XXVI. MANTEÏO


Aparecieron cerca de la antiquísima Gruta de la Justicia, parecía ser el lugar escogido para la reunión. Con cautela y mirando alrededor, apartaron las enredaderas que ocultaban su entrada.

 Allí les esperaban Seräephin y Sythäel, en cuanto les vieron hicieron una breve reverencia con la cabeza

-          Está bien, nunca he soportado tanto protocolo. – dijo Limëy sonriendo mientras hacía un aspaviento con el brazo.
-          Majestad, los he reunido lo más rápido posible.
-          Gracias tío, era necesario – contestó la soberana al anciano.
-          Seräephin ya me ha comentado algo, pero no sé nada más ¿Qué sucede? – le preguntó Sythäel.
-          Majestad, debéis decirle lo de Adrián. – dijo Sÿlvain interviniendo en la conversación. La reina giró su semblante serio hacia él.
-          ¿Adrián? No sé qué es... – se excusó Seräephin ante Sythäel que le miraba fijamente.
-          No os enfadéis majestad, somos vuestro consejo – comenzó Sylvain- mejor saberlo todos para así buscar una solución común.
-          Adrián es un humano. – dijo Limëy.
-          ¿Y qué tiene que ver un humano con todo esto? – preguntó el astrónomo.
-          Es lo que intentamos dilucidar – contestó Sÿlvain.
-          ¿Un humano fuera de Kÿsbrum? ¿Un vagabundo o un alzado? - preguntó Sythäel. Limëy torció el gesto enfadada, no tenía planeado decir nada.
-          Se trata de un humano del otro lado de las barreras. – confesó Limëy en un susurro. Los ojos de ambos se abrieron sorprendidos.
-          No..no es.. no puede.. – empezó a balbucear el tio de la soberana.
-          No sé como… pero así es – sentenció Limëy bajo la atenta mirada de Sylvain.
-          ¿Y qué planeáis hacer? – preguntó Seräephin recomponiéndose.
-          No puedo dejarle solo o acabará preso en Kysbrum.
-          ¿Dónde está? – preguntó Sythäel
-          ¡Perdonad excelencias! – dijo un hada masculina, interrumpiendo al fondo del pasillo. – Ya estamos todos y se empiezan a impacientar. – concluyó desde el arco de acceso.
-          Gracias Fiôrett – dijo Limëy encaminándose hacia él.

Atravesaron el pasillo excavado e iluminado por antorchas hasta el arco en el que finalizaba y daba acceso a las gradas de la Sala de Justicia de Hëldary. Limëy subió la capucha de su capa perlada y pasó el umbral. Ante ella se encontraba el hueco horadado que los antiguos monarcas féericos habían aprovechado para construir un teatro para su tribunal en la naturalidad de la piedra.

Frente al graderío, en el centro, se alzaba una plataforma de mármol que servía de escenario. Al fondo, en la pared de roca, había columnas blancas con runas y lágrimas grabadas. En lo alto de los pilares había una gran roca cuadrada, a los lados, había dos plantas bioluminiscentes con las hojas blancas nacaradas.

Limëy entró seguida de Sylvain, las primeras gradas del anfiteatro ya estaban ocupadas, estaban los 50 hadas del Consejo de la Lágrima Blanca, no había faltas. Todos portaban la misma capa nívea que la reina, ocultos bajo la capucha.

Según fue bajando la reina las escaleras, los que estaban sentados junto al pasillo, se descubrían bajando sus capuchas, mientras hacían una reverencia. Llegó al centro del semicírculo que dejaban las gradas, alzó su cetro y le incrustó en la marca del suelo. La vara retorcida de oro, con grabados de hiedras ascendentes, terminaba en una gran gota de vidrio que comenzó a brillar. Al hacerlo, todos los asistentes se pusieron de pie, las runas del fondo se iluminaron y el bloque cuadrado de encima de las columnas, giró dejando ver un trono, sentado sobre él estaba Sythäel, valido de la reina. El anciano se levantó y todos los asistentes, incluido Sylvain, se bajaron la capucha de encima de sus cabezas. Cuando lo hicieron, Limëy se fue al comienzo de la grada, al banco central, exclusivo para la realeza y sus allegados del Consejo de Hëldary.

