de la mesa y después buscó entre todos los frascos y trastos que tenía hasta dar con una botella púrpura. Echó una gota de color azul y el agua se removió con un leve movimiento de su dedo por encima de la superficie, convirtiéndose en un espejo.

-          ¡¡ Sythäel!! – imploró el astrólogo. Nada ocurría.
-          ¡Sythäel por favor, responda! – volvió a insistir.

La cara de un hada anciano apareció al otro lado de la vasija

-          ¿Qué ocurre Seräephin? – dijo sorprendido.
-          Señoría, discúlpeme, pero ha de convocar al consejo de la Lágrima Blanca – dijo aún nervioso.
-          ¿Cómo? ¿Te has vuelto loco?
-          Es a instancias de la reina Limëy.
-          Veo que es grave, ¿Es necesario que sea ahora mismo? Lleva muchos años sin convocarse.
-          Sí, es muy urgente.
-          Así lo haré, ¿podríais adelantarme algo? –preguntó el hada.
-          El comienzo del fin ha empezado – sentenció Seräephin.
-          No te preocupes Seräephin, convocaré al consejo, no es un tema con el que bromear.
-          Aiḿara está apareciendo sobre Thirenae, señor – le informó el astrónomo.
-          Entonces seré rápido, adiós.
-          Adiós su señoría. – se despidió Seräephin.

Se asomó al hueco en el tronco y observó de nuevo cómo al lado opuesto de la luna se dejaba ver una tenue esfera de resplandor rojizo oscuro. Abrió una puerta pequeña y cogió la túnica de raso color satén. Encima se puso una capa blanca que tenía como broche una lágrima perlada. Cogió del armario un gran cayado blanco de madera terminado en una gema de forma lagrimal, se colocó la capucha de la prenda y dando un golpe en el suelo con el cayado, desapareció.

 Mientras tanto, Sylvain, en un campo cercano al reino de Hëldary, tan sólo alumbrado por su tenue aura y la luz de la Luna llena. Encontró desvanecido frente a una espada en un claro a Adrián, el humano que había visto en ocasiones anteriores.

Tenía heridas muy graves, recogió su arma, le cogió en brazos y desapareció. Justo en el momento en el que un hirasy se aparecía para recogerle. Aparecieron de nuevo en la habitación que le instalaron cuando enfermó en sueño, Limëy ya estaba allí.

-          ¿Dónde estaba, Sylvain? ¿Qué le ha ocurrido? -  preguntó la reina preocupada por el aspecto que llevaba el chico.
-          Debe haber tenido un enfrentamiento al entrar. Estaba en un claro del bosque, cerca de Lödeain. – informó el consejero mientras se sentaba en el regazo. La reina tomó a Adrián el brazo y observó los enormes cortes. – Alteza, antes de desaparecer me ha parecido ver a uno de ellos, volverán a por él. – Limëy se mordió el labio preocupada.
-          Ahora viene Michäella, le avisé al volver de hablar con Seräephin, va a convocar al consejo – Sylvain se quedó pensativo.

Abrió la puerta un hada femenina, tenía el pelo moreno y los ojos muy azules, su tamaño era parecido al de Sylvain. Llevaba un vestido amarillento que contrastaba con su piel sonrosada. La reina se acercó a Michäella y le dijo:

-          Recuerda lo que te he dicho, silencio absoluto sobre este tema, te lo he encomendado a ti, porque confío en tus artes curativas y eres muy responsable.
-          Si alteza, esté tranquila, yo le atiendo. – De repente, el colgante de Limëy con forma de lágrima, comenzó a brillar.
-          Lo siento Michäella tenemos que irnos, no se vaya hasta que hayamos vuelto. – el hada asintió.

La reina cogió fuerte su cayado, agarrada de la mano de su consejero, dieron un golpe en el suelo y desaparecieron.



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