La luz que desprendía el cetro real y las runas iluminaban la gruta. Con un gesto del  anciano, todos se sentaron y comenzó a hablar:

-          Majestad, señores, buenas noches y gracias por acudir con tanta presura. Sé que están expectantes por esta reunión sin aviso, pero es esencial vuestra presencia. Os he hecho venir desde todos los rincones de Thirenae, para hablaros, para evaluar un problema que ha surgido; nuestra reina ha acudido al hermano Seräephin, y me han convocado urgentemente. Con palabras del astrólogo: el comienzo del fin ha empezado. – se escucharon murmullos y risas nerviosas, el  juez levantó la mano y se hizo el silencio.
-          Seräephin salga a declarar su petición. – ordenó su señoría al astrónomo.

Del banco de la reina, salió el hada, una vez que estuvo en el centro de la tribuna se inclinó haciendo una reverencia, con su cayado blanco golpeó el suelo y hasta que Sythäel no le llamó no volvió a erguirse:

-          Señores, he pedido esta reunión por Aimàra… no sé si habéis tenido oportunidad de mirar al cielo esta noche, pero ese resplandor rojizo es el comienzo de aparición de la Luna Roja.
-          ¿Y qué explicación le das? ¿Ya ha vuelto el tiempo? No hay guardianes ¿Qué hay de importante? – Preguntó Sÿlvain dejándole en evidencia al provocar risas por incredulidad.
-          Sythäel… - comenzó
-          Basta Sylvain, deja terminar al astrónomo.
-          Gracias señor – agradeció Seräephin- según el Código Ancestral de Thirenae, el astro rojo aparecerá en tiempos extremos, cuando sea cambio de guardián y…
-          Cuando lo escrito en las estrellas comenzara a cumplirse, es una de las señales. – finalizó el propio juez.
-          En efecto- aclaró el astrólogo, mientras desató una oleada de carcajadas en las gradas. Sythäel se levantó dejando en silencio la sala.
-          Continuad por favor. – dijo con seriedad.
-          Señor, tengo la certeza de que nunca había visto los astros como hoy, las constelaciones del guerrero y el guardián están casi alineadas, poco falta, cuando lo hagan el astro rojo se verá al completo como una gran luna llena teñida de rojo. Según la teoría del firmamento, el astro solo pasa la barrera de Thirenae tres noches cada cinco mil años, pero, sólo ha pasado algo más de cuatro siglos desde la última vez que se dejó ver, también en circunstancias especiales, esto indica que nuestros ancestros ya sabían lo que iba a acontecer, sabían el devenir de nuestra tierra y nos lo dejaron plasmado en el código. – explicó Seräephin a la cámara.
-          ¿Estás diciendo que nos lo habían avisado, pero no lo hemos querido hacer caso?- dijo Sythäel.
-          Sí, eso estoy diciendo sin ofender a su señoría y a su majestad - dijo envalentonándose.- Nos lo dejaron como legado y nosotros no hemos investigado lo suficiente.
-          Estas declaraciones son muy valientes por tu parte… ¿Limëy, deseáis decir algo?- preguntó el regente del consejo, mirándole fijamente.
-          Sí, Señor - se levantó de su asiento y fue junto a Seräephin, allí comenzó a hablar mirando a todos los asistentes:
-          Gracias por asistir al pleno a estas horas de la noche. Señores, en palacio ha sucedido algo espantoso, sumado a los sospechosos acontecimientos que últimamente pasan... debo aclararles que la moción de nuestro hermano Seräephin puede estar en lo cierto. – las gradas contuvieron el aliento – Como saben, por Decreto Real de la Corte de Hëldary, en sustitución al Mandato Imperial, una ocupación ineludible del trono feérico, es mantener vivo el manantial del sueño. El Neyrnawa, jamás se vería afectado, ni mermado, excepto cuando la esperanza en el mundo y en Thirenae esté muriendo. Señorías, Gran Sythäel, nuestro sagrado manantial ha secado esta noche – las gradas contuvieron la respiración de nuevo – Thirenae va muriendo poco a poco, la esperanza ha muerto, la magia está en peligro, es la siguiente. La gente de nuestra tierra no podrá soñar y mucho menos los del otro lado. Será algo progresivo pero su fe, sus creencias y valores irán decayendo hasta ser seres sin rumbo. Si ya todo se estaba desmoronando con las Batallas del Equilibrio, en este momento es difícil calcular las repercusiones que este suceso traerá a los mundos conocidos, pero no será nada bueno, tan sólo otra gran carga que deberán sostener los pilares del mundo y nuestras preciadas barreras. A pesar de la falsa tregua en la que nos encontramos con Hördtein, todo es un problema que se nos va de las manos.
-          Es alarmante lo del Neyrnawa, - comenzó Sylvain sin aviso - las leyendas dicen que se nutre de la magia de este mundo, puede estar dentro de la normalidad, que ante la quiebra del equilibrio, se haya visto afectado. Aún siendo una señal, serían necesarias más circunstancias para poder hablar de los escritos ancestrales ¿no? – terminó mirando a la reina, mientras las hadas asentían en el graderío.
-          En efecto ¿Alguien ha percibido algo inusual en el último año? ¿Algo que se escape a la infame cotidianedad que nos tiene condenados desde la última batalla? – dijo Sythäel. Limëy oteó las gradas, nadie se inmutaba, finalizó atravesando con la mirada a su consejero, antes de comenzar a hablar:
-          Hay más señorías, esta misma noche, después de tantos siglos bajo el imperio oscuro, ha penetrado las barreras un humano del otro lado. – las gradas estallaron en cuchicheos y siseos.
-          Señores,  por favor – intervino Sythäel consiguiendo silencio.
-          Gracias. El humano se encuentra en palacio y su estado es grave. Ha sido atacado por un hirasy, le mantendremos a salvo hasta que nos explique cómo ha entrado. Como debéis imaginar, no podríamos soportar el desmoronamiento de las barreras. No resistiríamos a una fusión de ambos mundos, nadie sobreviviría. Hay que investigarlo antes de que pueda suceder, antes de que empiecen a agrietarse las barreras por la falta de magia y energía. De ser inminente tendríamos que regresar al campo de batalla, estemos o no preparados y concluir La Guerra del Tiempo.- dictaminó la reina dejando un silencio sepulcral tras su intervención. Todos los asistentes se encontraban inmóviles en sus asientos de piedra.

-          ¿Por qué os arriesgáis a encerrarle en palacio y no en un lugar de seguridad? - preguntó Sythäel rompiendo la tensión que había creado la noticia.
-          Es inofensivo, sólo es un humano – contestó la soberana. – En Hëldary aún hay poder antiguo, no es un lugar cualquiera de Thirenae.
-          Eso no lo sabéis- contestó el juez.
-          Estará vigilado para evitar daños – dijo Limëy- aún así, no sabemos por qué ha ocurrido todo ahora y con la aparición de Aimara. Vengo a solicitar un oráculo para intentar dilucidar estos sucesos y pedir la autorización del Consejo para remitir a Draînesh una petición sobre el estado de la tregua y el reclutamiento.
-          Muy bien, primero autoricemos el oráculo. ¿Cayados al alza?- las hadas comenzaron tímidas, pero fueron levantando sus cayados en la votación.
-           Queda aprobado. Parece que sólo sabremos como encauzar este problema visitando a los sacerdotes del bosque, que preparen un oráculo virgen, nos trasladaremos allí para escuchar la sabiduría de Rölett – proclamó el presidente de la cámara.

Sythäel se puso en pie, todos le imitaron, la reina cogió su cetro, los demás alzaron sus cayados blancos y todos a la vez golpearon el suelo desapareciendo.

Perdido en el bosque de Hëldary, donde la luz de la luna y las estrellas no llegaba, se levantaba un pequeño templo a Rölett, espíritu del bosque. Entraron y descubrieron a cuatro sacerdotes de apariencia humana. Estaban vestidos de color verde. Al verles les dirigieron en silencio hacia una estancia más pequeña, bajando unas escaleras subterráneas. La sala no era muy grande, diáfana, de piedra y en el fondo había dos antorchas con pie marmolado apoyadas en el suelo. En el medio de las dos, había una mesa redonda también de piedra, un altar. Sobre ella, una gran cúpula con un óculo central que dejaba ver el cielo estrellado.

Llenaron la sala los 50 integrantes del Consejo. Los cuatro sacerdotes, en cuanto vieron a la reina y a Sythäel, se bajaron la capucha, dejando al descubierto sus deformidades, eran trasgos:

-          ¿Qué deseáis señores?- dijo uno de ellos.
-          Venimos a consultar al espíritu del bosque, necesitamos un oráculo, el futuro de Hëldary, y el de Thirenae, es indeciso y lo queremos clarificar – contestó Sythäel.
-          Iré enseguida a la villa más cercana, no abundan en estos tiempos, volveré pronto- dijo un sacerdote.
-          No tarde mucho – instó Limëy

Al rato de estar esperando en pequeños grupos de conversación para nada animada, apareció en mitad de la sala el sacerdote. Consigo traía a una chica pelirroja muy joven, lucia en camisón y se intentaba zafar de él, pero no le dejaban las cuerdas que ataban sus muñecas, no quería ser oráculo. Sabía lo que eso conllevaba al final, no quería. No se había fijado en su alrededor, estaba el consejo de la Lágrima Blanca. Buscó entre los asistentes, detuvo su mirada en los sacerdotes y por último, llegó a la reina de las hadas, cuando la vio, se deshizo como pudo de la mordaza y comenzó a gritar.

-          ¡Limëy, no dejéis que me quede con ellos después!, ¡no quiero, por favor! sed benévola conmigo, soy Lyria majestad, ¿No me recordáis? – El sacerdote le golpeó - Mi padre es Däemian hijo de vuestro tío el hechicero, tened piedad de mí, ¡Os lo ruego! no quiero ser tocada por estos seres ¡Por favor! – un sacerdote llegó a ella y le atizó un golpe en toda la cara que le tiró al suelo, allí entre los cuatro la llevaron a la mesa donde le ataron. Ella seguía gritando a Limëy, pero el sacerdote que le había cogido, que tenía la cara deformada, le sacaba la lengua y le miraba con ánimo libidinoso; ese mismo, sacó de su bolsillo una botella pequeña con un líquido verde, le abrieron la boca a la joven y le echaron unas gotas. Los otros sacerdotes fueron a pedir a todos alguna ofrenda, para que interpretaran el destino correctamente, más acertado en función del donativo.

La chica se sumió en un trance repentino. Su cuerpo comenzaba a tener pequeñas convulsiones. Los sacerdotes se pusieron en círculo alrededor de la mesa. El más anciano comenzó a recitar la invocación en thireno antiguo como era costumbre:

-          ¡Oh Päŋk Dýnami!¡Spirïtəsh Aŋkýrais!¡Aùdy nöste llâcal! I bəcëlək dâ nösti dêyr théloysenk saŋᴓu.
-          ¡Oh Gran Poder! ¡Espíritus ancestrales! ¡Atended nuestra llamada! el futuro de este reino deseamos saber – repetían los demás sacerdotes.
-          ¡Oh sâkrï eλəmeŋti! ¡Erziŋδ dâl maŋteïᴓ sprəshent!
-          ¡Oh elementos sagrados! ¡Dentro del oráculo manifestaros!
-          ¡Päŋk Rölett gîŋαnös rəŋsuers ost pləgão! ¡Arÿm dâl dÿasᴓu veŋalent o rəŋsuenk!
-          ¡Gran Rölett dadnos respuestas a esta plegaria ¡Alma del bosque acude a respondernos! – lo repitieron un par de veces entrando en trance, cada vez más rápido y al final sólo en thireno. Estuvieron así hasta que la chica empezó a tener convulsiones más agravadas, sus ojos se giraron y volvieron blancos. Los sacerdotes estaban alabando a la mesa de piedra mientras que la hija de Däemian estaba siendo poseída por diversos entes que llegaban a la habitación, finalmente, un espectro blanco, que iluminó en su descenso desde el óculo la sala en penumbra, entró por su nariz e hizo que la chica rompiera las cuerdas sin moverse. Su cuerpo inmóvil comenzó a elevarse hasta quedar levitando a un codo del altar.

La pelirroja comenzó a susurrar, Sythäel y Limëy escuchaban también, pero eran los cuatro sacerdotes los más próximos y los que descifraban el lenguaje oculto de Rölett. Cuando el oráculo terminó, el espíritu blanco salió de ella, emitió un bramido que les sumió en un escalofrío y se esfumo a través del fuego de las antorchas.

Todos los integrantes del consejo de la Lágrima Blanca estaban perplejos, esperando a que se les dijera lo que se había dictaminado.

-          Señores, este no es un lugar seguro en el que tratar el asunto, volvamos a la gruta - informó el regente del consejo.
-          ¡Sythäel, esperad!, deseo llevar al oráculo a palacio – dijo Limëy.
-          Es romper el acuerdo ancestral, aunque sea nuestro familiar.
-          No si se necesitan oráculos y no abundan. – determinó la reina.
-          Está bien, id yendo todos, llegaré algo tarde con la reina – volvió a hablar el juez supremo. Al escucharle, todos a la vez golpearon el suelo con su cayado blanco y con una luz desaparecieron.
-          No podíamos abandonarla con estos trasgos, aunque no fuese familiar nuestro.
-          Pero…
-          No tío, si nunca se rompen las reglas para avanzar, nunca se avanzará en este mundo, bastante tenemos con respetar esta absurda tregua. – dijo Limëy.

La joven empezó a despertar, su respiración era agitada y sus ojos verdes resplandecían con las llamas de las antorchas. Se incorporó y observó a los sacerdotes atándole de nuevo, asustada vio cómo dejaban caer sus túnicas dejando al descubierto sus cuerpos deformes, fruto de su origen mestizo entre una joven inocente, de raza élfica o humana y un gnomo del bosque aprovechado. No tenían pudor en comenzar sin haber abandonado el templo la reina y el consejero. Comenzaron a hacerle gestos provocativos. Entre los cuatro se reían y cuando le iban a empezar a acariciar las mejillas, la reina carraspeó. Los sacerdotes dieron media vuelta.

-          Según la Ley Sagrada, a pesar de cualquier acuerdo, el regente de un pueblo puede decidir lo que hacer con los oráculos tras su vaticinio, solicito mi derecho a llevarme a la chica. – dijo Limëy mirando con asco a los sacerdotes, éstos comenzaron a quejarse y a susurrar a regañadientes, pero la ley le favorecía así que no le opusieron resistencia.
-          Tomad precaución señora, las voces del oráculo no se pueden difundir, aún no, quizá no sea consciente de lo que significan dichos designios. Como lo revele todo empeorará.
-          Gracias por el consejo
-          ¡Limëy, gracias! - dijo la muchacha sollozando.
-          No me lo agradezcáis, no podía dejarte con ellos, ni quiero imaginar lo que te harían después. Con esas caras y esos cuerpos – le dijo lo último en un susurro a la pelirroja que le sonrió.

Mientras salían los tres del templo, iban hablando sobre lo sucedido. Lyria no recordaba nada desde que le habían obligado a beber el brebaje.

-          Creo majestad, que deberíamos omitir parte de lo que ha dicho el oráculo.
-          Si, será mejor así, debemos ser precavidos, es un asunto muy serio y ha nombrado un pergamino importante – le dijo Limëy.
-          Si, pero ¿cuál de ellos?, en Thirenae hay muchos, sin contar las leyendas ancestrales, en el mundo real hay más y en el mundo de los muertos, creo que no hay ninguno.- dijo Sythäel dubitativo.
-          Llevemos al oráculo a palacio, allí le cuento mis sospechas, se hará tarde para la Lágrima. – Limëy con su cayado dorado hizo un círculo en el aire y desaparecieron, para volver a sentir el suelo bajo los pies en el salón del trono.
-           Te guiaré a un dormitorio, mañana o cuando te encuentres mejor, irás de nuevo a casa – le dijo a la chica, que asintió sonriendo. Fueron por amplios corredores hasta que llegaron a una habitación de invitados donde le dejaron. Luego les escuchó entrar en la sala de al lado.

La chica quería prestar atención a las voces, pegó la oreja a la pared fría de piedra. Tenía que enterarse de lo que había dicho siendo oráculo.

-          ¿Quién es el que duerme? - preguntó Sythäel
-          El humano que ha traspasado un portal y ha venido a encontrar respuestas, ahora está herido. – le informó Limëy.
-          Majestad, las heridas han sanado casi al completo, reacciona mejor de lo que esperaba – dijo Michäella.
-          En ese caso… ya se puede ir, muchas gracias por sus servicios. – el hada salió, no sin antes hacer una reverencia.
-          ¿Cómo ha conseguido entrar? - preguntó Sythäel.
-          Con ayuda de un hirasy, Fhêndrik.
-          Ya veo… ¿Y cómo le acogéis? ¿Y si es peligroso? Contadme la verdad.
-          Es complicado.
-          Prueba – la reina se sentó en la cama y suspiró nerviosa tocándose las manos.
-          No lo es, sólo está asustado, le arrancaron de su tiempo y le transportaron para que pudiera acceder sin problemas. Al hacerlo, apareció en Thirenae porque…
-          Su alma está ligada a las barreras – completó la frase el juez feérico.
-          ¡Exacto! Eso mismo pienso yo.
-          Es muy extraño…es como un truci astuto para engañar al destino. ¿Dices que fue un portal?
-          En efecto.
-          Creí que los portales entre mundos eran imposibles… al menos en la actualidad – dijo el hombre acercándose a la cara de Adrián.
-          Sea como sea, reaparece hoy, asoma el astro rojo, se seca el manantial y por último el oráculo hace referencia a un pergamino clave para nuestra salvación…¿Quién es para estar tan ligado a Thirenae?
-          ¿Crees que pudiera ser el Majësh del oráculo? ¿El chico que debe encontrar el pergamino? – preguntó el anciano.
-          No lo sé, quizá sí, pero no sé cuál de los miles que hay en los mundos.- dijo absorta Limëy. – Además ¿Para qué le necesita y por qué lo busca él?
-          Debido a lo que ha dicho la chica, puede que las leyendas sean ciertas y sea…el que pronunció el último guardián antes de ser asesinado….
-          ¡Chtttss, las paredes escuchan! ¿Cómo os atrevéis a decir eso sabiendo que Hördtein nos tiene vigilados? Quizá cuando despierte nos revele algo, le llevaré al neyrnawa, allí podrá encontrarse a gusto. – dijo la reina.
-          Está bien
-          No sé a qué os habéis referido…
-          Tan sólo es una vieja leyenda, ya lo aclararemos. Ahora debemos irnos, el consejo nos espera – sacudieron sus bastones y llegaron a la Gruta de la Justicia.

Aparecieron justo en el centro del semicírculo provocando un silencio incómodo y repentino. Limëy incrustó el cetro para la iluminación y con eso Sythäel volvió a sentarse en su asiento frente a los demás.

-          Consejeros, muchas gracias por aguardar. El oráculo avecina época de intensas batallas, hambre y sufrimiento, de forma inminente. Al mal será difícil echarlo del poder, se necesita un gran sacrificio para poder volver a estar como antaño, recuperar la Ley Ancestral, el espacio y el tiempo – terminó Sythäel, mientras todos murmuraban, no se atrevían a pensar en nada más.  Los augurios no eran buenos y la situación era de estancamiento social.
-          Ahora, según pidió antes la reina, - comenzó de nuevo - se procederá a la votación de un requerimiento a Draînesh para saber el proceso de la tregua y la posible activación real de la batalla. ¿Votos a favor? – algunos consejeros, encendieron la punta de su cayado, y lo elevaron, pero no llegaron a la mitad.
-          Llevamos más de cuatro siglos así, ¿De verdad…
-          Alteza por favor, se debe respetar el voto. – contestó Sylvain, sentado en el primer banco. – la reina le miró furiosa y guardó silencio.
-          No queda aprobada la solicitud de la reina. Os pido discreción, respecto al otro orden de la reunión, la gente no debe enterarse. Gracias por asistir, nos veremos en la próxima. Aft te leuke lôr dâl Dákryme ent lïde - concluyó el anciano.

Sythäel se despidió desde su estrado marmóleo y girándolo, desapareció de la vista de los asistentes. Limëy sacó el cetro del suelo y la gruta quedó en penumbra excepto por los bordes de las capas de los consejeros y, las lágrimas broche, las cuales lucían en la oscuridad.

Según fue ascendiendo Limëy, todos se arrodillaban y se bajaban la capucha, la reina salió furiosa al exterior de la Gruta, seguida de Sylvain, los dos pegaron un golpe de cayado en el suelo y desaparecieron.



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